Velarde: un maestro pese a todo y a sí mismo


(Nortes)

Tras una larga vida, a los 95 años, murió Juan Velarde, nacido en la villa de Salas, prácticamente el último de los economistas que vivieron todo el gran proceso de cambio de la economía española en los siglos XX y lo que va del XXI, el extenso período que comienza tras la guerra civil. Catedrático de estructura económica, se trata de una de las figuras más relevantes de esa disciplina, que es la mía, y de la generación inmediatamente posterior a la de los profesores que marcaron la época anterior, la del viraje proteccionista, la gran depresión de 1929 y la república. Hablando de las tres figuras seguramente más emblemáticas de la disciplina, puedo situarme a mí mismo en perspectiva. Fui alumno de José Luis Sampedro y también su discípulo, empezando mi carrera docente en su departamento, teniendo con él un trato cordial pero no muy estrecho; fui alumno de Juan Velarde, pero no su discípulo y con una mínima relación salvo en los últimos tiempos; y no fui alumno de Ramón Tamames, aunque un tanto discípulo, pero manteniendo una relación larga, trabajando con él en muchas ocasiones durante tres décadas.

No soy un experto en la obra de Velarde y ni tan siquiera un seguidor suyo, pero sí aprendí en sus clases que es menester conocer el pensamiento de los más cercanos, porque son los que condicionan tu vida diaria. En eso seguí su consejo y me fue muy bien para comprender la realidad más inmediata. Puede que los grandes teóricos de la economía estén en Oxford o en Chicago, pero quienes diseñan la política monetaria y pergeñan el modelo laboral que te afectan en el día a día están en Barcelona o en la Autónoma de Madrid. Por esa razón estudié y seguí a los economistas españoles, desde la ilustración hasta, al menos, los años ochenta del pasado siglo XX.

Para comprender algunos extremos es necesario conocer cuál es el origen de la propia disciplina. La estructura económica es una categorización académica que sólo existe en España y en algunos países latinoamericanos. No encontramos ni esa materia ni ese departamento en ninguna universidad europea continental ni anglosajona. La estructura económica nace como una relación un tanto asistemática entre la geografía económica y la economía descriptiva, o, visto desde otra ángulo, como una herencia de una conjunción del historicismo, el institucionalismo, el positivismo y el estructuralismo. Aunque encontramos antecedentes en la ilustración del XVIII y XIX, es una disciplina que cuaja en los años cincuenta del XX, cuando la situación hace difícil la difusión de las teorías críticas de la economía política, el marxismo, por ejemplo, en las universidades españolas. Entonces, aprovechando la corriente del estructuralismo latinoamericano, los departamentos de estructura económica, primero en la Central (hoy Complutense), después en Barcelona y más tarde en Bilbao, se convierten en la trinchera de la economía crítica, carácter que van a mantener hasta los años noventa.

En muchas ocasiones la metodología empleada es autoaseante, particularmente la que va descargada de escolasticismo, con lo que sus practicantes ven matizadas sus posiciones apriorísticas. El método estructural se articula en tres momentos: la descripción, la interpretación y la acción. Pocos son los profesores de estructura económica que se quedan sólo en la descripción, aunque sus aportaciones son muy importantes para una buena política económica; algunos más sí entran, con mayor o menor éxito, en la teorización, para lo que suelen ayudarse de otras corrientes de pensamiento, por lo que van del neoclasicismo al marxismo, pasando por el keynesianismo y, últimamente, por planteamientos nuevos más globalistas o ecosistémicos; y casi todos acaban planteando medidas de intervención e incluso participando en la política concreta de un país concreto. Por eso, una máxima que todos los practicantes de la disciplina tenemos es que "no se puede opinar de economía estudiando sólo economía". Esta frase entrecomillada es, precisamente, de Velarde.

Esa característica radical, la visión estructural, va a ser compartida por la mayoría de los profesores, lo que explica cómo un personaje como Velarde, falangista desde su juventud, interpreta las cosas y entiende la política económica a seguir. En ete sentido, Velarde es, sin duda, relevante, pero los panegíricos de los últimos días son claramente excesivos y particularmente excesivos los leídos y escuchados en Asturias: coloso, titán del pensamiento, hombre clarividente... Velarde fue un leal funcionario, lo mismo durante el franquismo que después, un servidor del estado como economista, neoclásico o keynesiano según tocara, ortodoxo o heterodoxo según el momento. Y eso precisamente es lo más interesante de su biografía, no su teorización, puesto que nunca manifestó una teoría económica consistente. De hecho, de las docenas de reconocimientos académicos que recibió ninguno fue otorgado fuera de España y Latinoamérica, siendo un completo desconocido en los grandes centros del conocimiento económico. Por otro lado, ni estudió, ni trabajó ni fue profesor en ninguna universidad fuera de España. Evidentemente, muchos son deudores de su magisterio o de su actividad política, pero por el simple hecho de que se mantuvo activo prácticamente hasta el final, pero ni dejó una escuela tras de sí ni realizó grandes contribuciones al pensamiento económico. Tal vez este sea un caso paradigmático de lo que Bierce definía como admiración: "reconocimiento cortés del parecido de alguien con uno mismo". Quizás también nos encontremos ante, salvando distancias, un fenómeno como el de Ortega, filósofo porque nadie pensaba, siendo, con luminosa definición de Gregorio Morán, "el maestro en el erial".  

No obstante, esa labor de gran burócrata no tiene porqué ser menospreciada desde una altiva actitud científico-profesoral. Su familia había tenido industria láctea, una mantequera, en el concejo de Salas, en su Asturias natal, y se trasladó de chaval a Madrid porque su padre era directivo de una empresa constructora de material ferroviario en Villaverde Bajo, pero nunca le gustó el mundo de la empresa. Al poco de ingresar en la administración como inspector de trabajo, Luis Olariaga trató de llevarlo al Banco Hispanoamericano y se negó diciendo: "no me veo vinculado con el sector privado y veo en el funcionario: uno, el poder discutir críticamente todo lo que a uno le da la gana; dos, poder ponerlo por escrito; tres, no depender más que del interés general".

Ideológicamente, Velarde fue un falangista desde el principio y, tal vez, hasta el final. Afiliado a Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalista (FET-JONS), su primer publicación reseñable fue Sobre la decadencia económica española, de 1951, un análisis en línea con el conservadurismo tradicional y su visión de España como la gran víctima de los imperios primero y del liberalismo después. En 1953 fue uno de los redactores de la ponencia económica del Primer Congreso de FET-JONS y ese mismo año recibe el Premio Primero de Octubre, día de conmemoración del nombramiento de Franco como jefe del estado, por su ensayo La economía española en unas pocas manos, en el que desarrolla una tesis antioligárquica muy en onda con un falangismo que comienza a ser residual en el régimen. A un tiempo, ya desde los 22 años, lo encontramos en la revista Hora, que pertenecía al Sindicato Español Universitario, también en esa misma línea. Un detalle llamativo es que en las páginas de la revista no encontramos menciones a Franco. El propio Velarde dijo en alguna ocasión que "el franquismo nos miraba con ojos atravesados".

A partir de aquí comienza a girar hacia posiciones reformistas y tecnocráticas, las que fructifican en los cambios económicos e institucionales del bienio 1957-1959, que pusieron fin a la doctrina fundacional del estado del 18 de julio. Frente a una visión autarquizante, proteccionista e intervencionista, se plantearon medidas aperturistas, liberalizadoras y estabilizadoras. Velarde, como otros muchos técnicos, algunos de ellos opositores más o menos visibles al régimen, entienden que el colapso es inminente y que el modelo no puede sobrevivir. Franco, entre convencido y asustado como nunca lo había estado desde la derrota de Alemania en 1945, optó por aceptar los cambios.

En estos años Velarde forma parte de lo que podríamos llamar la izquierda del régimen, siendo uno de los grandes pensadores de lo que los falangistas llamaban la revolución pendiente, la que nunca llegó porque ni siquiera había sido concebida. Así, en 1966 publica un artículo en Arriba en el que habla del zorro capitalista, refiriéndose a la oligarquía, ecribiendo que "el gran capitalismo español se disfraza de preocupado por el bienestar nacional, nada le preocupa tanto como la redistribución de la renta, pero el rabo le queda fuera". Son años de liberalización y estabilización en los que Velarde, profundamente católico, se enfrenta más de una vez a los ministros del Opus Dei apadrinados por Carrero Blanco.

No obstante, no creamos que Velarde era un hombre particularmente crítico con el franquismo, ni desde un punto de vista económico ni político. De hecho, dirigió la sección económica del diario Arriba, órgano de información del Movimiento Nacional, el partido único, desde 1952 hasta 1979, es decir, hasta cuatro años después de la muerte del dictador, dos después de las primeras elecciones generales y meses después de la aprobación de la constitución. Y tampoco es anecdótico su artículo de noviembre de 1975 "Reflexión ante el caudillo muerto". También continuó analizando y en buena medida justificando la ideología del fascismo español, aunque es de razón señalar que tampoco evita críticas o, más bien, lo que considera errores, como hace en el libro de 1972 El nacionalsindicalismo, cuarenta años después. Análisis crítico. Incluso en una fecha tan cercana al presente como 2004 publica su libro José Antonio y la economía, en el que presenta una lectura muy favorable a las posiciones económicas del fundador de la Falange, una obra verdaderamente trabajada para poder encontrar en Primo de Rivera una visión económica que fuera mínimamente coherente.

Lo que sí pensaba Velarde es que una dictadura debía ser una fase coyuntural, algo temporal, aunque el franquismo, con casi cuarenta años de vida, difícilmente puede ser calificado de coyuntural. Esta consideración de la dictadura como una posible solución temporal cuando los problemas son muchos y la situación está muy deteriorada, informa de cabo a rabo el libro sobre el general Primo de Rivera Política económica de la dictadura, en mi opinión el mejor de sus libros, publicado en 1968 y del que yo leí su tercera edición. Los grandes hispanistas británicos, como Preston o Jackson, muy críticos con Primo de Rivera tradicionalmente, fueron dulcificando su opinión en las sucesivas ediciones de sus libros, pero la bibliografía española no regresó al directorio hasta la primer década del XXI, cuestión que abordó, precisamente, Tamames, otro clásico profesor de estructura económica.

El caso es que Velarde, en el contexto de la estabilización, se adscribió a una línea mayoritaria de inspiración neoclásica, aunque también manifestó una gran admiración por los planteamientos teóricos de Hayek y la escuela austríaca, lo mismo que también por la política económica de Keynes, particularmente por su teoría del empleo. No es casualidad, a este respecto, que Velarde fuera uno de los artífices de la implantación del salario mínimo interprofesional, una medida propia de la socialdemocracia europea de la posguerra. 

No obstante, era un gran valedor del pensamiento económico español, precisamente la materia optativa que yo cursé con él. Si el contenido de aquella asignatura no hubiera pasado la frontera temporal de mediados del XIX se hubiera tratado de una historia del pensamiento económico asturiano, particularmente de los dos principales economistas de Asturias, Xovellanos y Flórez Estrada, aunque también Campillo, Canga Argüelles, Campomanes y otros. Entre los economistas más recientes, verdaderos referentes para Velarde y sobre los que escribió algún ensayo eran Antonio Flores de Lemus y Valentín Andrés Álvarez, otro asturiano. También se refería con frecuencia a Perpiñá, Olariaga, Bernacer... Todos ellos aparecen en un libro ya posterior, Economistas españoles contemporáneos, de 1990.

Un aspecto muy importante en las enseñanzas de Velarde es su revindicación de la escuela de Salamanca, a la que juzga injustamente olvidada. En ese punto tiene toda la razón. Hay en la Europa de los siglos XVI a XVIII tres escuelas fundamentales, correspondientes cada una de ellas a los sucesivos imperios: la de Salamanca, la de Versalles y la de Oxford. Desde un punto de vista económico se las identifica con el mercantilismo, la fisiocracia y el liberalismo. El triunfo final de Inglaterra supuso que también la ciencia y el conocimiento ingleses se convirtieron en los paradigmas dominantes. Pero los economistas, los teóricos de cada escuela, citando estrictamente o no, emplearon los conocimientos y las interpretaciones de las demás. Así, en Smith y en Ricardo encontramos, oscurecidas a veces, visiones fisiócratas y mercantilistas, especialmente estas últimas por lo que corresponde a las cuestiones monetarias. Velarde afirma, con buen criterio, que la escuela salmantina quedó relegada y envuelta en el prejuicio general anglosajón hacia todo lo que tuviera origen en el imperio con el que se disputaban el mundo.   

También Velarde revindica la aproximación moral a la organización social, al imperio en este caso, que tiene la escuela de Salamanca, una característica que no poseería la teoría liberal anglosajona. En este sentido, habla de que los españoles crearon universidades en América, en las que, precisamente bajo los postulados de la escuela salmantina, se enseñaba que el poder venía de Dios y que lo recibía el pueblo, al que el rey debía gobernar "como un padre". Es más, si el rey no actuaba conforme a esa moral, el pueblo tenía derecho a la sublevación e incluso al tiranicidio. Velarde, coincidiendo con parte de la escuela estructuralista latinoamericana de los años setenta, encuentra en los mercantilistas un germen anticolonialista.

Estas apreciaciones le llevan a lamentar que en las universidades españolas actuales, positivistas y cartesianas, no quedara un espacio institucional para la reflexión teológica, y recuerda que, a su juicio en una total incongruencia por parte de la tradición liberal, en las universidades anglosajonas existe ese lugar para el pensamiento religioso. Esta reflexión es muy curiosa, aunque se ajuste a la realidad. En gran parte de las facultades punteras de economía de Europa y Norteamérica, no sólo en las anglosajonas, nos encontramos con asignaturas sobre judaísmo, cristianismo o islamismo. Y se trata de una reflexión curiosa por parte de Velarde por cuanto estamos hablando de una tradición académica de base masónica, cuando él escribió un libro, muy interesante y bastante poco conocido, contra la orden del compás, contra el contubernio en definitiva, y que lleva por título El libertino y el nacimiento del capitalismo, de 1981.

Desde un punto de vista teórico-práctico uno de sus grandes inspiradores es Heinrich von Stackelberg, un economista dedicado a la teoría de juegos y a la organización industrial, y que es conocido por el modelo de competencia que lleva su nombre. Hijo de un noble alemán y de una argentina de abolengo español, Stackelberg abandonó las universidades de Bonn y de Colonia para entrar en el claustro de la Central de Madrid en 1944. Su influencia en la estabilización española fue muy importante, como reconoce Velarde, que fue su discípulo. El propio Velarde cuenta que le preguntó al ministro Ullastres que cómo se había atrevido a llevar a cabo el plan de 1959 y que éste le contestó que "estaba todo en Stackelberg". Es de destacar que el profesor alemán había sido miembro del Partido Nazi desde 1931, así como scharführer de las SS desde 1933.

Es en esa época de la estabilización y la liberalización, en 1959, cuando Velarde publica Política económica, junto con Fuentes Quintana, un joven hacendista en aquel momento, que realizaría la reforma fiscal que abrió la transición, en 1976, y que también fue profesor mío. El libro fue uno de los primeros de introducción a la economía pensado para los cursos últimos de bachillerato, por cuanto se utilizaba como texto en la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, la FEN que formó parte de los programas docentes de todos los cursos hasta 1969, cuando pasó a llamarse Educación Cívico Social. Yo, por ejemplo, tuve FEN el primer año y ECS los otros cinco, por lo que no utilicé el libro, aunque leí su edición de 1967, una lectura que en mi colegio nunca había sido obligatoria. En el prólogo del libro se recogía lo que Marshall decía a sus alumnos de Cambridge sobre la esencia de la economía: "el fervor social suscitado por las callejuelas sórdidas y la tristeza de las vidas malogradas constituye el punto de partida de la ciencia económica". Más tarde comprendí que Marshall se refería a la administración de recursos escasos para satisfacer necesidades que pueden ser ilimitadas, en línea con la definición que de economía dan en primero de microeconomía, ocultando que es una definición, la de un neoclásico como Robbins, y no la definición. Esa acepción es lo que llevó al historiador victoriano Thomas Carlyle a tildar despectivamente a la economía como ciencia lúgubre, en contraposición a la gaya ciencia de la canción y la poesía.

Andando el tiempo comprendí que era una introducción a la economía de mercado y al papel de las instituciones, neoclásico en líneas generales pero con una visión más keynesiana en los aspectos laborales. Por esos mismos años, ya en COU, leí el libro de Sampedro, de 1974, Las fuerzas económicas de nuestro tiempo. Era un verdadero contrapunto al de Velarde y Fuentes, con una visión netamente estructuralista y muy próximo a la teoría de la dependencia y al problema del subdesarrollo. Sin saberlo, estaba yo asistiendo al enfrentamiento de las dos grandes visiones que se disputaban la supremacía en los departamentos de estructura económica. El caso es que ya en segundo de licenciatura empecé a interesarme por la estructura económica, siguiendo el texto de ese título de Sampedro y Martínez Cortiña, en cuarto escogí esa especialidad, siendo aquellos autores mis profesores, y acabé en el departamento creado por el propio Sampedro. Tuve a Velarde y a Fuentes Quintana, aquellas también primeras referencias, también como profesores, y eran buenos, pero no fueron mis maestros ni mis modelos docentes, como sí lo fueron Sampedro y otros, el último de ellos, entre los clásicos, Tamames.

Velarde vio mejor que otros, tal vez por su ideología populista joseantoniana, lo que vendría tras la estabilización, pero no tanto como lo que él mismo dice. El desarrollismo y la apertura de fronteras supondría un cambio tremendo de la sociedad española. Empleando una terminología marxiana podríamos decir que los cambios en la estructura económica hicieron saltar por los aires los corsés de la supraestructura políticoideológica del franquismo. Todo indica que el mismo Franco lo vio así en 1968, cuando, tras su 75 cumpleaños el 4 de diciembre, redacta su testamento. Velarde, en un rasgo de lealtad a su caudillo, llega a escribir que Franco sabía mucho de economía política. Es, evidentemente, una salida de tono. Pero Franco era astuto, calculador y previsor, y sabía que su régimen moriría con él, con lo que se afanó en la obra de que quedara en pie lo más posible del modelo. En ese punto se detuvo la liberalización, en lo económico, por cuanto el régimen continuó siendo profundamente antiliberal en lo político, una posición en la que se mantuvo el propio Velarde. España seguía teniendo como característica aquella de la que hablaba Pío Baroja: el reaccionario siempre lo era de verdad y el liberal de pacotilla.    

A pesar de su nacionalismo económico y de su españolismo político, Velarde fue un temprano defensor de dos descentralizaciones, la que llevaba al estado de las autonomías, por un lado, y la que llevaba a la integración europea, por otro. Considera, de un lado, que el modelo autonómico introduce elementos de racionalidad en la gestión y que permite una más eficiente asignación de factores y recursos. En cuanto a la integración continental, planteó que si había algo en lo que todos los presidentes de gobierno, González, Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy, estaban de acuerdo y acertados, era en su vocación europeísta. De su defensa del federalismo interior se arrepintió más tarde, seguramente porque los techos competenciales y las revindicaciones nacionalistas, particularmente las catalanas, chocaban con su visión de una España tradicional o, incluso, con la España integral de Azaña. Pero la integración europea no dejaba de ser un paso más, el más grande, del proceso iniciado con el Plan de Estabilización de 1959 y el Acuerdo Preferencial de 1972, hitos del modelo franquista en los que había sido partícipe muy activo.

A partir de los ochenta, Velarde se convierte en una figura de panteón y sólo mantiene una presencia importante en la universidad, aunque acumula dignidades y cargos burocráticos. Y es en la universidad donde encontramos su mejor capítulo biográfico, una limpia trayectoria desde los primeros momentos. Promocionó, sabiendo bien lo que hacía y en ocasiones enfrentándose a las más altas instancias, a profesores claramente hostiles al régimen. Tal vez el más notable fuera el de Ramón Tamames, al que avaló a la cátedra cuando era notorio que formaba parte del comité central del Partido Comunista, o a Santiago Roldán y Juan Muñoz, reputados socialistas. Muñoz fue profesor mío en la Complutense, mientras que Tamames y Roldán fueron compañeros de departamento, años después, en la Autónoma de Madrid. También sacó adelante a un gran número de personajes que medraron a su sombra, de izquierdas en su mayoría, que lo relegaron cuando pudieron y que no tuvieron con otros posteriores ni la décima parte de la generosidad que él había tenido con ellos. Una rama de la estructura económica de la universidad española, hoy economía aplicada, la que se llama de Velarde, es un entramado caciquil con menor rigor metodológico que su mentor pero con mucho más poder. Tal vez por eso Velarde se refugió sus últimos años en cosas más pequeñas, más de casa, como el grupo de economistas salenses, donde coincide con, entre otros, Xosé Alba, ecologista y asturianista, parámetros que Velarde nunca compartiera, seguramente porque nunca entendió. 

Con respecto a Asturias, se considera a Velarde como el teorizante de la nueva insularidad, de la segunda insularidad. Él alertó, ya en los primeros ochenta, de que el país estaba cayendo en la misma desconexión que había tenido, pese a las minas y a la incipiernte siderurgia, a principios del XX. Escribe que el derumbe comenzó con el plan de estabilización de 1959 y su aperturismo, lo que llevó al inicio del fin del carbón. Dice que el segundo golpe fue el proporcionado por la crisis de 1973 y la transición política, que derrumba la siderometalurgia. Y, según él, el tercer episodio vino provocado por el ingreso en lo que hoy es la Unión Europea, que arrastró en un proceso de crisis total a la agricultura y a la ganadería. Y el remate, afirma, es la desconexión de Asturias de los grandes corredores, ejemplarizables en el arco mediterráneo.

Este análisis, con ser certero, no es totalmente exacto porque le falta perspectiva. Velarde sigue fiel a su teoría de culpar a los actores y factores exteriores de los problemas españoles y, en este caso, asturianos. No se percata de que la adaptación a la crisis de la empresa es pasiva, en luminosa conceptualización de Sevilla Segura. Asturias cuenta con una estructura autoritaria e ineficaz, herencia justamente del modelo económico franquista defendido, entre otros, por Velarde. A la vez, Asturias cuenta con una burguesía rentista, vendedora e inculta, nada asemejada al empresariado preconizado por Schumpeter. Frente a la crisis de 1973 los empresarios acudieron a tirar de las cuentas públicas, muy falangista la medida, después a la inflación para mantener sus márgenes y más tarde al desempleo. Ante esto, Velarde, que ya va girando hacia un neoliberalismo, calla, aunque es muy poco probable que un intervencionista como él, creyera en las recetas neoliberales que los ministros socialistas Boyer y Solchaga estaban aplicando ya en los ochenta.

Tal vez le pesara ya el ser el gran pensador de la derecha más ultramontana de Europa, por más que eso, en principio, chocaría con un falangismo que nunca abandonó. Pero se integró en el patronato de Faes, el círculo de pensamiento de la desregulación, aquél al que él había llamado zorro capitalista, y acabó defendiendo políticas de austeridad y muy regresivas socialmente. Llegó a escribir un libro en el año 2000, lamentable teórico y metodológicamente, titulado El futuro de la economía española: el modelo Aznar-Rato va a más. Defendió el milagro Rato, un modelo que acabó en recesión, en la peor distribución de la renta desde los años sesenta y con el milagrero en la cárcel. No vio Velarde, o no quiso verlo, que todo era un trampantojo, que todo se basaba en una enorme liquidez derivada de la venta con precios de ganga de los activos públicos y en una senda de crecimiento de la demanda agregada mundial.

En los últimos años, el Velarde tan celebrado entre las élites asturianas, llamando élites a lo que son familias de poca enjundia, criticó toda la política de transportes y comunicaciones, el gran mantra nacional. Según él no había ningún problema grave de conexión con el sur y pensaba que lo que se estaba gastando en el AVE era absurdo. Velarde consideraba que Asturias debía tener una buena red de cercanías y unas conexiones ferroviarias ágiles con Galicia, el noroeste de León y Portugal, potenciando el eje Gijón-Oporto. Llegó a decir que se abandonara el AVE, que quedara en León y que esas inversiones se dedicaran a proyectos reindustrializadores de los viejos concejos carboneros. A esta altura de la historia y entre tanto panegírico ante sus restos mortales, cabe preguntarse por qué tantos discípulos no escucharon a su maestro.       

Me queda alguna nota personal. Velarde era un profesor autoritario y muy poco tolerante, pero bastante divertido, aunque creo que nuca lo ví reirse en clase. Desde luego, no era como un Valentín Andrés Álvarez bailando tangos en  París. Era difícil conectar con él pero, si lo lograbas, era afable. Conmigo lo fue y no por ser un estudiante precisamente dócil. Es verdad que ser ambos asturianos ayudaba, por más que tuviéramos una idea de Asturias diametralmente opuesta. Sí era Velarde un gran erudito y con una memoria portentosa. Sabía cosas que nadie sabía. A veces nos preguntábamos si no las estaría inventando. Pero no, siempre aparecía el dato, la información, el artículo. "¿Saben ustedes que los Estados Unidos invadieron España en 1937?,  ¿saben la verdad de por qué en 1959 se aceptó el cambio de 1 dólar por 60 pesetas?, ¿saben cómo se hizo la biblioteca del Instituto de Estudios Fiscales?".

También tenía un punto de mitómano. Dice Joaquín Ocampo que Velarde, tras leer la obra económica de Manuel Belgrano, creía que la bandera albiceleste se había inspirado en las armas del inquisidor Fernando de Valdés y Salas, fundador de la Universidad de Oviedo. Y cuenta Ocampo que le dijo Velarde: "¡sería una bomba que un escudo de Salas estuviese en el origen de la bandera de Argentina!". Me cuadra. Cuando me dio clase en Madrid nos explicó que Flores de Lemus venía de Florez Estrada, pero que, al ser andaluz, el florez derivó a flores. Pero iba más allá. Explicaba que el escudo de armas de los Florez es una mujer con los pechos desnudos entrando en un río, mientras que el escudo de los Flores son dos círculos color de carne sobre tres líneas de agua, lógica evolución, decía, en heráldica.

Cuando presenté mi tesis doctoral, en 1988, que versaba sobre las relaciones sistémicas entre la ecología y la economía, así como también de los fundamentos de la economía ambiental y la economía ecológica, el representante de la facultad de economía presentó un informe desfavorable: no era admisible que se defendiera una tesis en economía bajo un paradigma externo como la ecología. El tribunal estaba nombrado y uno de los externos a la Autónoma, mi universidad, era Velarde. Yo no lo quería en el tribunal porque sabía de su aversión hacia lo ambiental, pero mi departamento lo impuso. El caso es que detuvieron el proceso y decidieron cambiar el tribunal, dejando a Velarde, una verdadera vaca sagrada. Leí la tesis. Velarde la destrozó por arriba y por abajo, desde los epistemas hasta lo más anecdótico. Y se puso muy duro por un artículo a pie de página que estaba en asturiano. Dijo contra esa lengua inventada lo que no está escrito. Yo ya me daba por contento con el aprobado. Me dieron un sobresaliente cum laude por unanimidad. Supe después, aunque eso no se debería saber, que la calificación la propuso Velarde, aunque tildándome de hereje

Coincidí con Velarde yá bastantes años después, en el Centro Asturiano de Madrid. Mi sobrina y su nieta estaban en el grupo de baile, muy las dos al estilo del suroccidente. Ellos seguían fieles a Salas y mi sobrina a Tinéu, el concejo de su padre. Fue el tiempo que más lo traté y le tomé cariño, cuando siempre le había tenido una cierta antipatía. La última vez que compatimos tribuna fue con motivo del aniversario de Flórez Estrada. Él iba a tratar del pensamiento económico del ilustrado y yo de la parte política e ideológica. Mi opinión sobre Florez Estrada tiene un sesgo nacionalista asturiano, republicano y masónico. Mi sorpresa fue mayúscula cuando Velarde me felicitó por mi intervención y me dijo que "discrepaba en algunas fechas". Y acabamos tomando sidra.

Una última pregunta que me hago: ¿cómo juzgar a una persona? Salvando distancias más que evidentes hoy me planteo aquella refexón que se hizo Velarde en otras circunstancias: "ante el profesor muerto". Recordemos a Victor Hugo cuando escribía que "admiremos a los grandes maestros, pero no los imitemos".

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