"No existe la inteligencia artificial, el silicio no piensa"


Verónica García-Peña: Ahora, en estas vueltas por la historia que damos cada martes, vamos a hablar con David Rivas de esos conocimientos que consideramos tradicionales, como la filosofía, la geometría, la literatura, hoy un tanto acosados en el modelo educativo. Aquí tengo, sentado a mi lado, al profesor Rivas. Buenas tardes.

David M. Rivas: Hola, buenas tardes.

V.G.P.: ¿Qué nos trae preparado, por donde quiere empezar?

D.M.R.: Pues voy a empezar por la historia personal de uno mismo, que refleja en buena medida como son y como eran las cosas. Cuando yo fuí a la universidad, en 1975, hace ya años pero no en el siglo XIII, había en las aulas tres tipos de personas. Un grupo era el de los que veníamos de familia con biblioteca, con padres que leían, que habían ido a la universidad o, cuando menos, tenían algún estudio técnico. Éramos una minoría, aunque ya la universidad no era la de los cincuenta, se empezaba a popularizar, pero seguía ocupada por jóvenes de clase bastante acomodada. Luego había un segundo grupo, los que venían de familias entonces de renta media, que tenían en casa libros del Círculo de Lectores y de quiosco. Esos eran la mayoría, de padres con pocos estudios pero que estaban haciendo esfuerzos, a veces enormes, para que los chavales fueran, como se decía, más que ellos. El tercer grupo no existía.

V.G.P.: ¿Cómo que no existía?

D.M.R.: No había nadie que no perteneciera a alguno de los dos que le comentaba. Realmente, no había estudiantes de clase trabajadora. Podía haber alguno, en mi facultad concretamente, o en derecho, que trabajaba en un banco por la mañana y estudiaba por la tarde, pero eran cuatro. Y le estoy hablando de 1975, cuando en Europa la universidad era otra cosa, incluso en Estados Unidos, que siempre fue más clasista por los precios de las matrículas.

V.G.P.: Hoy es diferente.

D.M.R.: Sí, afortunadamente. Pero ahora los planes nos retrotraen al clasismo de hace cuarenta años, aunque aparentando lo contrario. Los planes educativos igualan por abajo, no buscan la excelencia, y eso lleva a que los estudiantes de aquel primer grupo del que le hablaba y al que yo pertenecía sigan dominando. Rebajar la exigencia beneficia a los pudientes, que tienen renta suficiente para ir a universidades americanas, británicas o alemanas. Se licencian aquí, con la purrela, y amplían allí. Y, además, como tienen contactos y relaciones, ocupan las mejores posiciones profesionales. Y pueden ser más ignorantes, o tontos redomados a veces. Mis compañeros de menos recursos familiares pudieron llegar al mismo lugar que yo, y los habrá mucho mejores que yo, profesionalmente hablando, pero hoy eso no es posible.

V.G.P.: No hay gobierno que no traiga un plan docente nuevo. ¡Menuda polémica hay con el actual bachillerato!

D.M.R.: Tengo una idea más o menos atinada de la enseñanza media, pero no me atrevo a pontificar. Prefiero seguir hablando de la universidad, aunque puedo juzgar con criterio la formación de los institutos y colegios porque sus bachilleres me llegaron al aula en la facultad.

V.G.P.: Cada partido tiene un plan.

D.M.R.: Sí, pero todos los políticos, todos, está de acuerdo en tirar hacia adelante de una forma acrítica y valorando que lo que quedó atrás siempre fue peor. Es que ni siquiera los que se dicen conservadores saben conservar. El progreso, entendido como mejora, no siempre está adelante, sino que a veces está detrás. Muchas veces el pensamiento que creíste muerto en la historia te puede ayudar a entender tu presente y tu futuro. Si yo hubiera tenido otra educación en mi colegio no hubiera sabido de ideas y de teorías que aún hoy me son útiles. No sé, pero, por ejemplo, yo conocí el estructuralismo en el bachillerato, y el positivismo, y la dialéctica aristotélica, y rudimentos de termodinámica... Y, como estudié con jesuitas, también la teología de la liberación, que me llevó a horizontes ideológicos nuevos y, además, muy importante en mi vida, a trabajar años después en América. Pero en casa tenía al alcance a Goethe y Voltaire, a Quevedo y Juan de la Cruz, a Dante y Machado. Incluso había libros de los entonces prohibidos.

V.G.P.: Es verdad.Yo soy más joven pero reconozco el ambiente.

D.M.R.: Hace un tiempo, hace poco, vimos en televisión un anuncio de una financiera. No recuerdo el nombre. Decía su anuncio: "este crédito tiene el mismo interés que los reyes godos, cero".

V.G.P.: Me suena, me suena.

D.M.R.: Yo no lo recordaba, aunque también me sonaba, pero es que alguien escribió sobre ello en algún sitio. Lo leí y me vino a la cabeza el anuncio. ¡Hombre! Saber de memoria la lista de los reyes godos no tiene ningún sentido pero otras cuestiones sí. El fuero juzgo de los godos estuvo en vigor para según qué cosas en el reino de España hasta que se promulgó el código civil, que es de 1889. A ese fuero se podía acoger una persona cuando veía sus derechos mermados. Es decir, si esa finaciera que se anunciaba en televisión cometiera un posible delito de usura, por ejemplo, el afectado, de no existir el código civil, podría apelar al fuero  godo. Y es que el derecho de los godos, el derecho germánico, menos estructurado que el romano, protegía particularmente a los trabajadores y a los campesinos. La lista de tantos reyes puede no tener interés, pero los godos sí que lo tienen. Y se lo digo yo, que soy bastante contrario a la tontería gotista que hay entre los sensatos y pensantes asturianos.

V.G.P.: Pero ese olvido de lo clásico es general. Se están olvidando los números romanos.

D.M.R.: Parece ser que en los museos están quitando los números romanos para señalar siglos y sustituyéndolos por arábigos, porque la gente no los sabe leer. También es verdad que si les decimos a esos ignorantes que lo que leen es árabe se quedarían de piedra.

V.G.P.: A mí me gustan mucho los números romanos. Yo en mis novelas los utilizo para numerar los capítulos.

D.M.R.: Yo también lo hago. Pero tampoco hay que abusar de estas cosas. Hay demasiada pedantería clasicista. Pones una cita en latín y ya pareces un ilustrado. No soporto a los pedantes.

V.G.P.: Es verdad. ¡Qué bien queda un latinajo!

D.M.R.: Yo creo que estamos muy atados al cortoplacismo. Hace diez o doce mil años a alguien le dio por guardar una semilla. Ese día no comió, no cenó. Pero sembró a la mañana siguiente e inventó la agricultura. Aquel primitivo, nuestro padre, pensó a largo plazo. Ese pensamiento a lago plazo hoy tenemos que actualizarlo, pensar en nuestros descendientes. Tenemos que traer a nuestro código ético a nuestros nietos y bisnietos, porque estamos dilapidando su herencia. Ese planteamiento cortoplacista, tan tecnocrático, tan del día a día, tan lineal, tan del algoritmo olvidando el silogismo, es un error que, como especie, pagaremos muy caro y, me temo, que en poco tiempo.

V.G.P.: ¿Y no piensa, profesor, que todo esto está relacionado con la reducción de las horas dedicadas al estudio de la filosofía? Porque la filosofía no consiste en leer a Platón, sino en saber pensar.

D.M.R.: Mire, Verónica, que usted escribe novelas y cuentos: el mejor profesor de literatura no es el que te enseña estilos y corrientes, sino el que te enseña a leer y te mete el gusto por leer. 

V.G.P: Yo tuve una profesora de literatura, siempre hablo de ella, que era maravillosa.

D.M.R.: Todos los que tenemos una cultura humanística potente, y yo la tengo, tenemos un profesor o una profesora detrás. A veces puede ser tu padre o tu madre, o tu abuelo. Mi padre me leía a Kipling y a Verne por las noches, con mi madre leí a Jovellanos y a Shakespeare, y con mi abuelo conocí al príncipe Kropotkin y a los poetas que escribían en asturiano. Y con mi profesor José María Maruri conocí a García Márquez y a Vargas Llosa, y con Constantino Fernández a Chesterton y a Borges, y con Emilio Martín a Ceram y a Graves, y con José María Patac a Flórez Estrada y a Gracián. Y todo eso antes de cumplir los 18 años.

V.G.P: ¡Qué importantes son los maestros!

D.M.R.: Yo tuve muy buenos maestros, puede que una minoría, también es verdad. Por eso odio el adanismo y por eso mantengo una prevención frente a estos que nos gobiernan. Igual que pienso que en la tradición no puedes encontrar todas las respuestas a tus preguntas, también pienso que en la política adolescente tampoco. El mundo no empezó ayer y la historia no empezó el día de tu nacimiento.

V.G.P.: Pero también usted tiene, parece ser, una gran influencia tradicional, campesina.

D.M.R.: Por supuesto. Yo siempre me defini como un aldeano ilustrado. Aprendí mucho de los campesinos. Siempre me identifiqué con mi famila de la aldea, más que con la de la ciudad. Y, aunque viví por medio mundo, siempre tenía como imagen de hogar una aldea. Y lo conseguí: trabajé de tal manera que seis o siete meses estaba en mi casa del concejo de Villaviciosa. Y ahora, ya jubilado, permanentemente. Me gusta vivir con aldeanos. Son tozudos, desconfiados... pero buenos, y si eres de los suyos dante'l sangre, como se dice vulgarmente en Asturias. Y yo soy de los suyos. Y, además, los campesinos tienen eso que llaman vulgarmente filosofía de la vida, que no es otra cosa que un pensamiento a largo plazo, el pensamiento modelado por los ciclos naturales. El campesino no es cortoplacista. por eso es también de naturaleza ahorradora. Eso de ahorrar, la verdad, yo no lo heredé como característica personal.

V.G.P.: Jejejé...

D,M.R.: Le voy a poner un ejemplo de cómo se hurta al estudiante que empieza la reflexión filosófica. Cuando entras en primero de economía te dan la definición de esa ciencia: "la que estudia la administración de recursos escasos, susceptibles de usos alternativos, para satisfacer necesidades". De mano te ocultan que esa definición es la de un autor concreto, de una escuela concreta y de un tiempo concreto. Pero, aunque el profesor, generalmente de microeconomía, no hiciera eso, difícilmente soportaría la pregunta de qué es la escasez y qué es la necesidad. ¿Sabe por qué?: porque esos conceptos están en la filosofía, no en la economía. Son conceptos aristotélicos, no creaciones de Adam Smith.

V.G.P.: Yo, que también estudié sociología, me tuve que enfrentar a multitud de escuelas y todas con definiciones enfrentadas.

D.M.R.: No me refiero a distintas escuelas, aunque también podría hacerlo. Lo que quiero destacar es que, cuando Smith habla de necesidad y de escasez, lo hace en sentido clásico, filosófico, aristotélico. Smith, por ser el primer economista, o uno de los primeros, no había estudiado economía, sino filosofía. Él era profesor de ética y entiende lo que hoy llamamos economía como una disciplina moral. De hecho, cosa que la gente no suele saber, su primer obra se titulaba Tratado de los sentimientos morales. Y tenía, además, una visión del mundo muy propia de un campesino escocés, por lo que le preocupaba el largo plazo, la riqueza, y creía en la virtud del ahorro. ¿Ve como todo está ligado? 

V´G.P.: Ha sido muy utilizado Smith, como Churchill en otros ámbitos, citados muy profusamente. Sirven para todo.

D.M.R.: Y seguramente muy pocos leyeron La riqueza de las naciones.

V.G.P.: Bueno, como Hobbes. ¡Qué bien queda citar a Hobbes en una columna de periódico!

D.M.R.: Y en sectores de la izquierda pasa con Marx. Yo siempre utilicé un truco para librarme de los pedantones al paño de Machado. Cualquier español que haya leído, aunque sea un resumen, que los hay muy buenos, a Smith o a Marx se queda en la memoria con lo que uno opina del contencioso de Gibraltar y otro de las guerras carlistas. Si no lo recuerdan...

V.G.P.: Yo lo confieso, de Marx he leído el resumen, el libro pequeño. Es que es muy tostón.

D.M.R.: Es verdad. Los clásicos son farragosos y nada fáciles de leer y Marx, concretamente, particularmente duro, además de complejo y contradictorio. Pero lo mismo pasa con la literatura. Poner a un niño a leer el Quijote es crear un enemigo de la lectura. Déjale leer a Stevenson o a Astérix y el Pulgarcito, o a Enid Blyton, por citar lo que yo leí. También recuerdo lo que leían mis hijas de pequeñas. Aún recuerdo títulos y diálogos: Pelo, pelo, mucho pelo, Julieta, estate quieta, Simón en el Japón... Y asturianos, como Ánxela Mur, mensaxera esprés, Montesín, Tapín de Picupáu... Las dos son buenas lectoras. Si les pongo la Odisea en la mesa con diez años aún odiarían a Ulises y a Homero, y a mí.

V.G.P.: Un libro clásico que sí lei con gusto y que aún recuerdo es El príncipe, de Maquiavelo.

D.M.R.: ¿Con las anotaciones de Bonaparte?

V.G.P.: No, eso no.

D,M,R.: Pues reléalo con esas anotaciones. Es como leer dos libros a la vez. Napoleón piensa, yo creo que de verdad, que Maquiavelo escribe para un príncipe que vendrá y que ese príncipe es él. Las anotaciones son un diálogo con Maquiavelo. ¡Imagíneselo! Si hay un ego superlativo en la Europa moderna, ese ego es el de Napoleón. De hecho, el concepto de maquiavélico se acuña para la lectura que hizo Napoleón, no para el pensamiento del propio Maquiavelo.

V.G.P.: Napoleón el Grande...

D.M.R.: Ya que estamos hablando de Napoleón y que es inevitable rememorar su genio militar, fijémonos en la actual guerra de Ucrania. La gente vuelve a mirar mapas y a darse cuenta de que la geografía no es una disciplina obsoleta que sólo sirve para dar clase de geografía al que estudia geografía. Si la santa Rusia hubiera sido dotada por el hacedor de una cadena de montañas que la rodeara, ni su historia ni su actualidad serían las que son. Pero está en la gran llanura noroccidental europea y en la gran estepa asiática. Y las grandes llanuras requieren una política territorial y militar diferente a la que, por ejemplo, siguieron los reyes de Asturias en la alta edad media, con un país amparado por paredes verticales por el sur y el mar por el norte. Por eso actuaron de forma parecida los reyes rúricos de la Rus de Kiev, Pedro el Grande, Stalin y ahora Putin. Pero resulta que en esa llanura, además de Rusia, está Ucrania y muchos países más, como Moldavia, Polonia, Lituania, incluso Finlandia. La geografía, el territorio, condiciona tu historia y tu propio pensamiento, tu misma libertad de pensamiento. Como le decía antes, no puede ser igual ni la historia ni la cosmovisión de los asturianos medievales que las de los tártaros de la misma época. Por eso la historia de Gran Bretaña es tan peculiar en Europa, porque es una isla.

V.G.P.: Yo siempre suelo poner el ejemplo de África. Los problemas que padece el continente son fruto de unas fronteras trazadas a escuadra y cartabón por los europeos. Y de ahí surgen los conflictos, como el de los hutus y los tutsis, por citar el más conocido de los últimos años.

D.M.R.: Porque hablamos de grandes llanuras, con lo que las fronteras de las potencias coloniales son rectas y en función de sus intereses económicos. Es lo mismo que vemos en el mapa de Estados Unidos, donde los estados del enorme centrooccidente del país son cuadrados y rectángulos. Eso no sucede en el norte de África, donde las montañas, el mar y el desierto marcan fronteras naturales. Si exceptuamos el conflicto del Sahara occidental, no encontramos en el norte las guerras que vemos en el resto del continente. En el norte, una vez vencidos los colonialistas, hubo una mayor y duradera estabilidad. No todo es cosa de la geografía, tampoco nos pongamos muy deterministas. Hay problemas tribales, religiosos, ideológicos, económicos, pero no son tan importantes en el norte como en el resto de África. No obstante, tengo que reconocer que yo de África ignoro mucho. Así como conozco muy bien América, África se me escapa. Es una de mis lagunas de conocimiento. Del norte sí sé algo pero del resto muy poco. 

V.G.P.: Fue particularmente atroz el colonialismo belga en el Congo.

D.M.R.: Aquello fue brutal. Además, por si alguien no conoce el asunto, el Congo no era una colonia belga sino, estrictamente, una propiedad del rey, de Leopoldo II, uno de los grandes genocidas del mundo contemporáneo.

V.G.P.: Los conflictos del Congo y de esa África central es algo terrible para la humanidad. Siempre hablamos de la Amazonia pero África es otro de los pulmones del planeta y se está quemando y destruyendo para plantar soja y otros productos de interés para los países ricos. Y esto nos lleva de nuevo a esa visión cortoplacista de la que hablábamos antes.

D.M.R.: Es cierto. No obstante hay algunos cambios significativos que nos permiten tener un poco de optimismo. En Silincon Valley, en California, el centro del capitalismo tecnológico, llevan yá casi dos décadas reclutando personas que estudiaron filosofía o disciplinas cercanas, como la antropología o la sociología. Es más, el número de estudiantes de filosofía en los países más avanzados creció en casi un cuarenta por ciento en los últimos cinco años. Y aquí, en lo que yo llamo muchas veces Españistán, se lanzan ahora a recorrer caminos que los más avanzados están desandando. Los manager aquellos de California se dieron cuenta de que la ética, la estética, el conocimiento clásico, la empatía, la cooperación...., todo lo que tiene que ver con las humanidades, con el conocimiento clásico, es importante, no sólo desde un punto de vista moral, sino para el propio desarrollo económico. Es decir, que hasta son útiles para seguir creciendo y, en último término, ganar dinero. Se han dado cuenta también del valor de los cuentos tradicionales, de determinados rituales esotéricos, de la carga ética que poseen algunos pensamientos religiosos, porque tienen enseñanzas que, además de ayudar a comprender, son útiles, en el sentido más vulgar de la palabra. Hay que tener en cuenta que, desde que salimos del paleolítico, los humanos no hemos cambiado mucho. A un paisano del Pozu'l Ramu, lo que algunos llaman Tito Bustillo, o de la Peña Candamo le das un ordenador y sabría manejarlo.

V.G.P.: Le costaría bastante, ¿no?

D.M.R.: No mucho más de lo que costó a mí. Cuando yo tuve mi primera calculadora, una Texas, allá por el 73 o el 74, no llegué a manejar todas sus funciones. Pasar de lo analógico a lo digital no me costó menos de lo que le costaría a un antepasado de aquellos. ¿Usted cree que Sócrates o Platón no habrían aprendido a manejar un ordenador? Pues hablamos de gente de hace dos mil quinientos años. Y las pirámides se construyeron todavía mucho antes, mientras que los mayas tenían un conocimiento astronómico impresionante. El cerebro humano no cambió demasiado en ese tiempo. Lo de los nativos digitales es una chorrada. Una cosa es utilizar una máquina y otra pensar como ella. De hecho, no existe la inteligencia artificial. Toda inteligencia es humana, o natural, si queremos ampliar el campo. El silicio no piensa. Eso lo hace el carbono. Cuando tratan de vender un nuevo programa para cualquier dispositivo lo anuncian como intuitivo. Y, ¿qué es eso? Pues recurrir a lo analógico para que lo entendamos. Te ponen un icono con una sonrisa y sabes que eso es bueno, te ponen un círculo rojo y sabes que no se debe hacer. Los colores de peligro en tránsito suelen ser amarillo chillón y franjas negras, que es la señal de alerta que, desde la noche de los tiempos, recibimos y decodificamos, por ejemplo, ante una avispa, una salamandra o un gran felino. Recuerde las películas del Oeste: los indios, que muchos estaban en el equivalente al paleolítico europeo, aprendieron en poquísimo tiempo a utilizar rifles de repetición, que llevaban junto a flechas y utensilios de piedra. Seguramente los anglosajones pensaban que eran incapaces de hacerlo, como también los consideraban incapaces de estructurar cuerpos de caballería. Y les costó dos siglos doblegar a aquellas gentes.

V.G.P.: Lo que quiere decir es que sólo evolucionó la técnica, pero no nuestra manera de pensar.

D.M.R.: No me atrevo a ser tan categórico, pero creo que la base de nuestro pensamiento es la misma. Soy de los que piensan que el lenguaje moldeó nuestro cerebro y nuestra especie lleva comunicándose con códigos lingüísticos muy complejos desde hace miles de años. Es más, puede que estemos retrocediendo en la evolución si nos empeñamos en seguir hablando como nuestras máquinas. Pero incluso lo de la técnica es muy relativo. Hace unos años estuve viendo la catedral de Cuenca y había unas montones de piedras que habían quitado para restaurar el edificio y no sabían cómo volver a colocarlas. No sé si lo habrán resuelto ya, supongo que sí, pero entonces los técnicos andaban muy despistados. No lograban saber muy bien cómo lo habían hecho los medievales aquellos que, seguramente, sabrían de trigonometría y poco más. 

V.G.P.: ¿No sería que faltaba alguna piedra o que hasta podía sobrar alguna otra?

D.M.R.: Pues es posible, como también es posible que actuara la casualidad cuando levantaron la torre. Siempre podemos pensar también que la divinidad iluminó a los canteros masones y les dio la sabiduría de Salomón, pero eso yo tiendo a creerlo poco. Yo es que, más que no creyente, soy de poco creer.

V.G.P.: A mí me encantaría esa última posibilidad, pero es que me puede mi vocación literaria, mi cara de novelista.

D.M.R.: Lo supongo. Es una tentación, esta del mito literario, muy comprensible. Yo, como ya le dije el otro día, suelo leer sus columnas de prensa pero no había leido nada de otro estilo. Pero, después de nuestras conversaciones, me entró la curiosidad y ya estoy en ello.

V.G.P.: ¿Sí? ¡No sabe lo que me alegra!

D.M.R.: Estoy con La isla de las musas.

V.G.P.: Ahí soy un poco oscura.

D..M.R.: Es una autora un poco perversa.

V.G.P.: Soy algo cruel.

D.M.R.: Puede ser, pero yo la veo como perversa en el sentido más estricto, en el clasico, en el de la per-versión.

V.G.P. Me encanta Shakespeare. Aunque también Calderón de la Barca.

D.M.R.: Es curioso que a quien escribe novela como la suya le muevan dramaturgos tan clásicos. A mí Calderón no me tira mucho, la verdad, pero Shakespeare sí. Y Shakespeare no es perverso, salvo cuando saca lo mejor de sus peores personajes. Seguramente que a usted le gusta lady Macbeth.

V.G.P.: Sí, es cierto. ¡Me tiene calada!

D.M.R.: Tal vez sea usted más transparente de lo que piensa. Yo soi un gran admirador de Shakespeare. Y cada vez que vuelvo a él encuentro cosas nuevas. Por ejemplo, Hamlet es un gran contemporáneo, un hombre de hoy, de un tiempo en el que el sujeto y la ley pierden su esencia, su fundamento. ¿Para qué necesita el padre muerto que Hanlet actúe? Esa es la vesión actual de la duda del príncipe danés. Pero me gustan mucho sus obras menores, como Mucho ruido y pocas nueces, y, sobre todo El sueño de una noche de solsticio, que suele traducirse erróneamente como sueño de una noche de verano.

V.G.P.: Así es como yo la conozco.

D.M.R.: Pero es un error. El término inglés midsummer night se corresponde a noche de solsticio o noche de san Juan.

V.G.P.: ¿Por qué le gusta esa obra en particular?

D.M.R.: Es una obra única en la producción de Shakespeare. Abandona los palacios y las grandes tragedias de reyes y grandes señores, Ricardo, Enrique, Macbeth, muy clasicistas, algunas de ambiente exótico para un inglés, como Romeo y Julieta o como Otello. En esta obra solsticial se adentra en el mundo élfico, en la mitología atlántica, naturalista y fantástica a un tiempo. A mí Shakespeare, además de como autor, me fascina como personaje. Tiene hasta una leyenda en torno a sí, en torno a quién era en realidad. Pero a mí me parece un hombre normal, muy vivaz, con una relación con su madre muy particular. Debió sufrir lo que hoy llamamos acoso escolar. Su padre fabricaba guantes y él refleja en alguna obra con mucho detalle cómo era esa actividad. Y es perspicaz. Dice, por ejemplo, no sé donde, seguramente en Macbeth, que "quiero ser tan poderoso como el rey de España y tan rico como el rey de Portugal". Inglaterra aún no es el imperio marítimo que llegó a ser y esa diferencia entre poder y riqueza refleja muy bien lo que estaba cambiando en el mundo. Y no sólo era un cambio conceptual en política, sino también en ciencia: era el triunfo del positivismo, la gran contribución inglesa al conocimiento, la de Bacon, Hume, Berkeley...

V.G.P.: Como vamos ya mal de tiempo y pasado mañana me despido de estas semanas llevando el programa de verano, confesaré que soy kantiana.

D.M.R.: Todas las buernas personas somos kantianas. Yo soy bastante repunante, algo insoportable a veces, pero me tengo por buena persona. Antonio Machado lo cantó con un "¡Tartarín de Kenigsberg!,/con la mano en la mejilla,/todo lo llegó a saber". Y Machado era "en el buen sentido de la palabra, bueno". En aquel pequeño pueblo rural de la Prusia oriental, un hombre de poca envergadura física descubrió los mismísimos límites de la conciencia. Sus tres críticas de la razón son, aún hoy, la meta de la filosofía. Luego llegó su compatriota Hegel y tiró todos los muebles por la ventana y, más tarde, su también compatriota Marx lo racionalizó de una forma económica bastante burda. Somos víctimas de un ajuste de cuentas entre alemanes. Aunque mis amigos me dicen que soy "un maldito positivista". Bueno, seguramente tengo un poco de todo. Pero, querida amiga, la paz perpetua que imaginó Kant se ha convertido en un desideratum utópico. Pero él sigue vivo.

V.G.P.: Es una buena forma de poner punto final al programa. Muchas gracias, profesor Rivas, por estas semanas de conversación, tan rica y con tantas cosas de tanto tipo.

D.MR.: Lo mismo le digo, Verónica. Ha sido un placer conocerla.

V.G.P.: Seguiremos viéndonos, hablando, leyéndonos... Buenas tardes.


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