"La leyenda del rey durmiente se pierde en la noche de los tiempos"


Monchi Álvarez: Pasan ocho minutos de las cinco de la tarde y com certeza é uma casa portuguesa en la Buena Tarde con un apasionado de Portugal, buen amigo del programa y economista extraordinario. ¿Qué tal, David Rivas?, buena tarde.

David M. Rivas: Buena tarde, Monchi Álvarez, buena tarde.

M.A.: Hoy va a caminar bajo la neblina de las leyendas portuguesas.

D.M.R.: Sí, tratando de mostrar un par de cosas que pueden resultar de interés para los amigos oyentes.

M.A.: Andamos, como siempre, escasos de tiempo, pero podemos desarrollar un poco algunas de esas leyendas o historias mágicas que usted conoce de Portugal.

D.M.R.: Pues no perdamos más tiempo. La leyenda más famosa de Portugal y, seguramente, la que todos los portugueses conocen, es la de Inés de Castro, a la que dedicamos un programa entero hace un año, más o menos. No es propiamente una leyenda porque se trata de una figura y de unos hechos históricos, aunque tenga componentes legendarios y hasta de novela gótica, con una mujer sacada de su tumba y siendo coronada como reina de Portugal. Pero vayamos a otra leyenda que tiene también un origen histórico, que parte de un hecho perfectamente datado. Se trata de la historia de don Sebastiâo, del rey Sebastián I. Este monarca muere en la batalla de Alcazarquivir, en el norte de África, en el año 1578, pero no encuentran su cadáver. Ante esta circunstancia corre como la pólvora entre la gente la idea de que no está muerto sino que se encuentra herido o escondido en algún lugar. La historia cobra más fuerza cuando, al no haber tenido hijos, la corona portuguesa pasa a Felipe II, quien unifica los reinos de Portugal y España, manteniendo su capital en Madrid, lo que le hace aparecer a los ojos del pueblo como un rey extranjero, por más que hijo de portuguesa y que lleve sangre de la casa de Avis. A propósito de este reinado, se dice que Carlos I le había aconsejado a su hijo, el ya Felipe II, que llevara si le era posible la capital a Lisboa para hacer más grande su reino o que la dejara en Toledo si quería sólamente mantenerlo, pero que la llevara a Madrid si lo que pretendía era perderlo. Y Madrid será la ciudad de los austrias menores, los que comenzaron a perder el imperio. Esto nada tien que ver con la leyenda de don Sebastiâo, pero es algo llamativo.

M.A.: Madrid como principio del fin... Es para intentar hacer una novela de actualidad.

D.M.R.: Es posible. El caso es que Felipe II traslada el cuerpo recuperado de Sebastián I a Belém pero el pueblo no lo cree y se difunde la idea de que el cadáver sepultado no es el del monarca. Los portugueses siguen pensando que su rey está vivo y que volverá a recuperar el trono y a expulsar a los españoles.

M.A.: Para liberar a Portugal.

D,M,R,; Sí. No hay que olvidar que el nacionalismo portugués siempre se alimentó, entre otras cosas, de algo tan básico como el temor a la anexión por parte de su vecino, mucho más poderoso demográfica y miltarmente. En esa época filipina fueron varios los hombres que se presentaron en Lisboa asegurando ser don Sebastiâo y casi todos ellos fueron ejecutados por falsedad y suplantación y por pretender obtener beneficios personales de toda índole. Es evidente que ninguno era Sebastián I, tal vez tampoco lo fuera el enterrado en Belém, pero también Felipe II permitió los ajusticiamientos para evitar que, por un soplo del destino, el rey siguiera vivo y fuera uno de ellos. En 1640 Portugal recupera la independencia y la esperanza del retorno del rey se desvanece. Ya no hay un español en el trono y, además, han pasado más de sesenta años desde la batalla de Alcazarquivir y Sebastián I tendría la friolera de 86 años. Por tanto, aquí terminaría la historia de don Sebastiâo. Pero lo que sucede es que se pasa del hombre al mito, a la conformación de un movimiento mesiánico que se conoce como sebastianismo. Ya en el último tercio del XVI había nacido la creencia en el rey durmiente, vivo eternamente en su sepulcro, que espera la llamada de los portugueses para levantarse y salir en su auxilio.

M.A.: ¡Qué historia!

D.M.R.: Es una tradición muy vieja, tan antigua como la humanidad, se pierde en la noche de los tiempos. Está muy presente en toda la Europa atlántica y la encontramos en Inglaterra con Arturo, en Dinamarca con Harald, en Alemania con Barbarroja, en Francia con Carlomagno, pero tamién en Mongolia con Gengis Khan y en Bizancio con Constantino XI. De hecho, los hermanos Grimm recogen en sus cuentos el mito de Barbarroja y Carlomagno. Se trata de un recurso mitológico al héroe aparentemente muerto que aguarda la llamada de su pueblo, frecuentemente acompañado por sus guerreros. También en Asturias tenemos a Bernardo del Carpio, que duerme a la espera de ser llamado para dirigir a su pueblo hacia la libertad. Y en Asturias contamos también con la infanta de la cueva, sabia y guerrera, que duerme en el seno de los Picos de Europa, y que para algunos es la propia reina Gaudiosa, esposa de don Pelayo, y para otros una hija de ambos. Lo extraordinario del sebastianismo portugués es que nace en el XVI, en pleno renacimiento, a un paso de la ilustración.

M.A.: La verdad es que se trata de un movimiento, o como queramos llamarlo, muy peculiar, casi como anacrónico.

D.M.R.: Pues aún vamos a ír más allá. Después de la historia de don Sebastiào, de su muerte no aceptada por el pueblo y de su conversión en mito más medieval que moderno, llegamos a un momento utópico: la idea del quinto imperio. Es una creación de un jesuita, António Vieira, que afirma que tras los imperios egipcio, asirio, persa y romano vendrá el imperio portugués. para lo que dota al sebastianismo del pensamiento profético de Joaquín de Flora, un hereje calabrés de finales del XII, y de la poesía de Bandarra, un bardo medieval portugués. Vieira tuvo gran éxito entre el pueblo y entre algunos dirigentes, aunque se las vió muy tiesas con la inquisición, con su profecía de un reino de Dios en la Tierra bajo un príncipe portugués que reconquistaría Tierra Santa e instauraría el reino milenario predicho por Juan en el Apocalipsis. Podemos leer, algo así porque hablo de memoria, que "todos los pueblos y razas se unirían bajo la cruz de Portugal y todas las coronas adornarían la diadema portuguesa".

M.A.: ¡Cómo suena!, ¡qué grandonismo portugués!

D.M.R.: Sí, claro, o maior país do mundo. Esta idea del jesuita Vieira no es algo nuevo en la historia portuguesa. Se cuenta que antes de la batalla de Ourique, en 1139, el mismo Cristo le promete a Alfonso Henriquez que vencerá a los cuatro reyes musulmanes que, aliados, están en el campo, pero también que será el padre de un imperio cristiano que unificará a la humanidad.

M.A.: ¿Qué fumaría Alfonso Henriquez para hablar con Cristo antes de una batalla?

D.M.R.: En el norte de Portugal, como en Asturias, se dan muy bien los bonguis.

M.A.: Sí, sí, es lo que tiene la humedad.

D.M.R.: Fíjese cómo sería de potente la leyenda que el mismo Vasco de Gama, de esa estirpe de marinos ilustrados del Portugal comercial y de los grandes descubrimientos, viajó por medio mundo con las cartas del preste Juan en su cartera. Este Juan era el rey ungido, un rey-sacedote de Etiopía, monarca de un estado idílico que se supone heredero del instaurado en la antigüedad por un hijo de Salomón y la reina de Saba, del que se cuenta que poseía el arca de la alianza, custodiada por una de las tribus perdidas de Israel, Con ese legado en su poder, Vasco de Gama descubrió la nueva ruta de la India y abrió los caminos del Asia más oriental. En el fondo pretendía alcanzar el imperio prometido, participando de la encarnación de don Sebastiâo. Pero podemos seguir con este asunto aún más cerca de nuestro tiempo. A finales del XVIII, ante el empuje de Napoleón y la previsible invasión de Portugal por los franceses, pensaron en trasladar la sede de la monarquía a Brasil y, de hecho, se instaló durante un tiempo en Rio de Janeiro, en la idea de crear un nuevo imperio desde el nuevo mundo, una idea claramente sebastianista. Y ese proyecto era bien visto por sus tradicionales aliados, los británicos. Aún en el siglo XX el mito del retorno, la idea mesiánica, estaba vivo en muchas comunidades campesinas brasileñas. Y hoy aún encontramos ese rasgo mitológico en la mentalidad y en la cultura portuguesas, e incluso en lo que queda del movimiento saudosista. El saudosismo viene a ser una tendencia a valorar cosas del pasado o que no existen, así como la lealtad a principios arcaicos. Uno de los primeros, un precursor, será Rodrigo de Souza Coutinho, el estadista que pergeñó el nuevo imperio portugués desde Brasil, desde el nuevo mundo. Pero fueron muchos los que recogieron la idea sebastianista, como el mismo Pessoa con su Mensagem, muy en línea con su filiación a la masonería de rito escocés rectificado, al cabalismo cristiano. Lo mismo pasa con filósofos más recientes, como podría ser Eduardo Lourenço, el teórico de la saudade como rasgo de la identidad nacional, del destino portugués, fallecido hace un año y del que ya hablamos en alguna ocasión. Podríamos encontrar esa impronta en poetas no portugueses pero de ambientes y tradiciones cercanas, como Rosalía de Castro en Galicia y Fernán Coronas en Asturias. Incluso vemos rasgos sebastianistas en la revolución de los claveles, en la mitificación del soldado que se alza en defensa del pueblo.

M.A.: ¡Qué gran historia la del rey Sebastiâo, la leyenda de don Sebastiâo! Tenemos tiempo para otra, profesor Rivas.

D.M.R.: Pues vamos con otra historia legendaria que posiblemente les sea familiar a muchos oyentes y que afecta a uno de los símbolos más reconocibles de Portugal a día de hoy: el gallo de colores que casi todo el mundo compra cuando viaja a ese país. Es casi como un referente nacional. La gente compra la torre Eiffel en Francia, la concha en Galicia, el manneken pis en Bélgica, un dibujo de Nazca en Perú, el beefeater de la torre en Inglaterra, la cruz de la victoria en Asturias... Pero hay más símbolos que nos recuerdan el viaje y ninguno es referente tan unánime como lo es el gallo para quien visita Portugal. Hay incluso quien piensa que el propio nombre del país proviene de ese gallo: portus galo, el puerto del gallo. Lo cierto es que el nombre proviene de portus cale, un lugar en la desembocadura del Duero, que procede de calidum, caliente, o de calix, cal o caliza. La historia del gallo comienza en un pueblo llamado Barcelos, situado en el interior pero cerca de la costa, en la región de Braga. Está al norte de Oporto y al oeste de la propia Braga, y más o menos equidistante de Guimaraes por el sur y de Viana do Castelo por el norte. Es un pueblo situado sobre el río Cávado, con un puente medieval muy guapo y con las ruinas del que fuera palacio de los duques de Braganza, destruido por el famoso terremoto de 1775. Estamos en las tierras donde encontramos el origen histórico de Portugal, el Portugal altomedieval.

M.A.: Nos situamos con relativa aproximación.

D.M.R.: Cuenta la leyenda que a la entrada de Barcelos, en el camino, había una horca, cuya funcionalidad era evidente, y una posada. Esta posada estaba regentada por una mujer guapísima, una mujer de una belleza proverbial, con fama que se extendía más allá de aquellas tierras. El caso es que una noche llegó un peregrino que iba camino de Compostela y del que la posadera se enamoró locamente. Pero el peregrino, aunque la deseaba con ansia, la rechazó porque recorría ruta sacra y había hecho la promesa de no fornicar mientras durase su peregrinación. La mujer, despechada, ocultó en las alforjas del hombre la cubertería de plata mientras éste dormía y al día siguiente lo denunció por robo. Fue llevado ese mediodía ante el juez, quien estaba a punto de comerse un gallo asado. El magistrado considera que el peregrino es un hombre honrado pero las pruebas del delito son evidentes y, además, la denunciante es una mujer, una reconocida posadera del pueblo que no tiene ningún motivo para perjudicar a un viajero al que no conoce.

M.A.: El juez lo tenía claro y el acusado aún más.

D.M.R.: Efectivamente, así que lo condena a morir ahorcado. Lo cogen entre dos alguaciles y, antes de salir de la estancia, el peregrino proclama su inocencia y, señalando hacia la mesa, dice que "este gallo cantará para probarlo". Se lo llevan hacia la horca y, justamente cuando el juez pincha con el cuchillo la carne del gallo, éste se puso a cantar.

M.A.: ¡Ostras!

D.M.R.: Entonces el juez salió corriendo para evitar la ejecución y vio desde la puerta que el peregrino ya había sido colgado. Pero observó que la cuerda no estaba tensa y siguió corriendo hasta llegar a la horca, donde el condenado estaba sostenido por los pies por el mismísimo apóstol Santiago. El peregrino es descendido y sigue su camino hacia Compostela. Al volver de su viaje, se detiene en Barcelos y escribe su historia en una cruz de piedra, una cruz del siglo XVI que aún podemos ver en una plaza del pueblo.

M.A.: Seguramente que la mayoría de los que compran ese gallo como recuerdo de Portugal desconoce esta leyenda tan interesante.

D.M.R.: Pero vemos aún mejor su interés cuando sabemos que una leyenda exactamente igual se cuenta en Santo Domingo de la Calzada, "donde cantó la gallina después de asada". 

M.A.: La misma historia pero cambiando el gallo por una gallina.

D.M.R.: Yo creo que la tradición de la gallina de Santo Domingo responde a un falseamiento de la original para que la frase rime, para que rime calzada con asada. Es seguro que el protagonista cantarín es un gallo, un macho. El gallo es un símbolo solar en tanto que anuncia la mañana, representando la vigilancia y la actividad, también la justicia porque lo ve todo y bien desde lo alto, de ahí la costumbre de poner un gallo en las veletas y en los cimborrios. Fue venerado por los egipcios y los asirios, y para griegos y romanos era un conductor de almas. Es, por tanto, un guía en el camino, por lo que está vinculado a los ritos de tránsito y, entre ellos, a la ruta sagrada de Compostela. Por ello nuestra leyenda se refiere sin duda, lo mismo en Barcelos que en Santo Domingo, a un gallo. Pero en el segundo caso se trastocó la historia para que rimara en castellano con eso de "Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada". Y un apunte a pie de página: cantar la gallina es forma coloquial para referirse a decir la verdad, en referencia a la gallina, al gallo, del pueblo riojano. Por otra parte, el gallo siempre se representa, cosa muy visible en la figura portuguesa, con colores muy vivos, resaltando un rojo muy chillón, tanto en la cresta como en las plumas largas de la cola y las alas. El color rojo simboliza el fuego y el valor, la capacidad para enfrentar cualquier situación con la fuerza de la razón y, en este caso jacobeo, con el poder de Dios, representado en el gallo portugués por un corazón también rojo.

M.A.: ¿Usted trajo alguna vez el gallo de Portugal como recuerdo o para regalar, además conociendo su leyenda tradicional, que le da un aire distinto al de un simple souvenir? Yo compré una vez uno de esos que cambian el color según el tiempo que va a hacer. 

D.M.R.: Bueno, le perdonaremos a Monchi Álvarez lo del gallo pronosticador, que sería como la Santina vestida de faralaes. Yo compré algún que otro gallo para regalo, de eso hace mucho tiempo, cuando yo era chaval y ningún amigo mío conocía Portugal. Le hablo de los setenta, ya de antes de la revolución. Tengo en casa uno más grande que me regalaron unos amigos portugueses y que tiene detalles muy singulares. Lo que le pasa al gallo es que se ha convertido en algo muy kitsch, extremadamente vulgarizado, perdiendo su transfondo simbólico. Es como comprar en Madrid una figura de la Cibeles. Es algo casi chabacano que, como mucho, nos remite a los títulos ganados por el Real Madrid. Pero tiene un hondo simbolismo. La fuente formaba parte de un plan urbano neoclasicista para embellecer la villa que pasaba por un eje con tres fuentes: Neptuno, Apolo y Cibeles. Esta última, la castiza señá Cibeles, es una diosa, la madre tierra, de origen frigio adorada en Anatolia desde el neolítico y con culto ya en el paleolítico. Para los romanos era la magna mater, deidad de vida, muerte y resurrección, y así nos lo explica Ovidio en Las metamorfosis, donde se explaya en la leyenda de los dos leones que tiran de su carro. Lo mismo pasa con la matrioshka, que todo el mundo trae de Rusia o compra en un todo a cien del barrio y que encierra, nunca mejor dicho, toda una cosmogonia. Su origen no está claro y puede que esté inspirada en muñecas japonesas más antiguas, pero la costumbre de guardar objetos dentro de otros iguales, manzanas y huevos fundamentalmente, es muy antigua en Rusia.

M.A.: Creo que usted tiene en casa un gato de la suerte, ese que mueve el brazo constantemente y que se compra en los bazares chinos.

D.M.R.: Sí. Pasa lo mismo en este caso que con el gallo o con la matrioshka. De mano hay que decir que no es un gato sino una gata y que su nombre es Maneki Neko, que no procede de la tradición china sino de la japonesa y que ni saluda con el brazo ni reparte suerte sino que invita a entrar en la casa. Por eso tiene valor, como es en mi caso, el hecho de que te la regale un japonés. Es signo de hospitalidad. Su historia data del período tokugawa, en el siglo XVII. Un monje pobre de un templo remoto recogió a una gata desamparada que maullaba a su puerta y compartió con ella lo poco que tenía. Un tiempo después un gran señor que estaba de caza tuvo que refugiarse de una tormenta en un árbol. Maneki Neko trepó hasta su altura, se sentó frente a él y le invitó a seguirla moviendo su mano izquierda. El hombre bajó del árbol y la siguió hasta el templo. Entonces un potentísimo rayo cayó sobre el árbol, destruyéndolo por completo. El señor ayudó desde entonces al monje y, cuando la gata murió, le hizo un entierro solemne en un templo nuevo, el templo Gotokuji, que coronó con su figura con la pata levantada.

M.A.: Una vez un oyente nos envió un mensaje por internet diciendo que al profesor Rivas se le entendía muy bien cuando explicaba economía, pero que también era un economista un poco raro por las materias tan diversas que controla. Y es verdad. Lo cierto es que es una persona con gran curiosidad y que también ha estudiado antropología.

D.M.R.: Concretamente bastante de antropología simbólica y fenomenológica. Y, ya que nos queda un par de minutinos, quiero aprovecharlo para hablar de una tradición popular que Portugal comparte con Asturias: el personaje de la lavandeira, de la llavandera. Se trata de una anciana que está en las orillas de los ríos y que suele pedir ayuda para lavar y secar la ropa que tiene en el agua. Aquel que la ayuda resulta muerto, desaparece o pasa mil y una calamidades. La leyenda también nos habla de que cuando los moros atacaban a las poblaciones locales las madres huían con sus hijos al bosque, para que no fueran esclavizados. Hay que notar que, tanto en Portugal como en Asturias, cuando la tradición nos habla de moros, no se refiere necesariamente a árabes o magrebíes, sino a gente antigua, generalmente no cristianizada. Podrían ser moros estrictamente, pero también romanos, godos, invasores anteriores... Los tiempos de cuando los moros son simplemente, tiempos muy pretéritos. A veces aquellos niños caían en manos de les llavanderes, de as lavandeiras. Algunos eran asesinados o morían de hambre y frío o en las fauces de un lobo, pero otros quedaban encantados, viviendo en el bosque siendo niños para siempre. Aquí la leyenda varía, como si se bifurcara. En Portugal existe una leyenda pareja, la de los meninos, pequeños duendes que viven en cuevas y que se organizan socialmente, un poco al estilo de los del país de Peter Pan, sobradamente conocido aunque para muchos a través del tamiz edulcorador de Disney. Más fiel a la tradición es la teatralización de Barrie de principios del siglo XX. Esa idea de los niños viviendo juntos no la encontramos en Asturias, o eso creo yo. Nunca la encontré en los clásicos recopiladores del XIX y XX, desde Jove o Vigón hasta Cabal o Castañón. Tampoco se refiere a ella Álvarez Peña, a quien me une una amistad de ya muchos años. Sin embargo, en Asturias sí existe la creencia en que las hadas, les fades, cuidan de esos niños, pudiendo encontrar en ellos rasgos del personaje del xanín, no muy abundante pero presente en nuestra tradición popular y no en la portuguesa.

M.A.: O sea, que, aunque con matices, la leyenda de las lavanderas es común a ambas tradiciones.

D,M,R,: Es la misma, exactamente la misma. Son viejas, aunque algún cuento hay de mujeres jóvenes, que piden ayuda para lavar la ropa. Incluso coinciden ambas tradiciones en un detalle singular: cuando piden ayuda para retorcer la ropa para secarla, la persona que lo hace debe girar las muñecas en el mismo sentido que lo hacen ellas. Con esos distingos que comenté, es la misma historia en Asturias que en Portugal, que en el norte de Portugal, En las tierras al sur del Duero, del Douro, las leyendas se parecen más a las castellanas, extremeñas o andaluzas por el influjo de la tradición islámica, influjo o, a veces, adaptaciones de cuentos tradicionales árabes. También encontramos presencia de relatos hebreos, muy escasos, como los árabes, al norte de aquel río y prácticamente inexistentes al norte del Miño o del Esla.

M.A.: Bueno, gracias, profesor, por estas tres historias, buenísimas las tres y tan aderezadas con otros conocimientos de esos que usted guarda. Siempre presta hablar con usted y habrá más ocasiones.

D.M.R.: Pues si tenemos esa ocasión podremos hablar de las leyendas sobre la fundación, construcción y defensa de algunos de los principales castillos portugueses. Estos relatos sí son del Portugal del sur, del Alentejo fundamentalmente, y tienen trazos u orígenes islámicos y judíos.

M.A.: Me lo apunto, David Rivas, un abrazo.

D.M.R.: Un abrazo.



Entradas populares de este blog

"Las corridas de Gijón fueron un intento de atraer al rey"

"El problema d'Asturies ye'l propiu d'una sociedá ayenada"

Agora'l tren de la bruxa Cremallera