"Cualquier economista con dos dedos de frente entiende que la renta social es necesaria"


 

Laura Tuero: Ya va para un mes que el pequeño comercio, la hostelería, el sector cultural y el turismo, tan importantes en Gijón, llevan sufriendo medidas restrictivas, incluso de cierre en muchos casos, y sufriendo una serie de medidas habilitadas para combatir la pandemia. Nuestro grupo municipal de Podemos-Equo está trabajando para que estos sectores, piezas fundamentales de la economía de nuestra ciudad y también de la vida social de los barrios, puedan sobrevivir. Hemos planteado, entre otras cosas, medidas que son imprescindibles, como algunas ayudas directas e inmediatas. Hace tiempo que planteamos el establecimiento de una renta social que, si ya era necesaria antes, ahora es una pieza clave de justicia, para cubrir las necesidades, pero también para mantener la eficiencia económica. La renta social, además de ser un instrumento de equidad, mantiene los niveles de consumo y contribuye a la viabilidad de los comercios de proximidad. También son necesarias medidas propias por sectores, como es, por ejemplo, permitir poner terrazas en la calzada, especialmente en los barrios, que tienen menos espacios peatonalizados que el centro. Queremos profundizar en estas cuestiones con debates y encuentros con diversos sectores y personas, y hoy contamos con David Rivas, doctor en economía y profesor de estructura económica, creo que jubilado hace unos meses, de la Universidad Autónoma de Madrid. Buenas tardes.

David M. Rivas: Buenas tardes. Sí, ya llevo en vida jubilar unos cuantos meses. 

L.T.: La crisis de la covid está afectando a todos los sectores pero es particularmente delicada en el pequeño comercio.

D.M.R.: En general, todas las crisis son particularmente duras para la pequeña empresa porque, también por lo general, el empresario, no sólo tiene menos capacidad, sino que suele existir una confusión entre empresa y persona, entre el negocio y el patrimonio familiar. Por la parte del trabajador estamos ante una situación también complicada. Su capacidad de reacción y de defensa es muy pequeña porque las plantillas son muy cortas, la sindicalización es prácticamente nula y, también, en muchas ocasiones, hay una relación personal con el empresario que no es una mera relación entre capital y trabajo, sino personal, a veces de amistad. Y estas circunstancias son mas acusadas en el caso del pequeño comercio, que es un sector muy intensivo en mano de obra y donde las relaciones personales son aún más estrechas. Por otra parte, hay que entender que estos sectores, el pequeño comercio, la hostelería, todo el entramado cultural local, siendo tan importantes, no son abordados desde la administración económica como se debería. Son sectores mal comprendidos y, por tanto, mal atendidos, desde hace años, como se vio con claridad durante la pasada recesión y ahora en esta pandemia. Y esto es así por desconocimiento pero también por lo que señalaba antes: su escasa capacidad de reacción y de organización, tanto de las empresas como de los trabajadores. Por decirlo de alguna manera, son sectores descolgados en esta última fase del capitalismo, salvo aquellos que han intensificado su capacidad tecnológica, que son punteros en innovación, características que no tiene una barbería, una librería, un café o un puesto de frutas de la plaza. Y la situación es particularmente difícil para la pequeña empresa cultural, al margen de los circuitos protegidos y financiados, como las librerías, los grupos de teatro, las bandas musicales, los payasos de fiestas infantiles... Este sector está completamente abandonado desde el pasado marzo y no hay nada previsto a día de hoy, con el año prácticamente vencido. El otro día leí que las pérdidas de este sector en Asturias son de 15 millones de euros y que, en el caso de Gijón, estaba en juego el 35 por ciento del tejido comercial. Ignoro cómo se hicieron los cálculos pero todo indica que la cosa va francamente mal. Además, también he leído que no llega al 4 por ciento el comercio asturiano con una digitalización desarrollada y que sólo un 23 está medianamente adaptado. Es decir, que un 73 por ciento difícilmente va poder pelear en ese terreno.

L.T.: Se dice que la renta está cayendo, que el tejido productivo se pierde, que también se pierden los empleos de calidad, y que se está repitiendo lo que sucedió cuando la desindustrialización, lo que pasó en las cuencas mineras, por ejemplo, pero que ahora no hay ni siquiera unos programas que amortigüen los problemas.

D.M.R.: Habría mucho que hablar al respecto de la desindustrialización, de los programas públicos de reconversión, de las medidas de compensación, de lo sucedido en Asturias y muy concretamente en las cuencas. Aquello fue un desastre planificado, con vendedores de humo, sindicalistas al servicio de cualquier cosa menos de los trabajadores, desinterés por Asturias y su futuro, por el futuro de los asturianos. Podríamos ponernos a analizar aquel momento y sus consecuencias. Además, la verdad es que yo tengo más conocimiento de la reconversión industrial y del desmantelamiento que del comercio minorista que hoy nos convoca, pero el momento es otro.

L.T.: Efectivamente. Tal vez el ejemplo que puse no es el más adecuado.

D.M.R.: No lo es en un sentido estricto pero sí viene a cuento porque esta crisis actual no la podemos desvincular de un proceso más largo, ni podemos interpretarla, en el caso concreto de Gijón y de Asturias, al margen del modelo político y económico tan aberrante como el que sufrimos desde los años de la transición. El comercio no es sólo ese establecimiento, esa tienda donde vas a comprar un par de zapatos o una docena de pasteles. El comercio de proximidad genera todo un tejido en la ciudad y no sólo económico, sino social, muy especialmente en los barrios. Ese comercio no sólo da servicio al cliente que entra un día a comprar un perfume y, a lo mejor, no vuelve en mucho tiempo o compra el siguiente frasco en otro sitio, sino que forma parte de una red local. Además de los clientes, los propietarios y los empleados de los comercios pequeños suelen ser usuarios y compradores habituales de otros comercios cercanos. Le voy a poner un ejemplo que todos los oyentes entenderán perfectamente. Mi madre vive en el centro de Gijón. Va a cumplir en enero 86 años y fue cliente de la misma peluquería, que la tenía al lado, durante más de treinta años. Su peluquero, ya jubilado hace tiempo, decía que él compraba en la carnicería de enfrente, pedía los cafés para el personal y las clientes a la cafetería de la esquina, tomaba la botella de sidra en el chigre de la plaza, y así todo. La razón era tan sencilla como esta: "si yo doy de ganar a estos comercios las mujeres vendrán a mi peluquería". Estoy seguro de que este peluquero nunca había leído a Keynes ni suponía que hoy íbamos a estar hablando de la economía circular ni del consumo de kilómetro cero, pero era lo suficientemente inteligente.

L.T.: Sí que lo era.

D.M.R.: El comercio pequeño de proximidad tiene una enorme capacidad de recreación, con una gran dinamicidad y rapidez. Hay un ejemplo teórico que nos ilustra muy bien la situación. Un viajero llega a un hotel de la ciudad y pide una habitación. El precio es de 100 euros por noche y, como le parece caro, pide verla antes de decidirse a cogerla. Pero saca previamente un billete de 100 euros y lo deja sobre el mostrador de la recepción mientras sube con el encargado. Una camarera del hotel coge el billete y paga con él una deuda que tiene en la carnicería por los productos que se llevó a casa. El carnicero sale con ese billete de 100 euros y paga los servicios de la lavandería a la que lleva la ropa de trabajo. La dueña de la lavandería paga con esos 100 euros una cena en el restaurante del hotel y que la camarera, haciéndole un favor, adelantó a la empresa. Y la camarera vuelve a poner el billete sobre el mostrador de la recepción. Cuando el viajero ve la habitación decide quedarse en el hotel y el recepcionista cobra y emite su factura. Conclusión: con un solo billete de 100 euros se realizó una compra y se saldaron otras tres deudas. Evidentemente, tal vez este ejemplo no nos sirva para articular políticas frente a la desindustrialización o las grandes crisis energéticas, pero sí para muchas otras situaciones difíciles.

L.T.: Con ese ejemplo que nos pone, ¿podríamos pensar que el comercio de proximidad es fundamental para superar crisis económicas?  

D.M.R.: Tanto como eso no me atrevo a afirmar pero, desde luego, es un sector amortiguador y, además, en determinadas circunstancias, resuelve problemas muy básicos. Ya no estamos en los tiempos de apúntamelo y te lo pago cuando cobre el viernes, aunque en los pueblos y en los barrios obreros sigue funcionando este mecanismo. Pero, desde luego, el comercio pequeño, el de la calle, el de siempre, es un asidero importante muchas veces. Y lo hemos visto, precisamente, en los meses que llevamos de pandemia. Estos comercios son los que resguardaron el bienestar de la gente en los momentos más difíciles, como en los meses aquellos durísimos del confinamiento. Entonces la gente apenas podía moverse a más de cien metros alrededor de su casa, salvo que cogiera el coche y fuera a llenar el carrito a una gran superficie. Fueron los comercios pequeños y las medias superficies los que aliviaron el problema, especialmente en el caso de las personas mayores, muy abundantes en el centro de las ciudades, que viven lejos de los hipermercados y no tienen coche, y muy particularmente en un país como Asturias, terriblemente envejecido.

L.T.: Gran parte de ese comercio estuvo cerrado y sigue cerrado o con restricciones importantes.

D.M.R.: Sí y, dicho sea de paso, no acabo de entender los criterios que la administración tuvo o sigue teniendo. Hace unos días tenía una conferencia en el Ateneo Jovellanos que tuvo que cambiarse por una grabación para emitirla después a través de internet. Como yo vivo en una aldea de Villaviciosa tuvieron que enviarme un certificado para llevarlo en el coche y enseñarlo si la guardia civil me paraba al entrar en el concejo de Gijón. Aparqué en El Náutico y fui a la cita, en la vieja Escuela de Comercio, en El Parchís, y aproveché para pasar por una ferretería en Menéndez Valdés, la de unos viejos amigos, los Quirós, a comprar un par de cosas. En mi paseo de unos veinte minutos me sorprendí al ver cerradas las zapaterías y abiertas las tiendas de compraventa de oro. Quiero suponer que habrá algún motivo razonable para ello, pero no se me ocurre ninguno. Yo, si voy a comprar un sombrero no lo hago acompañado de quince amigos, sino solo o, como mucho, con mi mujer. Me parece suficiente con que la persona de la tienda y yo mismo tengamos puesta la mascarilla, mantengamos una distancia prudencial, nos echemos gel hidroalcohólico en las manos y que en el establecimiento no estemos más de tres o cuatro personas. Otro asunto distinto es el establecimiento en el que la aglomeración es más factible, como es el caso de parte de la hostelería, no de toda la hostelería. Pero ahí la casuística es muy amplia. Pero lo de la compraventa de oro no lo entiendo. No comprendo que entre en la misma categoría que las farmacias, los quioscos de prensa o la alimentación.

L.T.: También hemos visto el mal funcionamiento de las maquinarias burocráticas, con unas administraciones echándose las culpas unas a otras, sin que la gente sepa muy bien qué administración es la responsable de cada cosa.

D.M.R.: Este es un asunto vital y que, una vez más, se ha comprobado que no está resuelto. En primer lugar, es muy difícil aclararse y lograr eficacia y eficiencia en un sistema autonómico falseado y tramposo, donde no todas las comunidades tienen las mismas competencias, lo que nos lleva a disfunciones entre los distintos ejecutivos pero también a un guirigay judicial, porque no todos los tribunales pueden juzgar las mismas cosas. El caso de Asturias es ejemplar, ejemplar en la impotencia y el desconcierto. El propio presidente Barbón lo reconoce: cuando quiere tomar una decisión que considera necesaria no lo puede hacer porque no tiene competencia para ello. Los asturianos estamos pagando el precio de unos partidos políticos, el PSOE particularmente, que no quisieron tener competencias y que estarían muy contentos de no tener ni tan siquiera las que tuvieron que asumir porque no tenían más remedio, porque ya las tenían o las iban a tener las otras dieciséis comunidades autónomas. Pero esta realidad les permite gobernar con la enorme ventaja del hipócrita: como no tienen competencias porque no las quisieron tener pueden hacer brindis al sol sin responder ante nadie porque no son responsables. Y, es pura clarificación terminológica, si un gobierno no tiene responsabilidades es que estamos gobernados por irresponsables. Pero, además de esto, las soluciones que están dando, las medidas que están aplicando, en Asturias y fuera de Asturias, no son soluciones reales. Y la razón no está en que hagan las cosas mal intencionadamente o que sean unos inútiles técnicamente porque lo que sí parece evidente es que contamos con técnicos solventes en los laboratorios, en los hospitales, en las universidades. El problema es que estamos ante una enorme incertidumbre y, entonces, por miedo a equivocarse y complicar más las cosas, lo que se les ocurre, para no volver a encerrar a la gente en casa, es hacer lo menos atractivo posible salir a la calle. Si no hay cine, ni teatro, ni partidos en El Molinón, ni chigres, ni librerías, ni zapaterías, ni siquiera escaparates para mirar mientras se pasea, ¿a qué vamos a salir de casa salvo para comprar comida. medicinas, el periódico o, también, oro. A mí me parece una mala política pero, la verdad, si estuviera al frente del gobierno, tampoco sabría muy bien qué hacer, porque, desde luego, el planteamiento de la Comunidad de Madrid me parece un disparate. Y, hablo por lo que me toca, la generalización de estas medidas está causando enormes trastornos en el mundo rural, donde el chigre es el único centro de relación social y en el que, un día como hoy, laborable y de invierno, si hay cinco personas sería ya multitud. Por ejemplo, los quioscos de prensa de las ciudades son tratados como servicios básicos, pero en las aldeas no pueden abrir los establecimientos a los que llegan los periódicos, que son los chigres. Y muchos chigres, aunque no sean estrictamente tiendas, son dispensarios de urgencia. Estamos hablando de poblaciones muy envejecidas, con personas que no tienen coche ni compran por internet. Yo, cada vez que bajo a la villa vuelvo con la compra para casa y también con la de otras casas. Con la coña típica del rural asturiano, no me extrañaría de que acaben llamándome Amazón.

 L.T.: También hemos de atender al papel de cada uno, a nuestras acciones, las de los ciudadanos de a pie, a nuestra responsabilidad. Hemos visto lo de los aplausos desde los balcones al personal sanitario, a los de las basuras, a las cajeras de los supermercados. La gente actuó muy bien, lo hicimos bien, bastante más que bien en Asturias, pero el sistema sanitario mostró sus debilidades y estuvo a punto de colapsar, como bien sabemos los que seguimos el día a día del hospital de Cabueñes.

D.M.R.: Siempre se nos dice, y lo creemos, que, cuando pasamos por una situación como esta, todo será mejor después. La gente corriente lo dice estos días: "saldremos de este horror siendo mejores". Y, como pasa casi siempre, nada mejora. Pasará esta crisis y vendrá otra, de raiz económica o de raiz biológica, otra recesión u otra pandemia, dirán que esta vez sí, que de esta el sistema se da por enterado. Y llegará una tercera crisis, y una cuarta... Y seguiremos aprendiendo más bien poco. Hablo en general y con este plural por repartirnos la culpa entre todos, pero la culpabilidad real va en consonancia con la responsabilidad y la capacidad de decisión y de intervención. No es la misma responsabilidad la de un ciudadano normal y corriente que la de un gobernante o la de una empresa transnacional, como no es la misma la del propietario de un par de pisos que la de un fondo buitre que especula con la vivienda, ni la misma la de un trabajador del metal que la del consejo de administración de Arcelor. Decía Aldous Huxley que seguramente la gran lección de la historia es que nadire aprendió de las lecciones de la historia. Seguramente no se tomarán las medidas más básicas. El cambio climático, la destrucción de las últimas fronteras naturales y de los reservorios de biodiversidad, todos esos hechos, provocarán nuevas epidemias y harán brotar enfermedades desconocidas u olvidadas en la historia. Pues bien: igual que tenemos un cuerpo de bomberos sin esperar a que haya un incendio, habría que tener un modelo sanitario capaz de enfrentarse con rapidez y eficacia a esas ocasiones de emergencia que cada vez serán más frecuentes. Y, con referencia a eso de los aplausos y los reconocimientos, cuando salgamos de esta, ¿de verdad dejaremos de ir a una gran superficie a comprar un kilo de filetes, una merluza, unas naranjas o el compangu para el pote?, ¿de verdad volveremos a comprar un bolígrafo en la tienda de al lado de casa? No soy muy optimista, la verdad. 

L.T.: Nosotros creemos que es hora de poner en marcha una renta social básica universal porque, además de tratarse de una redistribución de la riqueza, las demás medidas que se van planteando son propias de épocas anteriores, casi de siglos anteriores. Son muy claras las propuestas, por ejemplo, de Standing y las políticas concretas que ya están planteando algunos, como Raventós y los economistas de Barcelona, que tratan de incidir en el gobierno catalán. Es necesario poner en marcha esa renta social. Y también hay que preguntarse sobre qué administración debe impulsar esa nueva política.

D.M.R.: La renta social, la renta básica, el salario social, como queramos llamarlo, no es ningún invento de hace veinte años. Es cierto que economistas como Guy Standing han hecho la formulación más nueva y teniendo en cuenta la pasada recesión y la actual pandemia, lo mismo que el grupo catalán del que usted habla, ejemplarizable en Raventós. Tal vez lo más importante del caso catalán es que el gobierno, concretamente el vicepresidente Aragonès, es claramente partidario, frente a la tibieza del gobierno central de Sánchez. Tampoco es una idea original de otros economistas como Krugman o Stiglitz. La idea es tan vieja como la economía moderna, aunque no se utilizara, por motivos lógicos, esa terminología. Pero es que el salario mínimo, la seguridad social, las jubilaciones, no son otra cosa que formas concretas e históricas de una misma idea, la que hoy nos lleva a la renta básica. Ya Smith y Ricardo, mucho más Mill, los teóricos del liberalismo económico, son conscientes de que la mano invisible, aunque funcione, tiene que ser amarrada a veces. Saben que las tendencias capitalistas no pueden dejarse desbocadas según su libre apetito. Smith dice que cuando varios industriales se juntan, o están conspirando contra la gente o tratando de subir los precios, mientras que Ricardo nos habla de que cuando se une la privatización y la escasez se produce, simultáneamente, una mala distribución de la renta y una disminución de la riqueza general del país. Podemos fijarnos en otra cuestión: la tasa Tobin, que aún no se ha podido aplicar, es una propuesta de un Nobel neoclásico, ortodoxo, pero que es consciente de que la globalización financiera debe ir acompañada de una globalización social. No podemos caer en el juego de que estas propuestas son de naturaleza bolivariana, comunista o cualquier otra salida de tono de esas que vemos cada dos por tres. Cualquier economista, cualquier profesor de economía con dos dedos de frente y que no tenga algún interés espúreo cuando participa en la discusión, entiende que la renta social es necesaria. Es evidente que seis mil millones de personas no pueden trabajar y producir al estilo de la revolución industrial porque, aunque la demanda potencial sea infinita, como dicen algunos, el planeta no lo soportaría. El futuro es el reparto de renta, no de trabajo, y eso lo ve cualquiera con sentido común. Vamos, que no hace falta ser ni siquiera de Podemos. Otra cosa es que en la puesta en marcha concreta, en la ley que se haga, haya que matizar, discutir sobre en qué contexto fiscal, en qué relación ingreso-gasto jugamos. Hasta podría salir mal la cosa si el diseño es incorrecto. Ahí está el debate pero no en la conceptualización, que es algo tan viejo como el comer. Y por lo que respecta a qué administración debería afrontar la implementación de una renta básica, en principoio parece lógico que sea la administración que realiza la política fiscal, que en España es la administración central, con su juego posterior con las comunidades autónomas, a excepción del País Vasco y Navarra, que tienen hacienda propia. Si la Unión Europea lograse una unidad fiscal, ese sería el espacio administrativo más adecuado. No obstante, hay estudios muy interesantes sobre la renta básica municipal, pero no conozco mucho del asunto. Tengo entendido que en Andalucía hay grupos que han trabajado bastante en ello. Pero yo no tengo una opinión plenamente fundamentada.

L.T.: ¿El modelo económico se reinventa? ¿Estamos ante el final del sistema o se va a reinventar otra vez?

D.M.R.: Este sistema tiene una capacidad de adaptación impresionante, un extraordinario nivel de resiliencia, ese término importado de la biología al lenguaje político corriente. Pero sí tengo muy claro que hay que abrir un nuevo planteamiento económico, con reformas fiscales radicales, no sólo del impuesto de sociedades o el impuesto sobre la renta, que en España es realmente un impuesto sobre el salario, sino de toda la fiscalidad. Sergi Raventós, al que usted citaba antes, explica muy bien que sin una reforma fiscal la renta básica no serviría para una redistribución más justa. Es más, el propio Standing plantea que también se debe actuar sobre la política monetaria, lo que, en nuestro caso, nos lleva a la politica europea, ya que la moneda es única y el Banco Central Europeo es la máxima autoridad emisora. 

L.T.: Pero ahora parece ser que hay muchos partidarios de la renta básica. ¿Por qué? ¿En algún país se ha puesto en marcha este mecanismo?

D.M.R.: Hasta el papa se ha manifestado a favor de una renta universal y sin contrapartidas. Y no vamos a caer en aquella boutade de Stalin preguntando qué cuantas divisiones tenía el papa. No se trata de un cualquiera, de la opinión del cura de mi pueblo. Es una figura que tiene detrás a millones de personas de toda raza y condición, además de cabeza de una institución bimilineraria con larga tradición en políticas sociales. El asunto está en que el sistema económico actual está empantanado en un callejón sin salida, aunque su enorme capacidad de adaptación le permitirá aguantar lo suyo, como lo lleva haciendo desde hace dos siglos. Pero este capitalismo rentista que huye de la libre competencia y que es, aunque esto no lo quieran entender algunos, profundamente antiliberal, se tambalea. Tal vez la pandemia que vivimos, cuando aún no hemos salido de una recesión, sea el desencadenante de nuevas políticas. más distributivas, o, por el contrario, de la crisis completa, no de una crisis, sino de la crisis. Y por lo que respecta a si algún país ha puesto en marcha una renta básica, podríamos decir que sí. Lo hicieron Hong Kong y Estados Unidos pero en ambos casos no pasa de ser un gesto de poca importancia, anque digna de atención, porque se trata de un único pago y condicionado a que los beneficiarios estén al corriente con sus obligaciones fiscales. Además, es una retribución para responder exclusivamente a los problemas derivados directamente de la pandemia de la covid. No se trata de un cambio verdadero pero nos indica que algo se cuece en las altas esferas del capital y del poder político.

L.T.: Nos queda un tema fundamental y de actualidad: las medidas concretas para el día a día, las ayudas al pequeño comercio, como las directas al empresario o los bonos de compra.

D.M.R.: Supongo que esas medidas funcionarán mejor o peor según qué ciudades o qué concejos, según la sensibilización de los ciudadanos, según la modalidad. En esto yo no puedo decirle gran cosa porque nunca lo he estudiado, ni teóricamente ni mirando un caso concreto. De mano, es importante incidir en que no estamos hablando de ayudas sino de compensaciones. Una ayuda es la que la administración da para poner en marcha un negocio, para hacer frente a un préstamo o a un crédito, pero aquí hablamos de una compensación a quienes no tienen más remedio que cerrar o reducir su actividad porque una norma los ha obligado, a quienes están acatando una disposición legal que les impide trabajar. Por lo que yo sé, en el caso de Gijón las ayudas sociales llegaron a donde tenían que llegar, aunque presupuestariamente no sean muy relevantes. Creo que pueden tener éxito porque, como comentábamos antes, una economía circular se acelera con poca dotación. De todas formas, el futuro de los bonos yo no lo tengo muy claro en lo que respecta al usuario, al cliente. Los bonos podrían acabar en manos de aquellos a los que teóricamente no van dirigidos, es decir, que pueden concentrarse en personas o familias de poder adquisitivo medio-alto. Eso lo iremos viendo con facilidad, simplemente atendiendo a qué tipo de comercios se va a orientar esa demanda subvencionada. Y por el otro lado nos encontramos con una situación parecida: no es lo mismo tres pequeños comercios que pagan mil euros de alquiler a tres propietarios que otros tres que lo hacen a sólo uno. En un caso cada propietario recibe mil euros y en el otro un único propietario recibre tres mil. En el segundo caso no hay socialización de los efectos de la crisis, no hay una cierta equidistribución de la caída de la renta. Por lo que respecta a la incidencia por sectores, me temo que los bonos no incidan en la hostelería, con una patronal como OTEA, la más protestona y visible, también la más mimada por la administración, porque no me parece que esté dispuesta a nada, salvo a medidas a la madrileña.   

L.T.: Muchas gracias, profesor David Rivas, por estas aportaciones. Desde Podemos-Equo de Gijón agradecemos su colaboración en estos debates abiertos a la sociedad que estamos llevando a cabo.

D.M.R.: Ya ve que no sé mucho de las cosas concretas, que es lo que de verdad reclaman los ciudadanos y los propietarios del pequeño comercio, pero creo que no está mal abrir un poco el ángulo de visión y comprender que lo más pequeño es parte de lo grande y que lo grande determina o, cuando menos, condiciona a lo pequeño.

L.T.: Buenas tardes.

D.M.R.: Buenas tardes. Encantado de hablar con usted.



 


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