"Franco sabía que la estabilización era romper con el régimen del 18 de julio"
(RPA, 2-7-2019)
Alejandro Fonseca: En
nuestra vuelta por la historia tenemos con nosotros a un economista, profesor
de universidad, apasionado de la historia y, como si eso no fuese suficiente, también
es presidente de los repunantes del
país astur. Es el repunante más repunante de Asturias.
Monchi Álvarez: Casi
nadie al aparato.
A.F.: Buenas tardes,
David Rivas, que, a pesar de ser tan repunante,
siempre atiende a nuestra llamada.
David M. Rivas: Sí,
claro, es que a mí me va la marcha, sobre todo con ustedes.
A.F.: Apasionado de la
historia y de otras cosas. A nosotros nos gusta, en general, la gente
apasionada, pero particularmente la que vuelca su pasión en conocer la
historia. Y más cuando hablamos de un profesor de economía, como es el caso.
Deberían ir la historia y la economía más entrelazadas. Cuando nos hablan de
historia deberíamos no perder de vista lo económico y, si lo miramos del revés,
lo mismo. Cuando nos dan clase suelen darnos los conocimientos en
compartimentos estancos.
D.M.R.: Yo echo mucho en
falta que los economistas actuales sepan más de historia. Cuando me refiero a
los economistas actuales pienso en quienes hoy están estudiando economía,
acabando la licenciatura o incluso el doctorado, que serán los profesionales
del mañana, los profesores que van a reemplazar a los que ya tenemos unos años.
Los economistas tienen muy pocos conocimientos de historia y los historiadores
muy pocos conocimientos de economía. Es más, muchos profesores nuevos de
historia económica saben muy poco de estadística y menos, por no decir nada, de
teoría económica. Tradicionalmente sí sabían de economía los historiadores de
base marxista porque, como es sabido, el marxismo parte de la consideración de
la estructura económica como determinante de los procesos históricos. A la vez,
lógicamente, los economistas marxistas, también los anarquistas y algunos
liberales, se preocupaban de la historia porque entendían que la economía no es
comprensible si no es analizándola como un proceso cíclico. Pues bien, ya hay historiadores
que se dicen marxistas que saben bastante poco de economía.
A.F.: Pero un economista
que no sabe de historia, ¿cómo va a analizar la realidad?, ¿cómo va a poder
tomar decisiones si no conoce las experiencias anteriores?
D.M.R.: Con algunas
excepciones, que las hay, estamos gobernados por personas que sólo conocen a
sus contemporáneos. Les puedo contar una anécdota de hace unos años. Un hoy ya
viejo socialista iba a dar una conferencia sobre Rodolfo Llopis y se lo comentó
a una joven ministra del PSOE. La ministra le preguntó que quién era el personaje.
Un tanto ofendido, su compañero le dijo: “el secretario general de tu partido
anterior a Felipe González”. En otra ocasión yo le pregunté a una dirigente del
PP que se decía liberal si se encuadraba más en el primer liberalismo, el que
va de Locke a Mill, o en el del XX que va de Hayeck a Friedman. Resultó que no
había leído a ninguno de ellos. Es que nuestros dirigentes, con excepciones,
repito, no conocen ni su propia historia. Pero esta ignorancia me preocupa más
cuando hablamos de la universidad, de los centros de investigación, de la
enseñanza media, porque no hay conocimiento sin referentes ni futuro sin
historia. Porque, en último término, si un político un poco ignorante pero con
sentido común se rodea de buenos asesores, los que salen del entorno universitario,
puede hacer las cosas bien. Es más, a un político, en principio, lo podemos
echar en un plazo más o menos corto de tiempo, pero a un catedrático universitario
o a un profesor de instituto lo tenemos desde los veinticinco años hasta los
setenta enseñando a generación tras generación.
M.A.: Luego está el
economista-gurú o el gurú-economista, que lo vemos a todas horas en ciertas
cadenas televisivas, pontificando.
D.M.R.: Como les decía
alguna otra vez, yo sigo las tertulias como runrún, ya sean de radio o de
televisión. Hay algunos participantes que sí tienen una buena formación
económica y, además, unos pocos son muy pedagógicos, que explican muy bien las
cosas. Pero, llamativamente, no son los invitados más frecuentes. A mí me
aterra, o me da pena, ver a los unos con la matraca fiscal de la curva de
Laffer día tras día y darme cuenta de que nunca se pararon a leer nada sobre el
tema ni mucho menos a analizar su formulación matemática. Lo mismo me sucede
con los otros, pontificando sobre el colapso del sistema cada semana. Me
molestan más estos segundos porque, en principio, están más cerca de mi
planteamiento y a mí me encorajina particularmente la banalización del
pensamiento crítico con el fin de vender libros o que te paguen en una cadena
de televisión. Hay quien vaticina el fin de la Unión Europea y el hundimiento
del euro cada seis meses. ¡Hombre!, si siguen así durante años y años, tal vez
un día acierten. Yo estoy seguro de que se hundirá el capitalismo, la iglesia,
la monarquía… y si lo digo todas las semanas y vivo doscientos años puede que
vea triunfar mi profecía por completo.
M.A.: ¿Seguro?
D.M.R.: Bueno, de lo de
la iglesia no estoy muy seguro.
M.A.: Antes se hundirá el
capitalismo que la iglesia.
D.M.R.: Pues
posiblemente.
A.F.: En serio, ¿va a
desaparecer el capitalismo?
D.M.R.: Sí, es seguro.
Todos los sistemas económicos, modelos socioeconómicos, modos de producción,
como queramos llamarlos, desaparecen con el viento de la historia. Todo lo que
nace acaba muriendo. Como decían los cristianos viejos, no es lo mismo crear
que producir. La creación permanece y la producción se agota, y las formas
económicas son productos. Otra cosa es que el capitalismo tiene una formidable
mala salud de hierro porque tiene una enorme flexibilidad, una capacidad de
adaptación tremenda, una resiliencia, como se dice hoy, sorprendente. El
capitalismo es un muerto andante pero lleva andando cien años y aún le queda
energía. Pero seguramente no podrá sobrevivir a la crisis ecológica: o se
transforma o nuestra especie morirá con él. En cualquiera de los dos casos
desaparecerá.
M.A.: ¿Se acuerdan de la
serie Las chicas de oro?
A.F.: Sí, claro.
D.M.R.: ¿Cómo no? A mí me
gustaba mucho. Pero ustedes debían ser muy jóvenes cuando aquello.
M.A.: Sophia Petrilo
decía “Sicilia, año 1943” y empezaba la historia. Vamos a imitar a Sophia:
“España, 1959”. ¿Qué pasaba en España en 1959?, ¿estaba en bancarrota?
D.M.R.: España estaba al
borde del colapso total. En el 59 se pone en marcha el Plan de Estabilización. Con el plan trataba el gobierno de
estabilizar (reducir la inflación), abrir (integrarse en el mercado
internacional) y liberalizar (reducir la intervención estatal). Era como un
tenedor de tres dientes pero el más importante a corto plazo y al que más
esfuerzo dedicaron fue la reducción de la inflación, por lo que el concepto de estabilización resultó dominante. Ya dos
años antes se había iniciado el proceso. En 1957 se realiza un informe en el
que se diagnostican los problemas de la economía española y eso lleva a unas
medidas excepcionales que podríamos llamar preestabilizadoras.
La situación era terrible: el fondo de divisas estaba en su mínima expresión,
no quedaba oro en los sótanos del Banco de España, las reservas de petróleo no
daban ni tan siquiera para un modelo de transporte tan atrasado como el que
había, los episodios de hambruna ya no eran como los de la posguerra pero la
subalimentación estaba generalizada y las enfermedades crónicas eran más
propias de dos siglos antes. Es difícil llegar a entender lo que la guerra y el
primer franquismo supuso para España: los indicadores económicos y sociales de
1933 no se recuperaron, los primeros hasta 1953, y la mayoría hasta 1963.
Algunos historiadores dicen, tal vez caricaturizando, que Franco tomó la
decisión de dar un giro a la política porque estaba asustado con volver al
gasógeno. Es posible. Franco, que era muy pragmático y de gran sentido común,
se daba cuenta de que, veinte años después de la victoria, España estaba peor
que bajo Alfonso XIII y que hasta Primo de Rivera había mejorado más la
situación en cinco años que él en veinte, y sin asesinar a cientos de miles de
personas. Además ya había finalizado el Plan
Marshall, que había dejado de lado a España y a su gobierno paria. Además,
ya se había fundado el Mercado Común Europeo.
A.F.: ¿Cómo cree usted
que era Franco, qué retrato psicológico le haría?
D.M.R.: Me temo que mi
opinión no va a ser muy importante. Hace años que un amigo mío, Enrique
González Duro, psiquiatra, hizo una biografía del caudillo bajo sus parámetros
científicos. De mano era bajito, rechoncho, de voz atiplada, abstemio,
indeciso, nada putero. Imagínese eso en un ambiente cuartelero de la España de
entonces. Sus compañeros eran terribles: Paca la Culona, Patas Cortas,
Franquito, Comandantín, Miss Canarias, Perrito de la Reina… Yo creo que era un
hombre frío, prudente, cínico y, sobre todo, extremadamente cruel. De hecho, la
logia masónica de Larache que lo rechazó tres veces, argumentó contra su
petición de ingreso que era muy cruel. Y eso que se trataba de una logia
compuesta por militares y en el ambiente de una guerra colonial.
M.A.: ¿Vendrá de ahí su
fobia a la masonería?
D.M.R.: A mí me parece
que ese rechazo lo cabreó particularmente pero su antimasonismo entronca con
una tradición del conservadurismo español de finales del XIX.
A.F.: Pero se hizo con el
mando.
D.M.R.: Porque ese
carácter tan repugnante lo cubría con una coraza de fingido apocamiento.
Parecía no estar nunca en ningún lado pero daba pasos muy medidos. Era astuto.
Sus compañeros de golpe no se dieron cuenta de lo que hacían, salvo Cabanellas,
el profeta de Burgos: “si le damos España a Franco, no la soltará mientras viva”.
Algunos lamentaron no recordar las palabras de Sanjurjo, el jefe natural de
aquella banda de forajidos: “Franquito, tan cuquito, siempre a lo suyito”.
M.A.: Volviendo a finales
de los cincuenta, el caso es que el de Franco era un régimen no aceptado por
nadie.
D.M.R.: Es normal. El
fascismo ha sido vencido y el mundo se divide en un capitalismo liberal, más o
menos según regiones, y el comunismo soviético, también con variedades pero con
menores diferencias. La España de Franco es un engendro semicapitalista
totalitario, con mercados segmentados y con gran presencia de instituciones
estatales corruptas hasta los tuétanos. En esos años ya no podemos hablar
estrictamente de fascismo, porque
bien se cuidó Franco de quitarse toda veleidad a finales de los cuarenta, a lo
que le ayudó mucho el simple hecho de que él nunca había sido fascista. Pero
Franco aprovechó muy bien lo que se conoce en teoría de la ciencia como principio cairológico, que viene del
griego tardío kairós, que significa momento oportuno. Este principio nos
señala que todo cambio necesita dos vectores: una necesidad de cambio y una
posibilidad de cambio. Por mucho que tú desees un cambio, si el entorno no te
lo permite, no es posible. ¿Cuándo vio Franco que se abría la posibilidad? Pues
no lo vio en un momento concreto, sino en un proceso que duró una década. El
primer alegrón fue la muerte de Roosevelt, un francmasón profundamente
antifascista, un liberal que hoy se situaría en el ala izquierda de la
socialdemocracia, y la llegada de Truman. Con Truman tampoco Franco consiguió
mucho. Era otro masón contra el que el gobierno español no ahorró propaganda
pero que ya se encontró con la firmeza de Stalin enfrente y, por tanto, dejó de
preocuparse de derribar a Franco, como había sido la voluntad de Roosevelt y de
su mujer Eleanor. Ella continuó apoyando a los republicanos exiliados tras la
muerte del presidente. Pero Franco fue declarado por la ONU como criminal de
guerra en su resolución 39/1946, votando a favor de la misma el representante
de Estados Unidos, siendo ya Truman presidente. El respiro total le llega a
Franco cuando gana las elecciones Eisenhower, un anticomunista visceral que
empieza a ver a Franco como un impresentable pero que puede cumplir un papel
importante como peón en el tablero de la guerra fría. Y ahí nace la posibilidad
de realizar un plan como el del 59, que es de una importancia histórica
capital. En el cuadro económico del siglo XX español hay dos puntos de
inflexión, 1959 y 1986, es decir, el Plan
de Estabilización y el ingreso en lo que hoy es la Unión Europea. Además,
ambos momentos están muy ligados. Tras el plan del 59 Franco, ya avanzados los
sesenta, pide el ingreso en lo que entonces era Mercado Común. España cumplía
todos los requisitos para ser miembro del club, salvo uno: el propio régimen.
A.F.: Ha mencionado usted
el Plan Marshall, en el que España no
entró.
M.A.: Creo que repartían
unos quesos, unos quesos blancos, frescos.
D.M.R.: Yo lo de los
quesos no lo sé, pero sí sé que repartían en las escuelas leche en polvo, la
famosa leche americana. Pero eso ya
fue tras los acuerdos con Eisenhower. A mi generación aún le tocó el reparto de
leche a media mañana pero debía ser algo distinto porque no era leche en polvo
disuelta en agua hervida, sino leche de verdad, leche entera. Hay que tener en
cuenta que en Asturias los déficit alimentarios eran menores que en otras
partes y que la leche, concretamente, nunca faltó, y menos en los que éramos de
aldea o que teníamos familia en la aldea, que entonces sería más del setenta
por ciento de la población. Puede que en Avilés, con la primera oleada
inmigratoria, las cosas fueran distintas, y tal vez algo en Gijón o en Oviedo,
pero no en el resto. Pero amigos míos de Madrid, algo mayores que yo, sí
recordaban aquella leche en polvo.
A.F.: Estamos hablando
del Plan Marshall. ¿Qué fue
exactamente ese plan?, ¿por qué o para qué se puso en marcha?
D.M.R.: El plan, llamado
así porque lo dirigió el general Marshall, tenía varios objetivos. Hay un
objetivo, digamos que programático, que es el de ayudar a Europa, un objetivo
solidario. En función de los otros objetivos podríamos cuestionar este de la
solidaridad, pero démoslo por bueno. Los demás objetivos son de otro carácter.
Estados Unidos es el único país que no había sufrido la guerra en su propio
territorio, con lo que toda su potencia industrial estaba intacta. Una gran
parte de esa potencia se había dedicado a fines militares o, en general, de
esfuerzo bélico, y muchas industrias tenían que reconvertirse a industria
civil, de nuevo cuño o volviendo a su anterior especialización. Eso lleva a los
Estados Unidos a una sobredimensión, lo que llevaría a una sobreproducción o a grandes
pérdidas. Necesitan las empresas americanas colocar sus productos, necesitan
clientes y Europa aparece como un mercado enorme y sin producción propia. Pero
Europa no tiene dinero, no tiene con qué comprar. Entonces la ayuda norteamericana
se convierte en un buen medio para que los europeos compren. ¿Y qué es lo que
compran?, pues lo que pueden comprar: productos norteamericanos. Aquí enlazamos
con otro objetivo: una Europa destrozada y particularmente destrozada la
vencida Alemania podía mirar hacia la Unión Soviética como tabla de salvación.
La ayuda serviría también para frenar la expansión del comunismo, que ya
ocupaba toda la Europa del este y del centro excepto Grecia y Austria. A estos
objetivos tácticos, pensados para un corto plazo, Marshall añade uno más
estratégico, que para mí es muy importante por lo que acabó significando
históricamente. Con el fin de que los europeos, los franceses y los alemanes
especialmente, no volvieran por donde solían, Estados Unidos los obligó a
gestionar los fondos conjuntamente. Es decir, los obligaron a sentarse y a
buscar un futuro común. Y allí se sientan Alemania, Francia, Italia, Holanda,
Bélgica y Luxemburgo. ¿Y qué es esto? Pues es el germen de lo que hoy es la
Unión Europea. Se dio una gran paradoja: Estados Unidos sentó las bases del
bloque económico que sería su gran competidor, su bestia comercial, unos años
después.
A.F.: O sea, que a
Estados Unidos le salió el tiro por la culata aunque fuera décadas después.
D.M.R.: Décadas no, tanto
no. El Plan Marshall es del año 1948 y dura hasta 1952, y el Tratado de Roma
que da origen a lo que hoy llamamos Unión Europea es de 1957. La Unión Europea
fue un pequeño milagro y a mí me gustaría que hoy nos diéramos cuenta de ello:
con fondos norteamericanos se creó un espacio socialmente muy diferente al del
capitalismo desaforado de Estados Unidos. Por otra parte, la creación de la
Unión Europea nos ilustra bien de cuál fue la política internacional de Estados
Unidos, una política que ha ido de error en error y que sólo su potencia
militar y, a veces, su brutalidad, pudo compensar.
A.F.: Hombre, Reagan fue
el artífice del fin de la Unión Soviética. Y Bush padre, Bush hijo…
M.A.: Y el actual, Trump,
no es nada que digamos, el chaval.
D.M.R.: Ronald Reagan
sólo invadió la isla de Granada y bombardeó Trípoli, que es un juego de niños
en la historia de las intervenciones exteriores de los Estados Unidos desde la
guerra de Cuba contra España. Y, aunque mantuvo dictaduras, sobre todo en
América Latina, no provocó golpes sangrientos. Hay muchas paradojas en la
historia norteamericana, entre ellas que los presidentes demócratas fueron más
agresivos, en conjunto, que los republicanos. Lo que pasa es que, volvemos a lo
del principio, a nadie le preocupa la historia y a que para qué arriesgarte a
perder tu cuento sobre el mundo.
M.A.: La invasión de
Granada fue como lo de Aznar y Trillo en Perejil.
D.M.R.: Tal vez. Yo
recuerdo, ustedes serían muy jóvenes, que el fin de semana después de la
invasión Plácido Domingo cantaba en Nueva York. En el repertorio llevaba la
famosa Granada (“Granada, tierra
soñada por mí, mi canción se vuelve gitana cuando es para ti, mi canción hecha
melancolía…”). Le pidieron que no la cantara y no la cantó.
A.F.: Yo me refería, con
lo del tiro por la culata, a que la Unión Europea pone cara a Estados Unidos
como competidora ya más tarde.
D.M.R.: Sí, es cuando
Alemania sale muy reforzada de la crisis de los setenta, con un marco
potentísimo y se empieza a ampliar la unión, con Grecia primero y con España y
Portugal después. Más tarde entraron los nórdicos. Después vino el euro. Y ya,
al final, ingresaron los países que habían sido del bloque soviético.
Precisamente, la Unión Europea se convierte en potencia cuando se ve que el
modelo alemán resiste a la crisis y sale de ella mejor que el angloamericano.
Es un modelo socialdemócrata, lo que llamaban entonces capitalismo renano, que deja sin argumentos a toda la teoría
monetarista de Chicago, que afirmaba que sólo la desregulación garantizaba la
recuperación económica.
M.A.: Regresemos a la
España de 1959. El Plan de Estabilización
tiene que encajar en el modelo general, en el capitalismo internacional.
A.F.: ¿Qué hizo el
régimen de cara al exterior?
D.M.R.: Franco hizo unos
tímidos movimientos reformistas, como abrir un poco la mano en la universidad,
quitar a los falangistas de lo más visible y relegarlos a tocar la corneta
triscando por el Guadarrama, remover algunos mandos militares, aprovechar el
vigésimo aniversario de la victoria para dar unos cuantos indultos, que
ampliaría cinco años después, con aquello de los veinticinco años de paz, y
alguna cosa más. Pero contó con algo muy importante: la renta de situación.
Este concepto, la renta de situación,
se refiere a la ventaja comparativa que un país tiene por el mero hecho de
estar en un sitio del mundo, en un lugar geográfico determinado. Estamos
hablando de la guerra fría y del país que une, en un pequeño estrecho, el
Atlántico y el Mediterráneo, con una bahía como la de Cádiz al norte y una
ciudad militarizada como Ceuta al sur. Y con una base británica, Gibraltar, al
lado. Es la llave del sur entre el este y el oeste de Europa. Eso Madrid lo
hará valer frente a Washington. En esos mismos años Argentina, por ejemplo,
está mejor económicamente que España, pero se encuentra fuera de cualquier
escenario de interés para los Estados Unidos.
A.F.: Tampoco estaba en
un lugar estratégico Canadá.
D.M.R.: No seamos
eurocéntricos, Fonseca. Primero: Canadá pertenece a la Commonwealth; segundo:
es el país con mayor frontera con Estados Unidos y también por el norte, con
Alaska; tercero: está a tiro de piedra de la Unión Soviética por su noroeste.
A.F.: Claro, claro… El
caso es que España estaba situada estratégicamente. Y a partir de ahí, ¿qué
hizo el franquismo?
D.M.R.: Pues nos
encontramos ante otra de esas paradojas de la historia, esas paradojas que
tanto me gustan a mí. El régimen posiblemente más ultranacionalista de la
historia es el que más soberanía entregó a una potencia extranjera para
mantenerse. Sólo los borbones hicieron semejante cosa, especialmente Felipe V y
Fernando VII. De todos los países que acogieron bases militares norteamericanas
ninguno cedió tanta soberanía como la España de Franco. Hay un libro de Ángel
Viñas, que fue profesor mío en el doctorado de economía, luminoso. Se titula Los pactos secretos de Franco con Estados
Unidos. Bases militares y recortes de soberanía, creo recordar, y que es de
principios de los ochenta. Algunas de aquellas cesiones siguen vigentes, como
se comprobó en los vuelos ilegales cuando las guerras de Irak. Hay una película
de la que no recuerdo el título, una de esas de guerra fría, en la que se ve un
mapa de Europa en la sala donde se reúnen los altos oficiales del Pentágono.
Pues allí se aprecia cómo en Rota aparecen los indicadores de ojivas y misiles
nucleares, cosa que, teóricamente, España no permitía. Había protocolos
secretos, algunos muy curiosos. Franco derogó las leyes contra la masonería y
cesó en su campaña sobre el contubernio y admitió que en las bases militares
americanas hubiera logias. Esto puede parecer una bobada pero no lo era. En las
bases había mucho personal español y Franco, obseso como era con el asunto,
sabía muy bien que los primeros masones españoles que habían ingresado en la
orden en España, no en otros países, lo habían hecho en logias militares
inglesas y francesas durante la guerra de 1808. Y, de hecho, muchos masones
españoles se iniciaron en las bases militares en esos años sesenta. Hasta ese
punto cedió el caudillo para mantenerse en el poder. Pero, volviendo a lo
económico, tenemos que tener en cuenta que la situación española era
insostenible pero que también la guerra empezaba a estar lejos, algunos
sectores estaban mejorando en su capacidad de consumo, el turismo entraba
tímidamente… Y, especialmente, empezó la gran emigración a Europa, a una Europa
que había perdido su mejor población activa en la guerra mundial. Esa
emigración, que se calcula que llegó a ser de dos millones de personas, tuvo
varias consecuencias: enviaba divisas al país, aliviaba las cifras de desempleo
y, en poco tiempo, permitió un casi pleno empleo masculino. Lo de las mujeres
era otra vaina, que dicen en Sudamérica. Y poco después, como la economía
empezó a crecer y a diversificarse, resultó que la demanda de trabajo crecía
más que la oferta. Así que se generalizó el pluriempleo, con lo que el salario
real aumentó y el consumo creció notablemente. De ahí, de ese pluriempleo,
hasta las cuatro en un sitio y hasta las nueve en otro, nos viene la herencia
de nuestro disparatado horario actual. Todo, Fonseca, como decíamos al
principio, tiene su origen. El caso es que las remesas de los emigrantes, los
ingresos por turismo y la ayuda americana a cambio de soberanía permite la
compra de bienes de equipo, mejorar las infraestructuras, hacer embalses, todo
lo que conocemos de los sesenta, e incluso empezar con la industria del
automóvil con el acuerdo con Fiat que da origen a Seat.
A.F.: ¿Y qué pensaba
Franco de todo esto?
D.M.R.: Cualquier
historiador daría la mano con la que no escribe por tener las memorias de
Franco. Y cualquier universidad inglesa pagaría un potosí por lo mismo. Por eso
estoy seguro de que no existen. De existir ya las habrían vendido hace años el
marqués de Villaverde o los nietísimos. Dicen, creo que se lo oí a Moradiellos
o a Juliá un día, que las empezó y no escribió más que treinta folios. A mí me
gusta mucho el género de las memorias, aunque las de los españoles las desprecio
bastante porque suelen ser muy mentirosos. Ustedes leen las memorias de
Carrillo y todo es mentira, como las de Fraga, como las de Areilza, como seguramente
las de Belén Esteban. Leemos en cambio a los ingleses o a los norteamericanos y
son más fiables, porque proceden de una cultura en la que la mentira está mal
vista. Puede que algunos mientan cuando están en activo pero reconocen muchas
cosas cuando son viejos, reconociendo errores, a veces incluso crímenes. Pero
sí es interesante cruzar opiniones de varios autores cuando hablan de una misma
tercera persona, en este caso Franco. Para mí son muy interesantes las memorias
de Franco Salgado-Araujo, su primo Pacón, hombre de confianza y tal vez su más
leal amigo. También son interesantes las de su hermana Pilar, las del fascista
Utrera Molina y las del acomodaticio Areilza, las mismas de Fraga, las de López
Rodó, las incompletas del nazi Serrano Súñer, el cuñadísimo… Me gustaría
conocer las de Fernández-Miranda. Todos coinciden en que, frente a lo que se
suele pensar, Franco era muy consciente de lo que estaba haciendo. Velarde,
otro profesor mío, dice que Franco sabía más de economía de lo que se cuenta,
pero yo no lo creo. Lo que creo es que era un tipo con gran sentido común, un
hombre listo, inteligente aunque no muy culto y, sobre todo, prudente. Debía
ser muy frío y de medir muy bien las cosas. Un idiota no era, desde luego, y
sabía lo que tenía entre manos. Yo estoy seguro de que él sabía que llevar
adelante el Plan de Estabilización
era poner fin al régimen del 18 de julio. Pero le daba igual porque, como decía
antes, nunca fue un fascista. Se apoyó en el fascismo porque, de no ser así, de
no ser el hombre de Hitler y de Mussolini, nunca hubiera sido el jefe de la
banda, ni tampoco hubiera ganado la guerra. Todos los informantes, muy diversos
en ideología y en proximidad al general, nos hablan de que sabía que la
estabilización era una ruptura. Entonces ideó un proceso, muy cuartelero pero
eficaz, de transición que llevó a la ley de sucesión y a la opción por Juan
Carlos de Borbón, contra las aspiraciones de los carlistas y de los
falangistas, unos de monarquía católica y otros republicanos. Y, a la vez,
desactivando al posible Juan III que, en Estoril, hacía cucamonas democráticas
a Isabel II y a De Gaulle. Franco entendía, creo yo, que en esa evolución hacia
una democracia tutelada y no liberal la frontera estaría en el PSOE, un partido
que ya había gobernado con la dictadura de Primo de Rivera. Y volvemos a las
paradojas: Franco, incluso cuando le dice a Juan Carlos eso de “usted tendrá
que gobernar de otra forma”, se comportó como un marxista. Posiblemente fue
consciente de que, cuando la estructura económica se modifica, la estructura
política estalla. ¿Cuándo comienza el fin del franquismo?: cuando una francesa
se pone en biquini. Un país que depende del turismo y que trata de homologarse
ante el mundo, ¿qué va a hacer cuando una francesa se pone en biquini? No es
plan el llevarla al cuartelillo ni a la sacristía, por lo que la dejan en paz.
Tres años después, unas valencianas o unas mallorquinas también se ponen en
biquini. El modelo económico, como decía Marx, estaba haciendo saltar por los
aires el modelo político, el modelo ideológico-religioso.
M.A.: Pongamos nombres y
apellidos: ¿quiénes llevan a cabo este plan?
D.M.R.: Ullastres,
Navarro Rubio, Castiella, el falangista Solís… pero van a ser especialmente los
tecnócratas del Opus Dei. Son los famosos López los que llevan el plan
adelante: López Rodó, López Bravo y López de Letona. Todos ellos estaban
amparados por el único hombre al que Franco cedió algunos de sus poderes: Carrero
Blanco, el primer presidente de gobierno del régimen. Carrero ganó el pulso a
Ullastres, que era la estrella del aperturismo y de la liberalización, y que
acabó en una completa marginación. Estos tecnócratas, no sólo introducen
cambios económicos, sino que llevan por el mundo la idea de que Franco es un
abuelete un poco autoritario que metió en vereda a un pueblo de anarquistas por
un lado y fanáticos medievales por otro.
M.A.: Se estaba
produciendo un reajuste interior del régimen.
D.M.R.: Efectivamente.
Franco llevaba gobernando desde 1939 con gran astucia. Primero devolvió España
a la monarquía pero no quiso devolver la monarquía al rey. Él era monárquico
pero había aprendido de cuando Primo de Rivera que un dictador no sobrevivía si
el rey temía perder la corona y mucho menos si, como era el caso del conde de
Barcelona, le era personalmente hostil. Juan no era Alfonso XIII. Era un
liberal anglófilo, masón, que no tenía empacho en llegar a acuerdos con los
republicanos moderados e incluso con ciertos sectores del PSOE. Franco gobernó
dando trozos del pastel a todos: educación a los curas, comercio a la burguesía
catalana, justicia a los carlistas, agricultura a los terratenientes andaluces,
trabajo a los falangistas, hacienda a los tecnócratas, industria a la
oligarquía vasca… Y él como vértice del régimen sobre la lealtad inquebrantable
del ejército. A finales de los cincuenta cambió el organigrama, repartiendo el
pastel entre tecnócratas y católicos, con el Opus Dei en el centro, y
manteniendo su figura intocable e indiscutible sobre las bayonetas de los
militares.
A.F.: Pero parece que la
operación no salió del todo bien. En poco más de quince años todo saltó por los
aires y la crisis fue brutal.
D.M.R.: El gran problema
es que los planes de los tecnócratas no tenían en cuenta las contradicciones
previas. De mano, el propio Franco señaló la conveniencia de pactar con grupos
de presión sociales y regionales, favoreciendo tremendamente a las burguesías vasca
y catalana y alejándose de los terratenientes del sur. El mapa de inversiones
no se correspondió con criterios económicos sino clientelares. Entonces se
hablaba de planificación indicativa,
la planificación que existía en Francia, pero no era tal. Por ejemplo, los
polos de desarrollo se localizaron sin ningún sentido económico. Nunca se
hubiera instalado la industria automovilística en Valladolid o en Vigo, cuando
ya entonces en todo el mundo se instalaba cerca de las grandes siderurgias, con
lo que lo lógico hubiera sido llevarlas a Vizcaya y a Asturias. Algo similar
podemos decir de los polos de Burgos, Huelva o Zaragoza. El caso es que se
repartieron los recursos en función de intereses políticos, cuando no
estrictamente personales. El mismo Franco tenía participación en el capital de
ciertas empresas. No sé la magnitud porque no soy experto en esas cosas y,
además, aún todo está bajo secreto, pero la riqueza de la familia Franco es
inmensa, muy superior a lo que se piensa. Tal vez sepamos un día de estas
cosas, que forman parte de una de los grandes rubros en el debe de la
democracia española. Además, cometiendo el mismo error de Primo de Rivera, los
tecnócratas trataron de levantar un modelo basado en la industrialización sin
contar con la clase obrera. Cuando miramos a estos años nos fijamos en el
turismo y algunos, pocos, en la emigración. De ahí venía el dinero. También de
exportar cítricos y aceite. Pero el modelo de crecimiento tenía su centro en la
industria. Y la industria, la gran fábrica, agrupa a la clase obrera, y pensar
que esa clase nunca va a exigir y nunca se va a levantar es una falta de visión
total, por no decir una solemne estupidez. Que los obreros se iban a organizar
era evidente. Tardarán más o menos, en función de tradiciones, organizaciones,
apoyo de otros sectores, pero que eso iba a pasar era evidente. O no lo vieron
o tenían tanta confianza en el régimen que estaban ciegos. Yo soy de los que
piensa que Franco sí lo vio. Era un hombre de principios del XX. Es más, había
combatido a la clase obrera en armas y la conocía muy bien. Yo creo que sabía
que ya no eran los años veinte y treinta pero que tampoco eran los cuarenta y
cincuenta. Tal vez era más listo que sus ministros. Los trabajadores sólo
tienen una forma de ganancia: el salario. Los empresarios tienen varias: la inflación,
el fraude fiscal, el paro, la innovación, bajar salarios, la apertura exterior…
Pensar que los trabajadores se van a quedar permanentemente inmóviles es algo
que nadie en su sano juicio pensaría. Pero el régimen parecía pensarlo. Y
repito: me temo que el propio Franco se daba cuenta y trató de que no todo se
desmadrara. Y ahora va la pregunta: ¿lo consiguió? Pues, en cierto modo, sí. El
caso es que pensaron en un modelo donde los salarios siempre iban a estar
administrados. Era un craso error.
M.A.: Pero el franquismo
aún aguantó bastantes años.
D.M.R.: Es lógico. La
gente empezó a vivir mejor, hubo un cierto consenso social, parte por miedo y
parte por acomodación. También hubo un rejuvenecimiento. Los combatientes
contra el fascismo y sus familiares más directos ya estaban desapareciendo.
También vino la explosión demográfica de los sesenta, gente joven que ya no
había conocido la miseria, el frío, el hambre. Por cierto, una miseria que
provocó Franco y su régimen, no lo olvidemos tampoco.
M.A.: ¿Empezó entonces el
fin del franquismo?
D.M.R.: Sí y no. El
franquismo es un régimen excepcional en el mundo. Si hubiera caído en 1945
hablaríamos hoy de un fascismo más derrotado tras la guerra mundial. Hay un
libro muy interesante de Daniel Guerin, Fascismo
y gran capital, que analiza los paralelismos entre estos regímenes,
desmenuzando los modelos italiano y alemán. Pero Guerin no pudo ver la
evolución del español, el único que acaba en una reforma y no en una ruptura. A
partir de la guerra mundial Franco vira y se acerca a los vencedores, aún
manteniendo estructuras fascistas, como el sindicato vertical, aunque, lo digo
otra vez, él nunca fue fascista. Franco es, tal vez, un ejemplo paradigmático
del oportunista sin escrúpulos. Ahora, en los sesenta, trata de entrar en el
vientre del capitalismo internacional, cosa que seguramente no le gustaba nada
porque, de ser algo, Franco era profundamente antiliberal. En este sentido, el
modelo socioeconómico iniciaba un cambio irreversible que llevaría al colapso del
régimen del 18 de julio, pero no del franquismo como gran escenario de fondo,
que pervivió hasta la muerte del dictador y, en cierto modo, le sobrevivió
hasta el presente. La España de hoy tiene aún mucho de franquista. En Italia y
Alemania el fascismo fue vencido. Lo mismo pasó en Portugal años después.
Incluso en Argentina la dictadura cayó a resultas del desastre de las Malvinas.
Pero en España el régimen franquista no fue derrotado sino transformado. La
monarquía es una herencia suya y el PP recogió todo el franquismo residual y no
tan residual. Tampoco el PSOE se libra de su cuota de franquistas, más por lo
católico. Sólo Chile es comparable a España. En Chile la dictadura no fue
vencida sino reformada. Volviendo a
aquellos años de la estabilización y el desarrollismo, si tuviéramos que poner
una fecha redonda, que tanto gusta a la gente, yo pondría 1968. Pondría ese año
porque así lo debió entender el mismo Franco. El 4 de diciembre de 1967 Franco
había cumplido 75 años. Por cierto, yo también nací un 4 de diciembre. En
febrero de 1968 el general hizo testamento y ese año su heredero, Juan Carlos
de Borbón, cumplía 30 años, la edad necesaria para ser jefe del estado. Me
parece que 1968 es importante porque así le pareció al propio Franco.
A.F.: Y, a todo esto, ¿cuándo
se empezó a cobrar impuestos?
D.M.R.: Impuestos siempre
hubo pero era un modelo desastroso, por llamar modelo a aquello. Era un modelo muy regresivo en el que el único
impuesto efectivo era el ITE, un impuesto al consumo anterior al IVA. Se
pagaban unos mínimos por la renta y luego había un criterio de signos externos.
Yo recuerdo que mi padre contaba que si te llamaban a una inspección había que
ir sin reloj, con los peores zapatos, con pantalones raídos… Y el coche era la
clave. Si un inspector veía que tenías un buen coche, sobre todo si era de
importación, había inspección siempre. Lo recuerdo muy bien porque en mi casa siempre
tuvimos muy buenos coches. No había un sistema fiscal. Al final de los sesenta
realizan una pequeña reforma que no llega, creo recordar, al cinco por ciento
de las rentas. Tal vea me equivoque, pero andaría por ahí. Y no existe la
progresividad. La gran reforma la hace ya Fuentes Quintana en el gobierno de
Adolfo Suárez, de acuerdo con los Pactos de la Moncloa. Es decir, que desde
1959 a 1977 el sistema impositivo era débil, por no decir inexistente.
M.A.: Hablemos de
Asturias. ¿Cómo afectó a nuestra tierra este plan?
D.M.R.: Yo recuerdo
perfectamente el cambio económico, con memoria de niño, eso sí. Les hablo del
año 61 o 62, teniendo yo tres o cuatro años. Entonces no tenía aún hermanos y
en el invierno, cuando salía menos de casa, jugaba a hacer estructuras con
botes. Todos eran amarillos, todos eran de Cola Cao. Y, de repente, tengo botes
rojos, azules, verdes, de Nesquik, de Toddy, de Afin, de Nescafé. Aquello era
el fruto del plan de 1959, la apertura, la liberalización. Volviendo a lo
general, en Asturias se nota mucho más que en otros sitios el Plan de Estabilización. Ese plan lleva a
la ampliación de Ensidesa y a la creación de Uninsa, a la ampliación del Musel
y a la construcción de la y griega.
Eso da un vuelco radical a la economía asturiana. Asturias se estructuró desde
el XIX en un 8: Avilés-Gijón-Oviedo-Langreo-Mieres. Pero el eje de desarrollo,
desde finales del XIX era el Oviedo-Mieres-Langreo. Ahora va a cambiar y gira
hacia el norte: Oviedo-Gijón-Avilés. Y la autopista lo consolida, aunque la autopista
ya es de los primeros setenta. Asturias se había beneficiado de la autarquía
del primer franquismo, el de los cuarenta. Resulta que aquel régimen no
beligerante pero partidario del nazismo envía carbón a los alemanes, aunque
también a los aliados, con lo que Gijón ve crecer el puerto, el sector naval
respira y los mineros ven como suben sus salarios de forma tremenda. Pero eso
no lleva a un modelo autocentrado. Además, como comentaba antes, toda la
política industrial se hizo a beneficio de las burguesías vasca y catalana, de
la vasca fundamentalmente por lo que toca a los intereses de Asturias. El
crecimiento no llevó aparejados aumentos de productividad ni presencia obrera
en las decisiones, mientras que contábamos con unos empresarios incompetentes. La
verdad es que Asturias dejó de tener burguesía emprendedora y con iniciativa
briosa en los años veinte del siglo XX. Pasó a ser una especie de funcionariado
incompetente que, en cuanto pudo, lo vendió todo y se marchó a Madrid, que es
su lugar natural. Es que a nuestra burguesía Madrid le pone, cosa que no entiendo cuando existen Londres, Nueva York,
Berlín o París. Es que yo amo Madrid, la verdad. Allí pasé gran parte de mi
vida, tengo una hija, muchos amigos. A mi Madrid me gusta, pero si fuera
multimillonario nunca se me ocurriría vivir allí, pudiendo tener un apartamento
en Nueva York y una villa en Lausana. Es, seguramente, cuestión de estética, de
buen gusto. Pero es que la alta burguesía asturiana siempre fue de pésimos
gustos, bastante inculta y nada liberal.
M.A.: ¡Este hombre…! Es
que el profesor Rivas es de la vieja aristocracia rural.
D.M.R.: Y pobre, con
grandes blasones y pequeñas huchas. Y en la quintana sigo, viviendo con poco
más de diez vecinos. Lo digo siempre: no soy más que un aldeano un tanto
ilustrado. Soy de los que, desde la biblioteca, oyen los cacareos y los
cencerros. Es una opción como otra cualquiera.
A.F: Es David Rivas,
apasionado de la historia y un profesor de economía al que entendemos muy bien,
cosa rara en economistas. Buenas tardes, profesor.
D.M.R.: Buenas tardes a
los dos.