"La pedantería de los economistas explica su baja capacidad para analizar la realidad"
Alejandro Fonseca:
Segunda hora en La buena tarde de la
radio pública asturiana.
Monchi Álvarez, la economía fluctúa…
Monchi Álvarez: Sí, hay
que hablar de economía. Pero, ¿con quién hablamos de economía?
A.F.: Con alguien a quien
entendamos cuando habla de economía.
M.A.: ¿Con un político?
A.F.: No, hombre, no. No
se explican bien o, a veces, se explican demasiado bien, y eso acaba dejándonos
como estábamos o incluso peor.
M.A.: Es que la pregunta
que hay que hacerse es la siguiente: ¿saben los políticos de economía?
A.F.: Algunos no y otros
casi que…
M.A.: Tampoco.
A.F.: O mejor casi que no
supieran nada. Buenas tardes, David Rivas, ¿qué tal?
David M. Rivas: Muy bien,
buena tarde.
A.F.: David Rivas es
economista, profesor de economía, pero no es político. ¿O sí lo es también
porque todo es política?
D.M.R.: Por supuesto que
soy político porque soy un ciudadano, no un súbdito. Si tú no te encargas de la
política, la política se encargará de ti.
A.F.: ¿Quién dijo aquello
de que “no hagas caso de los que te dicen que no te metas en política porque
entonces harán política por ti y en contra de ti”? No lo recuerdo.
D.M.R.: Yo tampoco lo sé.
M.A.: Su Excrecencia decía eso de “haga como
yo y no se meta en política”.
D.M.R.: Esa frase sí la
conocía.
A.F.: Nos dicen que el 55
por ciento de los empresarios espera que la economía empeore este año.
Confiemos en que dicen esto porque lo esperan y no porque lo desean. También
leemos que cuatro de cada diez empresas han frenado las inversiones ante la
incertidumbre política. ¿Incertidumbre porque España tiene el primer gobierno
de coalición, porque tiene el signo político que tiene o por qué? ¿De dónde
viene exactamente la incertidumbre?
D.M.R.: Usted se refiere
a un estudio de KPMG para la CEOE y a mí me parece un estudio con muy poco
interés. Me parece irrelevante. Y su falta de interés no viene de que sea un
mal estudio, que en eso no entro porque no conozco su metodología y doy por
bueno que sea correcta, sino porque sólo atiende a variables interiores. Por
ejemplo, llama la atención que no haya ni una referencia al brexit, que va a condicionar
notablemente a las empresas españolas en el corto plazo y en el medio plazo. El
estudio sólo analiza las condiciones políticas internas, españolas, las
atribuibles al marco jurídico y social que pudiera alterar el actual gobierno
del PSOE y Podemos. Eso lo hace irrelevante porque parece que no hay contexto
internacional, cuando la economía globalizada es el marco fundamental y las
políticas nacionales cada vez pesan menos. Con esto no quiero decir que esas
políticas no incidan. Por supuesto que inciden y mucho: la legislación laboral,
las políticas de género, el gasto social, determinadas figuras tributarias… Y,
además, como dice el castizo “les ha pillao el carrito del helao”, como le pasa
a veces al CIS de Tezanos: acaba de irrumpir el coronavirus, que altera el
escenario de una forma brutal, alterando cualquier previsión económica y que
deja a este estudio de la CEOE, ya de poca enjundia de por sí, en la
irrelevancia total. Sí me parece digno de atención lo de que un alto porcentaje
de las empresas haya dejado de invertir el año pasado. Ese sí es un dato
relevante porque nos habla del pasado, de lo que ya hicieron los empresarios.
Ese dato sí es significativo y preocupante, y nos permite analizar la relación
entre la economía del día a día y el horizonte abierto con el cambio político
de los últimos meses. Pero, sigo diciendo, la visión de futuro que nos ofrece
el estudio no tiene ningún interés.
A.F.: ¿De verdad que los
cambios de gobierno influyen tanto en la economía? ¿Tanto puede influir un
cambio de gobierno como el que estamos viviendo en lo económico?
D.M.R.: Es evidente que
un cambio como este de ahora, que a mí no me parece nada del otro mundo desde
el punto de vista económico, aunque sí tal vez en otros ámbitos más del día a
día de la gente que anda por la calle, puede introducir intranquilidad o
sentimiento de prevención en algunos sectores. Hay incertidumbre, eso es
verdad. Es que ni siquiera los partidarios de este gobierno saben muy bien que
es lo que Sánchez e Iglesias van a hacer mañana. Estamos en los primeros
esbozos de lo que quieren hacer. De hecho, una de las cosas más sorprendentes
de este gobierno, al menos para mí, es que ha sido la ministra de trabajo la
única que ha puesto sobre la mesa una ruta de acción, siendo una ministra con
muy poca autonomía. De los demás ministros, hablo de los de Podemos, que pueden
ser la preocupación de los grandes empresarios, porque, evidentemente, no es el
PSOE quien les quita el sueño, no sabemos nada. Bueno, sí, sabemos de toda la
propaganda de Irene Montero y sus proyectos de ley conforme al calendario
festivo laico, que acabarán en nada.
M.A.: Pues los
empresarios están muy preocupados.
D.M.R.: Seguramente. Y yo
no lo entiendo. Tenemos el empresariado más apegado al poder político de la
Unión Europea, el menos liberal con diferencia, o liberales del embudo: no
intervención si nos va bien e intervención si nos va mal. Garamendi, presidente
de la CEOE, que tanto teme a los reguladores ya está pidiendo que la crisis del
coronavirus, si llega a ser mui grave económicamente, la financie el estado y
que les den dinero. Es una cosa que puede ser razonable pero, por favor, un
poco de seriedad. Es más, en ese estudio del que hablábamos al principio, se ve
que el 45 por ciento de los empresarios creen que son fundamentales las
reformas estructurales y el 41 la reforma del sistema educativo. Y esas
reformas, ¿quién las va a hacer?, pues el estado. ¿Y con qué dinero?, pues con
el que llega de los impuestos.
M.A.: Pero están muy
alterados con las reformas laborales que anuncia el gobierno.
D.M.R.: Pues tampoco lo entiendo.
Si yo fuera empresario, una de las personas del gobierno a la que mejor
trataría es a la ministra de trabajo. Yolanda Díaz es una mujer acostumbrada a
la negociación porque viene del sindicalismo, de la izquierda clásica, una
izquierda peleona pero que sabe dónde está el límite y cuándo se llega a ese
límite. Es de esa izquierda de cultura comunista que, en el fondo, hace décadas
que es keynesiana, con un bagaje que no tienen otros ministros, más adanistas
o, como mucho, becarios de universidad.
M.A.: Serán cosas mías,
pero yo los noto nerviosos.
D.M.R.: ¿A quiénes?
M.A.: A los empresarios.
D.M.R.: Los empresarios
siempre están nerviosos. Es su carácter. Lo importante es que hagan cosas para
salir del nerviosismo y, estoy seguro, muchos lo harán y lo harán bien, para
ellos y para todos. Pero algunos seguirán caminando por donde siempre.
A.F.: Hablemos del
incremento del salario mínimo, que aparece como con cierta culpabilidad de lo
malo que pase.
D.M.R.: Es comprensible
que algunos empresarios pequeños o autómomos, con dos o tres empleados, se vean
afectados directamente por la subida del salario mínimo y les ponga en
problemas. Negar esto es de ignorantes. Esa recurrente frase de que “si no
puedes pagar tanto es que tu empresa no merece sobrevivir” es una barbaridad.
Quien afirma eso se sitúa en la misma visión que la CEOE pero entre los pobres.
A esas situaciones es a las que hay que buscar solución urgentemente. Con base
sobre esta visión, cualquier analista al que le preguntemos por el impacto del
aumento del salario mínimo nos va a responder que provoca desempleo. Y eso no
es verdad, los datos no nos dicen eso. No es de ahora, sino de hace décadas. No
existe relación directa entre subida del salario mínimo e incremento del paro.
No la hay. En economía muy rara es la correlación explicativa entre solamente
dos variables. Cuando menos, se requieren tres y, generalmente, más. En este
asunto la relación sí existe entre tres variables: salario-empleo-actividad. Es
el incremento o el decremento de la actividad económica la variable
explicativa. Pero es que la relación entre incremento del salario mínimo e
incremento del desempleo nunca se cumpliera en los Estados Unidos, donde el
mercado responde rápidamente a cualquier modificación. Mucho menos se va a dar
en una economía como la europea, más regulada, donde los efectos siempre son
más tardíos y amortiguados. Lo mismo sucede por la otra parte, por la parte del
capital. Se dice que bajar los impuestos a los ricos supone un incremento de la
recaudación y un incremento de la inversión global. Pues también la empiria nos
señala que nunca se ha cumplido esa correlación, ni en Europa, ni en Estados
Unidos, ni en Japón ni en otros países. Sencillamente, nada de esto es cierto,
porque lo cierto no está en la creencia, sino en los datos.
M.A.: Entonces todo
parece ser ideológico.
D.M.R.: En cierto modo,
sí. Todos sabemos del gran Gatsby, unos por la novela de Scott Fitzgerald y
otros por la película de Luhrman,
protagonizada por Di Caprio. Fitzgerald nos muestra la sociedad de
entonces, donde hay pobres como Gatz, nuevos ricos como Gatsby y ricos de toda
la vida. En cierto modo, la novela refleja el sueño americano: “si te esfuerzas, estudias y trabajas duro,
subirás por la pirámide social”. Pues con esta novela se construyó una curva
que explica muchas cosas. Los buenos economistas, los que de verdad son economistas,
son grandes humanistas y grandes conocedores de la naturaleza humana. Otra cosa
son los mercachifles, los contables y los ministros de economía. El caso es que
Alan Krueger, presidente del Consejo de Asesores Económicos de los Estados
Unidos, tomando los estudios de Miles Corak, diseñara la curva del gran Gatsby. Me gustaría tener una pizarra en este
momento. En las abscisas, la línea horizontal, se muestra la desigualdad
familiar cuando los hijos son pequeños. Cuanto más a la derecha, mayor desigualdad.
En las ordenadas, la línea vertical, está la movilidad social intergeneracional
y cuanto más arriba hay menos movilidad social. Gatsby, según la novela, se
movería en un sentido, bajando desde el origen hacia la derecha en el eje
horizontal. Ese sería el sueño americano.
La realidad es que eso, como demuestran Corak y Krueger, no se produce, tras
analizar Estados Unidos, Alemania, Noruega, Reino Unido, Japón y cinco o seis
países más. El sueño es,
verdaderamente, una pesadilla: los
pobres siguen siendo pobres y, encima, se han malgastado recursos públicos, con
gran coste social. Es decir, los datos contradicen a la visión ideológica. La
teoría económica cabalga sobre juicios de valor y no se apea por mucho que la
realidad, testaruda como ella sola, la contradiga. Últimamente hay economistas
que aspiran a una ciencia dura, muy sofisticada matemáticamente, en la que el
modelo es lo importante, refleje o no la realidad. Por ejemplo, partimos de que
nuestras decisiones económicas son racionales, y lo creemos desde la
ilustración. Y con esa matraca siguió Smith con su mano invisible, y Ricardo
con su teoría del valor, y Marx con su teoría de la plusvalía. Por eso de todos
los clásicos de la economía sólo sobrevive Mill, porque siguió firme en la
ética y en la epistemología, alejándose de toda la verborrea ideológica del
liberalismo económico de su tiempo y del marxismo posterior. Cuando un método
no se compadece con los datos reales no es un método científico: es un método
pedante. Y esa pedantería de los economistas es una de las claves que explica
nuestra baja capacidad para analizar las cosas.
M.A.: A un buen
economista se le entiende enseguida. A David Rivas se le entiende enseguida.
D.M.R.: Muchas gracias,
Monchi Álvarez.
M.A.: ¿No lo cree?
D.M.R.: Sí, claro que lo
creo. Yo no tengo falsa modestia, aunque reconozco sin problemas mis
deficiencias. Durante toda mi vida docente, desde muy al principio, mis alumnos
me consideraron muy bien por eso precisamente, por mi claridad. Y eso que soy
muy riguroso, o lo trato de ser, en mis expresiones. Quizás aquí, en la radio,
me relajo más. Tal vez el asunto esté en que yo me eduqué con grandes maestros.
Cuando empecé a estudiar economía no sabía casi nada. Nada, lo que es nada, no
tanto, porque venía de un colegio en el que formaban muy bien y de unos padres,
mi madre fundamentalmente, que habían estudiado economía. En segundo yá sabía
un poco más y, de hecho, decidí mi opción por la docencia en estructura
económica cuando tenía 19 años. En tercero ya sabía y después ya te
especializabas y era otra cosa. Me encontré con profesores que te explicaban
las cosas tal y como eran, luego te contaban su interpretación y, después,
intentaban prever algo. Ninguno de ellos, que eran de escuelas diferentes,
negaban los datos, la realidad. Para ellos lo importante no era que el modelo
funcionara aunque se negara lo evidente. Un día me gustaría hablar de ellos.
Algunos son archiconocidos y otros no tanto.
A.F.: Entonces resulta
que para gran parte de los economistas es más importante la consistencia de su
modelo que el hecho de que refleje la realidad.
D.M.R.: Exactamente,
Fonseca, eso es exactamente lo que pasa. Decía Santayana que, aunque no lo
queramos ver, andamos por la vida cargados de fe animal, que no es otra cosa
que el reflejo condicionado. El método científico, cuando funciona bien, camina
eliminando juicios de valor que, al conseguirlo, crea una especie de vacío que
rápidamente tiende a llenarse con nuevos juicios de valor, pero ya son más
detectables. Así vamos avanzando. Pero eso no sólo pasa entre los
investigadores. Los empresarios hacen lo mismo: parten de que cualquier
alteración del statu quo, un cambio
político como el que podemos estar presenciando en España, los va a perjudicar.
Los políticos funcionan de forma parecida, creyendo que cualquier decisión e
incluso cualquier ocurrencia de las suyas hace cambiar la estructura económica.
Aquí todo el mundo actúa como el famoso Queeg, el paranoico capitán del Caine,
interpretado por Humphrey Bogart, cuando dice que hay cuatro formas de gobernar
su barco: la incorrecta, la correcta, la de la marina y la suya. Pues resulta
que los empresarios y los gobernantes, cuando se miran con recelo, como parece
ser el caso del presente, en lugar de buscar lo correcto o, al menos, la costumbre
de la marina, sólo creen posible aplicar su forma de entender las cosas. Y el
dragaminas marcha en redondo hasta cortar la señal de peligro. En fin, estoy
suponiendo que todo el mundo conoce la película. Aprovecho para recomendarla a
quien no la haya visto.
A.F.: ¿Sí? ¿Vamos a la
deriva?
D.M.R.: Sí.
M.A.: Fonseca esperaba
una respuesta más esperanzadora.
A.F.: No, no. No esperaba
nada con un juicio previo.
D.M.R.: Cuando digo que
vamos a la deriva o hacia los acantilados no quiero decir que vayamos a entrar
en una gran crisis. Igual no me he explicado bien. No me quise referir a que
vayamos a llevar el barco hacia una recesión pasado mañana, no. Lo que quiero
decir es que no interpretan las cosas porque no quieren ver la realidad, porque
los datos se han hecho irrelevantes, porque si su preconcepción no coincide con
la naturaleza dan por supuesto que es la naturaleza la equivocada, como ya dijo
Hegel, por cierto. Tanto los gobernantes como los empresarios se autolimitan en
su conocimiento y, así, malinterpretan las cosas y, evidentemente, ¿qué decir
de sus predicciones? Por eso yo hago mucho hincapié en los investigadores, en
su importancia. Que los políticos, los empresarios o los sindicalistas, que me
había olvidado de los sindicatos, se aferren a sus juicios de valor, es algo
que puedo comprender, porque el PSOE, Comisiones Obreras y la CEOE nacieron
para defender intereses de grupo o de clase, o para llevar adelante un programa
determinado. Pero nuestra labor, la de los académicos, la de los científicos,
no es la de justificar las cosas sino la de analizarlas y explicarlas. El
problema es que también estamos llenos de juicios de valor, aunque puedan ser
otros o los mismos un poco más matizados. Con esto, repito para no introducir
confusión, no digo que vayamos a una situación terrible dentro de dos días, no.
Lo que ocurre es que vamos de crisis en crisis, recesión tras recesión, sin
aprender nada, o dándonos cuenta de lo sucedido cuando ya la estructura
económica ha sufrido un cambio radical.
A.F.: De modo que no
aprendemos de nuestros errores, de los malos momentos económicos y sociales que
nos han tocado vivir.
D.M.R.: Hegel, al que
critiqué antes, dijo también que la historia sólo nos había enseñado una cosa:
que no aprendemos nada de la historia. Yo no diría tanto, pero me parece una
buena reflexión. A veces aprendemos pero somos una especie de memoria frágil. A
lo largo de los dos últimos siglos, nos encontramos con políticos que han
analizado muy bien su tiempo y sus errores y nos han dejado brillantes análisis
y extraordinarias memorias. Lo mismo podemos decir de grandes empresarios,
banqueros, especuladores de bolsa, que han hecho lo mismo. Lógicamente, hay aún
más críticos entre los economistas académicos. Se dieron incluso casos de
premios Nobel o altos dirigentes de organismos internacionales, del corazón del
sistema, que, traspasando las líneas, han revitalizado el pensamiento crítico.
Pero, ¿qué sucede? Que los nuevos, en vez de darse cuenta de que muchos de los
errores cometidos provienen de no haber entendido la realidad a causa de una
errónea concepción previa, piensan que la concepción es correcta pero que los
anteriores eran más tontos que ellos y no supieron leer los datos. Y, entonces,
repiten el esquema y, al final, repiten el error, aunque la forma sea distinta
porque ha pasado mucho tiempo.
M.A.: El profesor Rivas,
a poco que lo dejes, sube el tono académico, pero siempre es capaz de encontrar
un ejemplo sencillo, del día a día.
D.M.R.: Podemos poner
algún ejemplo del presente y bien cercano a la gente común. Se han planteado,
hablando de los últimos años, programas de renta social, de protección del
alquiler, de bono social frente a la pobreza energética y algunos más. El
problema está en que nunca se han realizado evaluaciones de los programas.
Todos los estudios que conocemos se dedican a medir la necesidad. Con un poco
de suerte, porque muchas veces tampoco es fácil, empezando por las propias
definiciones del fenómeno, el análisis es correcto y permite la intervención.
Con otro poco de suerte la política aplicada se lleva bien y los beneficiados
resuelven su problema individual. Pero, después, no se realizan evaluaciones
del programa en su conjunto, con lo que cualquier disfunción no puede ser
detectada. Hay programas, no sólo los sociales, que no resuelven los problemas,
mientras que otros los resuelven pero crean otros no previstos. Esas
disfunciones se pueden observar en una evaluación. Es que la evaluación de
programas públicos es ya muy vieja, no hay que descubrir ningún mediterráneo.
Yo trabajé un tiempo en evaluaciones de programas para la Comisión Europea,
concretamente de programas agrícolas y regionales. Participé, por ejemplo, en
la evaluación de los programas Leader, importantísimos en el desarrollo local.
Recuerdo que había tres investigaciones que nunca realizaba un mismo equipo,
sino dos o tres diferentes. Había un ex
ante, metodológico, y dos ex post,
uno a mitad del desarrollo del programa y otro al final. De este modo, cuando
el programa en cuestión se volvía a diseñar se introducían modificaciones que
evitaban las disfunciones encontradas. Con todo y con eso, no siempre se
eliminaban todos los errores porque los grandes programas públicos tienen tal
casuística que raro es que podamos entrar en todos los recovecos. Pues eso no
se hace en España, al menos que yo sepa y en los programas más importantes.
A.F.: Es David Rivas,
profesor de economía de pensamiento muy crítico, con quien hemos hablado de la
situación actual, hemos recorrido un poco la historia y hasta nos hemos
atrevido a hablar un poco de predicciones, aunque evitando entrar en la
adivinación. Muchas gracias.
D.M.R.: A ustedes y
saludos a los oyentes.