"Dirigir un programa en aquella radio universitaria podía acarrear treinta años de prisión"
(RPA, 5-6-2018)
Alejandro Fonseca: Nos
adentramos ya, Monchi Álvarez, en el mundo de la radio en la radio.
Monchi Álvarez: Nuestra
tradición ombliguista.
A.F.: Tal vez.
M.A.: La verdad es que no
tanto. En la radio casi nunca se habla de la radio. Se habla de televisión, de
los periódicos…
A.F.: David Rivas, ¿qué
tal?, buenas tardes.
David M. Rivas: Buenas
tardes.
A.F.: Sabíamos que
podíamos contar con usted para muchas cosas, para muchos eventos, para pensar
en voz alta sobre muchas cuestiones, pero de su trayectoria en la radio no
sabíamos nada hasta hace poco tiempo.
D.M.R.: Sí, es sabido que
yo valgo para todo y no sirvo para nada.
M.A: ¿Cómo puede decir
eso Rivas?: economista, pensador, escritor y, lo más importante, repunante mayor del país astur.
A.F.: Y gente de radio.
M.A.: En los años setenta
estaba en una radio en Madrid.
D.M.R.: Sí, entre 1976 y
1978. Fueron dos años, más o menos, no sé si uno y mucho o dos y pico. Era una
radio de esas que ahora llamamos libres
pero no lo era. No era una radio libre.
Era una radio pirata, ilegal. La
radio libre tiene una connotación de
militancia, de compromiso político. La radio libre por excelencia de aquella época era Radio Alicia, italiana,
que estaba vinculada a un grupo radical de izquierda, un tanto anarquista, que
creo recordar que se llamaba Autonomía Operaria. Esas sí eran radios libres, las de movimientos políticos o
sociales. La nuestra no lo era. La nuestra era, simplemente, ilegal, pirata.
M.A.: Una radio ilegal, pirata, en el año 1976.
D.M.R.: Sí, en 1976.
M.A.: ¡En el 76! Había
que echarle valor.
D.M.R.: Tampoco tanto. Mi
experiencia en la radio de entonces me sirve para explicar cómo funcionaban las
cosas. Lo que es la transición política yo la hice en la universidad. Llegué a
Madrid en octubre de 1975, unos días después de los últimos fusilamientos y un
mes y medio antes de morir Franco, y terminé la licenciatura en junio de 1980.
En septiembre ya era profesor y lo compatibilizaba con un puesto de economista
en una empresa privada ferroviaria. Empecé el doctorado entre el golpe de
estado y la victoria del PSOE y obtuve la titularidad cuando ingresamos en la
Unión Europea. Es la transición. La vida de nuestra emisora ejemplariza cómo
funcionaban las cosas al inicio de esa transición. Las leyes en vigor eran las
leyes de Franco, unas leyes durísimas. Entonces, ¿qué pasaba?, pues que los
fiscales no se atrevían a abrir procesos porque las condenas eran brutales. Sin
ir más lejos, tener una radio ilegal podía conllevar una pena de treinta años
de prisión porque la radiodifusión caía bajo la jurisdicción excepcional e
incluso, si a alguien le daba el aire, podía caer bajo la misma justicia
militar, con lo que, después de ver lo de septiembre, te podían pedir hasta
pena de muerte. En esta tesitura ningún fiscal intervenía porque el juez, ley
en mano, podía hacer cualquier barbaridad. A veces ni siquiera la policía
informaba porque, lógicamente, también en la policía había gente sensata,
aunque no fuera necesariamente demócrata. La verdad es que estábamos en una
alegalidad. Todo era ilegal pero todo se medio permitía. De vez en cuando
pasaba por delante del edificio la policía, paraba la lechera, miraba como diciendo “sabemos que estáis ahí y quienes
sois” y seguía su camino. Pero casi nunca pasaba nada. La radio nuestra estaba
en un colegio mayor, el Chaminade, donde yo residía, que era propiedad de los
marianistas. Era el colegio de la crema de la progresía de la universidad de aquellos
años. Se llamaba Radio Centramina.
M.A.: Un buen nombre.
D.M.R.: Por motivos
obvios, ¿verdad? Era una radio que pasaría por ser una radio convencional,
comercial. Había programas del tipo de Los
cuarenta principales, los había de deportes, los había de poesía, hasta
cursos de inglés… El programa que yo dirigía, que se llamaba Pan y circo, sí era más político, más
militante si queremos, más parecido a una radio libre. Tenía cuatro compañeros, tres hombres y una mujer: Nacho,
José Luis, Xosé Carlos y Cruz. Nuestra sintonía era The battle of Augrham, de John Renbourn Group, de su disco A maid in Bedlam. Emitíamos los jueves
entre las once y las doce y media de la noche. Nuestro programa sí era
combatiente. Recuerdo con gran claridad un especial que hicimos con motivo del
aniversario de la muerte de Miguel Hernández. Fue la primera vez que recibimos
amenazas por teléfono, de gente que decía ser de Fuerza Nueva. Había dos
colegios mayores cercanos de gente de ese tipo. Uno era de la Hermandad de
Excombatientes, el Antonio Rivera, en honor a un joven católico que muriera en
Toledo durante el ataque republicano y al que conocían como el ángel del Alcázar. Estaba pegado al
nuestro. Era muy pequeño y, además, sus residentes no solían meterse en nada.
Alguno incluso iba al Chaminade al cine, al teatro o a jugar a la pocha, un
juego de cartas de la Mancha que era el más popular. ¡Menudas timbas de pocha!
Se parece al tute. Los marianistas tenían el colegio elitista de Ciudad Real,
el equivalente a la Inmaculada aquí, con lo que había muchos manchegos. Aún
conservo munchos amigos de la provincia de Ciudad Real. Pero también estaba el
Santa María de los Ángeles, de Fuerza Nueva. Ahí sí había gente peligrosa y
armada. El caso es que nuestro programa sí era problemático. Y lo era también
internamente. Los que tenían programas de deportes o de música, que tenían
tanto derecho a emitir como nosotros, decían, no sin razón, que los de Pan y circo iban a acabar haciendo
intervenir a la policía y que podían acabar sin radio o en los juzgados. Como
decía Le Boetie, la peor servidumbre es la voluntaria y temíamos que, alguien,
para salvar la cara o por cuestión ideológica, nos denunciara a nosotros en
concreto. De hecho, andábamos mosqueados con un falangista de Mieres que vivía
en el mayor, un alumno del Pilar de Pola de Lena.
A.F.: ¿Había lugar
suficiente entonces para hablar de deporte o eran otras cuestiones las que
preocupaban a los oyentes de Radio Centramina?
D.M.R.: Había sitio para
todos pero, evidentemente, nuestro programa era el más oído. La emisión
empezaba a las nueve de la noche y acababa a las dos. Estamos hablando de cinco
espacios diarios, veinticinco semanales porque los sábados y los domingos se
retransmitían conciertos, tertulias, eventos deportivos, se hablaba de viajes…
En cierto modo, nos adelantamos a la estructura de la radiotelevisión de hoy.
Cubríamos toda la Ciudad Universitaria pero bastante más espacio. Llegábamos
hasta Puerta de Hierro, hasta Cuatro Caminos y Chamberí, hasta Peñagrande y
casi el barrio del Pilar. Es decir: nos oían en barrios obreros y en barrios de
la alta burguesía. Incluso nos oían los gitanos del poblado del puente, que
estaba muy cerca. Y, como teníamos línea telefónica abierta, sabíamos que sí
nos oían porque participaban. Y llamaba todo tipo de gente. Nos oían en el
palacio de la Moncloa. Lo sé porque me lo contó un asesor de Suárez con quien
trabajé años después en el ayuntamiento de Madrid.
M.A.: ¡El gobierno de la
UCD escuchaba Pan y circo!
A.F.: ¿Era esta la
sintonía del programa?
D.M.R.: Sí, La batalla de Augrham.
A.F.: Es cosa de Juan
Sáiz, nuestro compañero del control técnico. Nada más oir a David Rivas al
principio del programa se puso a buscar la sintonía y la encontró.
D.M.R.: Oyendo la
sintonía también se ve por donde tiraba el director del programa.
M.A.: Yo lo que quiero
que me cuente el director del programa lo que le pasó con la armada argentina,
si es que se puede contar.
A.F.: Y si no se puede
contar, mejor todavía.
D.M.R.: Jejejé… Sí que se
puede contar. Además, con Argentina tuvimos dos anécdotas. Esta fue la última,
la segunda. A partir de 1977, sobre todo tras la semana negra de enero, cuando
la matanza de Atocha, la radio y, especialmente nuestro programa, empezó a ser
un incordio. La policía comenzó a seguirnos. Era fácil saber lo que la policía
hacía porque la tecnología estaba al alcance de cualquiera, de forma que los
aparatos del estado no tenían mucha ventaja sobre nosotros. Salvando las
distancias, era como la lucha armada: en los años veinte un grupo anarquista
tenía el mismo armamento que la guardia civil, pistolas, metralletas y bombas
de mano. Hace veinte años la fortaleza de la guardia civil o de la policía
británica era muy superior a la de ETA o IRA. En los años setenta cualquier
estudiante o cualquier trabajador era capaz a distorsionar el dial de un
aparato de radio, no recuerdo si hacia la derecha o hacia la izquierda, y podía
oir la emisora de la policía. De esta forma, aunque ellos sabían lo que
hacíamos nosotros, también nosotros sabíamos lo que hacían ellos. Recuerdo que
las órdenes de la DGS las transmitían con la clave H20. Veías que la policía
estaba tan desconcertada como lo estábamos nosotros y que los guardias tenían
mucho miedo. Pensaban que estábamos armados y que había etarras por todas
partes. Uno de mis compañeros era de Vitoria, además. El caso es que nos tenían
tanto miedo como el que nosotros les teníamos a ellos, sólo que el nuestro
estaba justificado y el suyo no. ¿Qué fue lo que pasó? Para no llevar al fiscal
el asunto, que un juez nos aplicara la ley franquista y aquello acabara en una
condena brutal y en un escándalo sensacional, buscaron un subterfugio legal. Es
que le podían aplicar la ley incluso al director del colegio, un marianista que
era hijo del que había sido embajador en la India y hermano del entonces
embajador en Austria. Estamos ya a finales de 1977 o principios de 1978. Tengan
en cuenta que la universidad todavía era muy elitista, aunque ya había
bastantes estudiantes de clase obrera. Y los que vivíamos en colegios mayores o
estábamos becados o estábamos pagando al mes lo equivalente al sueldo de un
obrero cualificado del metal. Además, en nuestro caso, el colegio era propiedad
de una orden religiosa y su espacio estaba protegido por el concordato, era
territorio del estado vaticano. Cosas de aquella época. El caso es que ni la
policía ni el gobierno tenían interés en un conflicto de ese tipo. Por lo
visto, eso dijeron, estábamos emitiendo en la misma onda que la marina
argentina. Debía ser mentira porque dudo yo de que un ejército emitiera en
frecuencia modulada y tampoco me imagino a la base de Comodoro Ribadavia
preocupada por Pan y circo. Un día
llegó la policía judicial con una orden y nos levantaron la emisora. Hubiera
sido más divertido que lo hubieran hecho unos marinos argentinos…
A.F.: ¿Qué otro episodio
tuvo su programa con Argentina?
D.M.R.: Portugal hizo una
potentísima campaña turística en España, al menos en Madrid, con multitud de
carteles en las calles, en las carreteras, en el metro… Eran fotos de distintos
lugares. Al lado del Chaminade había una de Óbidos, un pueblo precioso del
Alentejo, con un castillo templario en perfecto estado de conservación, cerca
de Évora y de Estremoz, un pueblo que aconsejo visitar. El lema de la campaña
era “Portugal, tan cerca y tan diferente”. Yo todas las noches de los jueves
abría con una frase, una cita, un chascarrillo, un chiste, míos o anónimos, o
de cualquier autor. Esa vez se me ocurrió abrir con “ya habrán visto los
carteles de la campaña turística portuguesa y son veraces: Portugal, tan cerca
y tan diferente; Argentina, tan lejos y tan parecido”. En pocos días la
referencia a Argentina estaba en casi todos los carteles publicitarios de la
universitaria. Eso era prueba de que la gente nos oía.
A.F.: Recordemos que
hablamos del Portugal posterior a la revolución de los claveles y de la
Argentina de Videla y otros militares.
D.M.R.: Videla, Galtieri,
Viola y Massera. Además el modelo de los militares argentinos, como el de
Pinochet en Chile, no era el de Perón ni el de los fascismos europeos de los
años treinta, sino el de Franco.
M.A.: ¿Qué le pasó con un
cantante, que estamos escuchando, que años después se hizo famoso?
A.F.: ¡Monchi Álvarez ya
encontró una nueva excusa para meter al Fary…!
M.A.: El Fary llamó a la
radio porque quería que le hicieran una entrevista… ¡El Fary!
A.F.: ¿Cuándo todavía no
era el gran Fary?
M.A.: Así es, en 1977.
¿Cómo fue la cosa?
D.M.R.: Yo no sabía quién
era. Nosotros teníamos micrófono abierto. Llamó un día porque vivía cerca. El
compañero que cogió el teléfono me dice: “oye, que hay aquí un tipo que dice
que es flamenco y que quiere venir”. Yo me quedé sorprendido. Le pregunto:
“¿pero usted canta flamenco o es flamenco de Flandes?”. No sé si me entendió
pero el caso es que le dije: “pues vale, pase por aquí dentro de dos jueves”. Y
fue. Charlamos un cuarto de hora y cantó algo a capela. Un día les paso la lista, más o menos completa, de la
gente que pasó por Pan y circo y,
claro, lo del Fary llama la atención. Tamames, García Arias, Federica Montseny,
Ruiz Jiménez, Sampedro, Vázquez Montalbán, Narciso Perales, Gómez Casas, Celso
Emilio Ferreiro, José Sacristán, Tierno, Elena Soriano, Lauro Olmo, Savater,
Mario Onaindía, Ian Gibson, Emilio Cao, Aranguren, Sartorius, Forges, Heribert
Barrera, Aute, Camacho… y El Fary. A mí me cayó muy bien, era un tipo
simpático, con muchas anécdotas, con una vida dura, de trabajo… Luego ya lo
seguí, no como fan, claro, pero, ¿quién no conoce al Fary? Y ahora, cuando veo
la serie de Torrente y oigo las canciones en el radiocasette del 1430, no dejo
de admirarme: “¡si a este hombre lo tuve yo en Pan y circo!”.
A.F.: No deja de ser
significativo que a un programa que se llamaba Pan y circo y que se emitía en 1977 fuese el Fary.
D.M.R.: Uno de los
problemas de ser muy joven es que no tienes sentido de la historia. Yo hoy
daría algo por conservar las grabaciones de aquellos programas. No tengo nada.
A.F.: Eso le iba a
preguntar: ¿dónde está todo eso?
M.A.: ¿No hay nada de nada?
D.M.R.: Yo no tengo nada.
Luis Gosende, un gallego ciego que estudiaba psicología con beca de la ONCE,
nos prestaba su magnetofón, un Uher de aquellos de bobinas. De aquella la ONCE
era pobre y no tenía libros hablados y menos de determinadas materias. Yo
participé en la grabación de El capital
para ellos. ¡Qué horror, leer El capital
en voz alta y modulando para que se entendiera bien! Tal vez Luisiño conserve
algo porque era mayor que nosotros y seguramente tenía más consciencia de las
cosas. Y yo estoy convencido de que si hoy se publicaran los programas de Pan y circo en la portada aparecería el
Fary.
M.A.: ¿Y la radio en la
vida de David Rivas, en la familia, con los amigos…?
D.M.R.: Siempre fui muy
de radio. Yo soy de una generación en la que la radio era muy importante. A mi
casa la televisión llegó muy pronto, tendría yo cinco o seis años. Hablo de
1964 o 1965, cuando sólo había aparatos en los bares. Pero la radio siguió
siendo más importante, hasta el punto que la tele la ponían en un alto en la
sala o en la cocina, como solía estar la radio. Por otra parte, la generación
de mis abuelos no tenía interés en la televisión, aunque la pudieran comprar.
No les interesaba. Además la radio ayudaba a luchar contra el frío, que duró
mucho más que el hambre tras la guerra. La gente se metía pronto en la cama,
bajo las mantas, y oía la radio. Recuerdo que, sobre todo en casa de mis
abuelos de Gijón y en la de la aldea, me dormía con la radio. Aún recuerdo
programas como Ustedes son formidables.
Tendría yo cuatro o cinco años. Y las radionovelas de Sautier Casaseca con los
actores de Radio Madrid, María Magnolia
y otras, Matilde, Perico y Periquín,
el consultorio de Elena Francis, muchas cosas… También la radio era la ventana
que abrían en casa por las noches, aunque de eso fui consciente más tarde, la
Pirenaica, la BBC… La radio sorteaba las alambradas del franquismo. Ya de más
grande estudiaba y trabajaba con la radio de fondo. Cuando fui a estudiar a
Madrid nadie tenía televisión en su habitación, sólo había una sala común en el
mayor. Era la radio lo que tenías, el radiocasete. Yo tenía una Grundig. De
hecho, cogí la costumbre de trabajar con la radio puesta. En ocasiones me paro
a escuchar atentamente y en otras no. Ahora también lo hago con alguna tertulia
de televisión pero sigo prefiriendo la radio. Su sonido me parece más dulce. A
mí la radio me gusta mucho. Por ejemplo, este programa lo tengo de runrún
cuando estoy en casa. Oigo hasta esos programas de dietética tan chungos…
M.A.: Es lo mejor que se
nos puede decir, Fonseca: “os pongo de runrún”.
D.M.R.: La verdad es que
el programa me gusta y está mui bien hecho. Además hay un reparto de papeles
muy inteligente, aunque ya llegué a la conclusión de que es que ustedes son
así. Es como un diálogo entre un profesor que trasmite seriedad, un poco en
línea dialéctico-marxista, y un anarquista que toca los huevos un poco desde el
fondo.
M.A.: Creo saber quién es
quién.
A.F.: Yo interpreto quién
es cada uno de los personajes por la descripción del segundo.
M.A.: Además de La buena tarde, que refleja su buen
gusto, ¿qué otros programas o emisoras oye habitualmente?
D.M.R.: Como programas
sólo soy asiduo a La buena tarde de
RPA y a La rosa de los vientos de la
Ser. Y en cuanto a emisoras siempre escucho la RPA, Onda Peñes y Onda Cero, y
en Madrid me gusta mucho M21, una radio de Emisora Escuela, un proyecto que ya
es una realidad muy interesante que también edita una revista mensual
sensacional. También fui gran seguidor de Radio Sele.
M.A.: Vamos, que le gusta
la radio.
D.M.R.: La radio me gusta
porque tiene algo de magia, la magia que transmite la voz, el sonido humano.
Además hay una cuestión importante. No voy a descubrir el Mediterráneo. Es cosa
hablada y discutida en todas partes y, especialmente, entre ustedes, entre los
profesionales. Cada vez que hay un adelanto tecnológico se da por muerta a la
radio, pero la radio siempre sobrevive. Lo que no me gusta nada es esa moda
actual de televisar los programas radiofónicos. Hace muy poco favor a la gente
el darle a conocer la cara del periodista de la radio. Se pierde aquella magia.
Se pierde cierto misterio. Por ejemplo, para mí Ángel Álvarez era una voz, la
voz que me llevaba a la mejor música. Lo mismo me pasaba con Iñaki Gabilondo en
las noticias políticas.
A.F.: ¿Fue la radio ese
medio en el que encontraron ustedes, de jóvenes, la forma de decir lo que
pensaban sin tanto miedo, con mayor amparo, aunque con riesgos? Durante años la
radio fue ese medio que, a veces por simples razones técnicas, lograba escapar
o escapaba mejor del control político y policíaco.
D.M.R.: Desde mi
experiencia no puedo contar mucho porque fue muy poco tiempo. Pan y circo fue una experiencia muy
importante y muy intensa. Eres joven y dos años con la radio era prácticamente
la mitad de mi vida políticamente consciente, porque empecé a preocuparme con
quince años y a ocuparme con diecisiete. También eran tiempos de cambio, muy
intensos, muy vitales. Ibas a una manifestación y sabías que tal vez no
volvieras. La probabilidad era baja pero siempre caían dos o tres personas. La
muerte, tan ajena a la juventud por definición, no lo era en aquellos días. Y
lo de la radio, visto desde hoy, es una gota en un océano. Hice cosas más
importantes en mi vida y estuve en otras dos radios, en Radio Luna y en Radio
Confederación, pero no fue lo mismo. Eran radios militantes, más en el sentido
clásico de libres, pero me quedo con Pan y circo. Las radios militantes,
comprometidas con un movimiento o con una organización, también te atan, te
obligan a cierta disciplina, y yo siempre fui poco disciplinado.
M.A.: ¡Tiempos heroicos!
D.M.R.: La verdad es que
tampoco era para tanto. Hoy hacemos mucha épica de aquello y no había tanta.
Tendemos a vernos como héroes y hay que modular el diapasón. Heroicidad era la
del tipo que estaba en la fábrica y se arriesgaba a que lo mandaran para casa
con una mujer que no trabajaba y con tres chiquillos, y no tanto recibir dos
toletazos o, en el peor de los casos, una bala a repartir entre cien mil
personas. Estando en la universidad podían caerte un par de hostias o una multa
que pagaba la familia porque normalmente los estudiantes éramos de renta por
encima de la media. Ahora hay mucho antifranquista sobrevenido. Yo no conocí a
tantos. Yo estaba en la facultad más politizada de Madrid y les aseguro que no
había tantos. De mi círculo más íntimo de curso, unas veinte personas, sólo dos
participábamos en cosas y sólo yo fui detenido una vez. Los demás no eran
franquistas, más bien todos de izquierda, pero no se movían. Es como lo de
1968, ahora de aniversario. Si creemos lo que nos cuentan, en las universidades
de París la lengua de las asambleas debía ser el castellano. En España no había
nadie en la universidad. A juzgar por lo que cuentan, toda la izquierda
estudiantil española estaba en París. Pues me parece que no fue así la cosa. Si
el antifranquismo fuera lo que hoy algunos nos cuentan, Franco no hubiera
muerto en la cama y con el bastón de mando. El franquismo funcionaba con amplio
consenso, el del miedo en unos casos, el del acomodo en otros, o por causas muy
diversas. Exceptuando cuatro núcleos de la clase obrera y algún grupito de la
universidad, nadie se movía. Por eso la ruptura no fue posible sino la reforma.
En aquel momento yo fui uno de los que culpó a cierta izquierda, al PCE
concretamente, del entreguismo. Hoy veo que nadie hubiera movido un dedo por
una vía distinta. Quien nació en Asturias, sobre todo en las cuencas o en el
entorno de Gijón, tiene la idea de que el antifranquismo era muy fuerte, porque
aquí si lo era, aquí estaban unos de esos núcleos que resistieron, algunos
incluso desde la guerra civil. Yo recuerdo las grandes huelgas y los estados de
excepción, de cuando era muy niño. Algo había en Barcelona, algo en Vizcaya y
poco más. En Madrid la lucha comienza en los setenta, con Franco ya con un pie
en la tumba. El resto era un erial.
A.F.: ¿Y cómo se vivieron
los finales setenta, la transición, en Asturias, en Madrid, en el resto de
España?
D.M.R.: Yo la transición
la viví más en Madrid que aquí. Estudiaba en Madrid, Asturias estaba muy lejos
y viajar era muy caro. Sólo venía en vacaciones o en puentes muy largos. De
hecho, en el asturianismo, un término que no me gusta mucho pero con el que nos
entendemos, yo tengo grandes lagunas entre los setenta y finales de los
ochenta. Por eso los nacionalistas de la diáspora nos organizamos allí, en
Conceyu d’Asturies. Vengo poco y no sé muy bien lo que pasa. Paradójicamente,
me vino bien, porque no cultivé grandes enemistades ni odios cartagineses. Mi
experiencia me dicta que en esa época hubo mucha tolerancia, no tanto porque el
régimen se hiciera tolerante, sino porque no se atrevían a aplicar las normas
franquistas. De haberlo hecho, habrían metido a medio país en la cárcel, cosa
poco presentable cuando estás presentándote con tu cara lavada y maquillada
ante Europa y ante los Estados Unidos. Pero sí había gran miedo a los sectores
estrictamente fascistas que, en ese momento, recrudecen sus acciones. No había
manifestación o concentración que no acabara con un muerto, a veces a manos de
la policía, pero ese no era nuestro miedo principal. Al gobierno le aterraban
los asesinatos en las manifestaciones, lo mismo que a la mayor parte de la
oposición aún ilegal. Los muertos sobre la mesa les interesaba a los fascistas,
al bunker que llamábamos entonces,
que trataban de reproducir los primeros meses de 1936 para provocar a los
militares. Sabían que el franquismo se hundía, no sabían muy bien cómo y hacia
dónde pero lo sabían, y el golpe de sable del ejército era su única esperanza.
Nuestro miedo no era la policía, aunque también lo teníamos, sino lo que se
ocultaba tras la policía y tras el ejército. La policía era peligrosa porque
estaba muy poco preparada. Hoy un antidisturbios sacaría de un portal a diez grises de aquellos sin sacar ni siquiera
la porra. Pero, como eran impunes e inútiles, tiraban de pistola al primer
contratiempo. El problema estaba en los que iban sin uniforme, como los
Guerrilleros de Cristo Rey, que podían vestir de trenka, llevar barba o melena,
y que estaban armados por policías y por militares. Los de Fuerza Nueva eran
menos peligrosos. De mano iban uniformados y los veías. Además solían ser
niñatos de colegios de curas que se ponían chulos en un bar de estudiantes pero
corrían como conejos cuando un primero de mayo se encontraban con los cordones
de Juventudes Libertarias, por poner un caso que viví en primera línea. Ese fue
nuestro miedo en la radio en la semana negra aquella de 1977. La policía
obedecía órdenes y los que las daban podían ser franquistas o directamente
fascistas, pero tontos de capirote no lo eran todos. Nuestro problema no era la
policía sino los otros, aunque la policía ametralló la fachada del colegio
mayor.
A.F.: Llegados a este
punto y hablando con David Rivas de radio, no podemos dejar de lado la libertad
de expresión, la de entonces y la de ahora.
D.M.R.: Creo sinceramente
que tuve más libertad de expresión que la que tienen hoy los de la edad que yo
tenía a finales de los setenta. No sé si en el proceso este del rapero de ayer
el juez aplicó correctamente la ley, pero que un cantante acabe en la cárcel me
lleva a pensar que algo anda mal en la sociedad y que reaparecen problemas que
creíamos superados. No hablo de la sentencia en sí porque es cuestión técnica,
pero sí me preocupa que la sociedad haya consentido dar pasos que lleven a que
un juez pueda emitir una sentencia como esa. La libertad de expresión, en este
momento, está seriamente amenazada. Y está amenazada no por unos gobiernos
determinados, sino por una sociedad que lo acepta plácidamente. A mí no me
preocupa más allá de lo epidérmico que un ministro del interior sea más o menos
reaccionario. Lo que de verdad me preocupa es que la sociedad acepte estas
aberraciones con completa normalidad. Todas las libertades son absolutas pero
si hay una que debe ser, permítanme la patada léxica, absolutamente absoluta es la libertad de expresión.
A.F.: ¿No podría ser la
libertad de expresión un medidor, un testigo, de cómo estamos, de por dónde
anda nuestra sociedad?
D.M.R.: Desde luego que
lo es. Todos recordamos aquel episodio del encarcelamiento de los titiriteros
del Retiro, en Madrid. Es que parece que cada vez que escribas en público una
palabra que tenga una é, una té y una á seguidas, te puede caer encima un proceso por enaltecimiento o
apología del terrorismo. Es que esto no tiene sentido. Cuando ETA era fuerte y
golpeaba cotidianamente había muy pocos procesos por apología del terrorismo.
Hoy, cuando ETA no existe como organización armada y cuando llevamos años sin
violencia, hay docenas de personas procesadas por ese presunto delito. Es algo
delirante. Cuando yo era niño a la última letra del abecedario la llamábamos zeta o zeda. Supongo que, para no caer en filoterrorismos, volveremos a la
zeda. Pero no lo sé muy bien porque
igual lo confunden con ceda y se
mosquea alguna izquierda porque estamos haciendo apología de Gil Robles. En
este despropósito en el que entramos puede caber cualquier cosa. La sociedad
actual es un mosaico de realidades y todos pertenecemos a alguna minoría: el
que no es homosexual es vegano, el que no es negro habla asturiano, el que no
es católico es tartamudo, el que no es minusválido es gallego… Y todos los
individuos y los grupos tienen derechos y esos derechos deben ser respetados.
Es imposible en esta sociedad, sobre todo si entramos en el humor, no ofender a
alguien. Evidentemente hemos de tener cierta sensibilidad y no creer que la
libertad de expresión abarca el insulto más soez, pero, si debemos aceptar,
ante la duda, caer de un lado, prefiero la chabacanería a la represión. La
chabacanería acabará puesta en su sitio tarde o temprano, pero la represión nos
arrastra a todos de un modo irreversible. Somos una sociedad muy compleja. No
somos la sociedad homogénea de la revolución norteamericana tras la que se
implanta la libertad de expresión como pilar fundamental. Les voy a poner un
ejemplo personal. Hace unos años gané un premio de literatura erótica. Cuando
iba en el coche a recibirlo, desde la aldea, le iba comentando a mi mujer una
preocupación que me acababa de asaltar. La literatura erótica, por naturaleza,
es incómoda y bordea la moral, el buen gusto, la respetabilidad…, como pasa con
el humor. De repente te sale un colectivo que se siente ofendido y te arma la
del demonio, te denuncia o, cuando menos, te saca en los papeles y en la
televisión. Ahora hay unos cuantos procesos abiertos por atentar contra la
sensibilidad religiosa, vamos, el viejo delito de blasfemia, típico de las
satrapías musulmanas. Acabará habiendo condenas más propias de Arabia Saudita
que de la Unión Europea y más propias de la edad media que del siglo XXI. Yo no
voy a venir aquí a contar chistes de Arévalo, que nunca me gustaron, pero si
cuento uno en el chigre, ¿qué pasa? Muchos pensarán que soy un zafio, pero de ahí
a que un grupo de homosexuales, de gangosos o de aldeanos de boina me lleven al
fiscal hay un largo trecho.
A.F.: Ya lo decía usted
mismo hace un tiempo: estamos en época de maltomaos.
D.M.R.: Sí, es verdad,
los repunantes estamos en extinción y
los maltomaos van ganando la guerra.
M.A.: De momento, David
Rivas, de momento.
A.F.: El sentido del
humor y pensar en voz alta es un buen antídoto. Hay que seguir practicando si
nos dejan, y si no nos dejan, todavía más.
D.M.R.: El humor es un
antídoto incluso frente a la muerte. Hasta cosas tan grandes como el amor o el
odio las encontramos en algunos animales. También los dioses aman y odian. Pero
el humor sólo es humano. El humor es, tal vez, el único rasgo característico de
nuestra especie, un rasgo exclusivo. Y estamos volviendo a un humor
inteligente, aquel humor de cuando casi todo estaba prohibido. Las pocas
revistas de humor que quedan, por ejemplo, cada vez se parecen más a La codorniz de los sesenta y menos a El cuervo de los ochenta. Miren: un
chiste de hace unos días. “Iban Carrero Blanco, la virgen María y Jesucristo
por el Valle de los Caídos, y…”. Final del chiste porque si sigues el “y…” te
pueden caer cuatro querellas. Bueno, a los que tenemos sentido del humor,
especialmente cierta tendencia al humor negro, esto que está pasando nos puede
traer grandes alegrías. Es como cuando aparece algún personaje público, como
Froilán. A mí me encantaría que Froilán fuera rey.
M.A.: Sería una monarquía
animada. Eso sí, habría que retirarle las escopetas, por si acaso.
D.M.R.: Hay un grupo
gallego que quiere la independencia y que su rey sea Froilán I de Galicia.
Vamos, si Froilán es rey de Galicia yo pido al día siguiente la nacionalidad
gallega.
A.F.: Bueno, es David
Rivas, un hombre que desde muy joven piensa libremente y en voz alta y al que,
de vez en cuando, lo traemos a La buena
tarde porque nos encanta charlar con él. Muchas gracias, profesor Rivas.
D.M.R.: Gracias a ustedes
y un saludo a los oyentes de la radio pública asturiana.