"Hay efectos irreversibles del calentamiento y una creciente sensación de impotencia"


Manuel Jiménez: Como todos los años, celebramos este 5 de junio el Día Mundial del Medio Ambiente, pero en esta ocasión hay un componente especial, al cumplirse cincuenta años de la Conferencia de Estocolmo. En 1972 se reunió en la capital sueca la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, también conocida popularmente como Primer Cumbre para la Tierra, Fue precisamente el 5 de junio cuando se abrieron las sesiones, por lo que la ONU escogió un tiempo después esa fecha como conmemorativa. Y para hablar de esta efeméride y también de la situación actual del medio ambiente contamos con David Rivas, profesor titular de estructura económica, jubilado desde hace dos años en la Universidad Autónoma de Madrid. El profesor Rivas fue uno de los primeros economistas que se dedicaron en España al desarrollo sostenible, y fue, entre otras cosas, miembro de la Comisión de Espacios Protegidos de la UICN y presidente de Amigos de la Tierra, y es miembro del Club de Roma. Hace unos meses estuvo con nosotros con motivo de la polémica protagonizada por el ministro Garzón sobre las macrogranjas, aunque hablamos de muchas otras cosas. Buenas noches.

David M. Rivas: Buenas noches.

M.J.: Usted empezó a trabajar en medio ambiente muy pronto, además desde una perspectiva económica. Era muy joven cuando la Conferencia de Estocolmo pero, ¿supo de ella?

D.M.R.: Evidentemente, no me enteré de que se estaba celebrando aquella cumbre. Yo tenía catorce años y andaba a otras cosas, como se puede suponer. Aquel mes de junio estaría pensando en el verano que empezaba y en aquella niña con la que iba a la playa... Pero sí recibí su impacto muy pronto, aunque sin saberlo. Entonces, incluso en aquella España del franquismo final, empezó a notarse una presencia de los temas ambientales en los medios de comunicación. Eso me llevó a que mi primer trabajo que podemos llamar académico fue sobre la contaminación en Asturias. Estaba en quinto o sexto del antiguo bachillerato, cuando tenía quince o dieciséis años.

M.J.: O sea, que empezó muy pronto con estos asuntos.

D.M.R.: Podemos verlo así. No obstante, creo que mi preocupación por el medio ambiente me viene más de mi querencia desde niño por los bosques y la mar, por la vida rural, el gusto por el paisaje, la observación de los animales... De hecho, aunque decidí estudiar economía, pensé también en la biología. Y, al final, acabé acercándome a la biología, a la ecología, por una vía indirecta.

M.J.: Todo parece responder a un plan.

D.M.R.: Tal vez. Un plan divino, jejeje... Hay quien cree en la casualidad y quien cree en la causalidad. Pero es que también estamos en el quincuagésimo aniversario del que conocemos como Primer Informe al Club de Roma. Esta organización, a la que pertenezco desde hace bastantes años, se fundó en Roma en 1968, un tanto al socaire de todo aquel movimiento que puso patas arriba las sociedades del capitalismo avanzado. En 1972 encargó a Dennis Meadows y a su equipo del Massachusetts Institut of Technology un estudio que acabó titulándose Los límites del crecimiento y que fue una señal de lo que se nos venía encima si no se cambiaba el modelo de crecimiento. El estudio preveía, atendiendo a siete u ocho variables básicas, que, de seguir por la senda que se iba, nuestro planeta colapsaría en un siglo. Estaríamos hablando de, por decir un año concreto, 2072. Diez años después, en 1982, el Club de Roma encargó al propio Meadows una actualización del estudio, que se tituló Más allá de los límites del crecimiento, y que mostraba que la capacidad de carga del planeta ya estaba sobrepasada. Estamos hablando de 1982, de hace cuarenta años. Aquel primer informe, el de 1972, que yo leí ya en la facultad un poco después, sí me marcó mucho. En plena crisis de los setenta, la petrolífera y de materias primas en general, la de la estanflación, el estudio de Meadows era una llamada de atención en medio de la polémica entre estructuralistas y monetaristas, y también cambiaba el escenario de fondo entre los dos odelos entonces enfrentados, el capitalista y el comunista. Para mí el informe al Club de Roma, que no del Club de Roma, fue fundamental en mi formación. De aquella aún no se hablaba de cambio climático, de economía circular, de desarrollo sostenible, de descarbonización y esas cosas, pero se estaba entrando en esa senda. Y quiero remarcar que eran informes al club y no del club porque el Club de Roma no emite informes, sino que los solicita a grupos científicos, financiando su elaboración. El error sobre esto es algo muy corriente.

M.J.: Una buena puntualización. Aquel año, 1972, fue histórico porque también se creó el PNUMA, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

D.M.R.: Sí, fue un año extraordinario. Además, el PNUMA puso su sede en Nairobi, en un gesto evidente de reconocimiento a los países subdesarrollados, pobres todos económicamente hablando pero muy ricos la mayoría en biodiversidad y cultura. Fue el primer paso para una administración global del medio ambiente, aunque no llegó a tanto. Pero es que, además, en 1971 había surgido la primer red internacional ecologista, Friends of the Earth.

M.J.: Amigos de la Tierra, de cuya federación española fue usted presidente.

D.M.R.: Sí, en los años noventa, llegando casi al cambio de siglo. Y, como presidente de esa federación, me correspondía un lugar en la organización internacional. Fue una experiencia magnífica, de la que guardo un recuerdo imborrable. Traté con hombres y mujeres extraordinarios, desde grandes científicos hasta activistas de comunidades pequeñas y remotas. Recorrí medio mundo, desde las charcas de La Mancha hasta los altiplanos andinos, pasando por las selvas tropicales, los vertederos de Madrid y los santuarios balleneros. Fueron unos años extraordinarios, básicos en mi biografía.

M.J.: Usted siempre ha dicho, también lo tiene publicado, que la creación de Amigos de la Tierra fue un hito fundamental en el ecologismo y en la lucha en favor del medio ambiente.

D.M.R.: Es que es así y, según pasa el tiempo, más claramente veo que es así. Amigos de la Tierra se fundó en Estados Unidos en 1969 por iniciativa de un grupo de activistas antinucleares que se habían desgajado del histórico Sierra Club. Al poco tiempo, en 1971 como le decía, se convirtió en una red internacional, con organizaciones en Suecia, Reino Unido y Francia, además de las primigenias norteamericanas. Amigos de la Tierra fue la organización que dio el salto del conservacionismo tradicional, el de cuidar espacios y especies, al ecologismo moderno, aunque siguió con su trabajo conservacionista. Ese paso significó la toma de conciencia de que el deterioro ambiental, la degradación, no era el problema, sino el síntoma, el síntoma de un modelo socioeconómico inviable que lleva a la humanidad a la catástrofe. Dicho en términos económicos, el problema no eran las externalidades del modelo productivo, sino el propio modelo.

M.J.: Eso acercaba a la organización a las ideas clásicas de la izquierda.

D.M.R.: En cierto modo sí, pero la cosa no es tan sencilla. En los setenta aún estamos en plena guerra fría y, no lo olvidemos, Amigos de la Tierra nace en un ambiente básicamente anglosajón. Es en los ochenta cuando sale de los países capitalistas centrales y comienza a actuar en otros. Tenga en cuenta que Amigos de la Tierra sólo trabaja donde hay grupos locales. Los miembros de Amigos de la Tierra no ejercen de misioneros. Hoy la organización está presente en casi ochenta países y ha tenido como presidentes a holandeses y estadounidenses, pero también a salvadoreños y uruguayos, por decir algo. La izquierda clásica, la de raiz comunista o socialista, tardó mucho en asumir el discurso ecologista. Tenía tanta desconfianza hacia los ecologistas como la que tenían los defensores del capitalismo. Sólo algunosos sectores anarquistas, los herederos de Reclus, de Kropotkin, o de esos liberales anarquizantes como Thoreau, Jefferson o el mismo Tolstoi, asumieron pronto el ecologismo y aportaron mucho. Pienso, por ejemplo, en Murray Bookchin, uno de los teóricos más difundidos por Amigos de la Tierra. No obstante, sí hubo alguna iniciativa interesante en la izquierda europea más institucionalizada. Por ejemplo, Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano, poco después del primer informe de Meadows, publicó un libro, un opúsculo más bien, sobre los límites del crecimiento y la política a seguir por los comuistas si llegaban al gobierno. No recuerdo muy bien la cosa pero tal vez fue la primer reflexión de la izquierda europea sobre estos asuntos. Y en el propio bloque soviético también hubo cierto movimiento, como los trabajos del alemán Harich sobre la hipótesis de un comunismo sin crecimiento. También en España hubo producción en esta línea de pensamiento, como la de Ramón Tamames, entonces miembro de la ejecutiva del PCE, con un libro muy difundido que se titulaba La polémica sobre los límites del crecimiento. Yo acabé trabajando con Tamames durante tres décadas y nos une una buena amistad, pero en aquellos años no lo tuve como profesor. Pero sí que tuve a otros que también eran del PCE y fue con ellos con los que empecé a conocer todas estas teorías y políticas, en las asignaturas de economía rural, economía regional, economía urbana... Entonces aún no había economía ambiental. Si la historia de España hubiera sido otra, la de un país democrático normal, seguramente el PCE se habría preocupado antes y más por estas cuestiones. Pero si en Italia la cosa no andaba muy bien, peor andaba en España, con un PCE volcado en la transición política desde el franquismo y en su lucha por la hegemonía en la izquierda. Además, claro, Carrillo no era Berlinguer, pero comunistas como Tamames o Castells, el que fue ministro de universidades con Pedro Sánchez, tenían una cierta talla teórica.

M.J.: Usted fue de los pioneros en introducir las cuestiones ambientales en las facultades de economía.

D.M.R.: Desde un punto de vista formal sí, pero hubo personas de gran peso anteriores a mí y que, sin duda, tuvieron mucha mayor importancia, como el propio Tamames, o José Manuel Naredo, o Martínez Alier y unos cuantos más. La diferencia es que yo fui de los primeros en institucionalizar esas materias. Cuando hice mi tesina en la Complutense, sobre las evaluaciones económicas de impactos ambientales, fue dificilísimo formar un tribunal porque no había nadie en la facultad de economía que supiera algo de medio ambiente. Me la dirigió Carlos Berzosa, un marxista, más por amistad que por convencimiento, y quien aceptó presidir el tribunal fue Agustín Cotorruelo, que había sido ministro de comercio de Carrero Blanco, durante la dictadura de Franco, y presidente del Atlético de Madrid. ¡Fíjese usted en el combinado! Con la tesis doctoral, sobre las relaciones sistémicas entre economía y ecológía, ya en la Autónoma, las cosas fueron distintas porque el tribunal podía ser multidisciplinar y debía ser de universidades diferentes. Así que conté con tres doctores en economía, uno en biología y otro en matemáticas. Al poco tiempo conseguí colar una asignatura sobre economía del medio ambiente y de los recursos naturales. Era la primera en una facultad de economía y era optativa porque sólo la impartía yo. Fue un éxito y todos los años se cubría la matrícula en un par de días. Más tarde se amplió, cuando ya conté con otra profesora, Gemma Durán, que había sido alumna mía. Al final, en la última reforma que yo viví, los intereses de grupo y los repartos de poder de la universidad llevaron a eliminar la asignatura. Total: que la facultad de economía pionera en estas materias atrasó su calendario treinta años y así sigue en la actualidad. Como ve, no todo es cosa de intereses ocultos de grandes corporaciones internacionales, sino también de las pequeñas miserias de cuatro caciques universitarios con nombres y apellidos.

M.J.: Con tantos años en estas actividades, también trataría usted con dirigentes políticos.

D.M.R.: No traté con muchos políticos, quiero decir con políticos que tuvieran poder real para incidir en los procesos. Siendo Josep Borrell ministro de obras públicas, formé parte del Consejo Asesor de Medio Ambiente y entonces traté con una de las pocas personas de las que tengo buen recuerdo por lo tocante a sus posturas sobre estas cuestiones. Fue Cristina Narbona, entonces secretaria de estado de medio ambiente, impulsora de la ley de costas, tal vez la mejor herencia de los gobiernos de Felipe González. Zapatero la nombró ministra de medio ambiente y la cesó al poco tiempo por su oposición a la renuclearización y a la política hidrológica. Por lo demás, conservo buena imagen de Javier de Sebastián, el director del Parque de la Montaña de Covadonga que llevó adelante la ampliación a Parque de los Picos de Europa. Fue bastante maltratado, incluso por algunos sectores ecologistas, y cesado por Isabel Tocino, primera ministra de medio ambiente, por negarse a permitir la caza en el parque, como pretendía, contraviniendo las leyes españolas y europeas,  el Partido Popular. También recuerdo con gran afecto a Pedro Díez Olazábal, de Izquierda Unida, alcalde de Arganda del Rey, que impulsó el Parque del Sudeste de la Comunidad de Madrid. Traté a algunos políticos de otros países, como Petra Kelly, la líder de Los Verdes, o Richard von Weizsacker, que fue presidente de la República Federal de Alemania y que era hermano de Ernst, presidente del Instituto de Wuppertal, donde yo colaboraba en proyectos de investigación.   

M.J.: Decía antes que en los primeros setenta, cuando el informe al Club de Roma, aún no se empleaba la terminología que hoy manejamos, sostenibilidad, economía circular, decrecimiento, pero que se inició el camino.

D.M.R.: Así es. Pero tampoco creamos que todo nació entonces. Ya nos encontramos con clásicos de la economía que se anticiparon. Quesnay, de la escuela de Versalles, explicó que sólo la naturaleza generaba valor, Ricardo analizó los rendimientos decrecientes en el uso de recursos, Mill teorizó sobre el estado estacionario, Marx concluyó que la desertificación era un fruto de la falta de planificación de los ciclos hídricos, Kropotkin diseñó un modelo de desarrollo basado en la agricultura biodinámica. Con Meadows llegaron los límites del crecimiento, luego el desarrollo sostenible, más tarde el decrecimiento, el factor 4, la huella ecológica, ahora la economía circular... Todo forma parte de una línea de continuidad en un pensamiento económico crítico, heterodoxo podríamos decir. Así llegamos a la norma de las tres erres: reducir, reutilizar, reciclar y, además, por ese orden de prelación. Aparece la economía circular y nos trae una erre más: reparar. Y cada poco nos vamos encontrando con más erres: renovar, rediseñar... La verdad es que tanta tontería, propia de eslogan de red social y de diseño publicitario, no ayuda mucho, sino todo lo contrario, a poner sobre la mesa lo verdaderamente importante. Pero la economía circular presenta un proyecto muy interesante que intenta acompasar los flujos económicos con los naturales. El modelo de desarrollo actual, más bien un modelo de crecimiento, está basado en una economía lineal que proviene de la revolución industrial, cuando se pensaba que los recursos eran ilimitados. El error proviene de Smith, que analizó el crecimiento de una pequeña Inglaterra provista de nuevos ingenios, con un conocimiento científico imparable y con medio mundo enviándole materias primas a costes bajísimos. Y ese error lo trasladaron los liberales a la teoría del valor y Marx a la teoría de la plusvalía, con lo que ni el enfoque capitalista ni el comunista se preocuparon de la naturaleza, creyéndola infinita y sin precio. Frente a esa visión, la economía circular promueve sistemas de producción y consumo más eficientes, con ciclos contínuos y regenerativos. Esa visión holística de hoy ya la encontramos en las teorías ecologistas y ambientalistas de los setenta del siglo pasado, desde las más técnicas de los límites del crecimiento hasta las más filosóficas, como puede ser la de Lovelock, que considera a nuestro planeta, Gaia, como un ser inteligente que se autorregula.

M.J.: Vamos a acercarnos al presente, al día de hoy. El IPCC, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, creado por la ONU en 1988, acaba de afirmar, una vez más, que son necesarias reducciones drásticas e inmediatas de las emisiones de los gases de efecto invernadero si queremos, por decirlo llanamente, salir de esta.

D.M.R.: El documento que conocimos hace un par de semanas no es un estudio más. No se trata de otro informe elaborado por una universidad o por un instituto de investigación. Estamos hablando del trabajo de nada menos que 290 científicos revisando, ordenando y sistematizando la friolera de unos 34.000 artículos, publicados también por científicos, sobre el cambio climático global. Esta es la sexta revisión, la más completa además, que realiza la ONU sobre el conocimiento científico sobre tal asunto y la conclusión no puede ser nada optimista. El IPCC reconoce sin ningún género de duda que se subestimaron los efectos del calentamiento de la Tierra. El grupo viene a decir que el alcance y la magnitud de los impactos son mayores que lo calculado en evaluaciones anteriores y que lo que aparecía en los análisis proyectivos. En la actualidad no hay región en el mundo que no esté afectada por el cambio climático y casi la mitad de la población, entre 3.200 y 3.600 millones de personas, presenta una alta vulnerabilidad, bien por su lugar de residencia, bien por su situación económica.

M.J.: Pero el informe, o eso han recogido los medios, dice que aún estamos a tiempo de detener el incremento de la temperatura media del planeta.

D.M.R.: Sí, eso es verdad, pero todo parece ser un déjà vu desde hace años. El IPCC nos dice que podemos dejar el incremento de la temperatura en esos 1,5 grados a finales de siglo que parecen ser la cifra mágica si tomamos medidas inmediatas. Pero esas medidas inmediatas deben incluir, también se lee en el informe, que se alcance el pico de emisiones en 2025. Estamos a mediados del 2022. Hablamos de dos años y medio. ¿Qué le parece? Pero es que para lograr ese objetivo de los 1,5 grados también deberían disminuir la emisiones en un 43 por ciento para 2030, siete años, y la neutralización de las emisiones de carbono en 2050. Sólo con que nos fuéramos con los deberes hechos a 2070, el incremento de la temperatura en el cambio de siglo habría sido de 2 grados. Si hablamos de cosas que parecen más concretas, del informe se desprende que, en 2050, para lograr el objetivo mínimo deberíamos rebajar en un 60 por ciento el uso del petróleo, en un 70 el del gas y totalmente el del carbón. Con todo y con eso, los estudios de Amigos de la Tierra nos dicen que las proyecciones son erróneas y que responden a los intereses del gran capital que, leemos textualmente, son "incompatibles con la vida".

M.J.: Le sale a usted su vena militante.

D.M.R.: Puede ser, pero creo que no. Llevo tiempo al margen de la lucha cotidiana y sigo las campañas a mucha distancia. Eso sí, estoy informado y me preocupo por la evolución de la organización, al menos hasta donde puedo llegar. Además, nunca fui de los ecologistas más ecocéntricos, quizás por ser economista. Los economistas siempre parecemos menos socialistas que nuestros compañeros socialistas, menos ecologistas que nuestros compañeros ecologistas, menos intervencionistas que nuestros compañeros intervencionistas... Siempre parecemos más moderados que los demás. Le voy a contar una anécdota que hoy viene muy al pelo. Hace casi cuarenta años, cuando el congreso fundacional de la Federación Progresista, yo realicé la ponencia económica. Me la tiraron abajo porque no nacionalizaba la banca. Pero nadie reparó en que mi texto contemplaba la existencia de una banca pública junto con la privada y que, además, permitía nacionalizar el sistema eléctrico, desde la producción hasta la distribución minorista, en función de criterios estratégicos y medioambientales. Pero, o se nacionalizaba toda la banca con claridad meridiana, o aquello era un programa poco menos que de derechas. Y, por desgracia, así seguimos en bastantes circunstancias. Yo no sé si será muy moderado António Guterres, actual secretario general de la ONU, pero hace un mes llamó, literalmente, mentirosos a algunos gobernantes y empresarios, por decir una cosa y hacer otra, lo que, también literalmente, nos llevará, según él,  a resultados catastróficos

M.J.: Ya se aprecian algunos de esos efectos, si no aún catastróficos, sí muy preocupantes.

D.M.R.: Se vienen apreciando desde hace bastante tiempo. El Informe Carter, conocido como Global 2000 o como El mundo en el año 2000, encargado por el entonces presidente norteamericano y presentado en 1980, ya contenía datos estremecedores. Sólo habían pasado ocho años desde el informe del MIT y desde entonces han pasado cuarenta y dos. Lo que supuso aquel informe tal vez lo refleja mejor que nada el título que le pusieron en japonés: Biblia del ambientalismo. Y fíjese cómo andamos todavía... Una buena parte del equilibrio climático está casi perdida. Aunque cambiáramos radicalmente nuestra forma de vida, seguiríamos necesitando una descarbonización del 90 por ciento si queremos detener el aumento de la temperatura en esos 1,5 grados por encima de los niveles previos a la revolución industrial, que es el objetivo marcado en el Acuerdo de París. Hay algunos efectos del calentamiento que podemos considerar irreversibles, que, como mucho, podremos medio detener, como los cambios en los ecosistemas de montaña, particularmente el enorme retroceso de los glaciares, o la pérdida del permafrost, esos suelos siempre helados de la regiones árticas que actúan como un termostato planetario. Si queremos ir a algo más cercano podemos detenernos en la región mediterránea, donde el incremento de la temperatura ha llegado ya a esos 1,5 grados de los que siempre hablamos, cuando el incremento medio del planeta es de 1,1. El Mediterráneo se calienta más deprisa que la media del planeta y, además, es una región con déficit de agua dulce. Estamos hablando de 42 millones de personas expuestas a la subida del nivel del mar en sus tres orillas. No quiero contar un cuento de terror si el incremento de la temperatura a finales de siglo es de 3 grados, como ya anuncian algunos modelos con los que se está trabajando. Las inundaciones, ya anormalmente frecuentes en la actualidad y no sólo en la región mediterránea, se multiplicarán por cuatro, lo que llevará a grandes desplazamientos de población. El propio Banco Mundial, poco sospechoso de ecologismo y de anticapitalismo, estima que en 2050, pasado mañana, habrá 143 millones de migrantes por razones climáticas.

M.J.: También nos enfrentamos a un problema de desabastecimiento de productos agrícolas y, lógicamente, a un encarecimiento de los alimentos.

D.M.R.: Con sólo mirar por encima la prensa o ver la televisión nos encontramos con noticias que pueden parecer anecdóticas pero nada más lejos de la simple anécdota. Por ejemplo, hace poco leí que una de las marcas más emblemáticas de la denominación Ribera del Duero va a abrir una bodega en Soria, a bastante más altura que las de Valladolid, para protegerse del calentamiento. Supongo que lo conseguirán en lo concerniente al vino, pero no sé cómo van a proteger los viñedos. No creo que vayan a trasladar todas las plantaciones a una mayor altitud. El incremento de las temperaturas y la ausencia de lluvias están acabando desde hace años con las cosechas de trigo, que cayó en el mundo en un 50 por ciento en 2021 con respecto a 2020 y no parece que se vaya a recuperar en este 2022. La India, uno de los grandes productores mundiales, perdió el 15 por ciento de la producción, lo que se tradujo en un frenazo a las exportaciones y un enorme incremento del precio. De mano, aparte de la escasez en algunas regiones, el precio internacional pasó en ese año de 220 euros la tonelada a 430. Y ahora, además, se viene a sumar la guerra de Ucrania, el gran silo de Europa, lo que nos lleva a una situación que nunca hubiéramos sospechado hace tan sólo unos meses. 

M.J.: Hablaba usted antes del gesto que supuso hacia los países pobres la decisión de situar la central del PNUMA en Nairobi, ya en el lejano 1972. Siempre ha estado presente en el debate ambiental la enorme desigualdad existente en el mundo, incluso a veces con enfrentamientos y controversias. A veces llegaba a parecer que nos enfrentábamos a la dicotomía de "o protección ambiental o desarrollo". Sin embargo, en el informe actual del IPCC se habla, estrictamente, del colonialismo como un elemento que explica la vulnerabilidad ambiental. 

D.M.R.: Es un detalle muy interesante y tiene una motivación muy clara. Recordemos que este no es un informe más, sino una revisión y una sistematización de la literatura científica existente, esas decenas de miles de artículos. Y muchos de esos artículos e investigaciones nos hablan de la relación entre la dependencia económica o la subordinación política y el deterioro ambiental y la vulnerabilidad climática. Ya en los años setenta el debate sobre el subdesarrollo era muy importante, incluso antes, con trabajos pioneros como los de Myrdal, que obtuvo el Nobel en 1974. Entonces los economistas de la ortodoxia crecimentista, maestros de los posteriores negacionistas del cambio climático, dividían a los países entre desarrollados y en vías de desarrollo, mientras que los estructuralistas hablaban del subdesarrollo, de la dependencia, del intercambio desigual... Y algunos ya empezaban a atender al medio ambiente, entre otras cosas por el impacto del informe de Meadows. No es anecdótico que la edición española del estudio la hizo una editorial como Fondo de Cultura Económica, la gran editorial crítica mexicana. Pues resultó que no había una vía al desarrollo, sino que, cincuenta años después, los países subdesarrollados lo siguen siendo y, además, con una situación ambiental verdaderamente preocupante. Incluso países como Argentina e incluso Rusia presentan rasgos de subdesarrollo cuando eran economías más fuertes en aquellos sesenta y setenta. El caso es que amplias regiones de Centroamérica, Sudamérica, Asia y África son puntos críticos de alta vulnerabilidad en buena medida por condiciones previas al cambio climático, como la pobreza, la desigualdad, la ausencia de democracia, la explotación... Muchas de estas situaciones son herencia histórica del colonialismo. No hay más que recordar que cuando, más o menos, tiene lugar la Conferencia de Estocolmo, la tercera parte de África está en guerra por la independencia y otro tercio negociando la reciente descolonización, Vietnam está ardiendo, en el Oriente Cercano la inestabilidad es total, fruto de la descolonización de poco antes y de la partición del protectorado de Palestina, América Latina va de golpe en golpe a impulsos de un neocolonialismo estadounidense... Todo eso es independiente del calentamiento global y anterior a la crisis climática pero ésta hace aumentar la vulnerabilidad de estos países.

M.J.: Estos días atrás he leido en algún periódico que durante los años de la pandemia de covid, prácticamente dos, el virus ha provocado menos muertes que la contaminación.

D.M.R.: Supongo que se refiere usted a lo publicado por la revista The Lancet Planetary Health, pero seguro que hay más publicaciones y más estudios. Los titulares de prensa hay que cogerlos con sumo cuidado porque buscan el impacto inmediato y, a veces, en su desarrollo no nos hablan de la metodología seguida en el estudio, en parte porque ocuparía un espacio que es escaso y en parte porque tiene poco interés para el público o, simplemente, no es comprensible para la mayoría. Pero, aunque sólo sea porque los datos se repiten vez tras vez y publicación tras publicación, muy errados no pueden estar. La revista científica de la que le hablo cifra las muertes prematuras achacables a la contaminación en 9 millones al año, algo más que el número causado por el tabaco, cuando 3 son fruto de la malnutrición, otros 3 de las drogas y el alcohol, y 2 del conjunto de sida, tuberculosis y malaria. La contaminación del aire es la principal causa, casi 7 millones, seguida de la del agua, los tóxicos en el lugar de trabajo y el plomo. No obstante, la propia revista dice que se han desestimado otros contaminantes, con lo que el número de muertes sería mayor que ese de 9 millones, y que, concretamente, el impacto del plomo está bastante subestimado. Lo dicen los propios investigadores, no Amigos de la Tierra o Ecologistas en Acción.

M.J.: ¿Por qué nos está costando tanto enfrentarnos a la crisis más terrible de la historia, la que puede acabar con nosotros? A veces da la sensación de que la lucha ambiental, la resistencia, ha ido disminuyendo, como si la gente, pese a que es muy consciente del problema, da por perdida la causa.

D.M.R.: En cierto modo es verdad. Hay una creciente sensación de impotencia. La gente se pregunta: ¿qué puedo hacer yo para impedir que suba el nivel del mar o que disminuyan las sequías? También hay una enorme confusión, intencionada muchas veces, de forma que la gente no sabe a qué atenerse, dudando de todo y acabando por fiarse del grupo político con el que más se identifica, por mucho que llegue a mentir o a manifestar una ignorancia supina sobre estas cuestiones. Es la plaga actual de que todas las opiniones son válidas, da lo mismo las de un panel de cien científicos de alto nivel que las de tres contertulios de televisión. De esta manera, el escepticismo crece y la confusión lo empantana todo. También los ciudadanos son víctimas de la hipocresía de algunos gobiernos. Hace muy poco hemos podido leer en un estudio de Koplow y Steenblik cómo gobiernos que dicen estar haciendo lo posible para reducir las emisiones de CO2 dedican, al mismo tiempo, el 2 por ciento del PIB mundial a subsidios dirigidos a las industrias más contaminantes. Eso por no hablar de expertos pagados por la industria que siguen el modelo de las tabaqueras que, durante años, cargaron a la opinión pública con estudios que desvinculaban el consumo de tabaco con el cáncer. Con esa estrategia consiguieron retrasar durante décadas las políticas de salud pública que hoy se aplican. También hay un choque de percepciones y de horizontes temporales. Algunas medidas a aplicar hoy suponen un encarecimiento de los combustibles o una subida de impuestos, bien apreciables en el día a día, mientras que los beneficios de la lucha contra el calentamiento global son a largo plazo y, además, nunca se puede asegurar que tengan el éxito esperado. Sin embargo, crece el activismo ambiental en los países subdesarrollados, precisamente porque allí han tomado conciencia que la pobreza y el deterioro están íntimamente ligados. Yo he trabajado durante muchos años en estos países, en América concretamente, y he visto esa evolución. Al lado de gobiernos que decían aquello de que había que combatir la pobreza y, si acaso, yá después haremos algo por el medio ambiente, los movimientos sociales, indígenas, de mujeres, muy importantes las mujeres en este ámbito y en estos países, decidieron tomar otro camino. A veces se ha hablado del ecologismo de los pobres, un término que nunca me gustó mucho pero que tuvo cierto éxito en los ochenta y noventa. Lo que intentaban algunos autores era unificar bajo ese concepto el complejo combate por el desarrollo, la equidad, el respeto a las culturas locales, la conservación de la naturaleza, incluso las viejas cosmovisiones.

M.J.: O sea, que usted ve más desmovilización en los países ricos.

D.M.R.: En cierto modo sí, pero tampoco quiero parecer más pesimista de lo que soy en realidad. Las cosas no están tan mal. Lo que sucede es que, al haber concejalías, consejerías, ministerios, comisiones europeas, organismos de la ONU, leyes, directrices, relacionadas con la defensa del medio ambiente, muchos posibles activistas orientan su esfuerzo a cuestiones teóricamente menos considerados por los poderes públicos, como la vivienda, la inmigración, la pobreza, la marginación, el maltrato, el racismo... Pero, sin ir más lejos, en 2008 el 44 por ciento de los españoles consideraba el cambio climático como un grave problema al que se le daba poca importancia, mientras que hoy ese porcentaje es del 71. Son datos de un estudio realizado por la Fundación Bbva. Ese mismo estudio nos dice que el 80 por ciento de los ciudadanos atribuye el cambio climático a la actividad humana, el 78 cree que ya tiene consecuencias en España, el 55 cree que es irreversible pero que pueden paliarse algunos efectos y el 80 que el gobierno debería dedicar más dinero al medio ambiente. ¿Y hacen esos ciudadanos algo frente a este problema? Pues hacen lo que buenamente pueden: un 74 por ciento ha bajado el termostato de la calefacción por razones ambientales o un 87 recicla plastico, vidrio, latas, papel, siempre o frecuentemente. Seguramente queda por dar un paso en el ámbito de lo político: votar y llevar al poder a políticos conscientes de la realidad, honrados y capaces de explicar las difíciles decisiones necesarias para contener la emergencia climática, compartir solidariamente las restricciones y cooperar con la sociedad civil. Una vez más observamos que la teoría económica convencional parte de supuestos falsos, por cuanto las apuestas individuales no tienen éxito, sino que se requiere un esfuerzo colectivo y, en este caso, mundial, de especie si somos estrictos. 

M.J.: Terminemos esta charla con ese toque optimista, quizás un tanto utópico, de, si el profesor Rivas me lo permite, un viejo ecologista.

D.M.R.: Más que viejo soy arcaico, jejeje... Puede que mi planteamiento, que es el mismo que el de unos cuantos millones, sea utópico, pero la utopía es algo que no existe pero puede llegar a existir. Lo que ni existe ni existirá nunca es la quimera. Y una quimera es pensar que este modelo económico puede continuar sin acabar en el colapso y, con algo de mala suerte, llevándose a la humanidad por delante.

M.J.: Muchas gracias, profesor, por sus siempre jugosas reflexiones. Buenas noches y cúidese.

D.M.R.: Buenas noches, amigo.


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