"Las corridas de Gijón fueron un intento de atraer al rey"


Monchi Álvarez: Ayer comenzó la feria taurina de Begoña, ustedes ya lo saben, y la pregunta que me quiero hacer es la siguiente: ¿Asturias es taurina?, ¿Gijón es de toros?. O, incluso mejor: ¿Asturias y Gijón siempre fueron de la fiesta? Para responderme a estas cuestiones necesito la opinión de un célebre humanista del país astur como David Rivas. ¿Qué tal?

D.M.R.: ¡Hola, Monchi Álvarez, viejo amigo, mi playu favorito! Incido en lo de playu porque para la gente de Cimavilla una persona célebre es una persona ocurrente, ingeniosa, no como en español. Mi abuelo, un playu la utilizaba mucho y yo la heredé. Es una de esas palabras que se consideran malos amigos entre lenguas de origen común.

M.A.: Comprendido. Toros y Asturias, toros y Gijón.

D.M.R.: Lo primero que debo decir es que me sorprendió mucho el pregón de Pilar González del Valle en la apertura de la feria taurina de Gijón. Como profesor y como investigador, aunque no especialista en el asunto, me parece que su texto revoluciona toda la historiografía medieval asturiana.

M.A.: Hablaba de una larguísima tradición taurina en Asturias.

D.M.R.: Eso es lo que me llama la atención, las referencias históricas. Afirma, que Asturias es la cuna de las fiestas taurinas, como se desprendería de que en la corte de Alfonso II, hablamos del primer tercio del siglo IX, había corridas de toros todos los días importantes. Es una pena que esa aportación a la historiografía se quede en un pregón de una plaza de toros de segunda clase. Yo espero verla publicada en alguna revista académica rigurosa, sin duda con sus notas remitiendo a textos de la época, una época con pocos documentos, con epigramática confusa, muy influída por interpretaciones decimonónicas alejadas de las corrientes positivistas... Es que parece ser que esta mujer posee algún documento desconocido y que sería fundamental que lo pusiera a disposición de los medievalistas.

M.A.: Me temo que usted no se cree esa historia,

D.M.R.: Es mentira, todo es una patraña basada en un juego de palabras. Vamos a ver. Podría ser que hubiera toros en el Oviedo del siglo IX y también después. Cuando Carlos de Gante, el primero o el quinto según los gustos de cada cual, llegó a Villaviciosa, escribe Laurent Vital que "se corrieron toros". Pero, ¿qué significa correr toros? Ese correr, que da origen a la corrida puede ser cualquier cosa, pero nos remite más a una práctica ganadera de llevar bovinos de un lado a otro, corriendo por las calles con gran jolgorio. Sería más un encierro, pero que no termina necesariamente en una matanza en un ruedo. Puede que se sacrificara algún ejemplar y puede que fuera a lanzadas, a pie o a caballo, pero sería un deporte de señores o guerreros, no una costumbre generalizada. Todo el mundo sabe de la caza del zorro, a caballo y con perros. ¿Alguien puede creer que la mayoria de los ingleses sigue esa costumbre? No, evidentemente. ¿Cómo es posible que en Asturias existiera tradición taurina cuando nada dicen de ello durante siglos los cronistas, los obispos, los notarios, los militares? ¿Cómo no hai rastro del asunto en el arte, en la pintura? ¿Cómo tampoco leemos nada en la prensa del XVIII y del XIX? Pero voy a ir más allá. Los toros ni siquiera son animales totémicos en la cultura asturiana. Hai un par de leyendas con toros peleando para delimitar propiedades, como vemos en el blasón del concejo de Yernes y Tameza, también presente en Irlanda, pero nada más. Aquí los animales totémicos eran el oso y el caballo, y algo menos el lobo y el jabalí.

M.A.: ¿Nunca hubo espectáculos similares a una corrida?

D.M.R.: Tal vez sí. Todos los pueblos, todas las naciones, todos los grupos humanos torturaron y mataron animales, también personas. Se sacrificaban ovejas o bueyes, se entregaban hombres y mujeres a grandes felinos, se quemaban brujas, se despeñaban niños, se arrancaba el corazón a prisioneros... Pero llegó el Renacimiento y después la Ilustración. Sólo, hablo de Europa, en los países más atrasados quedó la cosa. Ahí está la diferencialidad de España, de un poco de Portugal y de un poco de Francia. Y resulta que Asturias era un baluarte de la Ilustración en Europa pero, especialmente, en el reino de España.

M.A.: Los ilustrados asturianos mui taurinos no eran.

D.M.R.: Todos ellos se manifestaron contra los toros. La lista es larguísima, desde el XVIII hasta hoy: Bances Candamo, seguramente el más beligerante en su tiempo; Benito Feijoo, el gran avanzado de la primer Ilustración; Clarín, que era concejal de Oviedo cuando derribaron la plaza de toros y dijo aquello, no es textual, de que "esta ciudad demuestra su amor a la cultura y a la civilización"; Palacio Valdés, un hombre muy moderado; Darío de Regoyos, que plasmó en sus lienzos el horror de la tauromaquia; Teodoro Cuesta, otro conservador, que escribe un poema atroz después de asistir a una corrida en Madrid, en el que dice que hay que huir de una gente que no entiende la fiesta sin muerte; el escritor y crítico José Francés; la conocida como la sufragista de Llanes, María Luisa Castellanos, muerta en el exilio... Y, especialmente, como creo que todo el mundo sabe, amigo Álvarez, Xovellanos.

M.A.: Eso es. Otro gran playu.

D.A.R.: Y allí reposa, en su Cimavilla. Casi todo el mundo medianamente culto sabe de la inquina de Xovellanos hacia la tauromaquia. Pero tal vez pocos saben que tiene un poema en el que nos dice, hablo de memoria, que en la corrida "se eterniza el padrón horroroso de la infamia". Y en lo más conocido sobre el asunto, en su Informe sobre los espectáculos públicos, escribe que nunca los toros fueron ni tradición ni espectáculo en Asturias. Y dice más: que es un espectáculo contrario a la educación pública. Y un ilustrado como Xovellanos vincula la educación pública a la cultura, a la civilización, a la humanidad. Es más: Carlos IV prohibió las corridas de toros. ¡Claro!, es que Xovellanos era su primer ministro. Pero el ilustre gijonés, que debía ser muy hábil y muy florentino, no sólo esgrimió razones éticas y políticas, ni quiso aparecer como un afrancesado o un liberal a la inglesa, sino que acudió a la historia más sagrada. Hernando de Talavera, asesor principal y confesor de Isabel la Católica llevó a la reina castellana a, no prohibir, porque eso no podía por mor de los fueros municipales, pero sí a mostrar animadversión por la tauromaquia. Talavera labraba en tierra abonada: la reina era contraria a esos festejos, como lo era su madre, Isabel de Avis, y lo había sido su abuela paterna, Catalina de Lancaster. Pero es que incluso Pío V, el papa de Lepanto, donde España llegó al éxtasis, censuró las corridas y emitió un dictado que instaba a que ningún cristiano participara en ellas, ni como actor ni como espectador.

M.A.: ¿Usted piensa que las corridas de toros tienen futuro, no sólo en Asturias, sino también en España?

D.M.R.: Creo que ese espectáculo tan vil tiene sus horas contadas. La gente joven, incluso en lugares emblemáticos como Madrid o Sevilla, abomina de esas cosas. En España, en el conjunto del reino, hai más aficionados a la ópera que aficionados a los toros. Eso por hablar de un espectáculo minoritario y que no es muy barato por lo general. Los españoles puede que mayoritariamente no se opongan a la tauromaquia, quizás porque la ven como algo tradicional, como algo suyo, pero, desde luego, no van a las plazas. Mire, Álvarez: en Asturias los seguidores de los bolos llenarían cinco plazas como la de Gijón. ¡Y no hablemos del fútbol o incluso de los rallies!

M.A.: Además es un espectáculo muy clasista, no es algo popular, al menos aquí, en el país astur.

D.M.R.: Yo en ese tema no entraría tanto. El aspecto de clase no es importante. Es verdad que los toros es más bien cosa de pijos pero también hay sectores populares que tienen afición. El barbero que nos medio arreglaba los pelos a los críos cuando yo tenía seis o siete años, Pepín, más asturiano que la Santina, era mui forofo. ¡Hasta tenía un perro de color canela que se llamaba Chamaco! Chamaco, por si no lo saben los oyentes, era el nombre artístico de Antonio Borrero, un torero de Huelva muy aclamado en los cincuenta y sesenta. ¡Fíjese como era Pepín para que yo recuerde este asunto! Yo nunca diré que no hay asturianos aficionados a los toros, como también los hay a hacer edificios con palillos, al sadomasoquismo o a la competición de comer huevos cocidos.

M.A.: Ya, comprendo.

D.M.R.: Pero eso de las clases me lleva a otra reflexión, más bien a una exposición. Decía la pregonera de El Bibio que Asturias era la cuna de los toros. Pues no. Eso es una mentira. Así de simple y así de radical. Pero sí que fue Asturias cuna de lo contrario, del antitaurinismo. ¿Por qué se extienden los toros por toda la península, junto con el flamenco? Todo empieza con el golpe de Fernando VII en 1823 y el fin del trienio liberal. De una tacada, el rey felón, tras ejecutar a nuestro compatriota Riego, cierra las universidades, se incauta del Ateneo de Madrid, reinstaura la Inquisición y, a cambio, crea la Real Escuela de Tauromaquia. A la vez, coge el flamenco, un folclore local, y lo convierte en rasgo identificativo. Y con toros y flamenco, con espectáculos gratuitos, con política de pan y circo, va ganando voluntades y adhesiones. Es el ¡vivan las cadenas!, muy amparado por la iglesia más atrasada y cerril de la cristiandad. El toreo no era tan local como el flamenco, porque en Castilla estaba arraigado, por mucho que le molestara a la mismísima reina católica, pero era ajeno a la cultura atlántica. Tanto Asturias como Galicia, también Canarias, no estaban afectadas por el virus taurino, y siguen sin estarlo. En la cultura mediterránea, entre la que podemos situar a los vascos, era otra cosa. Allí si había un sustrato que Fernando VII aprovechó bien. Y en las Españas del otro hemisferio tampoco triunfó la cosa, salvo en el actual México y un poco en los actuales Perú y Colombia. Y, claro, Fernando VII chocó con lo que quedaba de Ilustración, que tenía su principal trinchera en Asturias. Este país estaba plagado de liberales, incluídos clérigos de gran renombre, ilustrados, francmasones... También contaba con una universidad floreciente, una historia de resistencia al centralismo y, evidentemente, con una población rural mayoritaria que desconocía por completo la fiesta de los toros.

M.A.: Pero hablaba usted de las clases sociales.

D.M.R.: Sí, sí, ya lo sé, pero es que, defecto profesoral seguramente, me veo obligado a contextualizar. El proletariado industrial, del que también es vanguardia el asturiano, se opone rápidamente a la tauromaquia. En 1899, aún hablamos del XIX, los socialistas celebran un mitin en Gijón contra las corridas de toros. Y ya más tarde, como cualquier gijonés y asturiano medianamente culto sabe, llegó el apoteosis. El día de Begoña de 1914 se reunen 4.000 personas en Gijón para protestar contra las corridas de toros. Hablamos de 4.000 personas en una villa que entonces no pasa de 55.000 habitantes. Es como si hoy hubiera en Gijón una manifestación de 25.000 personas, pero sin redes sociales, ni teléfonos, ni internet, ni autobuses, ni coches particulares. ¡Una barbaridad! A la cabecera de la marcha va Aniceto Sela, rector de la Universidad de Oviedo. La marcha la convoca la Sociedad Antiflamenquista Cultural y es apoyada por otras muchas instituciones. Por hablar de las más notables podemos recordar a la Asociación Popular de Cultura e Higiene, el Ateneo Obrero y el Grupo de Divulgación Libertaria. Ahí ya está la clase obrera, los anarquistas y los socialistas, especialmente los anarquistas, corriente mayoritaria entre el proletariado gijonés. La CNT no apoya oficialmente para no ideologizar la protesta pero sus banderas ondean en la campa de El Coto, frente a la plaza de toros, porque entonces era terreno despejado por completo. Aquello acabó con una romería, una fiesta de prau tradicional, con comida, sidra, voladores, gaita, bailes, juegos infantiles, bolos... En aquel momento los republicanos y el movimiento obrero consideran el espectáculo taurino, lo podemos leer en la revista El Rayo, como algo ajeno a su tierra y como un elemento alienante para las clases populares. No olvidaban el origen del asunto, que no era otro que la política de la dinastía borbónica, desde Fernando VII hasta el entonces rey, Alfonso XIII. Un poco más tarde, el muy templado Alas Argüelles, que fuera rector de la Universidad de Oviedo y fusilado en 1937 por los fascistas, con gran recocijo de los ovetenses de bien, escribe que los toros es un espectáculo "vergonzoso" y pide que, al menos, lo alejen de las villas asturianas, villas que describía como prósperas y que nada tenían que ver con las ciudades de la meseta, sometidas "al cuartel y a la iglesia". El diagnóstico del rector Alas es meridiano, de una claridad manifiesta.

M.A.: Profesor Rivas, si usted fuera mañana alcalde de Gijón, ¿qué haría con la plaza de toros?

D.M.R.: Es una hipótesis absurda. Aparte de que yo ya no aspiro a nada, ni siquiera vivo en Gijón, sino en Villaviciosa. Yo algo sé, y poco, de cultura, pero soy un ignorante en política cultural. Supongo que la reconvertiría en algo polivalente, para que cupieran muchas cosas distintas. No lo sé, la verdad. Sé para lo que no la utilizaría. No sería un lugar de tortura y sufrimiento. Y que conste que no soy un animalista de los de ahora. Para mí esto no es una moda ni llevar una chaqueta verde porque esté en boga. Vengo pensando lo mismo sobre los toros desde hace cincuenta años, toda la vida. Sobre esto siempre me llamó la atención lo de Gijón. La anterior alcaldesa, que caía mal y seguramente con motivos, tenía razón. Se puede tener razón y no ser simpático. La democracia no obliga al alcalde a ser simpático. Tal vez sea al revés: a veces hay que ser bastante borde para respetar la democracia y hacer triunfar la racionalidad. Lo de los toros debería haberlo hecho al principio de su mandato y no al final. Pero lo llamativo es que Gijón, una ciudad sin tradición taurina popular, de cinco alcaldes que tuvo tras la muerte de Franco, tres eran taurinos. Todo empezó con el andalucismo de Felipe González y Alfonso Guerra, que rescataron la tauromaquia de una muerte asegurada. Y aquí Álvarez Areces y Fernández Felgueroso, asiduos del palco de la sangre, remataron la faena, y nunca mejor dicho. Los términos taurinos están muy metidos en el lenguaje popular. Luego llegó Carmen Moriyón, taurina como buena señorita y andamos como andamos. Sólo José Manuel Palacio y Ana González se significaron contra, como decía Machado, "la sangre de los toros y el humo de los altares". Es decir, que cuando acabe este mandato recién iniciado Gijón habrá tenido 40 años de alcaldías taurinas y sólo 8 contrarias al espectáculo. Esto evidencia la superposición de dos estructuras socioculturales. una minoritaria taurina, pero dominante políticamente, y otra mayoritaria y antitaurina, pero subalterna políticamente.

M.A.: Pero llama la atención que Gijón tenga una plaza de buena factura para que no haya afición. ¿Eso cómo se come?

D.M.R.: Es una buena pregunta. La plaza es guapa. Siendo yo niño me parecía un pastiche, con ese estilo neomudéjar o algo así. Pero entonces estaba en un entorno prácticamente rural, a la vera de lo que era la carretera de Villaviciosa. Hoy, rodeada de edificios mucho más feos, hasta puede gustar. Yo no la derribaría, desde luego. Pero, yendo a la pregunta, ¿cómo sin afición hay una plaza tan grande y tan guapa? Y es de 1888. No tiene gran historia pero no es de anteayer. Tiene un aforo de 10.000 personas, cuando en 1888 Gijón tenía 35.000 habitantes. Eso, de ser por afición, significaría que cuatro de cada diez gijoneses iban a los toros. Imposible. Si hacemos una traslación al día de hoy El Molinón necesitaría 70.000 asientos como mínimo. La clave está en la Restauración. Las corridas de toros en Gijón fueron un tributo a los borbones. Me explico. En aquellos años el rey y su familia, más inteligentes que los actuales, veraneaban en el Cantábrico y las ciudades de ese mar competían para llevarse el premio, que no era otro que el de fidelizar al rey. Entonces el rey arrastraba cientos o miles de cortesanos y de tiralevitas que alquilaban, compraban o construían cerca del monarca. Y las ciudades se esmeraban en hacer hoteles, teatros, balnearios, clubes de regatas y, también, plazas de toros. La plaza de toros de Gijón se edifica para dar prestancia a la ciudad, para recibir a los ilustres visitantes. Daba lo mismo que los gijoneses y los asturianos en general fueran o no fueran. De ahí viene ese clasismo del que usted, Álvarez, hablaba antes: las casas bien iban a los toros porque estaba el rey, o la infanta, o la reina, o el pelamangos de turno. Fíjese en una cosa: tenemos Real Club de Regatas de Gijón, Real Sporting, Real Oviedo, Real Avilés, Real Balneario de Salinas... Todas esas coronas se las dio Alfonso XIII. Quien se pregunta cómo es que con tan poca afición hay una plaza tan grande, poniendo en duda eso de que la afición es pequeña, es un tanto estúpido. Yo pregunto: ¿por qué el palacio de Versalles es tan grande si el rey sólo tenía una mujer y tres hijos? Es más, ¿por qué un hombre que síempre viaja sólo tiene una berlina de lujo de cinco plazas y una potencia impresionante? Pues porque representan un estatus y manifiestan el poder y la riqueza. Si recorremos media Asturias sin conocer la historia, llegaríamos a la conclusión de que, o las palmeras son autóctonas o su cultivo era una tradición popular muy arraigada entre la gente.

M.A.: Está claro: había que hacer la pelota, ser pelotari del rey. Digo lo de pelotari sin nada que tenga que ver con el juego de pelota vasca.

D.M.R.: ¡Bueno! Me lo pone usted ni que pintado con eso del pelotari. La batalla por la residencia real la ganó San Sebastián. 

M.A.: El rey se fue a San Sebastián.

D.M.R.: San Sebastián seguiría siendo poco más que un puerto pesquero, de menor importancia que otros cuantos del País Vasco, Cantabria y Asturias si no fuera por Alfonso XIII y sus veraneos. Con la opción donostiarra por parte de los borbones lo de Gijón murió y la plaza de toros quedó en una segunda categoría y condenada a no llenarse nunca, ni siquiera ahora, cuando en agosto la villa ronda el medio millón de personas.

M.A.: Aquí lo dejamos, profesor Rivas.

D.M.R.: Muy bien.

M.A.: Creo que a usted y a mí nos van a mandar una cesta estas navidades las peñas taurinas.

D.M.R.: Tal vez nos la mande Barbón. Me gustó hoy: muy contundente con lo de los toros. Reconoce que no puede prohibir la barbaridad, lo que dice bastante del régimen autonómico, pero que le repugna. Su frase de "si alguien piensa que el toro no sufre, que se lo hagan a él", es lapidaria e incluso un tanto brutal.

M.A.: Fue muy sincero en este caso.

D.M.R.: Aunque no sirva de gran cosa, es un gesto de agradecer.

M.A.: Un abrazo.

D.M.R.: Lo mismo.


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