"La situación portuguesa responde a una crisis general de la izquierda"


 

Alejandro Fonseca: Unos minutos, Monchi Álvarez para adentrarnos en la historia y, concretamente, para hablar de Portugal.

Monchi Álvarez: Unos minutos dedicados, como cada martes, a hablar de Portugal y hoy, concretamente de la actualidad portuguesa en la voz del economista David Rivas. Hola, profesor.

A.F.: ¿Qué tal?

David M. Rivas: Hola, buenas tardes.

A.F.: ¿Por qué es importante este momento social y económico de Portugal?

M.A.: Los presupuestos portugueses están en el aire ahora mismo. ¿Es una situación nueva en Portugal?

D.M.R.: Desde la revolución y la nueva constitución sería la primera vez que no se aprueban unos presupuestos, pero las elecciones se adelantaron en la mitad de las ocasiones en esos cincuenta años.  

A.F.: Además, todo lo que pasa en el país vecino tiene una importancia notable para nosotros, aunque tal vez muchos no sean conscientes de ello.

D.M.R.: Es un momento importante, es verdad, porque podría significar un cambio de ciclo político en Portugal, muy relacionado también con un cambio de ciclo en toda Europa, por más que, lógicamente, tenga peculiaridades, elementos propios de una realidad como es la portuguesa. Para empezar conviene recordar el reparto de escaños que hay a día de hoy en la Asamblea de la Reública: la mayoría está en 116 votos y los socialistas cuentan con 108, la derecha del PSD con 79, el Bloque de Esquerda 19, los comunistas 10, los verdes 3 y hay 2 no adscritos. Además, hay que tener en cuenta, como siempre, de dónde se viene. Al Partido Socialista le costó muy poco derribar a la derecha en el año 15, cuando, con el apoyo de los comunistas y del Bloco de Esquerda, colocó en la presidencia del gobierno a António Costa, sacando de la misma a Passos Coelho. Hubo un gobierno de coalición que, desde un principio, presentó desaveniencias, apareciendo como algo extraño, tal vez demasiado forzado, tanto como para que los portugueses empezaron a llamarlo a gerigonça. Ya en 2020 los socialistas estaban incómodos con la coalición y se pusieron a gobernar en solitario con el apoyo táctico desde afuera del Partido Comunista y del Bloco, éste mucho más enfrentado a Costa. Eso llevó a que los presupuestos del 2021, los que ahora finalizan su recorrido, salieron adelante con el apoyo de los socialistas, lógicamente, y la abstención de los comunistas. La izquierda bloquista votó en contra. Ya entonces se veía que las cosas no pintaban bien, además de estar en medio de una pandemia y con un ciclo económico que parecía torcerse. En la misma situación nos encontramos ahora pero con la notable diferencia de que los comunistas parecen decididos a votar en contra de los presupuestos. Eso llevaría al rechazo del proyecto porque el Partido Socialista sólo contaría con sus votos y con la abstención de los cinco diputados que suman los ecologistas y los no adscritos. La única posibilidad que Costa tiene es lograr la abstención del Bloco o del Partido Comunista. La del Bloco es ya, todo lo parece indicar, imposible, mientras que la del Partido Comunista es muy poco probable, con lo que no se repetiría la aritmética parlamentaria del año pasado. Yendo más allá de lo coyuntural, a mí me parece que la situación portuguesa, con sus peculiaridades, responde a una crisis de la izquierda en toda Europa, una crisis de identidad, podríamos decir, provocada por una confusión de ideas o una pérdida de referentes. El populismo está haciendo mella, tanto en la derecha como en la izquierda, pero en el caso de la izquierda, no es que sea más grave, sino que, simplemente, pone en cuestión elementos hasta ahora tenidos como referenciales. Por decirlo llanamente, el populismo introduce entre la gente de izquierdas mucha más confusión que lo que hace entre la gente de derechas. El populismo izquierdista en Portugal ha penetrado en algunos sectores del Bloco, no en todos, y menos en el Partido Comunista, que es una fuerza más tradicional, más de la izquierda clásica, pero que se ve obligada a responder a cuestiones que no se había planteado y para las que no tiene suficiente armazón ideológico. El Partido Comunista Portugués sigue siendo seguramente la fuerza de la izquierda más clásica de Europa, lo que le da problemas de adaptación por una parte, pero, por otra, le permite ser fiel a los esquemas del movimiento obrero y de sus reivindicaciones más arraigadas. Además, en las elecciones municipales pasadas los comunistas sufrieron un notable descalabro. Eso supuso un golpe muy duro por cuanto, históricamente, tenían un gran peso en los pueblos, sobre todo en los pequeños y en las villas medias. Aparecer ahora como una fuerza más opositora a los socialistas podría suponer recuperar un tanto la posición perdida, sobre todo si tenemos en cuenta que el Bloco, con quien se juega la hegemonía en la izquierda, es casi insignificante en el ámbito municipal. De hecho, la realidad es que las tres izquierdas fueron machacadas en las municipales, sin que las encuestas detectaran previamente ese corrimiento del electorado hacia la derecha. Es verdad también que la abstención llegó al 47 por ciento, pero eso no justifica el descalabro.

M.A.: ¿Qué cree que va a pasar en los próximos días?

D.M.R.: La situación es muy complicada porque no sólo responde a una suma de votos y tampoco a una demarcación partidista. Aquí es donde aparece la peculiaridad portuguesa con respecto a la situación española, a la francesa, a la alemana y, en general, a casi toda la europea. El caballo de batalla, al menos sobre el tapete, es el que tiene que ver con el sistema laboral. Los comunistas exigen para, cuando menos, abstenerse, una subida del salario mínimo y de las pensiones, así como la gratuidad de las guarderías infantiles. Son, evidentemente, reivindicaciones que conocemos sobradamente en otros lugares y muy en la línea de la izquierda tras la recesión de la década pasada y la pandemia de la actual. Por su parte, el Bloco lleva en sus programas esas mismas reformas pero también otras de nuevo cuño, muy en la onda de una izquierda diferente, más nueva, si queremos verlo así, como la creación de un estatuto para los profesionales de la cultura y algunas más referidas a minorías o grupos no definidos conforme a los esquemas clásicos. En esta situación, los socialistas plantean una solución de compromiso: aceptar las exigencias en materia laboral pero poner en marcha las políticas gradualmente, en un lapso de tiempo a negociar. Ahí está la batalla, en que el Partido Comunista acepte o no esa solución. De todas formas, la situación también está muy condicionada por las políticas de la Unión Europea. El Partido Socialista, en el fondo, ve con buenos ojos las reformas propuestas por los grupos a su izquierda pero plantea el mantenimiento de lo que llama as contas certas, es decir, la aceptación de la ortodoxia económica de Bruselas. Pero la cosa se complica bastante si nos damos cuenta de que, en el fondo, a nadie le viene muy bien que no haya presupuestos para 2022. En el caso del Partido Socialista la situación no requiere demasiada explicación: sería una derrota en toda regla que viene a sumarse a un retroceso electoral previo. Las elecciones municipales le supusieron un varapalo considerable, perdiendo gran parte de sus alcaldías más emblemáticas, empezando por la de la propia Lisboa. Por su parte, la izquierda no está tampoco para grandes fiestas, especialmente el Partido Comunista, que se juega mucho más que el Bloco en este envite. Si los presupuestos son rechazados, eso es el inicio de una recomposición de la izquierda y si el Bloco recoge mejor el descontento de los sectores más progresistas del espectro socialista, el futuro de los comunistas se ensombrecería mucho. La paradoja que se podría dar es que este movimiento acabara dando la victoria electoral a la derecha, la cual, aunque crece en las encuestas, a día de hoy sería derrotada por la suma de las tres izquierdas. Pero es que la derecha, el Partido Socialdemócrata, tampoco anda como para tirar voladores. Tiene una fuerte confrontación interna, con un congreso pendiente y la figura de Rangel, de ala más dura, más derechista, comiéndole espacio al actual líder, Rui Rio. Rangel fue el gran triunfador de las municipales, el que se apuntó los importantes tantos de las alcaldías de Lisboa, Coimbra o Funchal. En definitiva, sólamente el Bloco tienen mucho que ganar y poco que perder en esta jugada de aritmética parlamentaria, aunque también sufre tensiones internas. En definitiva, yo comparto la opinión que parece mayoritaria y pienso que habrá elecciones, salvo que a muy última hora, el pragmatismo que los comunistas llevan ejerciendo los últimos años se vuelva a imponer. Pero me parece que en esta ocasión no va a suceder eso porque pesa más en ellos, no sólo la desconfianza hacia los socialistas que han ido acumulando, sino también el miedo a ser desbancados definitivamente por el Bloco. Además, aunque la situación se encarrilase y favoreciera al Partido Socialista, el presidente de la república, Rebelo de Sousa, no se fía de los posibles acuerdos y está dispuesto a disolver la Asamblea aún así, para lo que cuenta con resortes constitucionales. El horizonte de unas nuevas elecciones parece de una certidumbre total.

M.A.: ¿Podríamos hacer una comparación con España? ¿Se parece lo que está sucediendo en Portugal a lo que vemos aquí en los últimos meses?

D.M.R.: Resulta muy apetecible establecer paralelismos, pero, siendo rigurosos en el análisis, las dos situaciones sólo tienen algunos parecidos pero son notablemente diferentes. El paralelismo fue un mantra muy utilizado por Pedro Sánchez, que invocaba contínuamente al modelo portugués, olvidando las grandes diferencias existentes entre España y Portugal. De mano, ante una crisis como la actual portuguesa, hay una diferencia notable: en España sólo el primer ministro puede disolver el parlamento y convocar elecciones, no el rey, mientras que en Portugal quien tiene esa potestad es el presidente de la república. Un gobierno puede seguir adelante prorrogando el presupuesto anterior pero, en el caso portugués, Rebelo de Sousa no está dispuesto a permitir la situación. Luego hay otras muchas diferencias. La suma del Bloco y del Partido Comunista podría parecerse a la de Podemos e Izquierda Unida y también podríamos apreciar una similitud en el prestigio personal de dos figuras como Jerónimo de Sousa y Yolanda Díaz, ambos del Partido Comunista, pertenecientes a esa izquierda más clásica que es combativa pero que, a la vez, está acostumbrada a pactar, especialmente por su tradición sindicalista. Pero el Partido Comunista portugués y el español, tomado en solitario o en Izquierda Unida, no son lo mismo. El PCP mantiene su carácter tradicional, clásico, mientras que los comunistas españoles lo abandonaron hace ya muchos años. No fue necesaria la aparición de Podemos para que IU y el PCE contaran ya con líneas de trabajo no exclusivamente definidas por la clase social, sino que ya habían incorporado, mejor o peor, posturas feministas, ecologistas, de diversidad sexual... Por el contrario, los comunistas españoles pagaron un cierto coste en forma de pérdida de peso en el movimiento obrero, peso que los comunistes portugueses mantuvieron, aunque mermado. Y nunca el PCE tuvo la importancia que tuvo y tiene el PCP entre el campesinado. Y, evidentemente, en España todo se entrecruza con la cuestión nacional, especialmente en Cataluña. Por ejemplo, que Esquerra Republicana amenace con no apoyar los presupuestos de Sánchez para 2022 si no se impulsa el catalán en Netflix es algo que sonaría a película de alienígenas en Portugal. Esa circunstancia explica, por ejemplo, que Madrid esté gobernada, capital y comunidad, por la derecha, Cataluña por los nacionalistas y Barcelona por, no exactamente Podemos, pero nos vale etiquetar así para comparar. Y donde la izquierda gobierna es el PSOE la fuerza hegemónica, Podemos la segunda donde hay coalición e Izquierda Unida inexistente o desdibujada. Tampoco encontramos un paralelismo en la derecha: el PSD no es el PP. La realidad es que el Partido Popular es una derecha dura e intransigente, sólo comparable a las de países como Polonía o Hungría y, desde luego, difícil de homologar con la derecha de las democracias consolidadas, desde Francia hasta Suecia pasando por Alemania. El PP, además, tiene a Vox a su derecha, una ultraderecha fronteriza ya con el fascismo, cosa que no sucede en Portugal. Sí tienen las dos derechas un elemento común: una pugna interna abierta y unos líderes, Pablo Casado y Rui Rio, muy cuestionados. Tampoco la situación económica es la misma en un país y otro. El déficit y la deuda portuguesas son bastante menores que las españolas y el crecimiento de Portugal en 2022 será, sin duda alguna, de un 5,5 por ciento, de los más altos de Europa, mientras que el de España será extraordinario si llega al 2. También Portugal ha seguido la senda iniciada hace más de dos décadas de reducir la desigualdad económica, mientras que en España sigue creciendo, con bolsas de pobreza amplísimas y cada año más miles de personas en situación de exclusión social. De igual forma, el gobierno portugués ha salido de la pandemia poco dañado, en parte por una oposición derechista menos agresiva que la vista en España, o más responsable y sensata si lo vemos desde otro punto de vista. Sí podemos encontrar un paralelismo en la existencia de cierto cansancio de la ciudadanía, que también se aprecia en otros países. Eso introduce incógnitas y variables poco contempladas.

A.F.: Estas son las cosas que están pasando ahora mismo en Portugal y que bien nos explica David Rivas, ayudándonos también a no caer en el error fácil de hacer paralelismos con otras realidades. Muchas gracias, David Rivas. 

M.A.: Buenas tardes, profesor.

D.M.R.: Buenas tardes. Hasta otra ocasión.


Entradas populares de este blog

"Las corridas de Gijón fueron un intento de atraer al rey"

"El problema d'Asturies ye'l propiu d'una sociedá ayenada"

Agora'l tren de la bruxa Cremallera