"Guatemala es, tal vez, el país más complejo de América"


Manuel Jiménez: Buenas noches, amigas y amigos, de este caluroso 27 de junio. Guatemala, ese país del que sabemos muy poco, acaba de dar una sorpresa mayúscula. Anteayer, en las elecciones del domingo, se coloca como segunda fuerza Movimiento Semilla, una organización de izquierda con la que nadie contaba. No son muchos los expertos en Guatemala a los que podemos consultar pero uno de ellos es el profesor David Rivas, doctor en economía y jubilado de la Autónoma de Madrid, y con el que hablamos de vez en cuando. Buenas noches, profesor.

David M. Rivas: Buenas noches desde una Asturias con poco calor. Aquí, ahora mismo, en casa, tenemos niebla y andamos por los 17 grados. Es verdad que vivo en una aldea alta de la costa. 

M.J.: Usted conoce bien Guatemala y su estructura económica. Ha publicado artículos sobre el país y un libro que se titula, precisamente, Paz y tierra, que nos remite al proceso abierto tras los acuerdos de paz de los noventa.

D.M.R.: Sí, un libro que escribí con una colega guatemalteca, Úrsula Roldán, que aún tiene cierto interés, aunque es de 2001. En España no había prácticamente nada sobre Guatemala que fuera de cierto rigor pero divulgativo, un análisis comprensible para un público medianamente culto. Es impresionante la ignorancia que tenemos sobre América, sobre la que fue la América española. Algo conocemos de Argentina, de Chile o de México, pero suele ser un conjunto de lugares comunes. También sabemos algo de Cuba, muy ideologizado siempre. Pero un país como Guatemala nos es completamente desconocido.

M.J.: Usted empezó a trabajar cuando los acuerdos de paz.

D.M.R.: Sí, pero no es así estrictamente. Los acuerdos de paz, que comenzaron en 1991, fueron una serie de compromisos entre el gobierno y la guerrilla, entonces agrupada en Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, para poner fin al conflicto armado que ya duraba treinta y siete años. Es la guerra civil más larga de la historia. Además tiene unas características únicas. En Guatemala no hubo una rebelión comunista apoyada por la Unión Soviética, como pudo pasar en Nicaragua, Bolivia, Colombia o Perú, ni una revolución como la cubana. En Guatemala hubo un golpe instigado por la CIA y financiado por la United Fruit Company contra un gobierno progresista y nacionalista que quiso hacer una reforma agraria. Ese gobierno, el de Jacobo Arbenz, no era un gobierno comunista, ni siquiera socialista, sino más bien de la tradición liberal española del XIX y de la república confederal suiza, las dos procedencias familiares del presidente. Había un partido comunista, sí, el Partido del Trabajo, y tenía fuerza, pero nunca condicionó al gobierno ni contaba con grandes masas campesinas. Tampoco había una guerrilla al estilo guevarista, como sí la había en otras partes de América. El caso es que la dictadura posterior al golpe, la de Castillo, declaró, por así decirlo, la guerra al pueblo, particularmente a los campesinos mayas, y una parte de ese pueblo decidió resistir con las armas. Ahí sí comienza un cierto apoyo soviético, pero la guerrilla siempre fue muy heterogénea y más étnica que de partido. Las víctimas, civiles casi todas, suman cerca del cuarto de millón. Fue una atrocidad. Yo llegué a vivir la última masacre perpetrada por los paramilitares.

M.J.: O sea, que los acuerdos son ya de 1991.

D.M.R.: No, no. En 1991 es cuando comienzan las conversaciones, pero la firma se produce en diciembre de 1996, siendo presidente Álvaro Arzú. Es entonces cuando comienza mi trabajo en Guatemala. Una prima del presidente, Marta Casaus, era profesora de historia en la Autónoma y, a través de ella, nuestra universidad participó como observadora del desarrollo de los acuerdos. Y una de nuestras líneas de trabajo fue la de organizar cursos para técnicos y dirigentes sociales, fundamentalmente indígenas, sobre desarrollo. A mí me llamaron porque era una línea fundamental el desarrollo sostenible, una materia que sólamente impartía yo en la Autónoma. Además, también trabajaba en desarrollo rural y era profesor desde veinte años antes de estructura económica mundial. Por otra parte, también había estudiado antropología. Tenía pendiente la tesis doctoral, que no llegué a terminar. Mi perfil era idóneo. Y así de simple fue la cosa. Empecé a trabajar en Chi Pixab', que en maya quiché significa "lugar donde se reune el consejo". Iba a Guatemala dos veces al año o cada año y medio y pasaba allí, más o menos, un mes. Eso hice desde el 2000 hasta el 2017. Ahora sigo las cosas a través de amigos y de lo que leo, porque no regresé al país desde entonces. Tengo muchas ganas de volver.

M.J.: ¿Le sorprendieron los resultados del domingo?

D.M.R.: Sí y no. A ver si me explico. El resultado es sorprendente y ni siquiera los analistas del propio país contaban con eso. Parece ser que el propio Bernardo Arévalo estaba muy sorprendido. Pero Guatemala es un país muy complejo, tal vez el más complejo de América, junto con Bolivia. Porque México es un mosaico único en el mundo pero tiene una larga tradición política, es una democracia deteriorada pero con tradición, tiene unas élites ilustradas de raigambre liberal, socialista, masónica, laica, republicana... Eso en Guatemala no existe. Incluso la Iglesia, que se puso de parte del pueblo en otros países de la región, mantuvo su pacto de clase con la oligarquía hasta muy acabados los ochenta, seguramente porque la dictadura nunca permitió una presencia importante de jesuitas. Además, de los dieciocho millones de habitantes que tiene, nueve son mayas, indígenas, casi otros nueve son ladinos, que es como llaman a los mestizos, y unos pocos cientos de miles son criollos, caucásicos, europeos. Son descendientes de vascos, asturianos y alemanes principalmente. Esos son los grandes propietarios, los dueños de la finca. Con esa composición social y étnica cabe cualquier cosa. Pero no, no me esperaba esto. Era evidente que se iba a una segunda vuelta, fruto de la atomización política, pero yo pensaba en otra situación. Estas elecciones parecían de mero trámite y yo, como casi todo el mundo, auguraba una victoria de Sandra Torres, la esposa de un anterior presidente, Álvaro Colom, al frente de Unidad Nacional de la Esperanza, una formación originariamente socialdemócrata pero que Colom y, sobre todo ella, llevaron a posiciones muy conservadoras. La sorpresa fue que el contrincante en agosto va a ser Bernardo Arévalo, que dejó en la cuneta a varios candidatos oficialistas y también a Zury Ríos, la hija del genocida  Efraín Ríos Montt. De hecho a Bernardo Arévalo y su Movimiento Semilla las encuestas más favorables les auguraban un 3 por ciento de los votos y obtuvieron un 12.

M.J.: Pero un 12 por ciento no parece algo muy significativo.

D.M.R.: En Europa tal vez no sea significativo pero es que también aquí nos enfrentamos a un país muy original. Los guatemaltecos recurren con bastante frecuencia al voto de castigo, que consiste en votar en blanco o emitir voto nulo, tachando las papeletas o metiendo cualquier cosa en la urna. Por eso los casi setecientos mil votos a Movimiento Semilla hay que ponerlos en relación con casi un millón de votos nulos y cuatrocientos mil en blanco.

M.J.: ¿Por qué sucedió eso?

D.M.R.: La verdad, no lo puedo saber, pero tengo alguna idea. Estas elecciones se caracterizaron por muchas impugnaciones de candidatos, algunas con razones legales y otras un tanto sospechosas, por parte del Tribunal Supremo Electoral. Una de las candidaturas rechazadas fue la del izquierdista Movimiento de Liberación de los Pueblos, encabezada por la maya Thelma Cabrera. Ese voto, que seguramente fue al casillero de los nulos, puede ser determinante en la segunda vuelta del 20 de agosto y, seguramente, en favor de Arévalo.

M.J.: ¿Quién es Bernardo Arévalo?

D.M.R.: Es un doctor en antropología social, también sociólogo, de 64 años. Su padre era el presidente Juan José Arévalo, que planteó políticas de equidad y de modernización entre 1945 y 1951. Fue el impulsor de la Constitución de 1945, basada en cuatro puntos: la separación de poderes del estado, el final del trabajo forzoso, el reconocimiento de la mujer como ciudadana y con derecho a voto, y la universalización de las garantías jurídicas. Su ministro de defensa, el coronel Arbenz, al que los guatemaltecos aún conocen como el soldado del pueblo, fue su sucesor tras las elecciones de 1950. Cuando llegó a la presidencia presentó un programa muy claro: convertir a Guatemala en un país económicamente independiente frente al modelo semicolonial, salir del atraso neofeudal, mejorar las condiciones de vida de la mayoría, reconocer el país como pluricultural y plurilingüe, y otorgar plenos derechos, incluído el de propiedad, a los indígenas, a los mayas. Y promulgó el famoso Decreto 900, el que ponía en marcha la reforma agraria. Le dieron un golpe de estado desde Washignton. Precisamente estos días es el aniversario de aquel golpe. Arbenz renunció a la presidencia, en un intento de que la cosa no fuera a más, el 27 de junio de 1954, tal día como hoy. De hecho, Arévalo nació en 1958 en Montevideo, donde buscó asilo su familia tras el golpe bananero. Curiosamente, Álvaro Arzú hizo un discurso parecido al de Arbenz en 1999, cuarenta y nueve años después, aunque Arzú, que murió hace poco,  pertenecía a la derecha oligárquica. Pero era un hombre inteligente. Yo lo traté. Sabía que era necesario un cambio radical, aunque en su magín tal vez estuviera el gatopardismo de cambiar todo para que nada cambie.

M.J.: Y Movimiento Semilla, ¿cómo nace, cómo se desarrolla?

D.M.R.: Salvando las distancias, que son bastantes, es un proceso parecido al de Podemos, aunque Semilla es menos radical. Podríamos situarlo, genéricamente, en la socialdemocracia, sólo que en Centroamérica la socialdemocracia es algo casi revolucionario. Llevamos casi una década asistiendo a grandes movilizaciones contra la corrupción. Es un mal crónico de América pero en Guatemala se convirtió en algo generalizado y cotidiano después de dos décadas de relativa mejora económica y con un mayor equilibrio de rentas, atribuible a los efectos positivos de los acuerdos de paz. El gobierno de Otto Pérez Molina llegó al máximo de la corrupción, como confirmó la Comisón Internacional contra la Impunidad en Guatemala, un organismo creado ad hoc por las Naciones Unidas. Cuando se hizo público el informe la sociedad estalló. La gente ocupó las calles y las villas durante prácticamente todo 2015, hasta el punto de hacer caer al gobierno. A partir de ese año, el deterioro institucional no hizo más que acentuarse. A la vez, la violencia y el crimen se habían disparado. En Guatemala siempre hubo una cierta violencia, especialmente en ciertos barrios de la capital, pero era un país mucho más tranquilo que los del entorno. Yo viajé por todo el país con este rostro pálido de europeo, con un pasaporte, dólares, cámara de fotos, y nunca me ocurrió nada, ni un simple robo de tirón. Actualmente no es lo mismo. Ya la última vez que estuve en el país, en el noroccidente concretamente, había secuestros de extranjeros, no una plaga exactamente pero era algo desconocido desde los tiempos de la guerra. Por otra parte centenares de opositores, profesores, jueces, periodistas, estaban y están en el exilio. Otros están en la cárcel, como el periodista José Rubén Zamora o la fiscal  anticorrupción de Quetzaltenango, Virginia Laparra. En este ambiente de práctica sublevación se creó Movimiento Semilla en 2017, que saltó a la política poco después y aumentó su peso tras la brutal represión del gobierno frente a las protestas masivas de 2020. Es un movimiento nutrido por profesionales urbanos, con gran presencia de maestros y profesores, y, sobre todo, con una enorme presencia de jóvenes. No tiene tanta fuerza entre los mayas porque éstos, de organizarse, lo están en gran medida en Movimiento de Liberación de los Pueblos, bastante más a la izquierda, con un cierto parecido al zapatismo de Chiapas. Ese voto, como le decía antes, podría ser decisivo en la segunda vuelta.    

M.J.: Este Movimiento Semilla, ¿es heredero de la guerrilla que pactó los acuerdos con el gobierno hace venticinco años?

D.M.R.: En parte sí, pero no muy directamente. A principios del XXI todas las encuestas daban a Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca un mínimo del treinta por ciento de los votos, pero, como fueron incapaces de hacer una candidatura única, no pasaron del doce y se desvanecieron en poco tiempo. Incluso hubo antiguos guerrilleros, comunistas fundamentalmente, que acabaron en las filas del partido de Ríos Montt. Es la tragedia de la izquierda y, particularmente, de la izquierda centroamericana: o la desaparición o convertirse en un esperpento como el del sandinismo en Nicaragua. Sí que conserva aún ese poso de resistencia el movimiento maya, seguramente por ser el menos ideologizado al estilo europeo.

M.J.: ¿Cómo es la estructura económica de Guatemala? ¿Cambió tras los acuerdos de paz y estos venticinco años últimos?

D.M.R.: Es un país básicamente agrario, seguramente el más agrario de Hispanoamérica, junto con Bolivia. Su industria es de lo más básico, con muy pocas empresas transformadoras salvo, tal vez, las cerveceras. Tiene muy buena cerveza, herencia de la emigración alemana. Tiene petróleo pero ni lo refina ni lo transforma. Y así funcionan casi todos los sectores. El turismuo iba creciendo, especialmente el estadounidense e italiano, y, más despacio, el español y francés. pero la inestabilidad de los últimos diez años supuso un frenazo. Es un país bellísimo, con una naturaleza espectacular, un colorido popular impresionante y una historia hispánica y prehispánica como pocas en América. Como país agrario el problema es y siempre fue la propiedad de la tierra. Un dos por ciento de la población poseía un setenta de la tierra cuando se firmaron los acuerdos de 1999. La dictadura había permitido a sus dirigentes hacerse con tierras a costa de los bienes comunales y de las propiedades de los campesinos, tanto mayas como ladinos. Bajo el gobierno de Arzú se abrió la posibilidad de que los campesinos, si tenían documentos, pudieran recuperar sus tierras. Se dieron casos de verdadera novela. Yo ví, personalmente, a campesinos llegar a las municipalidades con legados viejos firmados por autoridades coloniales en nombre del rey de España en los que se constataba que eran propietarios de sus tierras. Era llamativo ver a hombres y mujeres defender sus tierras y hacerlo en quiché o mam, frente a burócratas que hablaban en español, mientras apelaban a los derechos que les reconocía la corona española. Ese proceso de reversión, muy lento y difícil, se cortó a partir del 2012, más o menos. La corrupción y el deterioro institucional no fueron ajenos a los intereses de los terratenientes, muchos de ellos militares, enriquecidos durante la dictadura.

M.J.: ¿Cree que puede producirse un cambio en Guatemala?

D.M.R.: Sí, o, al menos, quiero creerlo. Es un país muy joven, con una pirámide demográfica de libro clásico. De la generación de la larga guerra queda poco. En estos momentos los mayores andan, como mucho, por los sesenta años. Y, algo que me parece muy importante, el papel de la mujer es fundamental. La guerra se llevó a los hombres y la posguerra los alcoholizó. Donde las mujeres se organizaron la comunidad progresó, se mantuvo, las estructuras sociales aguantaron. Y esas mujeres educaron a los que hoy tienen treinta años, que son los que nutren Movimiento Semilla y Movimiento de Liberación de los Pueblos. No en vano Arévalo va a llevar como vicepresidenta a Karin Herrera, una profesora de universidad muy comprometida con el feminismo. 

M.J.: Se le nota a usted un punto de emoción.

D.M.R.: Seguramente. Fueron muchos años, mucho esfuerzo y bastantes logros. Tengo grandes amigos, especialmente entre los mayas, muy comprometidos casi todos en recuperar lo que es suyo, su propia tierra. Ellos creen en la fuerza de sus vientos y de su sol,  también en el espíritu de los abuelos, de sus antepasados. Los invocan siempre. Una vez una quiché me dijo algo para meditar: "yo no creo en el más allá, todo está acá, la memoria de mi abuela la tengo en la cabeza".

M.J.: ¿Ganará Barnardo Arévalo el prósimo mes de agosto?

D.M.R.: No lo sé. No soy a afinar tanto. Tengo pocos datos y estoy muy lejos de Guatemala. Pero podría ser posible. La derecha y el fascismo van a cerrar filas con Sandra Torres y sólo espero que los comunistas, que aún tienen cierto peso en las ciudades, y los mayas del movimiento de liberación no repitan la barbaridad de hace treinta años y permitan que sigan los de siempre. Esta vez, además, cuentan con la simpatía de la administración estadounidense.

M.J.: Hoy sabemos algo más de Guatemala. Muchas gracias, profesor Rivas.  

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