"La revolución portuguesa de 1383 fue social y nacional"


Alejandro Fonseca: Unos minutos para irnos a Portugal y para hablar de historia, Monchi Álvarez.

Monchi Álvarez: Para viajar en el tiempo con David Rivas.

A.F.: ¿Qué tal, profesor? Buenas tardes.

M.A.: Hola.

David M. Rivas: Buenas tardes.

A.F.: Siempre que hablamos de Portugal y de la revolución nos vamos a la revolución de los claveles. Hoy, para hacer algo diferente y conocer un poco más de la historia de ese país y de Europa en general, hablaremos de una muy anterior y muy distinta.

D.M.R.: Hablaremos de la revolución de 1383, que ya llovió desde entonces. Es seguramente la primer revolución antiseñorial de la historia de Europa.

A.F.: ¿Una revolución antiseñorial? ¿Así es cómo se la conoce?

D.M.R.: No todos los historiadores la consideran de la misma forma porque, por el hecho de ser tan temprana, es difícil de encajar en un esquema interpretativo. Hay que partir de cómo era el Portugal de la segunda mitad del siglo XIV. La historia de Portugal es una historia muy particular en la Europa de ese tiempo, y ya lo era desde dos siglos atrás. De esto hemos hablado en más de una ocasión en esta casa portuguesa de los martes. En el Portugal medieval hay tres realidades muy distintas, hasta el punto de que casi podríamos hablar de tres países diferentes. Hay un Portugal feudal, el propio de Entre Douro e Minho, Tras-os-Montes y Beiras; un Portugal de lo que los historiadores de la economía llaman la nueva agricultura, el de Estremadura, Alentejo y Algarve; y un Portugal marítimo, el que giraba en torno a Oporto y Lisboa. El Portugal feudal era el típico país altomedieval europeo, enseñoreado por obispados, condados y otros nobles, con un sistema económico basado en la servidumbre de los campesinos adscritos a la tierra. El poeta António Nobre describe aquella sociedad de una forma muy gráfica: "el pobre sufre para amasar el pan/viejecitas hilan en la rueca (...) procesiones con música y angelitos/señores abades de Amarante/con tres camadas de sobrinos". En portugués suena mejor. Es un reflejo de cómo era aquella sociedad feudal. Poco a poco, los concejos comenzaron a emitir cartas de libertad y algunos campesinos salieron de la servidumbre forzada, empezando a trabajar pequeñas explotaciones, muchas de ellas bajo contratos enfitéuticos, parecidos a los foros que había en Asturias. Esos medios de producción en manos campesinas permitieron una cierta acumulación, un poco en el sentido que Marx dio en alguna ocasión a la acumulación originaria de capital. De este modo empezó a haber excedentes que se orientaron al comercio, rompiendo la autosuficiencia de las aldeas y, a la vez, permitiendo circulación de personas. Todo ello contribuyó al principio del fin del orden feudal. Esos cambios los aprovechó la casa de Braganza para meter en vereda a los nobles y aparecer como un poder más sensible al pueblo, lo que reforzó notablemente a la corona. Por su lado, el Portugal de la nueva agricultura era una región en la que las ciudades tenían más peso. Eran las tierras donde más huella habían dejado los árabes, con sus sistemas de riego, por ejemplo, y donde no hubo tiempo para que, una vez derrotados los señores de las taifas, arraigaran nuevos señoríos porque la conquista la dirigió la corona, con el concurso de las órdenes militares. La tradición semita, tanto árabe como hebrea, era de características más urbanas y de propiedades rurales más extensas que lo que veíamos en el norte feudal. Y cuando, en esa segunda mitad del XIV, llega la peste negra, es la incipiente burguesía rural la que toma las riendas, y no la iglesia ni la nobleza. Por último nos queda el Portugal marítimo, con centro en Oporto, donde estaba el setenta por ciento de la flota portuguesa, tanto pesquera como mercante. Entonces aún no existía la marina de guerra tal y como la vamos a conocer en el siglo XVI. Lisboa era una ciudad más señorial y más enclaustrada tras sus murallas, pero también tenía una burguesía comercial emergente. Además, como la corona residía en Coimbra, donde también se celebraban las cortes, los lisboetas tenían cierta independencia con respecto al rey y a los cortesanos.

A.F.: En ese contexto se produce, decía usted, la primera organización social, el primer movimiento europeo para rebelarse contra el poder establecido, contra el orden medieval.

D.M.R.: Podemos decir que sí, aunque siempre hay que ser prudentes con estas afirmaciones. Lo que tiene la revolución de 1383 es un componente muy moderno, utilizando el término moderno en sentido estricto, porque, a la vez que se produce una revolución social, se produce una revolución nacional. Y eso sí era la primera vez que ocurría en Europa, precisamente por el propio proceso de formación de Portugal, un proceso que empieza con Alfonso Henriques y cristaliza ahora, entre 1383 y 1385. La burguesía y parte del campesinado aparecen como, diríamos en términos actuales, una alianza de clases, y, a la vez, aparece el concepto de pueblo, el concepto de tierra, con un contenido muy cercano al concepto de nación. El proceso se acelera tras la muerte de Fernando I de Portugal sin hijos varones. Entonces Juan I de Castilla logra del papa la anulación del matrimonio de la heredera, Beatriz, con Fadrique de Benavente, ofreciéndose él mismo como esposo. El rey se sale con la suya y se casa con Beatriz, que ya tenía hijos de Fadrique. Esta maniobra es muy importante porque, como rey consorte, Juan de Castilla se convertía en rey de Portugal. Las tradiciones castellana y portuguesa hacían rey al esposo de la reina, como sabemos bien: Fernando el Católico fue coronado como Fernando V de Castilla, mientras que Isabel la Católica nunca fue Isabel I de Aragón, lo mismo que hubo un Felipe I, que no era otro que Felipe el Hermoso, consorte de Juana la Loca, Juana I de Castilla. En principio, los dos reinos mantenían su autonomía por cuanto el acuerdo era que el primogénito de Beatriz, hijo de Fadrique de Benavente, heredaría la corona portuguesa, mientras que el de Juan I heredaría la castellana. La jugada de Juan I era muy hábil puesto que un posible hijo suyo con Beatriz alteraría todo el tablero en favor de los intereses de Castilla. Pero los efectos fueron los contrarios a los buscados porque los nobles portugueses se dieron cuenta de la estrategia del rey Juan. Ya lo hablamos en otra ocasión: Juan de Trastamara fue uno de los monarcas castellanos más inteligentes, además de un buen estratega militar, pero cometió, como diría Napoleón, el mayor de los errores, tanto en lo político como en lo militar, el de menospreciar al adversario. En esta situación aparecieron muchos candidatos, incluyendo algunos ingleses y franceses, pero sólo dos tenían legitimidad dinástica: el propio Juan I de Castilla y el hijo de Pedro I e Inés de Castro, de nombre también Juan, y que entonces vivía en Castilla, como bisnieto que era de Alfonso XI. Una parte importante de la nobleza veía en los dos pretendientes un mismo peligro: la dominación castellana. Entonces se convocan cortes en Coimbra y eligen como rey al gran maestre de la orden de Avis, también llamado Juan. Aquello era una competición de juanes. Por eso al proceso que se inicia en 1383 lo llanan revolución los historiadores de la economía, que fijan su objeto formal en las cuestiones socioeconómicas, mientras que los generalistas hablan del interregno que va de 1383 a 1385, el período en el que Portugal no tuvo rey.

A.F.: Estamos en 1383. ¿Es entonces cuando se produce la revolución? ¿Qué sucede? ¿Qué hace esa burguesía emergente de la que antes nos hablaba?

D.M.R.: La revolución se produce, como volvería a pasar en otras ocasiones y en países distintos, por la cerrazón de las clases dominantes y su incapacidad para saber leer los renglones de la historia. En principio, el maestre de Avis no debería ser rey porque tenía voto de castidad, con lo que no aseguraba la continuidad dinástica y, en poco tiempo, los problemas de la titularidad de la corona volverían a aparecer. La orden de Avis era heredera directa de la orden del Temple y su gran maestre estaba sometido a la regla cisterciense. La figura de Juan se asemeja mucho, salvando tiempos y distancias, a la de Vermudo de Asturias, llamado el Diácono, que acabó abdicando y retirándose a un convento, o al de Alfonso I de Aragón, que dejó el potente reino que había consolidado al borde de la desaparición. La burguesía lisboeta acepta a Juan de Castilla como rey pero con la condición de tener plaza en el consejo del reino. Es decir, exige que las cortes se abran al tercer estado, cosa que sólo había ocurrido en León un siglo atrás y algo después en Inglaterra, y que sólo se consiguió con total efectividad en el siglo XVIII. La reina viuda, Leonor, se negó a ello y Lisboa se sublevó y aclamó como rey al pretendiente que no tenía vínculos dinásticos, el gran maestre de Avis. Poco después se sublevaba Oporto, el gran centro comercial, y se unía al maestre, lo que, además, dejaba a Juan de Castilla sin barcos y sin control sobre la costa. Y la cosa fue a más cuando Juan de Avis llega a un pacto con Inglaterra, algo que parecía imposible pero que cuajó por la torpeza francesa, en plena guerra de los cien años, de enviar a su caballería en apoyo de los castellanos. El acuerdo permitía la presencia inglesa en la península ibérica y, por su parte, abría nuevos horizontes a la marina mercante de Oporto. En Évora y Beja pasó lo mismo, aunque allí, en el Alentejo, las revueltas fueron netamente antiseñoriales, con un gran protagonismo de los campesinos. Es entonces cuando a la revolución social se une la revindicación nacional. En todas las ciudades se propagó la idea de que el gran maestre no sólo era el rey legítimo, sino el que resguardaría la independencia de Portugal. El grito de guerra de sus partidarios era el de araial por Portugal, la ciudad por Portugal, considerando a Juan de Avis como el único pretendiente que defendía "la libertad de su pueblo", la independencia portuguesa frente a Castilla. Por eso yo decía que 1383 es el primer movimiento de Europa donde la idea de nación empieza a surgir, una concepción nacional muy ligada a la lucha contra el feudalismo y el sistema señorial. En Portugal se anticipa lo que va a ser un movimiento generalizado en el XVI y el XVII y que, evidentemente, llega a la máxima expresión en el XVIII en Estados Unidos y Francia.

A.F.: Y la historia acaba en Aljubarrota, episodio del que ya hablamos en otras ocasiones.

D.M.R.: Así fue. Juan I, con un potentísimo ejército francocastellano invadió Portugal y las tropas portuguesas, con apoyo inglés, especialmente de sus legendarias compañías de arqueros, aún siendo muy inferiores en número, destrozaron al enemigo en las colinas de Aljubarrota. Los nobles pusieron combatientes en el campo mientras que los burgueses urbanos aportaron financiación. Por su parte, los campesinos de los pueblos y aldeas masacraron a los castellanos en desbandada que huian hacia el este, hacia su frontera. La ya entronizada casa de Avis se apoyó particularmente en las clases urbanas, haciendo prosperar a Oporto y Lisboa y repoblando el centro y el sur del país. De aquel Portugal de tres estructuras poco quedaba en la primer década del XV, aunque el norte y sobre todo el noroeste iban a seguir con instancias socioeconómicas más parecidas a las antiguas.

M.A.: ¿Siempre le interesó a David Rivas este episodio de la historia portuguesa o se encontró con él estudiando otras cosas?

D.M.R.: Todo tiene su génesis. Yo supe de la revolución de 1383 siendo estudiante. Pablo Martín Aceña, mi profesor de historia económica mundial, nos puso como tarea escribir cinco o seis folios sobre algún movimiento social de esa época. Yo no sabía qué hacer. No tenía ni idea de por donde tirar. Tenía 18 años y sabía muy poco de casi todo o algo de casi nada. Pero tenía unos cuantos libros que había comprado en Portugal un año antes, cuando la revolución de los claveles. En ese tiempo, como pasó en España tras la muerte de Franco, hubo una eclosión editorial impresionante y, como yo andaba por allí, compré libros un poco al tuntún. La mayoría sólo los había mirado por encima, pero en los estantes tenía el libro de António Borges Coelho "A revoluçâo de 1383" y me dije: "pues voy a ver qué es esto". Y eso hice, fusilando directamente párrafos enteros. ¿Qué otra cosa podía hacer? Luego leí otro par de libros de Alvaro Cunhal, el conocido dirigente comunista del 74, que eran más farragosos, más marxistamente pesados pero muy interesantes. El de Borges Coelho me pareció luminoso, al menos entonces, hace ya tanto tiempo. Después seguí interesándome por Portugal y, de vez en cuando, me topaba en mis lecturas con el significado de aquella revolución, que explica, entre otras razones, la historia del Portugal de las grandes navegaciones y los descubrimientos y, en definitiva, la historia del mundo. 

A.F.: Las revoluciones europeas que cambiaron el mundo y que hoy conocemos un poco mejor con esta portuguesa, tal vez la primera, gracias al relato del profesor David Rivas, economista, buen amigo del programa y con el que tal vez un día hablemos de economía.

M.A.: Tal vez algún día.

D.M.R.: Seguramente, seguramente.

A.F.: Muchas gracias. Un abrazo.

D.M.R.: Un abrazo.


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