"Suprimir el dinero en efectivo es una privatización de las relaciones monetarias"
Alejandro Fonseca:
Seguimos en esta buena tarde, siempre con grandes canciones y también con
grandes colaboradores, como el economista David Rivas. Buenas tardes.
David M. Rivas: Hola,
buenas tardes.
A.F.: Economista y
profesor, que ha ejercido su magisterio hasta hace no mucho tiempo. Y digo mal,
porque tal parece que ya no es profesor, cuando en este programa también ejerce
de profe, porque le preguntamos
siempre sobre cosas de las que conocemos algo o un poco más de algunos extremos
y con él logramos entenderlas mucho mejor.
D.M.R.: He sido profesor
en la universidad toda mi vida, cuarenta años, treinta y nueve cursos. Profesor
es el que profesa, imprime carácter, como, salvando distancias, ser sacerdote o
militar, que lo sigues siendo aunque te jubiles. Por eso me gusta participar en
programas como el suyo porque, tiene usted razón, es como dar una clase, aunque
más distendida y permitiéndome licencias que en el aula nunca me tomaría.
A.F.: Pues entonces todos
contentos y ahora a hablar de esta iniciativa del gobierno para eliminar el
dinero en efectivo. No es una iniciativa nueva porque ya se ha intentado llevar
a cabo en otros países y que el gobierno español trata de sacar adelante en
esta legislatura, enviando la propuesta al Congreso para iniciar un camino
gradual hacia el objetivo final. Lo ha hecho un poco a cuenta del coronavirus.
D.M.R.: La decisión no se
toma por la pandemia de la covid, sino que se hace de un modo inverso. Ante la
expansión de la enfermedad, la gente cogió miedo al billete y a la moneda, con
razón o sin ella, que eso yo no lo sé, y empezó a utilizar más la tarjeta de
débito o de crédito y el gobierno encontró una razón para tomar esa iniciativa,
una iniciativa que ya estaba en el arsenal de medidas, también en otros países,
como usted decía, mucho antes de la pandemia. No hay ningún estudio que avale que
la tarjeta sea mejor que el billete para hacer frente a este problema. Es más,
los expertos, que yo no lo soy, dicen que la pervivencia del virus es mucho
menor en el papel que en el plástico.
A.F.: Puede que sea así,
pero la tarjeta no anda de mano en mano como el billete. Yo llego a un
comercio, meto la tarjeta en un datáfono y la vuelvo a guardar.
D.M.R.: Eso es muy
relativo. En primer lugar, las tarjetas suelen ir en la cartera con otras
cosas, o en el bolsillo de una chaqueta, o en un bolso o una mochila con, por
ejemplo, cajetillas de tabaco, lápices de labios, medicinas, caramelos,
cepillos de dientes, el bolígrafo, el teléfono… Por otra parte, mucha gente, yo
por ejemplo, tiene desactivada la opción de pago por contacto para compras
pequeñas por motivos de seguridad. Yo siempre introduzco la tarjeta y pulso en
el teclado, donde al cabo del día pulsan otros muchos. Repito que no soy
experto y que no sé dónde y cómo hay mayor riesgo de contagio, pero, en
definitiva, no creo que lo de la covid sea la razón fundamental para decidir
suprimir el efectivo. Es un pretexto, un elemento coadyuvante, un acelerador… Lo
que sucede es que con el problema de la pandemia la gente está más sensible, le
parece una medida razonable y el gobierno cuenta, entonces, con una buena baza.
A.F.: Deduzco de sus
palabras que el gobierno aprovecha la situación pero que en la eliminación del
dinero en efectivo hay razones más económicas que sanitarias.
D.M.R.: Desde luego. Y en
el aspecto económico hay una razón que hace que también la gente sea receptiva
a la medida: el combate contra el fraude fiscal. La mayoría de la gente, que es
trabajadora, que vive de su trabajo, eso que llaman clase media, sufre la pandemia especialmente porque la caída de su
renta puede ser letal y, a la vez, no participan en el fraude fiscal, sufriendo
perjuicios directos e indirectos. Yo tengo mis reparos a esta iniciativa por
otras razones, pero entiendo perfectamente que haya una corriente de simpatía
hacia la misma porque se estaría protegiendo la salud y, a la vez, atacando a
ese fraude fiscal que practica una minoría, al menos el fraude a gran escala.
A.F.: Ese fraude fiscal a
gran escala, que es uno de los grandes problemas de nuestra economía, no se realiza
con dinero en efectivo, sino por otras vías.
D.M.R.: Eso es evidente.
El gran fraude se mueve con ingeniería financiera, paraísos fiscales, recovecos
legales, sociedades instrumentales y, por ejemplo, algo poco estudiado, también
a través de las criptomonedas. Y la criptomoneda ampliará su presencia si desaparece
la moneda convencional. Si obligas a pagar con tarjeta desaparece el fraude
pequeño, el del fontanero que te arregla un grifo en casa, fraude en el que
participas tú al no pagar, por ejemplo, el IVA. Es un fraude pequeño aunque, si
sumamos, también tiene cierta importancia. Es decir, sin efectivo puede que se
redujera o se erradicara el fraude de los autónomos, pero no afectaría a los grandes
defraudadores. En el fondo sería como un impuesto más que satisfacen las clases
medias y del que se escaparían las altas. Y, de salir adelante el proyecto,
durante el período de transición, que sería largo, y se bajara el límite para
pagar en metálico de 2.500 euros a 1.000, tampoco sería eficaz. Nadie paga más
de 2.500 euros por arreglar un coche de quince años, porque los hay de diez en
el mercado de segunda mano por 1.000 y por menos. Y tampoco se suele pagar en
el taller más de 1.000 euros por una reparación de ese tipo. Y de hacerse,
bastaría con fraccionar el precio.
A.F.: Vamos, que no se
acabaría con la economía sumergida, que también aparece como uno de los
objetivos de una reforma como esta.
D.M.R.: En el período
transitorio, que repito que sería largo, no. Pero es que, además, no hay ningún
estudio de regresión que afirme taxativamente que haya una correlación directa
entre el número de transacciones en metálico y el volumen de economía
sumergida. Ta vez sería más eficaz suprimir los billetes de 500 euros o cambiar
el color de los de 200 y 500 cada cierto tiempo. Pero tampoco está claro y
necesita ser estudiado con cuidado. Pero el caso es que el país de la Unión
Europea que más recurre a los pagos en efectivo es Alemania y sus niveles de
economía sumergida son bajísimos. España, a la cabeza de economía irregular y
también a la cabeza de fraude fiscal, es de los países europeos que más utiliza
tarjetas de débito y, sobre todo, de crédito. A mí estas cosas me parecen
ocurrencias. Está bien pensar sobre ello, estudiarlo, pero da para poco más.
Por otra parte, con el euro como moneda común europea, ¿cómo un país de la
Unión va a eliminar el dinero en efectivo? Cuando vayamos de viaje, ¿qué hacemos?
Si metes tu tarjeta en un cajero francés, ¿te dará dinero o tu tarjeta tendrá
incorporada la orden de que no se puede hacer? ¿Compras Le Monde en Nantes, 1,80 euros, y le das la mastercard al
quiosquero? Es un vicio muy español tratar de legislar desde la preconcepción y
obviando que la casuística puede ser enorme. Bueno, el gobierno envía al
Congreso una proposición no de ley, que es como el capítulo de ruegos y preguntas de una asociación: un
brindis al sol.
A.F.: Es decir, sería un
intento de marcar agenda, de mostrar tus intenciones en el juego político.
D.M.R.: Sí, más o menos. Se trata de abrir
el debate, que tampoco está mal. Pero quedan otras cosas aún más importantes
que van más allá de cuestiones fiscales o de la multitud de casos que se pueden
presentar. A mí me preocupan particularmente los aspectos generales de la
visión económica, el modelo general que quieren construir. El billete y la
moneda son de curso legal y se trata de un medio de pago público. La tarjeta
bancaria privatiza todas las transacciones. El consumidor deja de tener una
relación comercial a través de un medio de pago público con el que le vende el
reloj, el pescado o la chaqueta, para convertirse en intermediario entre la
entidad emisora de su tarjeta y la entidad donde tiene la cuenta el
comerciante. Lo que tú llevas encima no es un instrumento del Banco Central
Europeo o de tu banco nacional si no tienes como moneda el euro, sino del Banco
Santander o del Handelsbanken. En el fondo, se están privatizando las
relaciones monetarias de los ciudadanos entre sí. Me parece llamativo que un
gobierno de izquierdas no haya reparado en este extremo. El único medio de pago
controlado durante todo el proceso por el sector público es el dinero en
efectivo. ¿Y qué pasa con las comisiones?, ¿tienen pensado algo? Porque cuando
pagamos con efectivo no tenemos sobretasas, pero sí que pueden existir en el
pago con tarjeta. ¿Vamos a pagar una tasa por utilizar nuestro dinero cuando por
el efectivo, que es público, no se nos cobra? ¿O van a obligar a los bancos a
no cobrar por el uso de unas redes que requieren altas inversiones y
mantenimiento continuado?
A.F.: Tenemos una banca
que cobra por todo, hasta por mantenimiento de la cuenta corriente. Es algo que
hemos hablado muchas veces aquí con los representantes de la Unión de
Consumidores de Asturias. Habrá que confiar, si esto sale adelante, en la
existencia de un control público.
D.M.R.: Permítame,
Fonseca, que sea muy escéptico sobre esa posibilidad. No lo digo por creencias
ni por prejuicios ideológicos, sino como conocedor de la historia económica, la
más antigua y, sobre todo, la de las últimas décadas. Y hay otra cuestión, ya
que habla usted de la Unión de Consumidores. Los datos personales de los
ciudadanos, cada vez que compren o vendan, aparecerán en, al menos, dos
ficheros, el del banco del comprador y en el banco del vendedor, y posiblemente
también en alguna entidad emisora de tarjetas si es que son de crédito. Esos
ficheros dejan inermes al ciudadano. Le voy a poner un ejemplo. Si usted compra
siempre con tarjeta es fácil rastrear si es usted bebedor, fumador, si toma
medicinas habitualmente y para qué dolencias, si practica deportes de riesgo,
si le multan por conducir a velocidad indebida y muchas cosas más. Sin entrar
en ciberdelitos, que aumentarán, el tráfico legal de datos, que usted permitirá
al firmar el contrato de una tarjeta que es obligatoria para todo, le deja
indefenso. Esos datos acabarán en manos de una compañía de seguros cuando usted
solicite contratar un seguro de vida. Y luego está la incapacidad de presionar
a los bancos. Si usted está descontento con su banco no puede ir a ejercer la
presión de amenazar con sacar el dinero porque no le dan efectivo. Tendrá que
traspasarlo a otra cuenta parecida o a una tarjeta emitida por el propio banco.
O si vienen momentos confusos, como cuando hace unos años algunos temieron por
un corralito, no podrían decidir
libremente sacar el dinero de la cuenta y meterlo bajo el colchón. Y que conste
que yo soy un usuario habitual de las tarjetas porque nunca me gustó llevar
mucho dinero encima.
A.F.: Claro, podríamos
cambiar de banco pero estaríamos en las mismas, sobre todo si, con menor
presión de los titulares de las cuentas, pactaran ellos las condiciones.
D.M.R.: Será la cosa al
revés: el poder de las entidades financieras y crediticias aumentará.
A.F.: Pero sí es cierto
que cada vez pagamos menos en efectivo.
D.M.R.: Esa es una verdad
a medias. Es cierto que hoy el setenta y cinco por ciento de las transacciones
son en efectivo, mientras que seguramente hace diez o quince años eran el
noventa. Cada vez recurrimos más a internet, a telepago, a tarjetas… Pero ese
setenta y cinco por ciento se corresponde con el cuarenta del volumen total de
las transacciones. Es decir, utilizamos el efectivo para compras pequeñas. La
gente discrimina entre un uso y otro. Todos compramos unos filetes en la
carnicería del barrio en efectivo pero pagamos el carro de una gran superficie
con tarjeta. Pero hay tres grupos sociales que recurren al efectivo en casi el cien
por cien de los casos: los habitantes de las zonas rurales, muy poco
bancarizadas, los mayores de setenta años y los inmigrantes. Estos sectores,
los más vulnerables de la sociedad, serían muy perjudicados por una decisión
como la que el gobierno está planteando.
A.F.: Para abrir una
cuenta corriente, tener tarjetas y esas cosas hay que estar en eso que llamamos
sistema y muchos inmigrantes, no
digamos ya si están en situación irregular, no lo están hasta después de un
tiempo, y eso con suerte.
D.M.R.: Los últimos datos
de España nos dicen que un 53 por ciento de la población utiliza exclusivamente
dinero en efectivo y ese 53, más de la mitad de la población, está compuesta
por mayores de 65 años y por menores de 25. Son los que se manejan mal con la
tecnología y los jóvenes que tienen una renta muy baja o que llevan en el
bolsillo lo que les dan sus padres.
A.F.: Es un dato muy
significativo.
D.M.R.: Y nos queda una
última cosa: las disfunciones tecnológicas. Todos hemos pasado por una
experiencia parecida. Normalmente, la gente carga el depósito del coche por
dinero, no por litros: póngame veinte euros, póngame treinta euros. Sólo cuando
haces un viaje largo llenas el depósito. ¿A quién no le pasó alguna vez que, al
ir a pagar, se ha caído la red, sobre todo en zonas rurales? Entonces
recurrimos al efectivo porque veinte o treinta euros solemos llevarlos en
billetes. ¿Qué pasaría si esa opción no fuera posible? El propio Draghi llamó
la atención sobre este extremo. De hecho, en Suecia, tuvieron que dar marcha
atrás en una decisión de este tipo porque fue un desastre. Y eso que Suecia es
un país muy tecnificado, muy ordenadito y con poca población.
A.F.: Se acercan las
noticias de las siete y lo tenemos que dejar aquí.
D.M.R.: Nos queda en el
tintero el impacto de esta medida en las macromagnitudes. Algunos dicen que
habrá una caída del PIB, donde se contabilizan actividades irregulares que no
podrían sobrevivir sin dinero en efectivo. Por ejemplo, el PIB recoge, aunque
sea por procedimientos indirectos, la actividad de narcotráfico y de la
prostitución. Fíjese: hasta aquí llega la casuística a analizar. Suprimir el
dinero en efectivo y mantener las series del PIB podría llevar a poner sobre el
tapete la legalización de la droga y de la prostitución. ¿Y eso lo va a hacer
un solo país? Lo que sí es posible es que la medida suponga una caída del
ahorro y un aumento del endeudamiento privado. La empiria nos muestra que
cuánto más fácil es el acceso al pago aplazado, cosa que permite
particularmente la tarjeta de crédito, con tipos de interés bastante más altos
que los bancarios, más aumenta el consumo financiado y a precios más altos. Por
el contrario, los pagos en metálico permiten ver cómo disminuye el saldo disponible
y nos hace ser más prudentes. No obstante, también esto es controvertido y
requiere meditar bien el asunto, analizar sosegadamente y no fiarlo todo a
políticas impulsivas y compulsivas.
A.F.: Es David Rivas,
profesor de estructura económica y analista habitual de este programa, además
de contertulio en muchas otras materias y avatares de la vida. Muchas gracias y
buena tarde.