"Portugal es una democracia abierta y dinámica"


Alfonso Rosales: Esta semana pasada ha habido elecciones en Portugal y el resultado ha dado un vuelco a la política de nuestro vecino: la derecha gana las elecciones pero con una mayoría muy ajustada con respecto a los socialistas y con una extrema derecha crecida que exige su parte en el gobierno. Contamos con David Rivas, profesor jubilado de estructura económica en la Autónoma de Madrid, que nos visita de vez en cuando y que es un buen conocedor de Portugal. Buenas tardes.

David M. Rivas: Buenas tardes. 

A.R.: La extrema derecha se hace fuerte en Portugal, apuntando hacia un posible gobierno en unas próximas elecciones, que podrían ser pronto, y lo hace justamente cuando se cumplen cincuenta años de la revolución de los claveles. Usted recordará muy bien aquel momento histórico.

D.M.R.: Sí, tengo un recuerdo muy vivo, pero mi verdadera percepción de la importancia del abril portugués la tuve algo después. En 1974 yo tenía 16 años y, aunque ya me preocupaba por determinadas cosas, sabía poco y me movía menos todavía, aunque ya conocía Portugal. De hecho, andaba por allí en esos días. Pero fue dos años después, ya en la universidad, cuando pude valorar la importancia de aquel movimiento. Y, andando el tiempo, le dí aún más valor. Entonces se canturreaba aquello de “menos mal que nos queda Portugal”. Se trataba de una revolución sin sangre, con una mayoría absoluta de un partido socialista, una derecha en minoría y disconforme, pero sin veleidades fascistas, y una extrema derecha procedente del salazarismo en el ostracismo más absoluto. Ahora, medio siglo después, el líder de Chega, André Ventura, llegó a decir en la noche electoral que se está procediendo a un ajuste de cuentas con el 25 de abril y con una izquierda que, asegura, atrofió al país, ejemplarizando esa revancha en la pérdida del diputado comunista de Beja, en el Alentejo, que pasa a Chega después de cincuenta años, los que van de la revolución al día de hoy.

A.R.: El partido socialista va a dejar gobernar en minoría a la derecha tras haber perdido las elecciones. Desde España son muchos los medios y los opinantes que llaman la atención acerca de que el PSOE nunca se planteó una decisión semejante que hubiera permitido un gobierno del PP sin compromisos con Vox.

D.M.R.: La comparación sale muy espontáneamente, sin necesidad de acudir a subterfugios o a conspiraciones baratas: “¿por qué el PSOE no actuó así tras resultar el PP el partido más votado?”, se preguntaron muchos. Pues por una razón muy sencilla: porque la derecha española es muy diferente de la derecha portuguesa y porque, en último término, el régimen político no es exactamente igual en ambos países. Durante la peor crisis de los últimos cincuenta años, la de la pandemia de covid, que estalló cuando se salía de mala manera de la peor depresión también en cincuenta años, la derecha portuguesa se puso al lado del gobierno socialista y entre todos salvaron la situación sin grandes problemas, más allá de los descomunales propios de la misma pandemia. En España todo marchó de manera diferente, con una cerrazón por parte del PP incomprensible y atizando aún más el fuego de que el gobierno Frankenstein era ilegítimo. Además, el líder derechista portugués, Luis Montenegro, anunció estar dispuesto a gobernar sin contar con la extrema derecha, mientras que Núñez Feijoo pactó con Vox ya antes de las elecciones en comunidades autónomas y ayuntamientos y lo siguió haciendo durante las semanas posteriores a las elecciones, llegando a forzar a algunos de sus dirigentes autonómicos a renegar de su previo compromiso público de no pactar con esa extrema derecha. 

A.R.: Sea como fuere, lo cierto es que los socialistas garantizan la formación de un gobierno en Portugal.

D.M.R.: Que creo que no durará pero la figura de Montenegro se ha hecho mucho más fuerte, contradiciendo a los santones de la derecha, como Pedro Passos Coelho, el referente de la derecha tradicional y que siempre parece que va a regresar, a pesar de su desastrosa gestión de la crisis de 2008, cuando entregó Portugal a la voracidad y a la austeridad de los más doctrinarios extremistas del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional. En aquel momento no fue Montenegro precisamente un crítico con el desastre al que su partido llevaba a Portugal, con aquella famosa frase suya de “la vida de las personas no está mejor, pero el país está mucho mejor”. Es la vieja dicotomía de la derecha: el país es una cosa y los ciudadanos otra, de forma que se puede arruinar al noventa por ciento de la población para salvar la economía nacional. Tampoco confiaron en él Durâo Barroso ni Cavaco Silva. Es verdad que tardó en ofrecer claridad acerca de un posible pacto con Ventura, un pacto deseado por buena parte del partido pero, una vez que tomó la decisión, se mantuvo firme. Podría cambiar de opinión dentro de unos meses, pero me parece que no lo hará. Como hace cincuenta años, un país pequeño como Portugal está en el foco de atención europeo. El PPE se debate hoy entre pactar o no con la extrema derecha, un debate similar al de los años treinta, cuando unos liberales abrieron el camino al fascismo y otros liberales se opusieron con claridad a tal monstruosidad. Nuestro devenir depende en gran medida de la opción que tome esa derecha, si la de Portugal, la de España o la de Hungría. A este respecto los populares europeos han puesto ciertas líneas rojas en sus posibles acuerdos con la extrema derecha, pero no son muy rígidas en ningún país, mientras que de los pesos pesados de la Unión sólo Macron parece poner pie en pared. Lo mismo podemos decir, tal vez con mayor razón, de Von der Leyen.

A.R.: La derecha cree en toda Europa que va a seguir creciendo porque representa a los ciudadanos que se están quedando descolgados del proyecto socialdemócrata, el más típicamente europeo.

D.M.R.: Seguramente que los dirigentes derechistas piensan eso. No les falta parte de razón, pero de ahí a creer que representa la rebeldía de la gente normal y corriente… Vuelve la derecha europea a recoger con mala interpretación lo que nos llega de Estados Unidos. Europa, España concretamente, les exportó el liberalismo y nos lo devolvieron en su versión economicista más deleznable. Ahora nos envían su odio a lo intelectual y su prevención frente a lo que llaman élite político-cultural, que sería, evidentemente, de izquierdas. Pero resulta que en Estados Unidos, donde para muchos una sanidad gratuita y universal es el preámbulo del comunismo, es una revolución lo que aquí llamamos socialdemocracia. Por eso la derecha, incluso la más extrema, es prudente en España o en Portugal. Veremos a dónde llegan las cosas, pero desde Portugal pinta la cosa mal, aunque yo no soy demasiado pesimista.   

A.R.: ¿Es mayor la crispación en España que en Portugal?

D.M.R.: Por supuesto y con una nota diferencial muy importante: en Portugal los partidos más intransigentes o extremistas se están aprovechando de las disensiones sociales, mientras que en España son los partidos, casi todos, los que provocan enfrentamientos, los que meten emocionalidad y poca racionalidad al debate. Luego la sociedad reacciona y recoge los frutos la extrema derecha. El PP está practicando una política basada en un lenguaje hiperbólico, un lenguaje que fracasó rotundamente en Portugal cuando la derecha sacó aquello de la geringonça, el pacto de izquierdas, el pacto de los socialistas con radicales antisistema que iba a llevar al país al desastre. Y resultó que la economía creció y se estabilizó, tanto como para que los socialistas ganaran por mayoría absoluta cuatro años después. La derecha portuguesa aprendió la lección y, cuando fue necesario, cuando la pandemia, respondió de un modo civilizado. La derecha española siguió y sigue en su línea habitual, la que ya lleva desde los atentados de Atocha y las elecciones de 2004. La derecha española fue pionera en la política conspiranoica. Pero es que también hay que atender a otra cuestión, un asunto tan importante como es la diferencia histórica de la formación de la democracia moderna, la de hoy, en España y en Portugal. Portugal es una democracia mucho más abierta, dinámica y consolidada, seguramente por el hecho de que salió de una ruptura con la dictadura, como pasó décadas antes con Alemania o Italia y pasaría, en cierto modo, unos años después con Argentina. En España surge de la reforma pactada con los que provenían del franquismo, como pasaría después con Chile. En España hubo un pacto político pero no hubo un contrato social, mientras que en Portugal sucedió lo contrario. Esa falta de pacto social es lo que lleva a que en España cada fase de crisis económica se paga siempre con un aumento del paro y un descenso de los salarios, cuando no también con una reducción de los tipos reales impositivos a las rentas más altas. Eso no ocurre por lo general en Portugal. Por eso los debates y las discusiones políticas son más vivos en Portugal y, a un tiempo, menos emocionales, al revés que en España, donde son pasionales pero sin argumentación y, además, repetitivos y bochornosos. Todo ello hace que los portugueses, con una vida democrática más intensa, crean más a sus representantes, aunque también sufren engaños alguna vez, pero es que los españoles dan por supuesto que los van a engañar y, puesto que va a pasar eso, prefieren que los engañen los de su tribu. Sin embargo, lo lógico sería que te indignaras más cuando te mienten o te roban los tuyos. Por eso en Portugal no habrá un bloque central entre los dos grandes partidos, como pide la derecha española cuando pierde como condición para no unirse a la extrema derecha, una unión de acción que, por otra parte, ha propugnado y defendido el propio Núñez Feijoo. A lo más que podremos ver en Portugal es que a que la derecha y los socialistas pacten un turnismo en la presidencia de la Asamblea porque la ultraderecha tiene capacidad de impedir la elección de un socialista. 

A.R.: En España los creadores de opinión en la derecha ya están insistiendo en que la opción por gobernar en minoría llevará a una enorme inestabilidad y a la pronta caída del gobierno.

D.M.R.: Puede ser, evidentemente, y mucho dependerá de las elecciones europeas de junio, para las que se intuye que también en Portugal crecerá el voto neofascista. Pero las elecciones de esta semana pasada, pase lo que pase mañana, aunque se convoquen otras en poco tiempo, cosa que me parece muy probable, deberían hacernos meditar desde este lado de la raya. Portugal lleva ya más de diez años emitiendo unas señales que aquí nadie quiere apreciar, tal vez porque es una españolada inveterada no prestar atención a este vecino o, directamente, menospreciarlo. No se lo considera, ni política ni de ninguna otra manera. España prefiere seguir los pasos de los más fuertes de la clase. Algo similar pasó en otra península de más al norte. La pequeña Noruega siempre atendió hacia la gran Suecia y fue aprendiendo de sus aciertos y sus errores, mientras que la poderosa se afanaba por ganar puntos ante las aún más poderosas Alemania y Francia. Las cosas marcharon de parecida forma en la pequeña Portugal y la gran España. Los gobiernos de Madrid siempre miraron a París y Berlín, lo que está muy bien y parece lógico, pero así es de ilógico dar la espalda a Lisboa y más aún embelesarse con su propio ombligo, su milagro económico y su democracia ejemplar. Incluso se repite y se repite el mantra de que España es la nación más vieja de Europa, cuando no es así. En puridad, España se costituye en 1812 y no tiene leyes comunes hasta cuarenta años después. Si estiramos el razonamiento y somos poco rigurosos, podríamos hablar de 1512, cuando los reyes católicos anexionan Navarra a la corona de Aragón, aunque a la muerte de Isabel Fernando separa de nuevo a Aragón de Castilla. El primer rey español es Carlos I, en 1521. Por su parte, Portugal se forma mucho antes, en 1143, y sus fronteras actuales son las mismas que las de 1385. Y Suiza tiene su origen en 1332, cuando la confederación de tres cantones, y se consolida en 1481 con la confederación helvética. Eso por no hablar de que la bandera más antigua es la dannebrog, la bandera de los daneses, hoy todavía enseña de Dinamarca, que es de 1490. La de España es de 1843 y la de Portugal de 1911. Volviendo a la actualidad y al tema que nos ocupa, también Portugal cometió el error de no apoyar a España cuando sus gobiernos trataron de renegociar algunas de las más duras condiciones para su entrada en la Unión Europea, especialmente en agricultura. Creyeron los gobiernos portugueses que iban a sacar algo de la mala situación española y se equivocaron de parte a parte. Y daba lo mismo quién gobernaba en cada sitio, coincidieran o no los partidos en la misma internacional.

A.R.: Pero en los últimos años la cooperación ha sido provechosa, como se vio, por ejemplo, en la excepción ibérica en el mercado energético europeo.

D.M.R.: Es cierto. Las cosas empezaron a cambiar cuando llegan al poder Pedro Sánchez y António Costa, quienes demuestran que la colaboración es posible y beneficiosa para ambos países, especialmente en asuntos tan vitales como la energía y la política ambiental y climática. La península ibérica es como un pequeño continente, con dos espacios climáticos, uno atlántico y otro mediterráneo, a los que hay que añadir los archipiélagos atlánticos de la región macaronésica. No obstante, el alejamiento histórico hace que la cooperación ibérica no llegue ni al nivel más ínfimo de la existente en Benelux o en el grupo de Visegrado. Ese desencuentro tradicional hace que podamos realizar la comparación con los escandinavos y aconsejar a Madrid que estudie a Portugal y atienda más para sus datos. El caso es que Noruega, al contrario que hace treinta años, tiene hoy más renta per cápita que Suecia y, además, mejor repartida; mientras que Portugal también es hoy más equitativa que España y, según las instituciones económicas internacionales, su renta per cápita será mayor que la de España en poco más de una década. Y, es bueno recalcarlo, esto tiene que ver mucho con la calidad de la democracia y con la responsabilidad de los partidos centrales del modelo. Diciéndolo de otra manera, Portugal encara un momento incierto pero es un país en el que se valora lo que algunos llaman sentido de estado y que, en puridad, no es más que el sentido común de toda la vida.

A.R.: ¿Queda en el aire ese inicio de cooperación con este nuevo gobierno portugués?

D.M.R.: No lo sé, evidentemente, pero los problemas aún son muchos. España continúa con un modelo centralista en las comunicaciones, ejemplarizable en el AVE, pese a su importante descentralización política frente al enorme centralismo de Portugal. Eso lleva a que Madrid es punto neurálgico de todos los grandes corredores, cosa que Portugal no ve con buenos ojos, negándose a que para ir de Lisboa u Oporto a Barcelona o a Bilbao, y de ahí al resto de Europa, haya que pasar necesariamente por Madrid. El temor no es otro que la capacidad de absorción de la capital española, un auténtico aspirador de recursos estimulado y potenciado por el modelo económico español. El modelo hace de Madrid un centro parasitario que acumula la inversión pública española y que, de ser centro de las comunicaciones de toda la península, también desviaría hacia ella las inversiones de Portugal. Es difícil un acuerdo en este asunto, incluso entre posibles gobiernos de derechas, máxime cuando el PP trató de boicotear en Bruselas la excepcionalidad ibérica en el mercado energético. No sé si Montenegro confiaría o no en Sánchez y viceversa, pero también dudo mucho que confiara en Feijoo tanto como Costa lo hizo en Sánchez, y viceversa también.

A.R.: Parece ser que la votación de los presupuestos puede ser determinante.

D.M.R.: Es la clave, tanto por lo político como por lo más estrictamente técnico. Para entendernos podemos seguir haciendo una comparación con España, que está sin presupuesto para este 2024, por lo que el gobierno ha prorrogado el de 2023. De hecho en España es posible prorrogar el presupuesto año tras año, sin que ello obligue a disolver las cámaras. Desde un punto de vista administrativo, para entendernos, un gobierno con un presupuesto no aprobado por la Asamblea portuguesa no es lo mismo que un gobierno con un presupuesto no aprobado por el Congreso español. En España la prórroga compromete nuevas inversiones y gastos pero mantiene los correspondientes al ejercicio anterior. En Portugal no es así. En Portugal el gasto, no así la inversión, sólo podría ser una duodécima parte de lo correspondiente al ejercicio anterior. Eso lleva, casi necesariamente aunque no exista obligación, a la caída del gobierno que no sacara adelante el presupuesto. Se trata de una garantía democrática muy dura, tal vez demasiado dura. Hace tres años el Bloco y el Partido Comunista rechazaron el presupuesto de Costa y eso llevó a Rebelo de Sousa a convocar elecciones. Puede que el presidente de la república, un derechista que cae bien incluso entre los izquierdistas, cometiera un error de cálculo. Después de convocar aquellas elecciones, que no eran necesarias, ¿qué va a hacer si Montenegro, uno de los suyos, no saca adelante los presupuestos, estando, además, en un estado mucho más precario del que estaba Costa? Y el presidente de la república, cuando llegó la dimisión de Costa debida a un hipotético caso de corrupción que va a quedar en nada, podía haber optado por la continuidad con otro primer ministro socialista, cosa que defendía la mayoría del Consejo de Estado. Pero Rebelo de Sousa prefirió convocar elecciones para clarificar el panorama, un panorama que hoy es menos claro que nunca, lo que nos muestra el gran error que cometió.

A.R.: ¿Y qué pasa con la izquierda, con lo que se sitúa a la izquierda de los socialistas?

D.M.R.: Es un erial. El Bloco nunca fue, en mi opinión, una verdadera alternativa. Es un grupo muy urbano en un país donde la tradición izquierdista está en áreas periurbanas como las de Setúbal y Oporto y en el campo. Y es un grupo excesivamente ideologizado en una sociedad como la portuguesa, más bien calmada y dada al acuerdo. Por su parte, los comunistas aún están sufriendo, tantos años después, su tradición soviética. Tuvieron una fuerza enorme, especialmente en Alentejo, pero se adaptaron muy mal a la evolución del país. Tampoco vieron muy claramente que la revolución de los claveles no llevaba a su modelo, por más que ellos hubieran puesto toda la carne en el asador. La historia de los comunistas portugueses es desalentadora. Intentaron reactivarse con su apoyo a los socialistas, cosa que hicieron al principio, pero se vieron arrastrados por los bloquistas para tumbar al gobierno a través de rechazar el presupuesto. Conclusión: se hundieron todos. El Bloco mantiene su fuerza pero es de un escaso 4 por ciento, mientras que los comunistas, ahora en coalición con los verdes apenás llegaron al 3.  

A.R.: Entramos en lo que casi es obligado: el ascenso de Chega.

D.M.R.: El triunfo de Chega proviene de la erosión de la democracia portuguesa, como sucede en toda Europa con movimientos y partidos de este tipo. Portugal deja de ser la excepción en Europa, el baluarte frente a la ultraderecha, que ocupará nada menos que 48 escaños de un parlamento que tiene 178 asientos. La derecha tradicional logra 79 escaños, los socialistas 77 y los liberales 8. La izquierda se hunde, siguiendo la tendencia que inició con un voto suicida contra los presupuestos hace dos años. Sumando bloquistas, comunistas y verdes sólo llegan a 14 escaños. Portugal, como antes España, parecía ajena al crecimiento de la extrema derecha, lo que se atribuía a que el franquismo y el salazarismo habían innoculado anticuerpos en la sociedad. La cosa no era tal. Lo que sudedía era que el Partido Social Demócrata y el Partido Popular mantenía en su seno a los neofascistas, mimándolos y compartiendo su discurso aunque sin aspavientos. Cuando éstos se vieron con fuerza suficiente la cosa cambió. El monstruo despertó en Portugal en 2019 y el Partido Socialista, que apeló al voto útil en 2020, lo alimentó con su prepotencia y negligencia. Los demócratas, particularmente el centro inquierda, juegan con fuego alegremente hasta que todo se incendia y ya poco queda por hacer. Ya España, otra anomalía hasta hace poco, había avisado: los anticuerpos de la enfermedad franquista parecían ser una garantía, como lo eran los anticuerpos del salazarismo en Portugal. Pero el monstruo se despertó de su letargo. Chega, el neofascismo, fundado en 2019 logra esos 48 escaños en sólo cinco años, sobrepasando las mejores cifras que pudiera esperar Vox en España. En el 2020 los socialistas recurrieron a la táctica del voto útil, gobernando después con prepotencia e incumpliendo con sus compromisos sociales. Un aviso a navegantes: la izquierda moderada y la derecha convencional juegan con fuego alegremente y, de repente, el incendio es inextinguible.

A.R.: André Ventura resultó ser un político de más empaque de lo que se pensaba.

D.M.R.: A mí no me parece muy convicente pero sí muy eficaz en su demagogia. Ventura es un habitual de las tertulias televisivas y comentarista deportivo. Se hizo un hueco en la política por su campaña contra los gitanos en 2017, cuando sólo era un candidato a una alcaldía de la periferia de Lisboa. Ahí se detiene su curriculum. La mayor parte de los líderes neofascistas europeos no tiene oficio ni beneficio y vive del cuento, a veces con cargo al presupuesto público, como es el caso de Abascal, pero se emocionan criticando los chiringuitos de la izquierda, las feministas o los ecologistas. Hizo un partido a su medida, un partido al que algunos analistas, e incluso antiguos dirigentes, consideran una secta. Tiene un programa cuajado de barbaridades, aunque parece ser que ha aplazado sus exigencias de castrar a los violadores y de reimplantar la pena de muerte. Ventura tiene una gran presencia en las redes sociales y tiene tirón entre la juventud. No tiene un programa para nada de lo importante, aunque achaca todos los problemas de Portugal a la inmigración y al despilfarro público. Es un adalid de la teoría conspiranoica del gran reemplazo, el programa articulado de sustituir a los portugueses blancos por otras etnias, bien financiadas y con alta tasa de natalidad. Hay una cosa llamativa que repite: que en España no hay peajes en las autopistas porque el gobierno no debe afrontar el despilfarro y la corrupción. Como todos los votantes de este neofascismo, tampoco los portugueses comprobarán nada, no dándose cuenta de que en España hay peajes y la corrupción es bastante superior a la de Portugal. Pero estamos en un momento en el que la mentira se maneja como certeza y la culpa no es de las redes sociales, como se suele decir, sino de determinados grupos sociales y cada vez más de los partidos políticos. El bulo es un género político, palabra que viene del caló, de la lengua gitana o romaní, en la que tiene el significado de porquería. El caso es que Chega es la primer fuerza política en Algarve, la segunda en Setúbal, feudo izquierdista donde los haya, y va ocupando espacios en Alentejo, precisamente allí donde era más fuerte, ya durante el salazarismo, el Partido Comunista. El norte se le resiste y Braganza es la única circunscripción en la que no tiene representación. Ventura y su partido neofascista se alimentan del hartazgo y del descontento. El mismo líder socialista, Nuno Santos, decía al día siguiente de las elecciones que no había un 18 por ciento de portugueses racistas y fascistas, pero sí muchos portugueses indignados. 

A.R.: ¿Cómo ha sido el trasvase de votos?

D.M.R.: Yo no lo sé muy bien. Esto del trasvase de votos es difícil de entender o, por lo menos, a mí me resulta difícil porque no tengo series históricas y otros instrumentos que me serían necesarios. No obstante sí que vemos que Chega tuvo su relativo éxito en unas elecciones con una participación muy superior a la normal, que en Portugal es bastante baja tradicionalmente. Eso me lleva a pensar que consiguió votos de sectores habitualmente abstencionistas. También parece ser que Chega logró votos de los más jóvenes votantes con anterioridad a los socialistas y a la derecha tradicional, sobre todo a los socialistas. Llama la atención particularmente el éxito de Chega en Algarve. Supongo que no se deberá a una única causa pero sí que existe un relación directa entre su triunfo y el problema de la vivienda, especialmente para los jóvenes. Hablamos de una zona con un enorme crecimiento del turismo, lo que hace que crezca la población inmigrante que llega para emplearse en el sector, unos inmigrantes que compiten por el acceso a la vivienda con los jóvenes locales, mientras al mismo tiempo se dispara la oferta de pisos para uso turístico. El conflicto está servido y se aprecia un desplazamiento de los electores de veinte y treinta años hacia la extrema derecha, cuando en esa región era un voto tradicionalmente de izquierdas y particularmente del Bloco de Esquerda. También influye mucho la mala política que sobre el agua siguieron los socialistas, en una región relativamente seca y donde el turismo provoca un uso insostenible del recurso.

A.R.: ¿Es la extrema derecha portuguesa igual o semejante a los distintos movimientos que crecen por el resto de Europa, como los del este, o se parece más a los de Francia o Italia, o a Vox en España?

D.M.R.: La base de su crecimiento es la misma: el descontento y el empobrecimiento de la clase trabajadora, bien dirigido hacia el odio al inmigrante y al que aún es más pobre y armado con eslóganes simples desde, precisamente, sectores parasitarios de buena posición económica. Y, desde esa posición, la extrema derecha portuguesa, como todos los partidos europeos de ese tipo, da una respuesta extremista a problemas complejos y con pseudosoluciones simplonas. Eso sí, Ventura y su partido no son antieuropeístas viscerales, seguramente porque Portugal es, con España, uno de los países más europeístas en estos momentos tan críticos, ante la evidencia de que la Unión Europea significó y significa todo lo positivo de estos últimos cuarenta años. Los portugueses saben, como los españoles, que la integración es fundamental. Ahora que estamos en medio de grandes conflictos en el sector agrario, ¿usted sabe lo que supondría para los agricultores españoles y portugueses el fin de la política agrícola común? Por eso protestan pero saben bien a dónde no deben llegar. Y otra característica de la extrema derecha portuguesa es que casi no tiene sectores nostálgicos del corporativismo, del estado novo. No vemos en sus manifestaciones simbología salazarista, ni himnos del viejo fascismo de los años treinta, ni nada como lo que vemos en España o Italia e incluso empezamos a ver en Alemania, ni fundamentalismo católico, aunque Ventura dice que Dios lo colocó en ese lugar y en este momento. El anacronismo más llamativo es la presencia en la coalición ganadora, Alianza Democrática, del Partido Popular Monárquico, que es municipalista, agrarista y tradicionalista, un partido marginal más de comedia galante que de otra cosa. Tampoco hay un entusiasmo por revisar la historia, salvo por lo que respecta a poner en duda las virtudes de la revolución de los claveles.

A.R.: Muchas gracias, profesor Rivas, por estos apuntes de urgencia. Volveremos a hablar si las cosas dan algún giro importante.

D.M.R.: Quedo a su disposición.


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