"La república consolidó al feminismo portugués y, a la vez, lo dividió"



Alejandro Fonseca: Vamos a dedicarle un poco de tiempo a Portugal, en esta hora de los martes que dedicamos a ese país, Monchi Álvarez.

Monchi Álvarez: Y lo hacemos con David Rivas.

A.F.: Hablamos con el profesor Rivas en este 8 de marzo para recordar a alguna que otra mujer relevante en la historia y la cultura de Portugal. Buenas tardes.

David M. Rivas: Buena tarde, Monchi Álvarez; buena tarde, Alejandro Fonseca.

A.F.: Bienvenido otro martes a esta casa portuguesa, para recordar en este día a cuatro mujeres importantes.

D.M.R.: Así es y lo vamos a hacer siguiendo un criterio cronológico: la primera es una mujer de mediados del siglo XIX, las dos siguientes se sitúan en el período de entresiglos y la última es ya una figura plenamente del siglo XX, tanto que muere a finales de los ochenta. Dos, las de entresiglos, tienen biografías un tanto paralelas y las otras dos poseen unos perfiles diferentes.

M.A.: Pues empecemos por la más antigua.

D.M.R.: En principio parecería que vamos a referirnos a una mujer con un perfil un tanto alejado del arquetipo feminista, puesto que se trata de la última reina de Portugal, María II, de la casa de Braganza. Esta mujer nace en Río de Janeiro en 1819 y morirá en Lisboa en 1853. Es, por tanto, el único jefe de estado europeo, europea en este caso, que no nace en Europa sino en América. Era hija de Pedro IV y tuvo una vida muy azarosa: fue coronada cuando tenía siete años, tuvo tres matrimonios y once hijos, casi uno al año porque murió muy joven, fue traicionada por su tío, por su primer marido, por su hermano, derrocada dos o tres veces y recuperando la corona otras tantas. Vivió una época muy convulsa del trono portugués, que tenía unas leyes sucesorias muy enrevesadas y particularmente lesivas para la mujer. Fue una reina liberal y constitucionalista, proclive a renunciar a muchos de los poderes heredados, y que tuvo incluso que enfrentarse a una insurrección absolutista que resolvió porque contó con la lealtad del ejército y con el apoyo internacional, particularmente de Austria, donde había vivido en uno de sus exilios, en la corte vienesa de su abuelo. Consolidada definitivamente en el trono, pasó a la historia con el sobrenombre de la Educadora por el impulso que dio a las leyes que abrieron el camino a la instrucción general y a las de salud pública, en un momento en el que el cólera hacía estragos en todas partes y amenazaba con diezmar a la población portuguesa. También impulsó leyes para mejorar las condiciones de vida de las clases populares y, sobre todo, de apoyo a la vivienda y a la alimentación de las madres y los niños. Eso, unido a su preocupación por la educación de sus muchos hijos, también le valió el apelativo de la Buena Madre. Los médicos la alertaron de que los partos la estaban matando y así fue: murió con sólo 35 años al dar a luz a su último hijo, que tampoco sobrevivió al nacimiento y al que ella, antes de morir, le quiso dar el nombre de Eugenio, el bien nacido.

M.A.: Ya tenemos la primera figura. Vamos a por la segunda.

D.M.R.: La segunda mujer a la que quiero referirme es ya más contemporánea y con un perfil más cercano a lo que conocemos como feminismo. Se trata de Lutegarda Guimaraes de Caires, nacida en 1858 y muerta ya bien entrado el siglo XX, en 1935, y fue una activista de la lucha por la emancipación de la mujer, trabajando en causas sociales también de otra naturaleza. Fue al mismo tiempo una poeta notable, con un primer libro, Glicínias, de 1910, que aún hoy es muy valorado. Siendo muy joven sufrió la muerte de una hija y parece ser que también la de otra u otro, aunque no está muy claro si hubo esta segunda defunción. Aquello la marcó profundamente, lo que trasladó a su poesía, una poesía muy triste, más allá de la saudade propia de la literatura portuguesa de la época. Desde 1905 venía escribiendo en períodicos, destacando por la defensa de los derechos sociales en general y de la mujer en particular. Cuando llega la república, Diogo Leote, ministro de justicia, le propone hacer un estudio sobre la situación de los presos, especialmente de las mujeres. Ella lo hace y su labor se parece un poco a la que seguramente más conocen los oyentes de Concepción Arenal, otra brillante mujer de la época. Lutegarda Guimaraes denunció las terribles condiciones en que vivían los presos, con una crudeza descriptiva sin contemplaciones, y consiguió que se abolieran las prácticas más infames de los presidios portugueses, como las máscaras o las penas de silencio. Por lo que respecta a las mujeres, consiguió que se mejoraran las condiciones higiénicas, que eran un auténtico castigo suplementario a la privación de libertad, además de una degradación física y moral. Podemos ver su busto en el pueblo en el que nació, a orillas del Guadiana, con un poema suyo cargado de saudade, que, entre otras cosas, dice: "mas volto à minha terra, tão bonita!,/terra onde reina o sol que resplandece,/aonde a vaga é murmurar de prece/e sinto ainda a ternura infinita".

A.F.: Decía, profesor, que la tercera figura de la que nos va a hablar tiene un perfil parecido al de esta segunda.

D.M.R.: Sí, pero aún es más explícita su militancia feminista y también la huella que dejó en la sociedad portuguesa. Es, de las cuatro que estamos recordando, la más cercana al espíritu del 8 de marzo, tal y como hoy lo entendemos. Se trata de Carolina Beatriz Ângelo, que nace en Guarda en 1878 y que fallece en Lisboa en 1911. Era médica y en 1907 fundó con otras mujeres de educación elevada el Grupo Portugués de Estudios Feministas, que tenía como objetivo difundir las ideas emancipatorias de la mujer, muy en la línea de los movimientos existentes en otros países, particularmente en Inglaterra. Un año más tarde, en torno a ese núcleo de activistas, digamos que intelectuales, se crea la Liga Republicana das Mulheres Portuguesas, que, ya con una acción claramente política y de oposición abierta al régimen, va a tener una enorme importancia, no sólo en los ámbitos de la lucha de la mujer, sino en la sociedad portuguesa en su conjunto. La gran impulsora de la Liga y su primera presidenta fue Ana de Castro Osório, que contó con el ferviente apoyo de António José de Almeida, uno de los principales líderes republicanos del momento. La Liga llevaba como bandera las reivindicaciones propias del feminismo del momento, como el derecho al voto, el derecho a la educación, la igualdad en el trabajo, la reforma del código civil en materias de propiedad, el divorcio, la lucha contra la mendicidad infantil, el problema de la prostitución... 

M.A.: Efectivamente, ya eran reivindicaciones concretas, algunas de las cuales, como el asunto de la prostitución, siguen vigentes y no sin polémica en el seno del propio feminismo.

D.M.R.: Así es. Hoy vemos cómo la prostitución es uno de los puntos de mayor discrepancia. Carolina Ângelo era, con rotundidad, abolicionista, como la gran mayoría de aquellas mujeres. Evidentemente, nunca se le pasó por la imaginación, ni a ella ni a las demás, asuntos como los vientres de alquiler o el debate sobre el transgénero. Es que eso no lo imaginó ni Julio Verne.

M.A.: Siga, David Rivas.

D.M.R.: El movimiento feminista republicano aprovechó muy bien la gran eclosión de la prensa en esa época, de forma que las principales activistas, Ângelo entre ellas, fueron muy prolíficas articulistas y polemistas. Incluso crearon sus propios medios, como la revista mensual Mulheres e Crianças y el diario A Madrugada. Fíjense bien en el detalle: una organización de mujeres sacaba un diario en Lisboa que tenía una tirada de unos dos mil ejemplares y que también llegaban a Oporto y a Coimbra. En esta frenética labor, Carolina Ângelo participó en la fundación de la Associaçâo de Propaganda Feminista, que también dirigió. En esos mismo años, planificó una futura escuela de enfermeras, pensándola como parte de la lucha de las mujeres desde los dos lados de la sanidad: como sector de mujeres profesionales y como servicio a la mujer en general, particularmente en obstetricia y pediatría, con una figura tan importante como era la comadrona con conocimientos médicos, no sólo con el saber tradicional transmitido de madres a hijas. Como veíamos en el caso de Lutegarda Guimaraes, la proclamación de la república de 1910 significó un enorme salto adelante. Las feministas republicanas presentaron sus exigencias al gobierno provisional, que, básicamente, eran tres: el voto femenino, el divorcio y la revisión del código civil. Y aquí nos encontramos con algo que nos puede resultar familiar: con un régimen republicano y un gobierno progresista comienzan las disensiones en el seno del movimiento feminista. Las demandas se vieron muy moderadas, en un intento de no poner contra las cuerdas al gobierno, a un gobierno que, en definitiva, las mujeres de la Liga consideraban suyo. De esta forma, la exigencia del voto para la mujer se redujo a la exigencia del voto para la mujer mayor de edad, que pagara impuestos y que tuviera suficiente instrucción. La división estaba servida. La facción más conservadora de la Liga, que resultó ser minoritaria, estaba liderada por la fundadora y presidenta, Ana de Castro Osório. Por su parte, la radical, que acabó siendo la mayoritaria, fue liderada por Maria Veleda. Esta corriente considera que restringir el derecho al voto iba a aumentar la desigualdad entre las mujeres, no sólo entre las mujeres y los hombres, que ya existía, sino entre las propias mujeres. Hay que tener en cuenta que el Portugal de entonces era un país netamente campesino y pobre, de pequeños propietarios en el norte y jornaleros en el sur, donde el acceso a la instrucción era muy reducido para todos y especialmente para las mujeres. Para Maria Veleda y sus correligionarias era una contradicción insalvable reconocer un derecho pero limitándolo al nivel educativo y a un volumen de renta o propiedad que se traduzca en impuestos, ya que eso significaba dar el voto a las burguesas urbanas mientras que las campesinas y obreras seguían sometidas al padre o al marido, que podían votar aunque supieran sólo las cuatro letras y no pagaran impuestos. Evidentemente, esa es la posición que tiene Carolina Ângelo, que se alinea con Maria Veleda frente a su vieja compañera Ana de Castro. El debate no es el mismo pero tiene un tufillo que recuerda al enfrentamiento de veinte años después entre Clara Campoamor y Victoria Kent.

A.F.: Parece mentira cómo se repiten situaciones parecidas en momentos distintos: el Portugal de 1910, la España de 1931, la Europa de 2022...

D.M.R.: Es verdad y sería interesante analizarlo con detenimiento. Pero demos un paso más. En este momento tan tenso, Carolina Beatriz Ângelo acabó siendo la primera mujer que votó en Portugal, porque pudo hacerlo en las elecciones constituyentes. La ley, la vigente monárquica, decía entonces que tenían derecho al voto todos los ciudadanos mayores de 21 años, que fueran cabeza de familia y que supieran leer y escribir. Ella tenía 33 años, por lo tanto mayor de 21; viuda y con una hija a su cargo, por lo tanto cabeza de familia; y médica, por lo tanto más que capaz de leer y escribir. Entonces reclama ante los tribunales su derecho a votar en las constituyentes, las que iban a elegir el parlamento encargado de redactar la constitución republicana, en las que se discutiría el voto femenino en general. Y los tribunales le dieron la razón y, por tanto, el derecho al voto. Y aquí se dio una de esas paradojas que tanto me gustan: la sentencia que le permitió votar la dictó el juez João Baptista de Castro, que era el padre de Ana de Castro, la líder de la facción contraria a la de Carolina Ângelo. De este modo, ella fue la primera mujer que votó en Portugal, y no sólo en Portugal, sino en prácticamente toda Europa, por cuanto en ese año sólamente en Finlandia tenían las mujeres derecho al voto. Por esto y por toda su vida, Carolina Ângelo dejó honda huella en el país, siendo reconocida muy tempranamente, contando desde hace mucho con una escuela y un hospital que llevan su nombre.

A.F.: Estamos haciendo un repaso histórico, breve como siempre por el escaso tiempo que tenemos, por mujeres importantes en la historia reciente de Portugal.

M.A.: Nos queda una figura, profesor Rivas.

D.M.R.: La cuarta mujer que quiero presentar a los oyentes es para mí la más interesante porque su perfil es realmente singular, tan singular que puede que Portugal no haya dado todavía un personaje igual, ni entre las mujeres ni tampoco entre los hombres. Voy a referirme a Branca Edmée Marques, la pionera de la química nuclear en Portugal. Vivió 87 años. Había nacido en 1899 y murió en el cercano aún 1986 y tuvo un papel sobresaliente en los estudios sobre radioactividad. Huérfana de padre siendo muy niña, fue su madre la que se ocupó de su educación, procurándole la mejor posible. Estudió en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Lisboa, licenciándose en física y química, obteniendo matrícula de honor en todas las asignaturas. Eso le valió para, antes incluso de terminar los estudios, ser contratada como asistente de química, siendo la única mujer entre el profesorado y los técnicos de laboratorio. Muy pronto se interesó por la radioactividad y en 1930 consiguió una beca de la Junta de Educación para trasladarse a Francia. Ingresó en el Laboratorio del Instituto del Radio en París, donde trabajó, nada más y nada menos, que bajo la tutela de Marie Curie. A lo largo de los meses que pasó allí, además de su trabajo cotidiano, fue anotando en unos cuadernos todo tipo de conversaciones, disputas, logros y fracasos, discusiones, enfrentamientos..., un texto extraordinario para entender cómo es el proceso de la investigación y la estrategia de la ciencia, además de dar luz a muchos aspectos cotidianos de Marie Curie y su forma de pensar y actuar. Su rigor era tal que Marie Curie le confió el estudio de las leyes de separación del actinio, un elemento recién descubierto, a partir de tierras raras actiníferas. Pero no lo pudo terminar porque el gobierno portugués no le prorrogó la beca, a pesar de la posición de Marie Curie, quien, en una carta, pide por favor que reconsideren su decisión porque su trabajo era fundamental para la investigación de la radioactividad. De vuelta a Portugal no se desanimó y se puso a investigar sobre la cristalización fraccionada de sales radíferas de bario, que requería menos medios instrumentales. Vuelve a conseguir tales avances que Marie Curie, con la que mantiene relación epistolar, le aconsejó que convirtiera sus descubrimientos en una tesis doctoral, cosa que hizo bajo la dirección de la propia Curie y defendiéndola en París. El trabajo le valió, no uno, sino dos doctorados, uno en ciencias y otro en química. Sigue trabajando en Portugal y funda el primer laboratorio de radioquímica del país, logrando, de nuevo en París y desaparecida ya Marie Curie, un tercer doctorado, esta vez en física, con la "mención de muy honorable". Este doctorado lo avala un tribunal en el que estaban dos premios Nobel como Perrin y Joliot-Curie y también Debierne, el descubridor del actinio, es decir, el descubridor del elemento químico sobre el que ella había empezado a trabajar siendo becaria. Al final Portugal le convalidó sus títulos y fue la primer mujer en ocupar una cátedra, pero... ¡con 65 años! Dice bastante de la universidad portuguesa el hecho de regatearle la cátedra a una mujer como Branca Marques. Eso da idea del gran atraso de Portugal y puede que también de cierta misoginia universitaria, a pesar de ser una de las discípulas más brillantes de la gran científica que era Marie Curie, otra mujer.

A.F.: Es verdad que eso dice mucho y mal de aquel Portugal, tan alejado de la ciencia.

D.M.R.: Y, seguramente aún más, tan alejado de la civilizaión. Estamos en el Portugal de la dictadura de Salazar, un régimen que, como el de Franco, hundió completamente al país que tanto decía defender. La misma Branca Marques cuenta que, al final de su vida, tuvo la enorme alegría de ser invitada al centenario del nacimiento de su maestra Marie Curie. Su viaje fue financiado por el ministerio de asuntos exteriores francés, desentendiéndose el gobierno portugués del asunto. Allí, en París, ocupó un puesto de honor entre el resto de los colaboradores de la homenajeada, siendo la única mujer entre todos ellos.

A.F.: David Rivas y la historia de cuatro mujeres relevantes en la historia de Portugal y que hoy, 8 de marzo, quisimos taer a La Buena Tarde. Una vez más, gracias, profesor Rivas, y un abrazo.

M.A.: Un abrazo.

D.M.R.: Un abrazo a los dos.


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