"La inquisición portuguesa fue más estatal que eclesiástica"

Alejandro Fonseca: Vamos a hablar otro martes, Monchi Álvarez, de Portugal

Monchi Álvarez: Y lo vamos a hacer con un gran amante de Portugal, el profesor David Rivas, una voz autorizada.

A.F.: Buenas tardes, David Rivas.

David M. Rivas: Buenas tardes.

A.F.: En Portugal también hubo inquisición.

M.A.: ¿O no?

D.M.R.: Hubo inquisición y fue muy parecida a todas las inquisiciones católicas, muy parecida a la española, pero, como siempre observamos al hablar de Portugal, también en esto hay ciertas peculiaridades. Hay que volver a insistir en algo de lo que siempre hablamos cuando nos referimos a esa época: la monarquía portuguesa es un régimen cristiano y unitario desde los siglos XIII y XIV. No hay ya reinos árabes, con lo que pocos musulmanes quedan en el XV y también pocos judíos. La cosa cambia cuando los Reyes Católicos decretan la expulsión de los judíos en 1492. Muchos judios de Castilla, toledanos, sevillanos y granadinos principalmente, se refugian en Portugal. Los de Aragón, básicamente catalanes y mallorquines, optaron por el exilio hacia el oriente, hacia Turquía fundamentalmente. De este modo, aumenta considerablemente su número en Portugal, población que viene a sumarse a la ya existente en el país. Pero los judíos, presintiendo lo que les podía venir encima, se convirtieron en gran número, lo mismo los recién llegados que los que eran portugueses desde tiempo atrás. No obstante, como es natural, muchos siguieron fieles a sus creencias y ritos. Se trataba de una comunidad dedicada a los negocios, a la banca, a la artesanía... Era un grupo social próspero y rico, al menos más pudiente que la media de los cristianos no vinculados a sus propias élites. Y frente a ellos se unen dos poderes con intereses muchas veces contrapuestos, la iglesia y la corona. El papa pretende entonces instaurar la inquisición porque era una excelente oportunidad económica. A los conversos descubiertos como practicantes del judaísmo, acusados de judaizar, por más que los judíos no practicaron casi nunca el proselitismo, se les acababa, como poco, condenando a la confiscación de sus bienes, que pasaban a la iglesia. Manuel I, el rey portugués, se enfrenta a un dilema. Por una parte no ve con buenos ojos el enriquecimiento y la preponderancia de la iglesia, pero por otra, está ligado a su compromiso matrimonial con sus suegros. Su mujer, María de Aragón, era hija, ni más ni menos, que de los Reyes Católicos, la gran potencia militar del momento. Éstos temían que los judíos acabaran gestionando un reino tan vinculado al comercio como Portugal. Puede que hubiera una razón religiosa, pero seguramente pesaba más la competencia por el Atlántico. Además, Isabel I de Castilla nunca había abandonado su idea de la unidad peninsular, como ya había diseñado su bisabuelo Juan II. No olvidemos que ella misma era nieta de un rey de Portugal. Y para esa unidad la baza católica era muy importante. Hay que tener en cuenta que, así como Fernando II de Aragón, su marido, tenía un notable componente antisemita, ella nunca lo había sido y nunca lo fue. De hecho, aceptó establecer la inquisición en Castilla a regañadientes, cuando en Aragón llevaba funcionando desde años atrás. Pero encontró en el catolicismo la base de la razón de estado. Así las cosas, Manuel I le pide al papa que instituya la inquisición en Portugal pero no insiste mucho. Por su parte, el papa no confía demasiado en el rey. Esa es una constante histórica: Roma nunca vio con buenos ojos a los monarcas portugueses, como si simpatizó con los aragoneses, poco con los castellanos y completamente con los españoles. El papa no concede una inquisición a Portugal y Manuel I cumple con sus suegros expulsando a los judíos en 1497. Al final, siendo rey Juan III, el papa Pablo III crea la inquisición portuguesa en 1536, cuando ya España es un reino unitario bajo Carlos I, con Diogo da Silva como gran inquisidor. La inquisición tenía un estatuto especial, más o menos como la española, que le permitía actuar con casi completa independencia con respecto a Roma, pero con el apoyo total de la corona. A los tres años, Juan III tira por la calle del medio y nombra gran inquisidor a su hermano, el que más tarde sería Enrique I. El papa se opuso en principio pero acabó cediendo en 1547. A partir de entonces la inquisición ya sólo respondía ante el rey. Eso hace que la inquisición portuguesa sea muy estatal, menos eclesiástica que la española. Es más el brazo armado clerical de la corona que el brazo armado de la iglesia amparado por la corona. Por eso la inquisición portuguesa se especializó en judaizantes y, sobre todo, en herejes, es decir, en protestantes, centrándose en intelectuales, en editores, en tipógrafos... Portugal, por sus acuerdos históricos con Inglaterra, recibía marinos luteranos, libros reformistas, teorías científicas... El caso de Spinoza, un sefardita portugués cuya familia tiene que huir a Holanda, es un ejemplo de esta persecución. Al rey no le preocupaba la religión, sino las ideas antiabsolutistas y racionalistas que venían del norte. También la inquisición portuguesa se cebó en adivinos y brujos, muy en consonancia con un imperio colonial africano, amazónico y caribeño. Y era una gran perseguidora de la bigamia, algo muy extendido en un país de navegantes.

A.F.: Hablemos un poco de números. ¿Fue la inquisición portuguesa particularmente cruel?, ¿llevó al cadalso a mucha gente?

D.M.R.: Los datos de la inquisición no son muy completos, pero no porque fueran secretos o inexistentes. Sucedía todo lo contrario: todo se anotaba con método y procuro. La inquisición católica, frente a la luterana y a las persecuciones locales más o menos incontroladas de Centroeuropa, tenía tribunales legales, fiscales y defensores, se levantaban actas. Incluso se registraban las declaraciones de acusados cuando eran torturados, especificando hasta las vueltas de torno. Todo es muy macabro pero de gran valor documental. Lo que pasa es que muchos archivos fueron destruidos en las revueltas liberales, campesinas, obreras o anticlericales, y otros se perdieron en incendios o en guerras. Por ejemplo, parte de los archivos españoles fueron destruidos por los franceses, como recrea Poe en su cuento El pozo y el péndulo. El primer auto de fe tuvo lugar en Lisboa el 20 de septiembre de 1540 y, hasta su disolución, la inquisición enjuició a unas 30.000 personas, siendo ajusticiadas unas 1.200 y ejecutadas en efigie porque habían muerto o huido unas 700. Hablamos de un número de ejecuciones, unas 1.500, en casi 300 años. No quisiera relativizar la barbarie pero fueron bastantes más los fusilados en Gijón por los franquistas entre 1937 y 1939. Y comparamos un imperio de medio mundo entre el XV y el XVIII con una ciudad pequeña en dos años del XX. Y hay algo curioso: la inquisición portuguesa no recurrió a la hoguera como método de ejecución más que muy raramente. El cuerpo del reo era quemado después de la ejecución, generalmente por ahorcamiento.

M.A.: Eran otros métodos.

A.F.: Eran, digamos, no tan duros.

D.M.R.: No sólo era por una cuestión de piedad, que habrá quien lo diga, sino porque a una persona se la quemaba viva para purificar su alma. Y en Portugal, con una inquisición muy estatal, eso tenía poco peso. Al rey lo del alma del condenado le importaba poco. Eso era cuestión del individuo y de Dios, no de la corona.

M.A.: Los jesuitas. ¿También hay que hablar de los jesuitas en este período histórico?

D.M.R.: Evidentemente, porque son la orden del momento y, además, enfrentados a los dominicos, que son los ideólogos de la inquisición, particularmente de la castellana. Y como suele suceder casi siempre, nos encontramos a la compañía en los dos extremos de la polémica y en todos los puntos intermedios que se nos ocurra. Hay que diferenciar, para entender la posición de los jesuitas, que en Portugal hubo tribunales inquisitoriales en Lisboa, Coímbra y Évora, exceptuando un breve período al principio, cuando también los hubo en Oporto, Tomar y Lamego. Aquí los jesuitas no intervienen, o muy poco se sabe de sus intervenciones. Pero sí son muy activos en las colonias, donde no había tribunales de la inquisición. Tanto Brasil como el África occidental dependían directamente del tribunal de Lisboa. En Brasil fueron los jesuitas los que pidieron desde muy pronto una sede inquisitorial, para luchar contra las creencias indígenas y, sobre todo, contra la prédica luterana, que penetraba en América con ingleses y holandeses. Pero Lisboa no cedió y los jesuitas se quedaron con las ganas. Seguramente, un tribunal propio les hubiera dado mucho poder, puesto que los dominicos se centraban en Europa y en las posesiones españolas. Entonces, para contrarrestar el furor evangelizador jesuítico, el tribunal de la capital organizó visitas inquisitoriales en Brasil, como también en África. Esas excursiones acabaron alertando al rey. Todos los viajes se cobraban montones de herejes que, con condenas definitivas o no, acababan siendo expropiados y con sus propiedades en manos de la iglesia. Por otra parte, muchos ricos, sobre todo los que tenían metales preciosos, huían hacia las posesiones españolas. Aunque allí también fueron ejecutados herejes portugueses, había más manga ancha porque, en definitiva, enriquecían a la corona española y empobrecían a la portuguesa. Así las cosas, el rey de Portugal empezó a temer que los ricos huyeran y que las tierras y minas quedaran en manos de la iglesia, enfrentándose directamente a lo que llamó, con frase muy lapidaria, "entusiasmo azucarero de los inquisidores". La cosa se complicó cuando los jesuitas generalizaron las misiones en las tierras de la corona española y los indios escapaban de los hacendados y de la esclavitud, puesto que la ley española prohibía hacer a los indios esclavos, llegando a las llamadas guerras guaraníticas, de las que ya hablamos en alguna ocasión. Fue entonces cuando el propio rey de Portugal pidió una sede inquisitorial en Brasil para detener con argumentos religiosos aquella situación. Pero el tribunal de Lisboa volvió a negarse. Vamos a dar un salto geográfico. Singular importancia tuvo la inquisición en Asia. En un temprano 1560 se estableció el tribunal de la inquisición en Goa, en la India. Aquí no iban a depender de la metrópoli. Ese tribunal propio ya lo había solicitado años atrás e insistentemente Francisco de Javier, otro jesuita. Él estaba preocupado, no tanto por las herejías, sino por la competencia entre religiones. Estamos hablando de la India. El cristianismo no se enfrentaba a religiones animistas o naturalistas como las africanas y amazónicas, sino a religiones tan estructuradas y filosóficamente potentes como el hinduísmo y el islamismo. Además el hinduísmo, no tanto el islamismo, ejercía cierta atracción entre las élites culturales europeas. Mientras tanto, las castas más bajas tenían un gran número de conversiones para poder sobrevivir con la ayuda alimentaria a la que obligaba la caridad cristiana. Los jesuitas se dan cuenta de que el horizonte podría ser el de un cristianismo de pobres y unos europeos cristianos pero interesados en el hinduísmo. También persiguieron a los cristianos nestorianos e incluso a católicos sinceros que se negaban a abandonar sus costumbres y sus vestimentas, los cuales emigraron y, aún hoy, encontramos a sus descendientes en el estado de Karnataka. El caso de Goa tuvo tal resonancia que el mismo Voltaire se refiere a ello, cuando escribe que era tristemente famosa por su tribunal inquisitorial, diciendo que aquello era tan contrario a la humanidad como al comercio. Y añade, muy en su estilo, que los frailes decían que la gente adoraba al diablo, cuando eran ellos los que, precisamente, lo servían. Durante las guerras europeas, con la entrada de los franceses en España y Portugal, la inquisición fue derogada por Napoleón en 1808 y reinstaurada por los monarcas de ambos países tras la derrota del emperador. Pero en Goa, por la gran resonancia que tuvo y para no indisponerse con el amigo británico que, además, ya nace como el nuevo imperio en Asia, el rey de Portugal ratificó la disolución en 1812. En el resto de Portugal y sus colonias aún sobrevivió hasta 1821, cuando fue disuelta por las Cortes Generales.

M.A.: David Rivas, como saben nuestros oyentes, es un buen conocedor de la historia de los jesuitas. Se educó con ellos. Y, en fin, bastante aprendió. Hasta podríamos decir que tiene un toque jesuítico.

D.M.R.: Es verdad. Los que nos educamos con jesuitas, en los años que ellos educaban, no como en estos tiempos de conciertos y secularización de sus propios colegios, tenemos ese toque que usted dice, con independencia de lo que hoy creamos o de la ideología que tengamos. Hace relativamente poco oí el discurso de un político importante, de izquierdas, al que nunca traté y, más o menos, de mi edad. Le pregunté a un amigo que lo conoce bien que si había estudiado con jesuitas. Me dijo que sí, cosa que me había parecido evidente. Tuve una buena educación y eso me lleva a tenerles simpatía, en la que me reafirmó mi trabajo durante años en América Latina y ver de cerca su labor. Pero a larga historia le corresponden grandes gestas y grandes miserias, a mucho saber altos cielos y bajos infiernos. Hay una última cuestión sobre esto que ilustra muy bien esa complejidad de la humanidad y del mundo: el proceso de Malagrida, uno de los últimos que acaba en una pena de muerte dictada por la inquisición portuguesa. Gabriel Malagrida era un jesuita italiano que fue misionero en Brasil y después predicador en Lisboa. Su fama fue tal que Juan V lo recibió con los honores más altos de Portugal y, a la muerte de éste, es llamado a la corte de José I por la reina viuda Ana de Austria. Hablaba varias lenguas amazónicas y fue partidario de unas misiones con estatus jurídico propio y autonomía con respecto a la iglesia y a la corona. Esto sucede en pleno conflicto en las tierras del alto Uruguay, donde los jesuitas llegan a sublevarse, con el silencio significativo de su padre general, y a formar un ejército de guaraníes, o al menos a alentarlo, que se enfrenta a las fuerzas hispanoportuguesas. El marqués de Pombal, primer ministro, un ilustrado y francmasón, lo considera un peligro para la independencia y el desarrollo del país y aprovecha muy hábilmente la polémica del terremoto de 1755. Ante las prédicas de los frailes de que era un castigo divino, Pombal difunde panfletos y artículos explicando las causas físicas del seísmo. Lo que el marqués intenta es que los lisboetas entiendan que la ciudad debe ser reconstruída y mejorada, luchando contra el fatalismo de quienes creen que el castigo contra la capital exige no tentar de nuevo a Dios. Malagrida sabía perfectamente que las causas del terremoto eran naturales, entre otras cosas porque había vivido experiencias similares en América, pero escribe en favor del relato apocalíptico para minar la imagen de Pombal y atacar a las reformas del despotismo ilustrado del que considera un ministro hereje. Pombal aprovecha un providencial atentado contra José I, procesando a los marqueses de Távora, sus enemigos de siempre, en los tribunales ordinarios y a Malagrida, amigo de los marqueses, en el de la inquisición, acusándolo, precisamente, de hereje. Condenado al fin por falso profeta y hereje, murió ahorcado y su cadáver fue quemado en un auto de fe realizado en la plaza pública del Rossio, la noche del 20 de septiembre de 1761. En su novela Rojo y negro, Stendhal cita a Malagrida: "la palabra le ha sido dada al hombre para ocultar su pensamiento". Lo que no queda claro es si Malagrida habla así de Pombal y de las pruebas que contra él llevaron al proceso, o sí, por el contrario, habla de sí mismo, del hombre que, sabiendo que un terremoto es algo natural, mintió en pro de un bien mayor. Como vemos, la historia es compleja: los jesuitas piden tribunales de la inquisición en Brasil y la India, se oponen a las órdenes del papa en el alto Uruguay, uno de sus principales hombres es acusado de hereje por un reconocido ministro masón y es ejecutado por la inquisición como falso profeta para satisfacción de ese reputado ilustrado y liberal.

A.F.: El caso es que la inquisición portuguesa duró muchísimo, como la española, teniendo la más extensa y sangrienta de las historias.

D.M.R.: Si hablamos de sangre y de muertes, no son las inquisiciones española y portuguesa las más repugnantes. En Alemania fueron quemadas mujeres por cientos, también hombres pero menos, con acusaciones de brujería y sin proceso ninguno. Hoy estamos viendo al parlamento catalán honrar la memoria de las brujas quemadas, que suman más que toda la península junta. Pues allí no había inquisición castellana, ni portuguesa, ni tampoco aragonesa, sino que las martirizaron sus propios vecinos. Y en la Ginebra de Calvino fueron ejecutadas unas 500 personas en 14 años, en una ciudad de 20.000 habitantes. El problema de la inquisición portuguesa, como de la española, fue su duración, lo que consolidó la idea de que el chivatazo y la delación son virtudes, cuestión que aflora, por ejemplo, en momentos de crisis y trágicamente durante las guerras, y más trágicamente aún en las guerras civiles. 

A.F.: David Rivas con todos nosotros otra tarde de martes para conocer algo más de la historia de Portugal, que también es nuestra historia, la de esta península ibérica, con mucho que ver con nuestro presente y nuestro futuro. Buenas tardes y gracias.

D.M;.R.: Y de la historia del mundo, especialmente de América. Un saludo, amigos.

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