"Este modelo está agotado y debemos cambiar radicalmente el sistema económico"
Carlos Hernández: Hace
unos días el gobierno, para hacer frente a los efectos económicos que traerá la
crisis del coronavirus, decidió poner en marcha una serie de medidas urgentes
que aseguran ser la mayor movilización de recursos financieros de la historia
reciente de España, de la democracia, como no ha cesado de repetir Pedro
Sánchez. El paquete ya ha sido respaldado por el Congreso, con total apoyo del
resto de los grupos. Hoy, que ya podemos contar con cierta perspectiva, tenemos
con nosotros a David M. Rivas, profesor de estructura económica desde hace
cuarenta años, los últimos treinta y cinco en la Autónoma de Madrid y
recientemente jubilado. Buenas noches, profesor. Bienvenido al programa y
encantado de conocerlo, aunque sea por teléfono.
David M. Rivas: Buenas
noches. Hacía mucho que no hablaba con ustedes, desde que me invitaba de vez en
cuando Luis Martín, en su programa de entonces. Puede que haya pasado más de un
año.
C.H.: Hemos tenido
cambios y Luis está ahora en Holanda. Él fue quien me habló de usted y de lo
buen conversador que es. Lo primero, ¿cómo se lleva la cuarentena?
D.M.R.: Bien. De todas
formas, aún son pocos días para ponernos nerviosos o angustiarnos. Además yo
paso este confinamiento en una aldea de Asturias, con lo que la sensación de
excepcionalidad es menor. Para los que vivimos en el mundo rural esta situación
no es rara. Muchas veces estamos sin salir de casa una semana o más, porque no
tenemos necesidad de hacerlo. Además, como aquí las casas están alejadas por
doscientos o trescientos metros como mínimo y somos diez o doce vecinos,
hacemos vida normal: salimos, nos sentamos al sol, abonamos los frutales,
atendemos a los animales, segamos, preparamos la huerta, adelantamos las
reparaciones que solemos hacer ya a partir de mayo si es que el tiempo acompaña
estos días… Yo hoy sólo he visto a dos vecinos y estuvimos hablando un rato a
cuatro o cinco metros de distancia. Las casas son grandes y en la mía sólo
somos dos, con lo que tampoco se producen conflictos espaciales. Yo navegué
durante unos años y sé de las tensiones que surgen cuando están cuatro personas
cinco o seis días seguidos en un cascarón. Y eso que, en mi caso, no eran
muchos días y lo hacía por deporte, a vela, no por obligación. Alguien decía
ayer en las redes sociales que la Asturias vaciada es hoy la Asturias deseada,
lo que vale para Aragón, para Castilla… Y hay una cosa importante en mi caso:
no tengo la preocupación de qué va a pasar si me quedo sin sueldo varios meses
o si no puedo abrir mi negocio, lo que supongo que agrava para muchos la
desazón, pero me preocupo por mis hijas y por mis sobrinos. Aunque sólo fuera
por una cuestión psicológica, las medidas del gobierno ya están teniendo un
efecto positivo: ayudan a tener un poco más de confianza en el futuro.
C.H.: ¿Cómo ve el
horizonte de esta crisis? Me refiero a la sanitaria, a la que es estrictamente
de salud. ¿Cree que las medidas fueron las correctas?
D.M.R.: Yo no sé nada de
estas cosas y tengo por costumbre fiarme de los científicos. Si ellos dicen que
la crisis pasará pero que aún no hemos llegado a la fase peor pues yo afirmo lo
mismo. Sé que se pueden equivocar, que durante un tiempo jugarán a
prueba-error, pero que llegará un momento, seguro que cercano, que darán con la
clave. Otra cosa es que den con la solución definitiva, la vacuna, que ellos
mismos llevan a un plazo de entre ocho meses y un año. Harina de otro costal es
la política seguida. Ahí ya tengo mis dudas porque sí sé algo de estadística y
de distribuciones de variables. Tendemos a pensar que riesgo y siniestro
es casi lo mismo, pero son cosas muy distintas. El siniestro tiene lugar cuando
ocurre algo que nos perjudica, mientras que el riesgo es la probabilidad del
siniestro. En este sentido, un siniestro es algo aleatorio e imposible de
predecir el momento en que se va a producir, aunque sea inevitable. Un
deterioro del pulmón es inevitable si fumamos tres paquetes de tabaco al día y
el médico lo da por descontado. Eso es un siniestro pero puede ocurrir en diez
meses o en veinte años e incluso morirnos sin haber llegado a tener ni tan
siquiera insuficiencia respiratoria. Llevamos unas semanas sorprendidos, pero
no por el coronavirus, sino porque jamás pensamos que había riesgo, como si
viviéramos en una burbuja, ajenos a la globalización y a un mundo en mutación
también en lo biológico, protegidos por un estado del bienestar y por todo un
complejo técnico y cultural. A mí me pareció que al principio la administración
pecó de optimista, no sé si por errores de sus asesores o por cuestiones
políticas.
C.H.: ¿Se refiere a las
concentraciones del 8 de marzo?
D.M.R.: Sí y no. No sé si
las concentraciones del 8 de marzo fueron un elemento de aceleración de la
epidemia, ya pandemia, pero yo, escuchando a los científicos y con una simple
tabla de excel, desaconsejé a mis amigos, amigas especialmente en este caso, la
asistencia. Pero, aún cuando hubiera cierta irresponsabilidad, lo de las
manifestaciones sería un elemento más. Ese mismo fin de semana hubo fútbol,
conciertos, misas, los bares estaban
llenos, actos públicos de todo tipo, como el de Vox, con varios casos unos días
después. Atribuir la causa del salto en el número de afectados al 8 de marzo no
tiene sentido. Otra cosa distinta es que el gobierno no activase la alarma
precisamente para no prohibir esos actos en concreto. Pero eso yo no lo sé y,
mucho menos, lo voy a ir divulgando.
C.H.: ¿Y las medidas
posteriores, las hoy vigentes?
D.M.R.: Creo que son
correctas, no sé si suficientes porque no sé nada de pandemias ni de virología,
pero una función exponencial sólo se quiebra rompiendo la entrada de nueva
población, hablemos de lo que hablemos. Por eso el gobierno tiene capacidad
para confinar a los ciudadanos, como la tiene para cerrar temporalmente la
bolsa o para prohibir el uso del vehículo particular, a fin de quebrar
tendencias sanitarias, financieras o ambientales. Lo que sí me parece es que el
estado de alarma se va a prorrogar: sigue siendo cuestión de análisis
estadístico.
C.H.: Lo que sí parece
evidente es que están aflorando percepciones de la realidad que no teníamos,
que nos preocupan cosas en las que no habíamos caído.
D.M.R.: No queda en
España casi nadie que recuerde una situación como esta. Pocos hay que vivieran
la guerra civil, algunos más vivirían la posguerra, el primer franquismo. Y
luego vienen ya los de los cincuenta, que andan por los 65-70 años. Pasa lo
mismo en el resto de Europa. Angela Merkel dijo que Alemania no se enfrentaba a
una situación como esta desde la segunda guerra mundial. Eso, en parte, nos ha
cogido desprevenidos, no científicamente, porque una epidemia siempre está en
los supuestos, pero sí socialmente. Somos una población mayoritariamente poco
habituada al sacrificio, incluso al más llevadero. Por eso creo que lo que nos
está pasando tal vez nos sirva para algo, que quizás aprendamos algo, entre
otras cosas a no creer que podemos sobrevivir sin el apoyo mutuo, sin los que
nos rodean, a ver que proteger a los débiles no sólo es un deber ético sino
también una garantía de que un día nos protejan, porque todos somos muy
débiles. También, cuando esta situación quede atrás, deberíamos hacer un
esfuerzo para suponer lo que sería un cambio climático, que no es para tres
meses sino para siempre, con hambrunas, migraciones masivas, enfermedades
nuevas, sequías… En las fosas de la peste negra fermentó el renacimiento.
C.H.: Yendo a las medidas
económicas, ¿es realmente la mayor operación de movilización de recursos de la
historia de España?
D.M.R.: Creo que sí, y no
sólo de la historia reciente sino de la historia, excluyendo algún momento de
guerra. De mano estamos hablando de 200.000 millones de euros, que viene a ser
el veinte por ciento del PIB anual de España, aunque, salvo que la cosa dure
mucho más de lo previsto y tengan que poner en marcha más medidas, el total
será menor.
C.H.: ¿Por qué menor?
D.M.R.: Porque la mitad
de esa cantidad de la que hablamos son avales del estado para préstamos y
créditos que las empresas y los autónomos firmen con la banca. Es de suponer
que, tras la recuperación de la economía, una mayoría de esas deudas se
empiecen a cubrir con cierta normalidad, aunque haya moratorias o renegociación
de tipos, pero no se ejecutarán los avales. Eso quiere decir que de los 100.000
millones presupuestados puede que el estado tenga que asumir, pongamos, una
cuarta parte. Sigue siendo una buena cantidad pero la diferencia es
considerable.
C.H.: ¿Tendrán efecto las
medidas de aplazamiento de los pagos hipotecarios, los impuestos a los
autónomos, además de los avales a los créditos?
D.M.R.: La respuesta no
es sencilla, no podemos caer en la simpleza. Esta crisis sanitaria, de mano, no
sabemos cuánto puede durar. El horizonte temporal va a ser determinante. En
principio, partiendo de que el gobierno tendrá más información de la que se
hace pública, es de suponer que las medidas han sido estudiadas, lo mismo que
los montos correspondientes. También en principio estas medidas son necesarias,
aunque pueden ser o no suficientes. Lo importante es que se eviten políticas de
derrame, es decir, políticas de café para todos, y que las ayudas
lleguen a quien las necesite en unos casos y a quienes las empleen con mayor
eficiencia en otros. Eso, atendiendo a otros procesos que ya conocimos,
requiere trabajar mejor, porque es un vicio de la política económica española
la estrategia del derrame, cuando no del clientelismo y de aplicar criterios
antieconómicos.
C.H.: Pero es evidente
que las medidas son las contrarias a las tomadas durante la recesión anterior.
El gobierno del Partido Popular aplicó políticas de austeridad, restrictivas,
mientras que el gobierno de coalición actual ha optado por unas bien distintas.
D.M.R.: Aparte de que
este gobierno tenga una visión de las cosas diferente al de entonces, que
parece evidente que es así, es que la situación es completamente distinta. La
recesión de los años diez, que consideramos originada en 2008, aunque haya
interpretaciones distintas, es de origen financiero, es decir, debemos verla como
una crisis interna del propio modelo. Por ejemplo, las ayudas a la banca y a
las grandes empresas, que también son medidas intervencionistas, políticas de
rentas, sirvieron en muchos casos para un mayor enriquecimiento de unos pocos y
un empobrecimiento general, porque era un pozo sin fondo, ya que se trataba de
un problema de solvencia. Ahora, en cambio, con esta crisis sanitaria, las
empresas se enfrentan a un problema de liquidez, que es muy distinto. Las
crisis proceden de un shock de oferta o de un shock de demanda y
generalmente son identificables con cierta facilidad y también con cierta
rapidez. La crisis actual es un shock simultáneamente de oferta y de
demanda. Por un lado, el desabastecimiento por la caída del comercio, sobre
todo por el retraimiento de las exportaciones chinas, obliga al cierre o a una
gran ralentización de amplios sectores, como, por ejemplo, el del automóvil,
que ya lo ha anunciado. Pero, de otro lado, si el período excepcional se
prolonga y caen los salarios y los beneficios, aunque la oferta se recuperara,
estaríamos ante un shock de demanda que nos podría llevar a un proceso
deflacionista con el que venimos flirteando desde hace un tiempo. Como el
gobierno español entiende que la oferta se recuperará en un plazo, vamos a decir
que medio, dicta medidas excepcionales para que la demanda se recupere a la vez
o con poca diferencia temporal. Pero, más allá todavía, las recesiones pueden
ser simétricas o asimétricas, de forma que, aunque con variantes, se puede
prever un comportamiento igual o diferente en cada país. Esto es muy importante
en la Unión Europea, especialmente en la zona euro. Pues bien, la que se nos
viene encima no sabemos si va a ser simétrica o asimétrica. Es decir, la
incertidumbre es muy grande. Estamos ante uno de esos wicked problems,
esos problemas retorcidos o malditos de los que hablan los economistas
anglosajones y que se suelen ejemplarizar con tener una manta más pequeña que
el cuerpo, lo que obliga a elegir entre tapar el pecho y tapar los pies. En
Mesina, uno de los estrechos marinos más angostos del mundo, una orilla estaba
ocupada por Caridbis, que provocaba enormes torbellinos, mientras que en el
otro residía Escila, que devoraba a los marineros. Era imposible navegar sin
acercarse a una de las orillas. Ulises
optó por Escila, en la idea de que Caridbis acabaría con el barco y con toda la
tripulación, mientras que de Escila podrían escapar algunos. Así lo hizo y
perdió a seis de sus mejores hombres. Nos lo cuenta la Odisea. También en
economía, en el análisis económico, se interpreta pero, a la vez, también
entran en juego las diferentes visiones del mundo de los economistas: si no
podemos alcanzar un óptimo, ¿a quién cargamos con un coste mayor? Esa es la
diferencia fundamental entre aplicar unas medidas y otras. Las políticas de
austeridad rompieron un viejo contrato social de las democracias liberales: “tú
te enriqueces con mi trabajo pero yo y los míos vamos progresando”. En mi
opinión, todo apunta a una crisis asimétrica y fundamentalmente de demanda, así
como a un horizonte de un nuevo pacto social. Por eso creo que las medidas del
gobierno son buenas y necesarias; y el hecho de que todos los partidos, los
sindicatos, la patronal y la banca se muestren de acuerdo es una buena señal.
Incluso la bolsa dejó de tener la volatilidad que tenía hace unos días. Lo que
no sé es si estas medidas, estas concretamente,
serán suficientes y eficaces.
C.H.: Es decir, que
dependerá de las cantidades consignadas y de su gestión eficaz. El PP, por
ejemplo, encuentra poca contundencia en el trato favorable a los autónomos y
pide rebajas fiscales, mientras que Podemos, socio de gobierno, plantea la
moratoria de los alquileres.
D.M.R.: Puede que el PP
tenga razón en que habría que dar una vuelta más a la cuestión de los autónomos,
pero la casuística es tal que a mí, que no soy experto en algo tan concreto, se
me escapa. En cambio la rebaja fiscal no me parece necesaria y creo que es el
típico punto en el que siempre insiste el PP porque es una de sus líneas
programáticas básicas. Para hacer una rebaja fiscal de cierto calado sólo
tenemos tres figuras impositivas, o dos de ellas, o una: el IRPF, el impuesto
de sociedades y el IVA. Si los trabajadores están sin cobrar un tiempo, o
cobrando menos por un expediente de regulación temporal, inmediatamente su
renta será menos gravada. Si a mí, por ejemplo, con una pensión máxima, me
rebajan el tipo de IRPF, ¿qué se consigue? Puede que gaste algo más, pero no
demasiado, y se reduce el ingreso público cuando es más necesario mantenerlo.
Lo mismo sucede a una empresa que no tiene actividad: su cuenta de resultados
arrojará pérdidas y no tributará por sociedades. Y con el IVA sucede lo mismo:
si no hay ventas no hay impuesto. Otra cosa es que aplacen el pago, como se va
a hacer con las hipotecas o las cuotas de la Seguridad Social, de forma que en
plena crisis los trabajadores no paguen por el IRPF de 2019, aunque no hay que
olvidar que la mayoría son acreedores del estado casi todos los meses de junio,
les sale la cosa a devolver. Y, volviendo al asunto, siempre
personalizando, no con ese café para todos del que le hablaba. El asunto
de los alquileres también presenta problemas. Una parte del mercado está en
manos de la banca, de fondos de inversión o de propietarios de diez o doce
pisos y locales. Pero otra buena parte lo ocupan propietarios de un piso o un
local y frecuentemente ese alquiler es su principal fuente de renta, con lo que
no cobrar podría provocar una reacción en cadena que estropeara la situación
más que lo que se pretende arreglar. Con este tipo de medidas de carácter más o
menos keynesiano hay que tener prudencia porque, además de poder no solucionar
problemas macroeconómicos, podrían mantener las inequidades, aunque
distribuyéndolas de otra manera.
C.H.: Es decir, que estamos
ante unas políticas demasiado dudosas en cuanto a su eficacia.
D.M.R.: Cualquier
política económica olvida aspectos y, algunas veces, aspectos muy importantes.
Es algo normal, como lo es en cualquier otro
aspecto de la vida. Fíjese, por ejemplo, en que los gobiernos tardaron
tres días en darse cuenta de que hay unos miles de personas que no pueden
confinarse en casa por el simple hecho de que no tienen casa, de que viven en
la calle. Es un error de bulto fenomenal, pero es comprensible: se dictan normas
pensando en una mayoría, en el ciudadano tipo, y van apareciendo
anomalías sobre la marcha. Pero me gustaría referirme a un par de aspectos poco
tratados, creo yo, en los medios. El gobierno anunció también medidas para
impedir que la crisis esta abra las puertas a que empresas españolas sean
compradas a bajo precio por grandes transnacionales. No sé muy bien cómo lo va
a hacer pero me parece un intento casi rupturista con nuestro pasado más
reciente. Por otra parte, algo que el gobierno no dijo pero que yo planteo, es
qué sucederá si la banca decide ejecutar los avales públicos de los préstamos
no pagados. Es de suponer que el estado negociará con los deudores y llegarán a
acuerdos varios, como que paguen el capital pero no los intereses o pagar la deuda
a medias… Ese sería un comportamiento bancario, la actividad de una banca
pública encubierta. Tal vez se abra de nuevo ese debate, el de la existencia de
una banca pública, que yo considero necesaria, non sólo por justicia social,
sino también por eficiencia del sistema financiero. También estoy seguro de que
se reabrirá el debate sobre la sanidad. De los dos países más afectados por el
coronavirus, Italia y España, hay tres zonas de máximo impacto, tres zonas que
no tienen demasiadas cosas en común y las que tienen, como su fuerte
urbanización, las comparten con otras muchas: Cataluña, Madrid y lo que llaman
Padania. No creo que sea casualidad que las tres lleven gobernadas las últimas
décadas por partidos privatizadores y con duros recortes de gasto e inversión
públicos.
C.H.: ¿Está planteando un
cambio en el sistema económico?
D.M.R.: No sólo es un
planteamiento personal, que comparto con otros muchos que, además, somos de
tradiciones metodológicas o ideológicas diferentes. Es, sencillamente, que el
modelo está agotado y hay que enfrentarse a esa realidad con apoyo de lo que ya
conocemos y con una visión del mundo que está dejando de ser el que era.
C.H.: Experiencia existe.
No es la primera vez en la historia del capitalismo que se aplican medidas de este
tipo, empezando por las de Roosevelt tras la crisis del 29 y la gran depresión
posterior.
D.M.R.: Sí, claro, pero
llevábamos sin políticas de este tipo prácticamente desde los setenta. Desde
los ochenta para acá se impuso la ortodoxia, con nombres distintos según los
momentos, pero estamos hablando de cuarenta años, los años que mayores transformaciones
vimos en el sistema económico, fundamentalmente por el proceso acelerado de
globalización. Ya antes de Roosevelt y su new deal había aplicado
medidas de este tipo Wicksel en Suecia. Luego vino el Reino Unido y el estado
de bienestar e incluso Hitler y Mussolini aplicaron políticas de demanda,
aunque orientadas a preparar su aventura militar. Hasta Primo de Rivera lo
intentó en España. Luego toda la posguerra, con Johson, desde el Plan Marshall
a lo que hoy es la Unión Europea, y hasta casi finales de los setenta se
enmarca en ese paradigma keynesiano. También lo pusieron en práctica países
periféricos como el Egipto de Nasser o su contempráneo Israel, en su primer
etapa, de una socialdemocracia izquierdista, con Golda Meir. En Egipto las
cosas no salieron muy bien y en Israel mejor. Hubo también grandes fracasos,
como el de Argentina en la segunda etapa de Perón. Sin duda fue la actual Unión
Europea el ejemplo más fructífero de esas políticas.
C.H.: La Unión Europea,
precisamente, es quien más críticas recibe por parte de los ciudadanos. Tal vez
no todos los europeos estén muy satisfechos con sus respectivos gobiernos
nacionales en esta crisis pero, desde luego, muy pocos defienden la postura de
la Unión, o más bien su falta de posicionamiento ante cualquier cosa. En este
sentido, vuelven las críticas hacia Alemania, que parece empeñada en mantener a
capa y espada la misma política de cerrada austeridad restrictiva que tuvo
durante la recesión de hace diez años.
D.M.R.: Ya es para mí un
papel asumido como algo connatural, no el de defender a la Unión Europea, de la
que critico muchísimas cosas, sino el de hacer comprender a otros algunos
extremos. La Unión no tiene los poderes de un estado, sólo aquellos que le han
transferido previamente. No es posible tomar posiciones rápidamente cuando no
se tiene el poder para ejecutar las políticas. El gobierno de Sánchez puede
impulsar medidas como las actuales porque tiene el poder fiscal, porque
controla el sistema impositivo. En Europa no tenemos unidad fiscal, sino diez o
doce modelos hacendísticos distintos. Lo mismo pasa con la legislación laboral:
desde la gestión y negociación de los salarios hasta la normativa para
solicitar regulaciones temporales de empleo es distinta. ¿Cómo entonces desde
Bruselas van a poder reaccionar con celeridad y cambiar de postura a la misma
velocidad que se expande una pandemia? Es más, España también ha sido más lenta
que China, claro. ¿Tuvo el gobierno chino que acordar con partidos de oposición
alguna cosa?, ¿tuvo a la prensa soplándole en el cogote?, ¿tuvo que
arreglárselas con la patronal y los sindicatos? Y si mañana Pedro Sánchez, en
vez del estado de alarma, declara el de sitio, con toque de queda y todos los
sectores militarizados, posiblemente las cosas fueran más rápidas. ¿A qué
terrible conclusión podríamos llegar? Pero no nos pongamos tan trágicos. La
Unión Europea ha lanzado al mercado 700.000 millones de euros para contener la
subida de la prima de riesgo de los países más vulnerables. ¿Por qué lo hizo?
Porque pudo, porque sí tiene esa capacidad autónoma, porque es una competencia
de la Comisión Europea y del Banco Central. Es más: ¿qué tienen en común los
países que, como España, han abierto la puerta a políticas como estas de las
que hablamos? Pues ser países que tienen como moneda el euro. No todos los del
euro van a actuar igual, pero ninguno de fuera de la eurozona lo hizo y, muy
probablemente, no lo va a hacer. Este es uno de los típicos ejemplos de la
llamada trampa de la soberanía monetaria. Dicho esto, es evidente que la
Unión Europea no está a la altura de las circunstancias cómo debería estar,
pero más por ciertas políticas nacionales, como ya pasó hace diez años, cuando
la Unión se convirtió en el chivo expiatorio de la irresponsabilidad de algunos
gobiernos. Un ejemplo muy a propósito de la que está cayendo: ¿qué pasaría si
todo el personal sanitario comunitario, español básicamente en muchas zonas,
decidiera marcharse hoy mismo del Reino Unido, tal y como seguramente tendrá
que hacer dentro de unos meses? ¿También será culpa de la Unión Europea? Y otro
más: ¿qué sucedería en las fronteras hispanoportuguesa y francoespañola si
España decide su cierre y Portugal y Francia no porque no peteneciéramos a un
espacio común de circulación de personas? Siempre insisto en este número:
15-30-50. La Unión Europea tiene el 15 por ciento de la población mundial,
aporta el 30 por ciento de la producción mundial y su gasto en políticas
sociales es el 50 por ciento del gasto mundial. Esta sociedad de bienestar nos
hace muy miedosos y nos hace muy vulnerables porque, como hablábamos antes,
siempre minimizamos el riesgo. Pero, a la vez, nos permite reaccionar ante el
siniestro con el mejor equipamiento del mundo y, en este caso, con un complejo
científico-técnico único, entre otras
cosas porque es mayoritariamente de titularidad pública. Si por desgracia, no
ya África o Centroamérica, los Estados Unidos entran en una situación como la
nuestra de hoy, veremos lo que pasa. Tampoco allí queda nadie de la depresión
del 29, cuando millones de hambrientos malvivían en los estados del centro y
del sur del país. Europa aprendió de aquello, otros no. Lo peor que hacen desde
siempre la Unión Europea y los europeístas, entre los que me cuento, es no
saber explicar que la integración afecta a cientos de actos cotidianos, casi
imperceptibles, que condicionan toda nuestra vida y, en general, para bien.
C.H.: Me había avisado
Luis Martín: el profesor Rivas saldrá en defensa de la Unión Europea.
D.M.R.: No es que salga
en defensa de nada, no, no nos equivoquemos, sino que casi siempre los
gobiernos le echan la culpa a las instituciones que, debiendo ser únicas y
comunes, no lo son porque no les da la gana a esos mismos gobiernos. Es
evidente que la Unión Europea camina de modo renqueante. Eso no lo duda nadie,
ni el europeísta más acrítico. Dicen: que la Unión Europea plantee una política
clara sobre las guerras del cercano oriente. Digo: que se dote
presupuestariamente a un ejército europeo con autonomía y obediencia exclusiva
a Bruselas. Dicen: que el parlamento de Estrasburgo asuma verdaderas
competencias legislativas. Digo: que las listas electorales sean únicas en toda
la Unión y que yo pueda votar a un socialista esloveno, a un conservador danés,
a un verde alemán o a un nacionalista bretón. Y con varios dicen y digo
podríamos extendernos.
C.H.: Se nos acaba el
tiempo, profesor David Rivas. Muchas gracias por atender a nuestra llamada y
por su análisis, me parece que certero y que, sin duda, no dejará indiferente a
nuestros oyentes.
D.M.R.: Gracias a usted
por la deferencia y, por favor, no deje de darle un abrazo a Luis Martín si
habla con él o lo ve.
C.H.: Lo haré, buenas
noches.