"En Potsdam quebró la visión del mundo a través del prisma europeo"




Alejandro Fonseca: Vamos a hablar con un economista y humanista y también bien reconocido por ser el presidente de los repunantes del país astur sobre la Conferencia de Potsdam, que se desarrolló entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945. ¡Menuda conferencia! David Rivas, ¿qué tal?, buenas tardes.

David M. Rivas: Buenas tardes, Fonseca.

A.F.: El profesor Rivas es economista y, sobre todo, un humanista. Estamos aquí con Víctor Guillot y queríamos hablar de Potsdam. ¿Qué acordaron entonces las potencias vencedoras en la segunda guerra mundial?

D.M.R.: La conferencia de Potsdam fue el último paso de las conversaciones iniciadas en Teherán y continuadas en Yalta. De hecho, es la menos importante de todas ellas, lo que sucede es que, al ser la última, es la que marca el inicio de una nueva época, concretamente la época de una nueva Europa, una Europa radicalmente distinta a la anterior, a la Europa nacida un siglo antes tras la derrota de Napoleón. Hay que tener en cuenta que a Potsdam llegan tres personajes que no sólo encarnan ideas distintas, sino en momentos vitales muy diferentes. Por un lado tenemos a Churchill, el gran héroe británico que, sin embargo, ha perdido las elecciones. Churchill, además, es partidario de frenar la expansión soviética como segundo episodio de la lucha contra el totalitarismo, cosa de la que no había convencido a Roosevelt en su día. Roosevelt, seguramente un liberal más ingenuo o más idealista que el viejo zorro inglés, además de estar ya muy enfermo, confió más en Stalin, nunca pensó en lo que iba a ser luego la guerra fría y era un firme entusiasta de la diplomacia y de los acuerdos. De otro lado, tenemos a Truman, un presidente sin pasar por las urnas y, precisamente, sin el prestigio y la imagen en casa y fuera de Rossevelt. Pero Truman se encuentra con una situación nueva. Cuando llevan dos días de reunión recibe un telegrama en el que se lee: “los niños, nacidos satisfactoriamente”. Era el lenguaje cifrado para comunicarle que las pruebas nucleares de Los Álamos habían sido exitosas. Truman se encuentra entonces con una ventaja: haga lo que haga la Unión Soviética, el arma definitiva la tienen los Estados Unidos, como demostró ordenando arrojarla sobre Hiroshima y Nagasaki muy poco después. Y, por último, tenemos al tercer personaje: Stalin. El líder soviético llega a Potsdam con un despligue de fuerza impresionante, en un tren cuya ruta es vigilada por unos veinte mil hombres del NKVD, el servicio de inteligencia que daría origen posteriormente al KGB. En mi opinión, Stalin es el gran triunfador de la conferencia.

A.F.: Seguramente hay dos vencedores, la Unión Soviética, como dice usted, profesor Rivas, y Estados Unidos, que iban a implantar un modelo bipolar que durará cuatro décadas.

D.M.R.: Sí, en conjunto es así, pero los acuerdos concretos de Potsdam, que no fueron muchos pero importantes, recogen básicamente la posición soviética. En Potsdam se define la geografía de Europa, empezando por las fronteras de Polonia, y en ese punto es Stalin quien gana, quien rehace el pequeño subcontinente. Stalin consigue, ya en Yalta, que se aplique en Europa la máxima de que quien ocupe el territorio imponga su modelo económico. Roosevelt, frente a la reticencia de Churchill, acepta la propuesta y, aparte de sus razones personales, tanto ideológicas como de salud, porque es el gran triunfador de los acuerdos de Bretton Woods y sabe que el modelo americano ha dado un vuelco al capitalismo y que el dólar será la única moneda real. Por otro lado, a Rossevelt le interesan el Atlántico y el Pacífico y muy poco la mitad este de la Europa continental y el Mediterráneo. Pero también hay una cosa muy importante: Stalin explota muy bien la evidencia de que los soviéticos pusieron millones de muertos en el campo de batalla y en sus propias ciudades. Y, paralelamente, el ejército rojo ocupa de verdad parte del centro y todo el este de Europa, frente a un contingente angloamericano en el oeste muy inferior en número. Eisenhower, en un ejercicio de prudencia para ahorrar vidas de sus hombres, había perdido la carrera hacia Berlín, mientras que Stalin había acelerado cuanto pudo, tomando la capital alemana y dejando a sus espaldas a cientos de miles de soldados. Aún no tiene Estados Unidos el arma disuasoria nuclear y Japón no había capitulado, con lo que la hipótesis de un conflicto convencional frente a la URSS no era una buena opción para Roosevelt.

Víctor Guillot: Hay un hecho muy particular que casi siempre pasa desapercibido cuando hablamos de esta conferencia y es la ausencia de Francia. Ese ausente es un país que siempre celebra las efemérides con el éxito de los vencedores. ¿Por qué ese menosprecio a Francia y, en particular, la inquina que Churchill siente por De Gaulle?

David M. Rivas: La verdad es que no tengo una respuesta totalmente satisfactoria para eso, pero sí me atrevo a sugerir algunas ideas que, al menos en parte, son explicativas. Nunca los británicos tuvieron mucha confianza en Francia, como tampoco los soviéticos la consideraron importante. Pero es que lo mismo pensaban los alemanes. De hecho, el repliegue de Dunkerke fue posible porque Göhring no contaba con ninguna resistencia francesa y daba por liquidado a su ejército. Por otra parte, aunque De Gaulle representaba la resistencia desde el exterior, los franceses y sus gobiernos no se enfrentaron a Alemania hasta bien entrada la guerra y vivieron la ocupación con normalidad, cuando no con un colaboracionismo muy extendido. No hablemos ya de Petain y del régimen títire de Vichy. Sí hubo resistencia interna, claro, pero articulada en torno a irregulares de izquierda, comunistas en buen número, y en partisanos extranjeros, ejemplarizables en los republicanos españoles. También hay una razón militar: De Gaulle era tenido por un oficial de gabinete por auténticos héroes de guerra como Montgomery, Eisenhower y Patton, particularmente menospreciado por Patton, tan buen militar como ególatra. En cuanto a la postura de Churchill, a mí me parece muy comprensible: ante un mundo bipolar y una guerra fría, que los adivinó desde un principio, la única forma de mantener el peso de Gran Bretaña en Europa era apoyarse en su hijo pequeño, que ya era el chavalote más fuerte de la escuela, Estados Unidos. En el fondo, de los franceses pensaba algo así como que “a ustedes los tuvimos que liberar porque poco hicieron en esta historia”.

A.F.: Estamos en ese momento en el que Europa se reparte entre las grandes potencias, con la división política de Alemania y de Austria, unas potencias que aún hoy siguen mandando.

D.M.R.: La situación fue esa hasta hace veinte años. Hoy sólo Estados Unidos queda en pie y, además, bastante disminuída, más preocupada por sus problemas internos y con un pulso frente a China de dudoso desenlace. Gran Bretaña no es una potencia, que sí lo sería la Unión Europea si avanzara más y mejor hacia la total integración. Tampoco lo es Rusia, que conserva tres rasgos de potencia mundial, su población, su extensión y su poder militar, pero que presenta unos indicadores socioeconómicos prácticamente de país subdesarrollado. El modelo bipolar de Yalta y de Potsdam ya no existe porque representaba una lucha política pero también un enfrentamiento entre modelos económicos. Con la caída del muro de Berlín, un hecho históricamente menor pero de gran importancia simbólica, se escenifica la caída del comunismo o, si preferimos, del modelo de planificación centralizada. Hay un par de cuestiones importantes en la conferencia y que explican el origen de lo que vendría en los ochenta y noventa: la modificación de fronteras y el trato dado a Alemania. El gran debate es delimitar el territorio polaco que no en vano había sido el detonante de la guerra cuando, no lo olvidemos, la Alemania nazi y la Rusia soviética acordaron repartirse el país. Se destruyen los estados pluriétnicos y plurilingües, se vuelve a las naciones anteriores a 1914 e incluso a las de 1830, salvo las bálticas, que Stalin incorpora a la Unión Soviética. Sólo en los Balcanes, en lo que fuera Yogoslavia, el mariscal Tito, con un modelo socialista sui generis, mantiene un estado pluriétnico que va a estallar ya en los noventa. Todos los países del centro y del este, ocupados por el ejército rojo o liberados de los nazis por partisanos comunistas quedan en un bloque, excepto Austria, donde los comunistas eran escasos. Grecia pudo ser el detonante de un conflicto porque allí las cosas eran distintas, por cuanto había una fuerza partisana de gran peso pero también tropas angloamericanas. Stalin no quiso arriesgarse a indisponerse excesivamente con Gran Bretaña y cedió.

V.G.; ¿Qué sucedió con Alemania, el país vencido y que, en poco tiempo, se convierte en una potencia económica y en el motor de la Unión Europea?

D.M.R.: Stalin tenía dos ideas básicas: contar con una Alemania pequeña y controlable para evitar la repetición de la historia y crear un cinturón de países satélites que obstaculizara una posible invasión desde occidente. Consiguió lo segundo y lo primero a medias. Estados Unidos y el Reino Unido no cometieron el error de Versalles, donde habían dejado sin salida alguna a Alemania, lo que llevó a Keynes a escribir su profético Las consecuencias económicas de la paz. Ello hizo posible que una parte de Alemania, la ocupada por los aliados, aceptara la partición y la ayuda económica, al coste de aceptar la herencia política y las deudas de guerra del nazismo, es decir, reconocerse como la vieja Alemania. La parte ocupada por el ejército rojo se convirtió en una Alemania nueva, desvinculada de los káiser y de Hitler e implantó un modelo comunista. En el mismo paquete los demócratacristianos aceptaron la separación de Austria y, a cambio, Stalin no presionó contra su mantenimiento en el bloque capitalista. Pero queda un episodio que pasa desapercibido para el gran público: ¿qué hacer con los alemanes que residían en otros países, fundamentalmente en Polonia, Checoslovaquia y Hungría? Se trata de catorce millones de alemanes los que se ven obligados a desplazarse. En esos días se ordenan desplazamientos de dimensiones bíblicas con una normalidad y una celeridad pasmosas. Cientos de miles mueren en el proceso, llegando algunos historiadores a ofrecer la cifra de dos millones. Pero, claro, la brutalidad del nazismo, la guerra más cruel de la historia, el sentimiento de culpabilidad de la mayor parte del pueblo alemán y el silencio al que siempre condenan al vencido, nos lleva a que este episodio atroz pase desapercibido. Estamos hablando de catorce millones de personas desplazadas y, tal vez, de dos millones de muertos. No hablamos de una cosa menor. Por ejemplo, la población actual de Portugal es de diez millones y medio de personas. Si visitan el Museo de Historia Contemporánea de Berlín (¡los museos alemanes son extraordinarios!) verán que el gran icono es el wagen, una carreta de madera, que era de la que tiraban las familias alemanas para trasladar los pocos enseres que tenían y también a los viejos y a los niños pequeños.

A.F.: El 2 de agosto, ya sin Churchill, se firman los acuerdos de Potsdam y Europa cambia de mapa, cambia de estatus político y, gran parte de ella, cambia de sistema económico.

D.M.R.: Así fue. Churchill había perdido las elecciones y es Attlee quien estampa la firma en representación del Reino Unido. Por su parte, Truman oculta a sus aliados que ya ha tomado la decisión de usar la bomba atómica, cosa que hace sobre Hiroshima el 6 de agosto, cuatro días después, lo que abre otro nuevo rasgo del mundo que nacía aquel verano. Los tres mandatarios, o los cuatro si contamos a Churchill, nunca se volvieron a ver. Después de Roosevelt, que muriera pocos meses antes de la conferencia, todos ellos vivieron los equilibrios inestables del mundo que habían diseñado: Stalin muere en 1953, Churchill en 1965 y Attlee en 1967. Sólo Truman llegó a ver el inicio del fin del orden de Yalta-Potsdam y de Bretton Woods, por cuanto fallece en 1972.

A.F.: Y después de Potsdam, ¿cómo fue Europa encontrando nuevos caminos hasta el presente, o no lo hizo?

D.M.R.: Es que, desde un punto de vista sociocultural, en 1945 no se crea una nueva Europa, sino que Europa desaparece. El poeta Paul Valéry se preguntaba si Europa acabaría siendo lo que es geográficamente, un pequeño cabo del continente asiático, o si seguiría siendo la perla de la esfera, el cerebro de un vasto cuerpo. No es hasta 1957, con lo que entonces era el Mercado Común, cuando Europa intenta buscar un camino propio. No son muchos años desde Potsdam pero ese camino fue largo y aún se sigue recorriendo, y son Alemania y, ahora sí, también Francia, los grandes impulsores. Pero, hasta hace muy poco, no es la Europa de siempre, sino media Europa, o menos aún, porque ni siquiera participan algunos países del bloque, quedando fuera los del sur salvo Italia y los nórdicos. Europa ya había perdido su preeminencia tras la primera guerra pero la cosa ya es irreversible tras la segunda. Después de Potsdam, el mundo europeo o el mundo visto a través del prisma europeo, el prisma de la ilustración y de la modernidad, quiebra.

A.F. Una reconstrucción en la que parece que estamos tras los acuerdos de la semana pasada y de la que hablaremos en otras ocasiones, contando con David Rivas que, además de economista, humanista y repunante, es un reconocido europeísta. Muchas gracias y un abrazo

V.G.: Un abrazo, profesor.

D.M.R.: Un abrazo a los dos.

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