"La relación entre salario mínimo y empleo no es algo simple"


 

José Ignacio Arroyo: Gran revuelo por el perfil del Nobel de economía de este año porque, quizás por primera vez, el premio recae en unos investigadores que analizan cuestiones de total actualidad, de debate a día de hoy en la sociedad real, entre la gente. Guido Imbens, David Card y Joshua Angrist son tres economistas que estudian el mercado de trabajo y, concretamente, ponen en tela de juicio que la subida del salario mínimo perjudique al empleo. Para echar un vistazo rápido está con nosotros el profesor David Rivas, titular ya jubilado de la Autónoma de Madrid, al que saludamos. ¿Es, de verdad, la primer vez que el Nobel recae en economistas que trabajan en el día a día?

David M. Rivas: Buenas tardes, amigo. No, eso no es así estrictamente, pero sí es cierto que este año estamos ante algo un poco diferente a lo habitual. Desde hace bastante tiempo se premian líneas de investigación con un perfil de alto contenido teórico que incluían un gran componente matemático. Eso llevaba a una valoración excesiva de los modelos formales en el fortalecimiento de los modelos económicos, especialmente de los microeconómicos. Pero también es verdad que llevamos ya un tiempo, unos cuantos años, en los que se presta atención a programas de investigación interdisciplinares o transdisciplinares, al trabajo de economistas que no rechazan sino todo lo contrario los elementos analíticos de la psicología, de la sociología, de la antropología, incluso de la antropología simbólica. Es, como venía a decir el conocido psicólogo Paul Ekman, que las emociones cambian el modo en que vemos el mundo e interpretamos las acciones de los otros, actuando en consecuencia. Un claro ejemplo de un economista que tiene estas cosas en cuenta es el de Amartya Sen, por citar al que seguramente es más conocido. Es decir, que la racionalidad económica no es la única con la que se juega, no es la única en la que basamos nuestras decisiones.

J.I.A.: Esa es la posición que, en general, ha mantenido su disciplina, la estructura económica.

D.M.R.: Sí, desde el principio, desde hace ya unos setenta años y con antecedentes de  mucho antes. Por ejemplo, cuando yo era estudiante, en la segunda mitad de los setenta, en plena eclosión del monetarismo, tuvo para mí una gran importancia el análisis de un Nobel de esta línea crítica, heterodoxa si se quiere, como era Myrdal. 

J.I.A.: Pero desde entonces fue la línea neoliberal la premiada sistemáticamente por el jurado sueco.

D.M.R.: Es cierto, especialmente después del premio a Friedman, aunque a mi no me gusta nada el término neoliberal. No me gustan, en general, los movimientos llamados pre, neo, post, y creo que reflejan la incapacidad para entender los cambios, hablemos de la materia de la que hablemos. El caso es que vivimos durante bastante tiempo bajo el influjo del monetarismo, que llevó a todas las políticas de austeridad y desregulación que conocemos, muchas de ellas refutadas por la empiria. Pero sí hubo economistas que lograron el reconocimiento con análisis muy distintos, frecuentemente amparados en estudios firmemente anclados en la realidad y no tanto en los modelos teóricos. Es el caso de Sen, como ya dije, pero también de Elinor Ostrom. Pero no podemos ser tan simples. Para empezar, se trata también de economistas rigurosos en la formalización. Es verdad que la contrarrevolución monetarista, y la denominación no es mía sino de Harry Johnson, que la contraponía a la revolución keynesiana, supuso casi cincuenta años de pensamiento monolítico, pero tampoco hay que olvidar que del seno de la ortodoxia surgieron voces muy críticas, como las de Krugman o Stiglitz, o la de Nordhaus sobre el cambio climático, o el mismo Tobin, un neoclásico, con su famosa tasa a las transacciones financieras. Estamos hablando de economistas, premios Nobel, hoy revindicados por los sectores progresistas porque sus conclusiones avalan la posición política de estos sectores, no por cuestiones de método. Y, precisamente, el premio a los tres investigadores de este año, especialmente a Card, no lo es por sus descubrimientos concretos y parciales, sino por el método empleado. Es decir, que los criterios básicos del jurado sueco no han variado demasiado.

J.I.A.: ¿En qué consiste ese método?

D.M.R.: Le voy a hablar básicamente de David Card, que es del que conocía sus investigaciones. De Imbens y Angrist tengo poco que contar. No trabajan en áreas que yo domine mucho ni que hayan sido centro de mi interés académico. La verdad es que lo mismo podría decirle de Card, pero éste es más conocido por todo el mundillo y lleva en las quinielas del Nobel un tiempo, especialmente tras haber recibido el premio Fronteras del Conocimiento hace siete u ocho años. El jurado valoró sobremanera su forma de entender la relación causa-efecto en los estudios con datos de la vida real, que se asemejan a experimentos aleatorios. Muchos de los grandes asuntos de los que se ocupa la ciencia económica se abordan con modelos teóricos, lo que hace difícil cualquier comparación que permita resolver los problemas, pero Card, también Imbens y Angrist, lo hacen con experimentos naturales. En economía no podemos recurrir a ensayos clínicos controlados y los experimentos naturales son útiles para estudiar los impactos de diversas variables sobre una población real. Ese es el mérito que han visto en estos tres economistas: una cierta revolución en la investigación empírica.

J.I.A.: Usted, como otros, coinciden con los ahora premiados en el asunto del salario mínimo. La ministra Díaz, celebrando la decisión del jurado sueco, decía que, había reconocido a quienes demostraban que la subida del salario mínimo no se traducía en un crecimiento del paro, contrariamente a la visión convencional. Pero usted iba más allá hace unas semanas en un artículo de opinión en prensa. Escribía entonces, antes de conocerse el Nobel, que las posiciones contrarias al incremento del salario mínimo eran de carácter ideológico y que incluso la teoría económica convencional habla en otros términos y que ese incremento no sólo no perjudica al modelo, sino que es una condición básica para el crecimiento e incluso para elevar los beneficios.

D.M.R.: Como bien dice, se trata de un artículo de opinión que hay que analizar en su contexto, en un contexto de debate. Si lo vemos aisladamente carece de sentido porque no conocemos a qué estoy respondiendo o qué y a quién estoy interpelando. Yo parto de una premisa que se ha visto validada a lo largo de la historia: que la subida de salarios es el principal mecanismo de estímulo al crecimiento. Del mismo modo, aplicando una lógica inversa, admitir sistemáticamente caídas de los salarios reales, no sólo perjudica a los trabajadores y lleva a mayores caídas posteriores, sino que pone en peligro la propia estabilidad del sistema. Es en ese escenario en el que hay que analizar las cuestiones concretas o coyunturales, como es el salario mínimo o cualquier otro elemento del mercado laboral y del modelo de relaciones laborales. Lo importante del descubrimiento de Card es que la suposición de que la subida del salario mínimo provoca un incremento del paro no es cierta. Pero tampoco dice Card que sea una verdad absoluta y universal que no lo provoque.

J.I.A.: ¿Podría explicar las cosas con un poco más de extensión? A veces los matices de la economía no son fáciles de comprender.

D.M.R.: Y a veces los argumentos se oscurecen intencionadamente, que también es cosa frecuente. Pero no se trata de matices económicos, sino de la mera lógica, del razonamiento más elemental. En primer lugar, lo que Card analizó fue la fijación de un salario mínimo en Nueva Jersey, no la subida de un salario mínimo ya existente. Pero eso no es lo fundamental, aunque conviene recordarlo. Según la teoría neoclásica un salario mínimo, más aún una subida del mismo, tiene efectos negativos sobre el empleo, pero es una afirmación exclusivamente sostenida por modelizaciones formales y no había, hasta ahora, análisis empíricos causales. Card piensa, sin salir del modelo teórico, que la relación contraria también podía darse. Él argumenta como apriori que cuando aumenta el desempleo las empresas pueden estar en condiciones de fijar menores salarios, con lo que aumenta la presión social a favor de la fijación de un salario mínimo o de su elevación. Y, precisamente, con su análisis empírico, mostró la ausencia de los efectos negativos de ese salario mínimo sobre el nivel de empleo. Pero el experimento de Nueva Jersey, creo que también en Pensilvania, hay que situarlo en su contexto institucional, que es el de un mercado laboral de una gran flexibilidad, enorme en comparación con la realidad española y europea. En ese contexto, Card dice que la fijación o la subida del salario mínimo no conduce necesariamente al desempleo, pero bajo ciertas premisas, como la de que no se sitúe muy por encima del punto de equilibrio del mercado de trabajo. Y este punto de equilibrio es un punto teórico, no responde a ningún análisis empírico. Es lo que se llama en teoría económico punto óptimo. Se parece mucho a la conocida curva de Laffer, tan utilizada por los enemigos de la subida de impuestos directos. Laffer dice que a partir de un punto, un óptimo fiscal, una subida de impuestos directos conlleva una menor recaudación. Hasta ahora nunca se ha demostrado que Laffer tenga razón, ni siquiera en Estados Unidos, con su proverbial flexibilidad. Es decir: nunca una subida de impuestos directos llevó a una caída de los ingresos fiscales, como tampoco se produjo eso de votar con los pies, la idea de que un incremento fiscal conlleva a que las empresas se marchen del país. Pero es que tampoco sabemos cuál es ese óptimo fiscal salvo en los modelos teóricos. La teoría económica parte del supuesto ideal de ceteris paribus, que aisla una decisión del resto de la realidad, de forma que una decisión provoca un efecto directo siempre y cuando las demás no varíen. Y eso no pasa en la vida real. Apuremos el razonamiento de Card para el caso de Nueva Jersey: el establecimiento de un salario mínimo no provocó desempleo pero nada nos dice de qué habría pasado si no se hubiera establecido y podríamos pensar, como hacen los economistas ortodoxos, que se hubieran generado más puestos de trabajo.

J.I.A.: Entonces nunca se sabe lo que va a pasar o lo que puede pasar.

D.M.R.: No exactamente, no es necesario ser tan pesimistas. Lo importante de las investigaciones de Card y de los otros, como le decía, no es que tengan razón, sino que quitan la razón absoluta a los detractores de las políticas sociales avanzadas. ¡Por supuesto que una política bienintencionada socialmente puede derivar en un desastre! No sería la primera vez que sucede. Pero lo que sí es seguro es que no hacer nada para equilibrar la riqueza y redistribuir la renta nos lleva a una sociedad cada vez peor. Diga lo que diga la teoría, expliquen lo que expliquen los modelos formales, actuar es necesario y es consustancial a la política. Si no fuera así, ¿para qué tener una democracia cara e ineficaz? Mejor sería que administraran las cuatro cosas que no contempla el mercado desde las facultades de economía. Estos economistas de los que hablamos no se alejan demasiado de la teoría económica convencional, pero muestran honradamente que no todo lo supuesto es verdad y que los mismos modelos tienen grandes grietas. 

J.I.A.: A veces da la sensación de que los economistas pretenden controlar nuestras vidas pero también otras muchas veces parece que los políticos se apoyan en la economía cuando les viene bien, cuando coincide con sus decisiones, y la invalidan cuando no coincide.

D.M.R.: La economía no es una ciencia exacta, como es evidente, pero tampoco es un simple montón de conjeturas. Precisamente porque la condición ceteris paribus funciona como funciona desde los tiempos de Smith y Mill, igual que no debe tomarse como dogma que una subida del salario mínimo atenta contra el empleo, no debe tomarse como dogma lo contrario. Es una pena que muchos críticos brillantes del modelo socioeconómico actual sepan tan poco de economía, despachando su ignorancia con latiguillos de convencionalismo, neoliberalismo, ortodoxia. Hay una frase de Stiglitz que circula por las redes sociales que nos vale para ilustrar esta situación. La cita recogida nos dice que el noventa por ciento de los que nacen pobres morirán pobres aunque sean trabajadores e inteligentes, mientras que sucederá lo propio con los ricos aunque sean tontos y haraganes. No sé si el porcentaje es tan alto, pero nos vale como ilustración. Stiglitz concluye con que el mérito no tiene valor ninguno. Personalmente, dudo de que esto lo diga Stiglitz. Un economista, y él es uno de los grandes, siempre diría algo así como "el mérito funciona porque, de no funcionar, el cien por cien de los nacidos pobres morirían pobres, pero existen variables que no tiene en cuenta la teoría económica aplicada al ascenso social". Podemos poner otro ejemplo de actualidad: hay muchas variables que juegan en el cambio climático pero lo fundamental es que intervengamos en las de carácter antrópico, las que provocamos con nuestro modelo productivo, aunque fueran las de menor impacto. Eso hizo, como le decía, un Nobel de economía como Nordhaus, que es más bien ortodoxo. Pues bien, tuvieron que pasar unos años, hasta este 2021, para que dieran el Nobel de física a Manabe, Hasselmann y Parisi, que analizaron el cambio climático en relación con la actividad humana. Por eso, volviendo a lo que usted me preguntaba antes, yo hablaba en mi artículo de prensa de ideología, término que tampoco me gusta mucho. Pero es evidente que no todos los economistas tenemos la misma visión del mundo ni compartimos una supuesta objetividad.

J.I.A.: Muchas gracias, profesor Rivas, por estos apuntes de urgencia, por estos pocos minutos patra entender mejor cuestiones que afectan directamente a la vida cotidiana de la gente.

D.M.R.: Buenas tardes y hasta cuando quiera. 


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