"La navidad portuguesa es familiar, solsticial y católica"


 Alejandro Fonseca: Nos vamos a Portugal, Monchi Álvarez, y a un recorrido histórico por el país vecino.

Monchi Álvarez: Una casa portuguesa en la que hoy vamos a buscar tradiciones, las tradiciones de "estas fiestas tan entrañables", frase que nunca se dijera en la radio ni en la televisión. ¿Coincidimos con los portugueses en tradición navideña? ¿Y quién sabe contarlo?: pues David Rivas.

A.F.: David Rivas, ¿qué tal?, buenas tardes.

M.A.: ¡Hola!

David M. Rivas: Buenas tardes, amigos, buenas tardes.

A.F.: Hablemos entonces de las tradiciones navideñas de Portugal

D.M.R.: Como ya vimos otras veces, al hablar de las tradiciones populares, de los mitos, de las leyendas, Portugal es un país muy uniforme, unificado muy pronto, cristianizado muy tempranamente, pero que tiene algunas diferencias según las zonas, también en cuanto a la navidad. Estas fiestas son muy familiares, como corresponde a un país de base católica, muy similares a lo que vemos en España, en Austria, en Irlanda, en Polonia, pero con ciertas peculiaridades y con algunas semejanzas muy llamativas con tradiciones muy específicas de Asturias. Tal vez en Portugal se mantenga ese carácter familiar de la navidad con más fuerza que en otros lugares porque su pasado campesino, rural, de villas pequeñas, es un pasado muy cercano y, además, su estructura demográfica no está tan envejecida como en la mayor parte de Europa. Es decir, que las instancias familiares son más fuertes que las que encontramos en otros países. Como es lo propio de la tradición católica, en las casas ponen nacimientos, no belenes, no grandes paisajes bíblicos, sino lo que llamamos misterio, la familia sagrada en el portal, en el establo, a lo sumo con algún ángel y algún que otro pastor. No vemos en los hogares portugueses demasiados árboles, los abetos de tradición centroeuropea que hoy están muy generalizados en todo el continente. Se ponen y se adornan, evidentemente, pero no son aún algo típico de estos días. Sí adornan las mesas y las puertas con muérdago, con nuestro arfueyu, pero no son muy de las ramas de acebo. La decoración hogareña es muy católica, muy de Francisco de Asís, por decirlo de alguna manera. Sí encontramos un nacimiento muy curioso en Madeira, lejos del Portugal continental, que llaman a lapinha. Se trata de una especie de belén recreado en una escalera de tres peldaños. El primer peldaño está decorado con plantas de lenteja, el segundo con plantas de centeno y el tercero con plantas de trigo. Es una tradición con una gran carga simbólica. Arranca de lo más básico, lo más pobre, lo más material, que es la lenteja. Ya en el antiguo Egipto las lentejas eran el sustento de los trabajadores más bajos en la escala social, los que, por ejemplo, acarreaban piedras para la construcción de obra pública y monumentos religiosos. De ahí viene eso de "hoy lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas"; y también lo de "contigo pan y cebolla", porque con cebolla y con pan de harina de lenteja se alimentaban los pobres. Y se va subiendo la escalera por los cereales panificables, donde el trigo era la base del pan sacerdotal, como lo sigue siendo en los ritos judíos, cristianos y musulmanes. Pero es que en el tercer peldaño hay una lámpara de aceite encendida, que representa la iluminación, el conocimiento. Y junto a esa lámpara está el niño, el niño Jesús, que no está acostado en un pesebre, sino en una concha, en una vieira, en una lapa. De ahí viene ese nombre de a lapinha. Esa concha es el símbolo de Venus, como todos recordarán del cuadro de Boticelli, la diosa, el pensar mítico femenino frente al pensar racional masculino de Apolo. Es algo muy interesante porque el niño no aparece como algo singular, sino como fruto de la madre, algo que recoge el culto a la Virgen, un culto muy popular en toda la tradición católica, pero que enlaza con tradiciones mucho más antiguas, tal vez von la gran tradición de los alquimistas del gótico.  

A.F.: Es una mitología casi completamente social.

D.M.R.: Refleja lo social sí, como también lo sacerdotal, pero, sobre todo es simbólica: los tres peldaños, el número tres, la trinidad, el delta divino, el ojo de Horus, los tres órdenes medievales, el maestro iniciado, las tres grandes luces...

A.F.: Pero esto se ve en Madeira... ¿Y en la generalidad de Portugal?

D.M.R.: Las ceremonias de estos días son las propias de un país católico. La misa de gallo, por ejemplo, es una tradición muy extendida y muy bien conservada, más que en España, porque es un rito más colectivo y no tanto personal. Posiblemente se deba, entre otras cosas, a que esta misa que acaba con el besapiés al niño Jesús no es nocturna sino que se celebra a las siete de la tarde, entre luces podríamos decir. A ello se le añade una tradición de origen normando, llevada por los ingleses, que es la de, tras la misa, encender hogueras, símbolo del triunfo de la luz frente a las tinieblas. Es un rito solsticial. Queman leña y ponen grandes tocones que queman muy lentamente porque consideran que cuanto más dure la madera ardiendo mejor va a ser el año entrante. Y después, con la hoguera aún viva, las familias se van a cenar a casa. Pero también en este rito de fuego encontramos algunas singularidades. Por ejemplo, en la amplia región que va de Trás-os-Montes hasta el Alto Alentejo, las hogueras cumplen una función de cohesión comunal. Se prenden en el atrio de las iglesias o lugares semejantes tras la misa de gallo. Se deja morir la hoguera y la leña que queda, ennegrecida pero no consumida, se trocea y se reparte entre los vecinos para que la lleven a casa. Y desde este solsticio de invierno hasta el equinoccio de primavera se van añadiendo todos los días pedacitos a la leña del lar o de la cocina como rito de protección. Y en el norte, donde la huella céltica es más notable, las hogueras tienen aún mayor importancia. Allí las llaman fogueiras do menino y no dejan que se apaguen hasta el día de reyes, hasta la pascua antigua, la pascua epifánica. En Portugal no celebran la fiesta de los reyes magos, pero sí permanece viva, sobre todo en ese norte, la pascua, la navidad que hoy siguen celebrando los cristianos de Grecia, de Rusia, de Armenia... y que en la Europa católica occidental pervive en la pascua militar, heredera de la tradición de que el 6 de enero el niño Jesús es reconocido como rex, como imperator

A.F.: Entonces Portugal, un país católico, no celebra la noche de reyes, la noche de los regalos.

D.M.R.: No, celebran la noche de Pai Natal, que es Papá Noel, herencia también de la reforma y del presbiterianismo ingles. La historia de los reyes magos es de las más interesantes de la navidad. La catedral de Colonia presume de tener sus restos, concretamente las cabezas, pero tampoco allí festejan a tan ilustres vecinos, sino que los regalos son en nochebuena y los trae Christkind, el niño cristo. Pero volvamos a Portugal y a su extraño catolicismo. De hecho, la monarquía católica portuguesa siempre tuvo sus más y sus menos con Roma. De ahí la preferencia papal por una península ibérica unida bajo la corona española, especialmente con los austrias. En contra de lo que se piensa, el Vaticano nunca tuvo mucha confianza en el reino de Castilla y tuvo una desconfianza total hacia Isabel la Católica, aunque veía con buenos ojos al aragonés Fernando. El caso es que Pai Natal deja los regalos al pie del nacimiento en la noche del 24 al 25 de diciembre. Pero la tradición es aún más rica y más desconcertante. En Portugal tienen gran tradición los mercados navideños, tanta como la que podemos ver en Alemania, Austria, Chequia o Hungría. Desde siempre es conocida la bolsa do natal de Lisboa. Pero es que uno de los más señalados es el de Óbidos, que se celebra bajo los muros de su impresionante castillo. La tradición nos dice, y así lo han creído generaciones y generaciones de niños portugueses, que en los sótanos de ese castillo están los talleres donde Pai Natal fabrica los juguetes. Es una leyenda extraña y de una sincrética mezcla de creeencias, por cuanto los regalos de nochebuena no llegan de lugares remotos. En los países anglosajones creen que Papá Noel lleva los regalos desde el norte, mientras que en Laponia tienen la sorprendente idea de que los lleva desde España. Pero sólo en Portugal sitúan a Pai Natal en un lugar tan cercano como el castillo templario de Óbidos.

M.A.: ¡Qué curioso!

D.M.R.: Como curiosa es la tradición de Benquerença, en la región de Castelo Branco. Allí no se celebra la misa de gallo, sino la noche de as cruzes brancas. Los jóvenes recorren las calles pintando con cruces de  harina las puertas de las casas. Cuenta la tradición que un soldado de Herodes, mientras buscaba a Jesús por las calles de Belén en la noche de la matanza de los inocentes, dio con la puerta trasera del lugar donde se ocultaba María, la madre. Como temía que la mujer estuviera custodiada por leales davídicos, marcó el dintel con harina y corrió a buscar a otros soldados. Cuando, poco después, llegó esa tropa, se encontró con que todas las puertas de la calle estaban marcadas con la misma señal.

M.A.: ¿Y qué nos dice David Rivas de las viandas? Es que yo ya tengo ganas de comer y de cenar.

D.M.R.: Ya me lo imaginaba, Monchi Álvarez, conociéndolo como lo conozco.

M.A.: Sí, es verdad. ¿A qué negarlo? 

D.M.R.: La cena de nochebuena, que los portugueses llaman a consoada, empieza con pulpo a la brasa y con jamón curado. Como a nadie extrañará, el plato central es el bacalao, pero un bacalao preparado de una forma especial. Lo hacen a la forma antiga, con berzas, patatas, zanahorias y huevos, es decir, un plato de bacalao al estilo de nuestro pote. Nada tiene que ver con las decenas de recetas archiconocidas actuales, que tienen algo más de un siglo las más antiguas. Es un plato consistente y barato, propio de un pueblo pobre de campesinos y navegantes. En algunos lugares cambian el bacalao por pavo asado, también una influencia inglesa, aunque en esta ocasión de las costumbres coloniales de Norteamérica, que bien conocían los portugueses por sus andanzas ultramarinas. También en las islas encontramos una gran diferencia: tanto en Madeira como en las Azores realizan unos días antes la matanza, con lo que la cena navideña es un festín gastronómico porcino en toda regla. De postre comen filhoses, unos dulces fritos hechos con harina, huevos, azucar y aguardiente, parecidos a las rosquillas de anís que encontramos en Asturias. Y comen también el bolo rei, un bizcocho relleno de frutas confitadas que podría parecerse al roscón de reyes, que tiene, al parecer, un origen navarro, pero que se convirtió en símbolo pascual en Cataluña y Valencia, con su tortell de reis. También se parece al panettone italiano, de origen napolitano y que allí llaman, siendo su nombre original, paneton. Es muy común también tomar de postre frutos secos y, eso es algo sorprendente, castañas asadas, que acompañan con vinos dulces y con orujos. No quisiera dejar en el tintero una tradición que se va perdiendo pero que aún encontramos en algunas casas del norte, en la zona del Miño-Sil, y también en Trás-os-Montes. Dejan espacios vacíos en la mesa, con sus correspondientes platos, vasos y cubiertos, para que los ocupen unos invitados muy especiales: los muertos. Con ello, con esa invitación a las almas de los familiares desaparecidos, esperan atraer protección para el año que entra.

A.F.: Es una forma de recordar a los que ya no están. Es muy común que las navidades sean un tiempo de especial recuerdo a quienes compartieron antes esas cenas, esas reuniones, algunos desaparecidos muy recientemente y otros no tanto.

D.M.R.: Así es, Fonseca, pero es algo mucho más profundo, antropológicamente hablando. Al ser la navidad un período solsticial está muy relacionada con los ritos de paso. Es el mismo ritual que, muchas veces sin saberlo, repetimos los asturianos cuando el equinoccio de otoño, el samain celta, cuando los muertos se comunican con los vivos, que celebramos la noche del 30 de octubre al 1 de noviembre. Entonces los antepasados regresan para proteger a su estirpe. Hay que tener en cuenta que Portugal, al menos el Portugal que se extiende al norte del Duero, pertenece a esa raiz cultural, aunque la homogeneización con el sur, más de impronta semita, y la temprana cristianización debilitaron esa tradición. Sin embargo, como suele pasar siempre, incluso en las sociedades más tecnificadas y urbanizadas, quedan vestigios.

M.A.: ¿Y la nochevieja?, ¿hay alguna tradición portuguesa que llame la atención en esa noche de fin de año?

D.M.R.: En general no encontramos nada peculiar. Es una noche como la de la mayoría de los lugares en esa fecha, de salir de fiesta, menos familiar y más social, de amigos, bailes, copas... Como dato que evidencia la nula ritualidad es que no hay un menú propio, salvo que la cena suele ser más costosa que la familiar de nochebuena, de mayor despilfarro. Vamos, que los portugueses celebran el año nuevo como casi todos los demás. Con respecto a España, la diferencia está en que en vez de doce campanadas suenan doce petardos y que en vez de doce uvas frescas toman doce uvas pasas.  

A.FG.: Más cómodo eso de comer pasas.

M.A.: Más fácil, desde luego.

D.M.R.: Pues no sé que decir. Yo suelo atragantarme con las uvas, que son suaves y húmedas, así que no tengo muy claro qué me sucedería con doce pasas.

A.F.: Las pasas, si no les haces nada raro, como, por ejemplo, metérselas a la carne asada, son más llevaderas.

D.M.R.: Hay una tradición en el norte, en la región de Bemposa, que llamará la atención a muchos de nuestros oyentes. Allí celebran los días do sino, desde el 26 de diciembre hasta el 1 de enero. Se trata de la tradición del chicalheiro, que consiste en subastar una máscara que otorga al licitante que puja más alto el mandato del cencerro, o sino, que le permite salir a medianoche e ir casa por casa a pedir limosna para la iglesia. Pero este personaje, que va enmascarado, tiene licencia también para actos menos piadosos, como perseguir a las mujeres. Es lo mismo que el guirria de Ponga, que sale en la madrugada del primero de enero y que se corresponde con un ritual de regeneración, de fertilidad. Es una mascarada de invierno, como las que conocemos en Asturias y que también están muy vivas en Portugal, propias, en los dos países del carnaval, del antroxu, del antrojo. Pero las mascaradas, en general, son celebraciones colectivas, como son los sidros o los zamarrones asturianos, salvo en el caso de Ponga con el guirria y en Bemposa con el chicalleiro, que es un único individuo, aunque vaya acompañado. El portugués no tiene tanto colorido, ni pega saltos enormes, ni mancha con ceniza a las mujeres, porque, también en esto, la tradición está más devaluada. 

A.F.: Vemos, profesor Rivas, que culturalmente nos parecemos mucho a los portugueses.

D.M.R.: Ya lo hemos comentado en otras ocasiones. Si comparamos Asturias con naciones con estado, naciones soberanas, es evidente su cercanía a Portugal y también a Irlanda, desde un punto de vista cultural. Pero, además, nuestra relación histórica con Portugal ha sido mucho más intensa, hasta el punto de que el Portugal naciente, allá por los siglos XI y XII, con Alfonso Henriques, es un hijo del viejo reino asturiano, cosa que no lo fue Castilla ni, mucho menos, España. Si ya nos referimos a países sin estado, es evidente que Asturias tiene lazos culturales y étnicos estrechos con Galicia, Gales, Cornualles o Bretaña. De todas formas, y esta es mi opinión personal, los asturianos, de todas esas relaciones culturales, nos acercamos especialmente a gallegos, portugueses e irlandeses. 

A.F.: Muchas gracias, profesor.

M.A.: Buena tarde, amigo.

D.M.R.: Bon nadal a los dos y a su equipo, y a todos los oyentes.


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