"Allende no ejerció de líder sino de maestro"


Manuel Jiménez: Ayer se cumplieron cincuenta años del golpe militar en Chile. Es medio siglo y, para ser tanto tiempo, está muy vivo, y no sólo en Chile o en América, sino en medio mundo. David Rivas, profesor titular de estructura económica, era muy joven entonces, pero lo recuerda bien. Buenas noches, profesor.

David M. Rivas: Buenas noches. Mi recuerdo no es mui preciso. El 11 de septiembre de 1973 yo tenía quince años y, aunque ya me empezaba a preocupar por algunas cosas, no me dí cuenta de la importancia de lo de Chile. Fue después cuando fui consciente, especialmente porque viví muy de cerca la revolución portuguesa, que era como una revancha, y, en 1975, ya en la universidad, supe más cosas. Fue entonces cuando, en una casette mil veces copiada, oí el últimu discurso de Allende. Me impresionó. Además, ya en el 73, tenía de vecinos a unos chilenos exiliados. La niña, con la que iba a la playa en invierno y que era un poco más pequeña que yo, me contaba cosas, seguramente lo que oía en casa, que a mí me recordaban a lo que me contaron los míos de la guerra y del franquismo. Este aniversario afecta sentimentalmente a dos generaciones, en Chile y fuera de Chile, a la de los directamente afectados y a los que salíamos de la adolescencia y teníamos alguna sensibilidad social, digámoslo así.

M.J.: ¿Cree que Salvador Allende está muy mitificado?

D.M.R.: Es posible, seguramente lo está. Resistir un asedio, arma en la mano y suicidarte antes de rendirte es algo épico. 

M.J.: Allende pudo gobernar con poderes especiales, poniendo en suspenso la constitución.

D.M.R.: No lo hizo. El gobierno de Allende fue un modelo de política justa y de hacer cambios radicales sin derramar la sangre de los adversarios. Para la izquierda que no creía en las bondades soviéticas era fundamental que un gobierno impulsara un cambio radical por vía democrática y pacíficamente, sin vulnerar jamás la legalidad, respetando la constitución de una república de honda tradición liberal como Chile. Sin ir más lejos, el ejército chileno era el de más limpia trayectoria de América, muy prusiano en su seno pero muy británico en su posición política.

M.J.: Allende pertenecía a la clase alta chilena.

D.M.R.: No sé cuánto de alta, pero, desde luego, pertenecía a una familia acomodada y de abolengo. Tanto él como su mujer, Hortensia Bussi, que era universitaria y profesora, venían de familias ilustradas, de las viejas estirpes chilenas, muy anglófilas por lo general. Allende era hijo de un notario muy bien relacionado y nieto de un reputado médico masón que ya venía de tradición masónica desde principios del XIX. El ejemplo de ese abuelo llevó a Allende a ser, como él, médico y masón.

M.J.: Pero la masonería es una institución burguesa, liberal, no tanto socialista y bastante renuente a la revolución.

D.M.R.: Hay de todo, claro, pero lo que dice es verdad. Pero Allende siempre estuvo atento a todo lo que sucedía a su alrededor y empezó a tener relación con círculos de obreros revolucionarios. De adolescente había conocido en Valparaíso a un carpintero de origen italiano que lo marcó profundamente. Se llamaba Juan Demarchi y era anarquista. Fue quien le enseñó a jugar al ajedrez y le habló de la injusticia social y de la lucha de la clase obrera. También le enseñó italiano, que Allende nunca dominó y que hablaba con dialectalismos napolitanos. Siendo estudiante militó en las primeras organizaciones, mal estructuradas, de la izquierda universitaria y, poco después, fue uno de los cuatro médicos entre los quinientos fundadores del Partido Socialista de Chile.

M.J.: Allende tuvo sus veleidades soviéticas, cuestión que sus enemigos siempre airean y utilizan como justificación del golpe de estado. Estamos en plena guerra fría.

D.M.R.: Allende nunca fue un estalinista, entre otras cosas y tal vez básica, porque era masón y conocía la situación de sus hermanos en la Unión Soviética. Es verdad que participó en 1953 en el homenaje a Stalin con motivo de su muerte, pero fue el primer líder izquierdista del mundo en reconocer los crímenes del dictador cuando Jrushchov los dio a conocer. También se opuso visceralmente a la intervención soviética en Hungría y Checoslovaquia. Muy pocos líderes socialistas, fuera de la socialdemocracia europea, se posicionaron tan tajantemente. Y él no era un socialdemócrata.

M.J.: ¿Cómo fue su política económica?

D.M.R.: La Unidad Popular era una coalición muy complicada de gestionar, aunque el carisma de Allende hacía las cosas más llevaderas. Hay que conocer el Chile de entonces. Raúl Prebisch, padre del estructuralismo económico y uno de los autores fundamentales en mi formación, aunque era argentino, es un economista chileno. Él explica luminosamente la situación. Chile no sufría un problema comercial ni monetario, como afirmaban los ortodoxos de Chicago, los monetaristas. No era un problema de relación de intercambio. Los economistas críticos hasta entonces, muy keynesianos, pensaban que la cuestión estaba en el comercio, en el proteccionismo, en los sistemas fiscales... Pero los estructuralistas desmontaron con rigor el falso entramado. Todo era un problema estructural, de subdesarrollo y de mala articulación de instancias. Allende y su gobierno, y grandes economistas formados en las principales universidades, trataron de afrontar la cuestión a largo plazo, pero, a la vez, haciendo política diaria, desde la leche para los niños o los comedores colectivos. Emprendió un proceso de nacionalización de los sectores básicos y estratégicos, buscó y encontró apoyo de países americanos no sometidos, como Cuba o Uruguay, el primero comunista y el segundo liberal. Contó con el apoyo de Suecia, de Holanda y de Canadá, pero no tanto de Francia, Alemania y Reino Unido. Y, por supuesto, tuvo la enemistad desde el principio de Estados Unidos y de peones como España o Portugal. La Unión Soviética no movió un dedo y sus países vasallos tampoco. 

M.J.: Ya nadie duda de la implicación de Estados Unidos en el golpe contra Allende.

D.M.R.: Si alguien dudó de eso desde el mismo 11 de septiembre es que es imbécil cum laude. Siempre se supo. Hasta mi padre, que estuvo en Chile por asuntos de negocios, a finales de 1973 o principios de 1974, lo contaba. Él trataba, claro, con empresarios, con políticos... Cuando ví a Lemmon en la película Missing me acordé de mi padre, aunque el americano era más tonto que el asturiano. El caso es que cuando regresó de su viaje, recuerdo su relato frente al hogar, en casa, nos lo dijo: "eso lo hicieron los norteamericanos". Puede que pocos recuerden la historia de Peter Kornbluh. ¿Usted sabe quién es?

M.J.: No, la verdad, no.

D.M.R.: Pues es un soldado estadounidense, uno de esos veteranos que creen en la democracia, que se dedicó durante cuarenta años a pedir la desclasificación de los documentos sobre el golpe de Chile. Gracias a su insistencia sabemos que el 15 de septiembre de 1970 se reunieron Henry Kissinger con el presidentre de Pepsicola, Donald Kendall, y con el propietario de El Mercurio, el principal diario de Chile, Agustín Edwards. Poco después apareció por allí el director de la CIA, Richard Helms. La estrategia era evidente: había que bloquear a Allende. Y hablamos de 1970, cuando el gobierno popular no había hecho prácticamente nada.

M.J.: Kissinger.

D.M.R.: Todos los documentos desclasificados por Estados Unidos muestran el apoyo del secretario de estado a la dictadura de Pinochet. Ya en 1970 Kissinger decía que un gobierno socialista, él hablaba de gobierno marxista, elegido libremente alteraría el orden mundial. Para Kissinger el problema era Italia, donde el PCI tenía un apoyo impresionante. Por eso había que cortar de raiz aquella experiencia de socialismo democrático y había que hacer todo lo posible por derribar a Allende. Por cierto, poco después las Brigate Rosse asesinaron al líder democristiano Aldo Moro, que pretendía un acuerdo con los comunistas, contando con el beneplácito del mismo Pablo VI. Berlinguer, el secretario del PCI, había impulsado el compromiso histórico, la alianza con los católicos, precisamente después de ver lo que había pasado en Chile en septiembre de 1973. Aquello supuso un gran cisma en la administración norteamericana: el departamento de estado pensaba que la vía chilena no respondía a los intereses soviéticos y Kissinger y la CIA pensaban lo contrario. Y Nixon, tal vez el peor presidente junto a Trump, más que el joven Bush, que ya es decir, optó por la línea dura. Unos años después, en Santiago, Kissinger le dijo a Pinochet que había hecho un gran servicio a occidente y que estaba sufriendo el acoso de la izquierda mundial por derrocar a un gobierno que se estaba volviendo comunista. Y ahora resulta que el criminal de guerra y de paz Kissinger, con ya cien años, es venerado como un gran estadista. Lo será, no lo dudo, pero también un genocida.  

M.J.: Allende estaba condenado.

D.M.R. Salvador Allende tuvo mala suerte. Le tocó Nixon de presidente y con Kissinger al frente. Hubiera sido otra cosa si le toca Carter. Y también le cayó un tarado como Brezhnev al mando de la URSS y no un Jrushchov. En cambio, cosas raras de la historia, fue bendecido por Pablo VI. El papa estrechó la mano de un masón socialista.

M.J.: ¿Cuál fue la postura de la oposición de derecha ante el gobierno de Allende?

D.M.R.: Frei, el líder democristiano, respaldó a Allende en 1970, cuando gana las elecciones, pero todo cambia un año después. Los sectores más anticomunistas, aunque los comunistas eran una pequeña parte de la coalición gubernamental, presionan y presionan, argumentando que Allende lleva a Chile a una dictadura estalinista y que aquello iba a ir a una vía a la cubana. Frei, no sé si conscientemente, abrió la puerta a la dictadura, como lo hizo Gil Robles en España o Estela Martínez de Perón en Argentina. 

M.J.: Allende tuvo excelentes relaciones con Fidel Castro.

D.M.R.: Eso es cierto. ¿Y por qué no las iba a tener? Castro tuvo relaciones excelentes con Franco, hasta el punto de declarar tres días de luto cuando el general golpista aliado de Hitler murió. ¿Y por qué? Porque, pese a su ideología y a su vasallaje a Estados Unidos, Franco nunca participó en el acoso comercial a Cuba, sino todo lo contrario. Seguramente Allende tenía cierta admiración por Castro, pero no menos de la que tenían decenas de gobernantes de América, África y Asia, e incluso de Europa. Castro no era tanto el símbolo de la revolución comunista cuanto de la liberación popular.

M.J.: ¿Tuvo Allende oposición desde la izquierda?

D.M.R.: Sí que la tuvo, pero eso va en el cargo. No es algo exclusivo de la izquierda sino que pasa y pasó en la derecha, en el fascismo, en el catolicismo, en el islamismo..., hasta en el ciclismo. Cuando yo era estudiante, algunos sudamericanos que procedían del MIR o de los montoneros decían que Allende había militarizado la economía y que, evidentementemente, una economía militarizada llama a un régimen militar. No lo entendí entonces, que sabía poco, y sigo sin entenderlo ahora, que sé un poco más. O eran unos infantiles o eran súbditos de Moscú. Otra opción no me cuadra.

M.J.: ¿En qué se equivocó Allende?

D.M.R.: Supongo que en muchas cosas. Pero, sin duda, en creer en la lealtad de los militares. No supo ver la transcendencia de que a los oficiales los educaran en Estados Unidos, en la Escuela de las Américas, en plena guerra fría, con un discurso casi fascista. Confió también en que los grandes empresarios entendieran que el modelo que proponía no los perjudicaba más allá de que tuvieran que atenerse a un modelo redistributivo para que hubiera escuela y hospital. Tal vez fue un poco ingenuo, algo propio de los que llegan a la revolución desde las ideas y no desde la necesidad.

M.J.: Hace unos días, coincidiendo con este aniversario, la Corte Suprema de Chile condenó a 25 años a siete militares por el secuestro y asesinato de Victor Jara, entre otros. Son octogenarios y uno se suicidó al ir a ser detenido. ¿Es una especie de eso que llaman justicia poética?

D.M.R.: No. A mí lo de la justicia poética me parece una chorrada. Es una justicia retrasada, que no repara nada y que es una burla. A mí me da igual que a esos indeseables los tiren a la mar o los manden a un balneario. Pero el cuerpo mutilado y con cuarenta balas de Víctor Jara, un poeta, un cantante, no lo va lavar ningún tribunal. El ensañamiento con Jara refleja muy bien lo que eran y lo que defendían. Pero, ¡ojo!, como decía Brecht en su La resistible ascensión d'Arturo Ui, todavía es "fecundo el vientre que parió al suceso inmundo". Pero me gustaría recordar a Amanda, que era la madre de Víctor Jara: "la vida es eterna en cinco minutos".

M.J.: Hay un debate desde aquel 1973: ¿pudo Allende salir del país?

D.M.R.: Eso yo no lo sé. Se dijo que los militares le ofrecieron un avión para abandonar Chile. A mí eso me extraña. Un Allende en un país democrático iba a ser un grano en el culo de Pinochet. Él sabía que era una trampa y hoy sabemos que el vicealmirante Carvajal, partidario de que el presidente se salvara, recibe la orden de Pinochet de que le pusieran un avión, pero que ese avión podría caerse en vuelo.

M.J.: Se quedó en La Moneda.

D.M.R.: Sí, y no quiso ser apresado y ser exhibido como un mono de feria. Se puso el fusil de asalto AKM entre las piernas, una versión modernizada del mítico kalashnikov, y disparó.

M.J: Usted ha hablado varias veces de que Allende era masón. Y eso me recuerda unas opiniones de Mario Amorós, publicadas ayer o anteayer, diciendo que era un masón muy elegante, alejada su imagen de un revolucionario.

D.M.R.: Amorós es, sin duda, quien más sabe de la personalidad de Allende y uno de los autores imprescindibles para comprender su política. Pero vayamos por partes. No sé por qué tenemos una idea de los revolucionarios como gente desaliñada. Puede que en combate lo fueran y puede que tampoco llevaran levita los jornaleros. Pero los grandes teóricos y dirigentes, empezando por Marx o Kropotkin y acabando por Lenin o Montseny, no eran precisamente unos desarrapados. Seguramente, claro, porque venían de buena clase. Sí, Allende era elegante y atractivo, parece ser que también muy mujeriego. También los mitos políticos tienen sus sombras a la luz de hoy. En cuanto a lo de masón, creo que le influyó profundamente. Las clases populares no entienden muy bien eso de la masonería y saben que es cosa de burgueses que se reunen para hacer negocios. Allende, enfrentándose a este problema, decide darse de baja en la orden por incompatibilidad, pero sus hermanos, burgueses y derechistas la mayoría, no lo aceptan. Votan unánimemente que Allende siga en la logia aunque lo liberan de compromisos. De hecho, cuando inició su carrera política, a principios de los sesenta dijo que su única herencia era un nombre limpio y una vocación de servir al pueblo, añadiendo que eso lo había recibido de la formación masónica de sus antepasados.

M.J.: ¿La conspiración masónica?

D.M.R.: Eso es una patochada francesa y rusa, y llevada a la astracanada por el franquismo. Todo lo contrario. ¡Si el país con más masones es Estados Unidos! Yo, a veces, cuando pienso en estas cosas, me pregunto qué pensaría un honrado senador de Wisconsin, que es masón, cuando le piden que apoye asesinar a un venerable maestro como Allende. ¿Recordaría sus juramentos?, ¿pesaría más el interés económico?... Es más, Allende, en lectura ante su logia, dice que si los masones de algún país no combatieron la iniquidad es porque han vulnerado sus juramentos y sus deberes más esenciales.

M.J.: Me parece que a usted le interesa más el Allende masón que el socialista.

D.M.R.: Sí, es verdad. Allende tiene muy poco escrito. Es muy difícil saber realmente a qué línea de pensamiento socialista se adscribe. No es un socialdemócrata, eso lo dice claramente, pero hay que ver lo que era la socialdemocracia y América en los setenta. Hoy, ¿qué sería? Pero sí tiene algo escrito sobre la masonería y en la masonería. Y ahí sí podemos ver a Allende como hombre. Tampoco hay mucho, es verdad. Pero hay una cuestión que yo veo muy clara: Allende nunca ejerció de líder, mucho menos de dictador, pero sí de maestro. ¿O no lo vemos así, ahora, cincuenta años después?

M.J.: ¿Qué queda de Allende?, ¿qué podemos aprender de Allende?

D.M.R.: Es necesario recordar la lucha de Allende, su forma de entender cómo llegar a una sociedad mejor. En cierto modo, a cuantos recordamos aquel septiembre, la rabia, la impotencia, la herida... nos invita a seguir. Se ha convertido en un mito, con todas las miserias que arastran los mitos,  porque intentó construir una nueva sociedad, una revolución por la via democrática, sin derramamiento de sangre y respetando los derechos humanos.

M.J. : Y David Rivas, un chaval cuando Allende muere, ¿qué le queda del presidente de Chile?

D.M.r.: Posiblemente poco. Yo estoy tan acomodado como él, sin duda, pero en un país mucho más rico que el suyo. Lo que más valoro de Allende es lo consecuente que fue con sus ideas políticas a lo largo de toda su vida. La utopia de justicia social que Allende perseguía aún tiene sentido. Y hay en su discurso final, ese de la radio, una frase muy poco épica y muy poco recordada, pero que me parece luminosa: "el pueblo debe defenderse pero no sacrificarse".

M.J.: Aquí lo dejamos. Muchas gracias al profesor David Rivas.

D.M.R.: ¿Me permite un apunte?

M.J.: Por supuesto.

D.M.R.: La vida puede ser eterna en cinco minutos o en cincuenta años.

M.J.: Buenas noches.

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