"Los castillos son propicios a leyendas e historias mágicas"


 

Alejandro Fonseca: A Portugal nos vamos, Monchi Álvarez, en esta tarde de martes, con David Rivas.

Monchi Álvarez: Con David Rivas, que ama profundamente al país astur pero también al país luso.

A.F.: ¿Qué tal, David Rivas? Buenas tardes.

David M. Rivas: Buena tarde, amigos, ¿qué tal?

A.F.: Bienvenido a esta emisora con un relato que nos va a llevar por castillos de Portugal y sus leyendas. Castillos en el aire.

D.M.R.: La historia de los castillos tiene mucha vinculación a las leyendas y a las historias mágicas. A veces se entrecruzan episodios reales con relatos legendarios, dando una extraña vida unas cuestiones a otras. Estas historias de castillos, de ciudades amuralladas, de fortalezas, son muy comunes por todo el mundo y sobre todo en la Europa de la edad media, aunque luego recompuestas a veces durante el romanticismo. Las encontramos en Portugal, en Inglaterra, en Italia, en Francia... Pero vamos a hablar de algunas portuguesas concretamente, que tienen su ambiente particular. La primera que quería contarles es la de la ciudad de Moura. Ya nos parece decir algo su propio nombre, moura, aunque, como sabemos, las toponimias legendarias no suelen tener nada que ver con la realidad y esta villa puede que provenga de mor, que es piedra, roca. Se trata de la historia de la princesa Saluquia, de la mora Saluquia. Esta mujer era hija del rey Abu Hasan, un señor de taifa, que gobernaba en nombre de su padre una ciudad entonces llamada Al-Manijah. Saluquia estaba enamorada del alcaide de Aroche, de nombre Bráfama, que le correspondía en el afecto. El caso es que deciden casarse y el alcaide se dirigió a Al-Manijah unos días antes del fijado para la boda, acompañado de un séquito de guerreros y notables de Aroche. Pero el camino, de unas diez leguas, era peligroso porque la región alentejana del norte y del oeste, ya había caído casi por entero en manos de los cristianos que avanzaban hacia el sur. Por su parte, Alfonso Henriques había encomendado a dos hidalgos, los hermanos Álvaro y Pedro Rodrigues, conquistar la ciudad de Al-Manijah. Estando al corriente de la fiesta nupcial que iba a tener lugar, los Rodrigues se ocultaron con su tropa en un olivar cercano a la villa y esperaron a la comitiva del novio. Era la víspera del matrimonio cuando los cristianos cayeron sobre unos sorprendidos musulmanes, aniquilándolos por completo y matando, entre ellos, a Bráfama. Entonces se visten con las ropas de los moros muertos y se dirigen a Al-Manijah aparentando ser la comitiva de Aroche. Llegan a la ciudad y Saluquia, que los observa desde lo alto de la torre del homenaje, cae en la trampa y ordena a sus soldados que dejen el paso franco. Evidentemente, nada más traspasar la muralla, los cristianos se lanzan contra los moros y toman el castillo. La princesa, al darse cuenta del engaño y en la seguridad de que su amado ha muerto, coge las llaves de la ciudad, el símbolo del poder, y se arroja al vacío, muriendo en el suelo ante los soldados cristianos. Cuando los hermanos Rodrigues conocen todos los pormenores se muestran muy conmovidos por la valentía y el arrojo de la princesa, así como por la historia de amor que está detrás, y deciden que la ciudad pase de llamarse Al-Manijah a llamarse Terra da Moura Saluquia, que, con el tiempo, quedó en Moura, su actual nombre. Todavía hoy, si visitan Moura, comprobarán que a una torre del castillo se la conoce como Torre de Saluquia y un olivar cercano, donde se dice que muriera el novio, lleva el nombre de Bráfama de Aroche. Y el blasón de la ciudad pinta una mora muerta en el suelo con una torre en segundo plano.

M.A.: La ciudad de Moura, el primer castillo. Vamos a por el segundo, profesor Rivas.

D.M.R.: Este segundo, el castillo de Santiago de Cacém, tiene dos leyendas conjuntamente, dos historias que se desarrollan en momentos diferentes. Es también una historia tradicional del Alentejo. Como vemos, seguimos con relatos de tierras fronterizas, de tierras de conquista y reconquista, donde un castillo hoy ocupado por moros mañana pasa a manos cristianas y pasado vuelve a los anteriores dueños, dejando rastros de realidades y de mitos. La primera leyenda, musulmana, hace referencia a la construcción del castillo y la segunda, cristiana, a la fundación de la villa de Cacém a la sombra de la fortaleza. En principio nos encontramos ante una propiedad de un rico señor moro que, al verse ya viejo, decide repartir sus tierras entre sus tres hijos, pidiéndoles que se pongan de acuerdo pacíficamente, en armonía. Estamos ante una historia muy repetida: los tres hijos y el pequeño que siempre sale mal parado pero que es el que resuelve la situación o quien acaba venciendo en el pleito del que se trate. En esta ocasión el pequeño es una pequeña, es una mujer. Conforme a la tradición, el mayor elige las mejores tierras, el segundo ya se encuentra con tierras peores y la tercera con poco y malo. Pero ella renuncia a las tierras de cultivo y ganado a cambio de poder construir un castillo para la defensa de los ataques cristianos y que la planta sea lo que abarque la piel de un buey. Estamos ante una leyenda muy conocida en otros muchos lugares. Todos aceptan de grado y le entregan esa piel. La mujer ordena que la corten en tiras muy finas y con ellas perimetró la tierra que quería, que, evidentemente, resultó ser una extensión considerable. Cuando el padre y los hermanos dieron por buena la estratagema empezó a nevar intensamente y nevó durante tres días. Estamos en el Alentejo, tierra no precisamente de grandes nevadas. Cuando dejó de nevar vieron que un castillo se había erigido por arte de magia, ocupando la superficie delimitada por la piel del buey.

M.A.: Ya tenemos el castillo y ahora vamos a fundar una ciudad.

D.M.R.: Efectivamente, cosa que hará una princesa bizantina. Llama la atención que esta leyenda no invalida ni sustituye a la anterior, sino que la continúa conforme a otra tradición. Se cuenta que Bataça Lascaris huye de Constantinopla cuando las guerras internas de lo que va quedando del viejo imperio romano de oriente, armando de su pecunio una escuadra que ella misma dirigirá en la navegación. Con esa escuadra  llegaría a Portugal, desembarcando en Sines. Una vez en tierra, marchó con su tropa hacia el sur atacando las posesiones de un poderoso señor musulmán llamado Kassén. Los bizantinos derrotaron a los moros y Kassén, junto a su guardia, se refugió en su castillo, que no era otro que un castillo edificado hacía mucho tiempo sobre la superficie ocupada por la piel de un buey. Bataça asaltó el castillo y ella misma mató a Kassén en combate singular. Cuando la enseña bizantina ondeó sobre la torre era el 25 de julio, por lo que la princesa le dio a la villa el nombre de Santiago de Kassén, que hoy son Cacém y su castillo de Santiago.

A.F.: Pero estos personajes ¿son reales?, ¿existieron aunque se les atribuyan prodigios o son sólo material de leyenda?

D.M.R.: Pues supongo que habrá de todo. Por ejemplo, no sabemos si Bataça Lascaris existió verdaderamente, pero sí es cierto que en el tiempo en el que se sitúa la historia, la casa real que gobernaba Constantinopla era la de Lascaris y, por otra parte, en la toma de Cacém, tal y como se cuenta en Portugal, no hay nada prodigioso. Casi que lo único extraordinario es la historia de la navegación por todo el Mediterráneo. Podría ser una historia real unida a la leyenda más antigua, la de la piel del buey, la nevada y el castillo mágico. No obstante, lo que a mí me parece más llamativo es que las dos historias de Cacém estén protagonizadas por dos mujeres muy singulares: una mora joven más lista que sus hermanos mayores y que recibe ayuda mágica, y una princesa bizantina guerrera y navegante que, escapando de algo o puede que rebelándose, atraviesa medio mundo.

A.F.: Tenemos, por último, la leyenda del castillo de Almourol.

D.M.R.: Esta es una leyenda muy diferente a las anteriores pero también vamos a encontrar elementos que nos recuerdan a otras de otros lugares de Europa, incluyendo Asturias, y también del norte de África. Aquí podríamos meter cuantos componentes míticos queramos, aunque luego sea una historia muy simple. Almourol es una isla que está en medio del Tajo, en el centro de Portugal, una isla bastante escarpada, que tiene un castillo medieval. Es un lugar precioso que está en el concejo de Vila Nova da Barquinha. Ya había allí una fortaleza en la época romana y los investigadores encontraron restos de una anterior lusitana, afirmando algunos que pudieran existir vestigios previos de un castro céltico. Es una zona muy importante estratégicamente para controlar la cuenca fluvial que lleva hacia el Atlántico, y la isla fortificada, concretamente, un baluarte difícil de asediar y de asaltar. Antes de la edad media el nombre de la isla era el de Almorolan, quedando después en, como ahora, Almourol. Otra vez el mor, la piedra, la roca, de donde viene el morriyu asturiano, por ejemplo. El caso es que en 1299 Alfonso Henriques, ese primer rey asturluso que vuelve a aparecer, demostrándose así cómo todas estas historias son de época de conquista y frontera, dona la isla y la fortaleza a los templarios. Era un pago más a la orden por su apoyo a la corona portuguesa desde el principio y su decisiva contribución a las victorias militares del rey. Allí, en Almourol, fija su residencia el maestre Gualdim Pais, el gran templario de la historia de Portugal. Los templarios reforman el edificio, dándole las características propias de la orden que hoy podemos contemplar, tanto militares como religiosas y esotéricas. Pero la leyenda popular del castillo no tiene a los templarios como protagonistas.

M.A.: Es llamativo lo bien conservados que están los castillos portugueses, especialmente los templarios, pensando que son casi todos muy antiguos.

D.M.R.: Todo tiene su explicación. Portugal siempre temió ser invadida por los reyes de Castilla y después por los de España, fueran austrias o borbones, por lo que nunca dejó de arreglar los castillos. Es decir, para los portugueses los castillos fueron edificios útiles hasta prácticamente el siglo XIX, cosa que no sucedió en España o en otros lugares, donde sólo sobrevivieron dignamente algunos que ya eran más bien palacios y más cómodos para residir en ellos. Y si los castillos del temple están mejor conservados que los demás es por la misma razón: los templarios poseían castillos de excelente factura y los reparaban contínuamente. Además, solían estar en lugares muy estratégicos, como pasos fronterizos, valles encajonados, tramos navegables de ríos, riscos, acantilados marinos... Tampoco buscaban comodidades sino funcionalidad militar, porque no eran nobles con familias y con propiedades personales, sino monjes guerreros con la versión más dura de la regla cisterciense.

A.F.: Decía que la leyenda no era templaria.

D.M.R.: Ni templaria ni sobre los templarios. Se cuenta que un tal don Ramiro, del que sólo se da el nombre de pila, regresaba de una campaña contra los musulmanes y se encontró en el camino con dos mujeres moras, madre e hija. La joven llevaba bajo el brazo un cántaro con agua y el guerrero le pidió que le diera de beber. A la niña, asustada por la pinta del hombre, seguramente desaliñado y sucio después de batallar y de un largo viaje, se le cayó el cántaro y el agua se desparramó. El caballero, encabronado, desenvaina la espada y mata a las dos mujeres. Entonces aparece un moro joven que resulta ser hijo de una de las mujeres y hermano de la otra, y que ha visto el crimen. Don Ramiro, que no sabe quién es el joven, lo apresa y se lo lleva de criado a su casa, al castillo de Almourol, donde vive con su mujer y con su hija. El joven crece en el castillo y va perfilando su venganza, tramando la muerte de la mujer y de la hija de don Ramiro, lo que le causaría más dolor que su propia muerte. Consigue hacerse con un veneno de acción lenta y se lo administra a la mujer, que muere en el tiempo suficiente para no levantar sospechas. Una vez muerta la madre prepara el mismo fin para la hija, pero en ese tiempo que ha pasado los dos jóvenes se habían enamorado y deciden huir de la isla y desaparecen para siempre.

M.A.: ¡Vaya historia, profesor Rivas! Tantos años explicando estructura económica, yendo de positivista por la vida, con tanta afición a la epistemología, para acabar contando culebrones en la radio pública asturiana...

D.M.R.: Jejé... Sí, va a ser verdad. Pero yo tengo oidas barbaridades mayores en programas de política, por ejemplo. El caso, y con esto termino, es que la leyenda de Almourol continua diciendo que, en las noches de san Juan, se puede ver en lo alto de la torre a una pareja abrazada. Son el joven moro y la joven cristiana, y a sus pies está arrodillado don Ramiro pidiendo perdón. Pero el joven, inflexible, le responde: "¡maldición, es vuestra maldición!".

A.F.: ¡Qué buenas leyendas! Y ahora podemos decir que teníamos a un controlador cerca, nuestro controlador oficial de leyendas, pero decía que sí con la cabeza, asintiendo a sus relatos.

D.M.R.: ¿Y quién es ese inquisidor que me han puesto?

A.F.: Es nuestro historiador Álvaro Díez, una persona joven y, sin embargo, divertida.

D.M.R.: Eso está bien porque últimamente parece que el buen humor ha quedado para los que tenemos más mocedad acumulada.

ÁLVARO DÍAZ: Bueno, yo canas tengo. Tal vez no acumule mucha mocedad pero sí canas, sobre todo por la barba.

M.A.: El título de inquisidor no está nada mal, Álvaro Díaz.

A.D.: Nada mal. Además yo me eduqué con los dominicos.

M.A.: Y yo con los salesianos. Es que a los de colegios de curas se nos acaba notando. Y David Rivas, que debe estar aún en línea, se educó con jesuitas, pero cuando los jesuitas eran eso, jesuitas, la élite.

D.M.R.: Sí, sí, estoy por aquí, pero como buen alumno de jesuitas, cuando hay dominicos me callo por si acaso. Que lo del Santo Oficio...  

A.F.: Pues aprovechamos para despedirnos ahora. Muchas gracias y un abrazo, David Rivas.

D.M.R.: Un abrazo y saludos a los oyentes.


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