"En Bretton Woods se consolida la era americana"



Monchi Álvarez: Hoy, Arantza Margolles, tenemos con nosotros otra vez a David Rivas, profesor de estructura económica, para dar una vuelta por la historia y hablar de unos acuerdos que marcaron nuestra historia más reciente tras la segunda guerra mundial, los acuerdos de Bretton Woods. Buena tarde, profesor Rivas. Esos acuerdos en aquel julio de 1944, ¿cambiaron el mundo?

David M. Rivas: Sí, lo cambiaron de una forma radical. Se reunieron entonces representantes de 44 estados, es decir, de prácticamente todos los que había en el mundo. Aún no había empezado el proceso de la gran descolonización de África y de Asia. En África sólo existe el reino de Marruecos y no recuerdo si Egipto era ya independiente; y en Asia sólo tenemos a Japón y a China con un particular estatus. Eso quiere decir que participan prácticamente todos los estados existentes, excluyendo la Unión Soviética, por motivos evidentes, y los tres que iban a ser vencidos en la guerra, es decir Japón, Italia y Alemania. Alemania ya estaba vencida y la única duda era si a Berlín iban a llegar antes los soviéticos o los angloamericanos y ver cómo quedaba el reparto del botín de todo el centro y este de Europa. Por lo que respecta a Japón, ya McArthur tenía planificado el asalto final y la bomba nuclear sólo dependía de los enormes escrúpulos que sobre su uso tenía Roosevelt, problema que desaparece cuando muere el presidente unos meses después. El único estado que no está en el cotarro pero que tampoco participa es España, el llamado entonces nuevo estado español, con su revolución nacionalsindicalista. Eso va a condicionar mucho la autarquía, lo que después sería el Plan de Estabilización y el modelo de desarrollo de los sesenta. La peseta no entró en el sistema monetario internacional. En el fondo, es como si no fuera una moneda porque no circulaba por ningún lado salvo en la propia España. Al instaurarse un nuevo modelo de tipos de cambio, España y su moneda quedaron al margen de todo. El caso es que se reúnen en un hotel llamado Mount Washington, en el estado de New Hampshire. Realmente la reunión no es en Bretton Woods, sino en ese hotel. Lo que sucede es que Bretton Woods era una estación de esquí cercana y muy conocida, por lo que la prensa popularizó ese nombre. Es como si hay una reunión en una casona de Felechosa y los medios hablan de San Isidro. Por cierto, el hotel donde se reúnen, lo pueden ustedes ver en fotografías aunque verlo in situ ayuda más, recuerda mucho al hotel de la película El resplandor, un hotel un tanto siniestro.

Arantza Margolles: Es fácil hacer un comentario chistoso: el feroz capitalismo se refunda en un paisaje de terror.

D.M.R.: Sí, pero, viendo lo que llegó después, no calificaría yo a la reunión de Bretton Woods como un feroz capitalismo.

M.A.: Sí, es verdad, se superaron con los años.

D.M.R.: Hay un libro que yo aconsejaría a los que tengan interés en aquellas sesiones, escrito por Benn Steil, que en español sería Las batallas de Bretton Woods o La guerra de Bretton Woods. Se lee como una auténtica novela y trata de la titánica lucha entre White, representante de Estados Unidos, y Keynes, representante del Reino Unido. Esa batalla entre esas dos personalidades identifica muy bien una época que estaba cambiando el mundo de forma drástica. Por un lado estaba Keynes, un aristócrata de la élite universitaria inglesa, el gran economista del momento, perteneciente al grupo de Bloomsbury, amigo de Wittgenstein, de Virginia Wolf, de Bertrand Russell, casado con una primera bailarina del balet imperial ruso, un exitoso inversor en bolsa, el profesor que había revolucionado la teoría económica y marcaba las pautas de la política económica de los mismísimos Churchill y Roosevelt. En frente se encontraba White, un oscuro funcionario del departamento del tesoro, que como todo bagaje teórico tenía el hecho de haberse declarado keynesiano en alguna ocasión, Era un funcionario de alto rango, pero en el que nadie hubiera reparado nunca, que se había criado en un barrio obrero de Boston poblado básicamente por judíos y por lituanos. Era una especie de lucha de clases. Entonces se da la paradoja de que la izquierda, la socialdemocracia particularmente, revindica a Keynes como uno de los suyos, cuando, realmente, de la clase obrera venía White. Churchill, que era un hombre ingenioso, de frases lapidarias, aunque yo creo que se le atribuyen muchas más de las reales, tenía toda su esperanza puesta en Keynes. Y soltó una de sus frases: “siempre podemos confiar en que Estados Unidos hará lo correcto, después de las posibilidades anteriores”.

M.A.: ¡Qué cinismo!

D.M.R.: Claro, el viejo cinismo de la pérfida Albión, que decían los franquistas. El conde de Halifax, el lord canciller, dijo a su vez otra frase que queda para la historia y que refleja muy bien la realidad del momento: “nosotros tenemos la razón y las mejores cabezas, pero somos los pobres”. Era evidente. Estados Unidos era el gran vencedor de la guerra, era el país acreedor y todos los demás eran deudores. En ese contexto White se vengó a gusto de su maestro Keynes. Incluso hubo una ocasión en la que, ante la intransigencia de Keynes, White le espetó que “no sé qué decirle ya para que su majestad lo entienda”. Keynes, que era muy rápido reaccionando, se calló porque dudó entre si se estaba mofando de él o se dirigía a él como el representante que era del rey Jorge. Yo recomiendo este libro de Steil porque es una verdadera novela. La gente tiene generalmente la idea de que la economía es una cosa muy aburrida, con un montón de gráficos y de formulaciones estadísticas, pero puede ser apasionante y, a veces, divertidísima.

M.A.: Los oyentes de La buena tarde nos dicen muchas veces por internet que cuando el profesor Rivas habla de economía entienden lo que dice y se divierten, que lo pasan bien, vaya.

D.M.R.: Muchas gracias. Mis alumnos también me dicen que mis clases son divertidas, que lo pasan bien en el aula.

A.M.: ¿Era divertido Keynes?

D.M.R.: Seguramente sí, como casi todos los de su círculo intelectual de Londres. White seguramente era más aburrido. Keynes hubiera sido un excelente diplomático o un buen político, pero tenía un punto excesivamente elitista. No se preocupaba tanto de convencer como de apabullar académicamente al de enfrente, con su indudable talla intelectual y su enorme conocimiento de historia, de religión, de geografía, de música, de literatura; con lo aprendido en sus viajes por todo el mundo y por muchas cosas más.

M.A.: Me temo que anda por aquí algún repunante que se le parece un poco.

D.M.R.: Haré que no escuché esa observación, jejejé… Pero White, el hijo de la clase obrera, que era muy testarudo, no se dejó apabullar. Yo, evidentemente, me identifico más con Keynes, por sus formas y por sus planteamientos económicos, pero tengo simpatía por White, que no se dejó dominar por aquel señorito al que, por otra parte, admiraba.

M.A.: ¿Y a qué acuerdos llegaron en esa conferencia que duró desde el primero de julio hasta el 22?

D.M.R.: Se encerraron siguiendo el modelo vaticano: aquí estaremos hasta que haya un acuerdo. Las discusiones más importantes giraron en torno al diseño de un banco mundial y a la creación de una moneda única. Keynes, con toda la razón de su parte, planteó la creación de un banco único que fuera emisor e interventor y regulador, es decir que emitiera una moneda única y que ejerciera la política monetaria. Incluso puso nombre a la moneda: bancor. Lo que Keynes planteaba era un sistema como el que hoy tiene la Unión Europea, con una moneda única, el euro, y un Banco Central Europeo que dicta la política monetaria, quedando los viejos bancos nacionales como sucursales o delegaciones del central. Por su parte, White planteó que cada país mantuviera su propio banco emisor y regulador y, lógicamente, su propia moneda, dejando a un banco mundial las funciones de prestamista, analista, diseñador de grandes líneas… Lo que pretendía White, lo que pretendía Estados Unidos, era asegurar su dominio sobre la economía mundial. Una vez acabada la guerra, ninguna moneda tendría la potencia que había tenido antes de 1940, ni el franco, ni la libra esterlina, ni el marco, ni mucho menos las demás. White y su jefe, Roosevelt, son conscientes de que, sin una moneda única y sin un banco mundial, el dólar sería la moneda internacional. La única moneda fuerte iba a ser el dólar y una economía dolarizada sería una economía dirigida desde la Reserva Federal. Quedaba en pie, como desde hacía mucho tiempo, el franco suizo, pero que era moneda de refugio, más parecido al oro que a una moneda que circulara por las redes comerciales. Y esa fue la realidad hasta que el marco aparece con toda su fuerza a finales de los setenta o principios de los ochenta, y más aún cuando aparece el euro. Keynes pierde la batalla, la pierde el Reino Unido, y se consolida la era americana, que ya había arrancado tras la guerra con España en Cuba y Filipinas y cuajado tras la primera guerra mundial. También suprimieron las áreas monetarias, que eran tres: la del oro, la de la libra y la del dólar. El resultado fue el mismo: al no haber áreas todo el mundo caía en una única área dolarizada, mientras el oro seguía siendo tesoro, refugio y mercancía de altísimo valor. El banco quedó con unas funciones como las que quería White y lo llamaron Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, en la idea de recomponer la economía europea, de la Europa occidental. Más tarde, cuando se inicia el gran proceso de descolonización pasa a llamarse Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, para convertirse en Banco Mundial en los setenta. En esta nueva arquitectura también se crea el Fondo Monetario Internacional y se sientan las bases de la actual Organización Mundial de Comercio, el antiguo GATT, acróstico de Acuerdo General de Aranceles y Comercio, aunque esta organización no figura en los acuerdos de Bretton Woods, sino que es muy posterior.

A.M.: Vemos que las discusiones tuvieron que ser muy fuertes, apasionantes como decía usted.

D.M.R.: Y pudieron ser mucho más duras si hubieran puesto sobre la mesa el Plan Morgenthau, un asunto tal vez muy olvidado. El secretario del tesoro era Morgenthau, que era un confidente de Roosevelt, un correveidile como aquel que dice, y, según sus colaboradores y subordinados, un tipo con pocas luces, con escasa inteligencia. A Morgenthau se le ocurrió como solución para Europa hacer de Alemania un país agrario, prohibiéndole todo proceso de reindustralización. Churchill se echó las manos a la cabeza, seguramente también Roosevelt, aunque estaba ya muy enfermo y acabado. Keynes se quedó asombrado ante tamaña estupidez. Keynes había escrito un libro profético, Las consecuencias económicas de la paz, donde vaticinó, punto por punto, qué iba a suceder si la primera guerra mundial se saldaba con una humillación política y durísimas sanciones económicas a Alemania. Keynes predijo la segunda guerra nada más acabarse la primera. No conozco la opinión de White. Al fin y al cabo era un subordinado de Morgenthau, pero dudo, leyendo sus intervenciones en las sesiones de Bretton Woods, que respaldara aquel despropósito, que era más propio de un cantamañanas. Sólo un dirigente aplaudió hasta con las orejas el proyecto de Morgenthau: Stalin. Pensaría, digo yo, que esto es de mi cosecha, “si los convierten a todos en campesinos y, además, pobres, esta es la mía”.

M.A.: Keynes quedó en la historia y en la teoría económica pero, ¿qué fue de White, el funcionario de clase obrera que lo derrotó en Bretton Woods?

D.M.R.: Es una buena pregunta. Lo lógico es que White hubiera sido presidente del Banco Mundial o del Fondo Monetario, que, al fin y al cabo, eran sus grandes logros. Pues no lo fue porque lo tildaron de simpatizante del comunismo. Él venía de la clase obrera y había escrito en algunas ocasiones que la inquina norteamericana hacia la Unión Soviética radicaba en que el socialismo estaba resolviendo los problemas básicos de la gente. Yo no creo que White fuera comunista. Leyendo sus argumentaciones estaba, hablando en términos actuales, a la derecha de Keynes, pero era muy sensible a la pobreza, a la explotación, a la marginación, al colonialismo… En aquella caza de brujas que acabó unos pocos años después con la política delirante de McCarthy algunos pensaron que si White presidía uno de los organismos mundiales acabaría pasando información a Moscú. Hay una mujer que lo denuncia un poco después de los acuerdos de Bretton Wodds, que se llama Elizabeth Bentley. Esta mujer, estadounidense y liberal, había estudiado en Italia cuando surge el fascismo. Se asusta tanto de lo que aquello significa que abraza la causa comunista porque entiende que es la única que puede detener la locura de los camisas negras. Llegó a ser una importante dirigente comunista. Pasa el tiempo, vuelve a casa y se quiere rehabilitar, hasta el punto de que se convierte en espía estadounidense en la Unión Soviética. Y una de las cosas que hace es denunciar como comunista a White, llevándolo ante el Tribunal de Actividades Antiamericanas. White queda en entredicho pero no pudo defenderse porque murió antes de abrirse el proceso.

A.M.: Antes decía, profesor, que el capitalismo de Bretton Woods no era tan salvaje como el actual. Una vez acabado aquel modelo, ¿cómo cambió la cosa, cómo cambiamos?

D.M.R.: Es muy sencillo: los mismos que propiciaron aquellos acuerdos son los que los rompen. Estoy hablando de los Estados Unidos. La cosa empieza con Nixon. Desde nuestra perspectiva europea, democrática, incluso con una derecha muy apegada a una economía más social y equitativa, la guerra de Vietnam se ve como una agresión imperialista, un genocidio, un episodio sangriento de la guerra fría o muchas otras cosas. Pero es que la guerra de Vietnam fue una sangría económica terrible para los Estados Unidos. Nixon no sabía cómo afrontar aquel desbarajuste de Vietnam. A la vez, la victoria por goleada que habían obtenido en Bretton Woods llevó a un dólar sobrevalorado. ¿Qué quiere decir eso?: que a Estados Unidos le costaba muy poco importar y mucho exportar. Los déficit comerciales eran tremendos. Por otra parte, la política social iniciada por Johnson disparaba año tras año el gasto público. Nixon decide la devaluación del dólar y lo devalúa dos veces, en 1971 y en 1972. Algunos economistas dicen que la devaluación fue del 25 por ciento en términos reales. Puede que fuera algo menos pero, desde luego, era la devaluación más importante de la historia de los Estados Unidos. Puede que fuera la devaluación más grande desde que acabara la edad media, sólo comparable a la devaluación clandestina que hizo la corona española desde la ceca de Cajamarca, en el Perú. Fuera una devaluación de 25 por ciento o del 20, seguramente más probable, es una auténtica barbaridad. Además, Nixon declara la no convertibilidad del dólar. Hasta 1972 un tenedor de dólares podría ir a Fort Knox, el de las películas, con una maleta de dólares y pedir su contrapartida en oro. Pero ahora ya no es posible. El dólar deja de ser una moneda sometida al mercado y pasa a ser un billete de monopoly, que vale lo que quieran que valga la Reserva Federal y el departamento del tesoro de los Estados Unidos. Entonces, los grandes productores de petróleo, Venezuela y los países del golfo arábigo, se encuentran con los bolsillos llenos de dólares, pero donde antes tenían 100 ahora tienen 75. Deciden, de acuerdo en el seno de la OPEP, subir los precios en la misma proporción. Y llega la crisis que llaman petrolífera. Con la buchaca cargada de dólares deciden llevarlos a bancos europeos. Llevarlos a bancos norteamericanos sería una tontería porque el dólar es un papelito de monopoly en manos de la administración estadounidense. Y los bancos europeos se los prestan a las dictaduras latinoamericanas a un tipo de interés bajísimo, incluso negativo si tenemos en cuenta las tasas de inflación. Estas dictaduras no emplean ese dinero barato para programas de desarrollo sino para enriquecer a la oligarquía civil y militar. Cuando la crisis se supera los tipos se disparan y se genera la crisis de la deuda latinoamericana que da origen a la década perdida de la región, que va de 1982 a 1992. Voy a detenerme aquí porque nos extenderíamos mucho, pero sigue una larga línea de cambios con respecto a Bretton Woods. Llegó el ajuste del Consenso de Washington, una salida neoliberal que empeora más las cosas, el efecto tequila, la negativa de Mèxico a pagar la deuda, el hundimiento de la URSS por la crisis nuclear y la inflación, la crisis de los balseros de Cuba, el hundimiento de los valores tecnológicos de Silicon Valley, las burbujas inmobiliaria y financiera, la conjura contra el euro, la recesión y los rescates, Grecia e Islandia por cada extremo… Y llegamos a Trump, con el abandono definitivo del multilateralismo que naciera en Bretton Woods y con la primer potencia comercial del mundo abandonando el libre comercio. Adam Smith y David Ricardo enloquecerían si salieran de sus tumbas. En definitiva, que todas las crisis por las que hemos pasado es la misma crisis, aunque sus detonantes o sus principales descriptores estadísticos sean distintos. Y todo procede de la ruptura que Nixon hizo de los acuerdos de Bretton Woods y que hoy multiplica Trump con su práctica bilateral, rompiendo el multilateralismo. Con Trump hemos entrado en el desorden económico internacional. De hecho, Trump vetó en 2017 al Organismo de Apelación, que es el principal resorte de la OMC, el que se encarga de resolver las disputas entre los miembros. De no cambiar de política, Trump pondrá en menos de dos años a la OMC en una situación de coma, prácticamente de muerte.

M.A.: Dense cuenta, amigos oyentes: años 40, años 50, años 60, años 70, años 80, años 90, hasta acabar en Trump, contado en un momento por David Rivas. Es la historia económica del siglo XX y parte del XXI. ¡Qué capacidad de síntesis! Muchas gracias, profesor, y pronto nos volveremos a ver.

D.M.R.: A ustedes, Margolles y Álvarez.    
  


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