"Salazar fue uno de los grandes vencedores de la guerra civil española"


 

Arantxa Nieto: Al oir esta música dan ganas de salir de viaje. Pasan ocho minutos de las cinco de la tarde. ¿Adónde nos vamos, Monchi Álvarez, a Oporto, a Lisboa, al Algarve, a Braganza?

Monchi Álvarez: Nos vamos a hablar con un amigo del programa, el profesor de economía David Rivas, que hoy se mete de lleno en la historia de España y Portugal. Nos va a hablar de la participación portuguesa en la guerra civil. David Rivas, ¿qué tal?, buenas tardes.

David M. Rivas: Buena tarde Monchi Álvarez, buena tarde Arantxa Nieto.

A.N.: ¿Qué tal? Aquí tenemos cariño a Portugal y, claro, nos parece extraño que un país tan cercano sea aún tan desconocido. Sabemos algo de su presente y poco, muy poco, de su pasado.

D.M.R.: Sí, es verdad. Además es un país muy interesante en todos los sentidos, con una gente muy amigable con la que, aún sin saber idiomas, con un poco de esfuerzo por ambas partes, el viajero español se puede entender con bastante facilidad, y mejor aún si se trata de alguien que hable asturiano.

M.A.: Hoy nos va a hablar del dictador de Portugal, Salazar, y del dictador de España, Franco, que, aunque no tenían mucha química, se pusieron de acuerdo. Salazar apoyó a los golpistas en todo momento.

D.M.R.: Aunque no se suele hablar mucho del asunto, lo cierto es que la ayuda portuguesa a Franco fue de vital importancia para su victoria en la guerra civil. Fue importantísima la ayuda de Salazar a los sublevados cuando, al principio de la guerra, permitió su paso por suelo portugués, en un momento en el que era imposible el contacto por tierra española entre sus tropas del norte y del sur. El Portugal de Salazar tuvo mala relación con la España republicana desde un principio, desde 1931. Salazar pensaba que la república era potencialmente revolucionaria, un refugio para portugueses exiliados y que, por tanto, era un peligro para la estabilidad de su régimen. Incluso la propaganda oficial recurrió muncho al peligro que suponía la república para la independencia portuguesa, sacando del armario el viejo fantasma del peligro español e identíficándolo con el nuevo régimen. Desde Lisboa lanzaron una propaganda muy agresiva que contó con el apoyo de algunos periódicos españoles como Abc, El Debate o La Nación, con líneas editoriales decididamente partidarias de una vía salazarista. Como punto básico de esa política antirrepublicana, Salazar intensificó la censura y dio más carta blanca aún a su policía política, la Pide. Además, tuvo de su parte la confirmación de que Azaña y Prieto mantenían conversaciones con opositores portugueses como Cortezáo, Machado o Pinto, prometiéndoles incluso ayuda financiera. Este hecho, muy exagerado por el régimen coroporativista, fue utilizado propangandísticamente. La suma de todo ello es que los dos primeros años de la república fue de un acoso contínuo desde Portugal. En el 33, cuando ganan las elecciones las derechas, la cosa amaina un tanto, hay cierto apaciguamiento, al que no es ajeno el hecho de que Gil Robles y Salazar tenían cierta relación de amistad. Pero tampoco el gobierno derechista español se zafó completamente del acoso propangandístico del estado novo. No obstante, en junio de 1935 el gobierno de Lisboa invitó a diversos intelectuales para darles a conocer la experiencia portuguesa, a la que asistieron, por ejemplo, Unamuno, Maeztu o Fernández Flórez. También estuvieron presentes otros personajes como Gabriela Mistral, Mauriac, Maeterlinck o el mismo Maritain. La cosa no fue muy allá pero la jugada le salió bastante bien a Salazar. Evidentemente, tras el triunfo en 1936 del Frente Popular, el deterioro de las relaciones hispanoportuguesas llegó a un nivel elevadísimo, a una total incompatibilidad entre ambos regímenes. La cosa llegó al punto de que Azaña intervino personalmente para exigir al embajador portugués, Riba Támega, que el gobierno portugués dejara de alimentar aquella contínua campaña contra la república española. La intervención alivió un poco la situación pero la realidad es que nada cambió, sino todo lo contrario, sobre todo cuando el conde de Romanones informó al embajador de que Azaña seguía manteniendo relaciones con el exilio portugués para, según él, exportar la revolución.

A.N.: Y llegó la guerra. ¿Cuál fue el papel de Portugal entonces?

D.M.R.: Ya en mayo de 1936, dos meses antes del alzamiento militar, el marqués de Quintanar, que tenía fuertes lazos con el integrismo portugués, se acercó mucho más a Salazar y lo puso en contacto personal con Mola, que era el director de la operación golpista. También el marqués inició estrechas relaciones con Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, tras ser condenado a muerte por la intentona de 1932, lo que conocemos como sanjurjada, pena conmutada por la de cadena perpetua por el gobierno liberal-socialista y luego indultado por el gobierno derechista de Lerroux. De hecho, Sanjurjo estaba llamado a ser el jefe  del alzamiento y el 20 de julio subió en Estoril a una avioneta con destino a España para ponerse al frente de las tropas rebeldes. El aparato se estrelló pocos minutos después del despegue y Sanjurjo murió en el accidente. Siempre estuvo su muerte envuelta en la sospecha, entre especulaciones sin fundamento e indicios de verosimilitud.

M.A.: Efectivamente. Siempre hubo algo misterioso en el asunto, bajo la suposición de que detrás de la muerte de Sanjurjo estaba la mano de Franco.

D.M.R.: Así fue y así sigue siendo. Quienes dudan de esa posibilidad aducen que Sanjurjo, un militar de gran prestigio, no era ningún peligro para un Franco que no era cabeza del movimiento ni se postulaba para serlo. Por el contrario, los partidarios del atentado, dicen que el papel de jefe ya estaba en la mente de Franco, quien contaba desde el principio con buenas relaciones con Hitler y con Mussolini.

A.N.: ¿Y cuál es su opinión sobre el asunto?

D.M.R.: No tengo opinión formada. No soy historiador ni tuve acceso a documentación alguna, por lo que me limito a quedarme con la sospecha de que tal vez fue un atentado, ordenado por Franco o por otros que, poco después, optarían por él como jefe de los sublevados. Lo que sí es cierto es que Sanjurjo pensaba en un golpe clásico, duro y corto, un directorio breve y devolver la corona a los borbones en la figura del infante Juan, un liberal muy distinto a su padre Alfonso XIII. Y Franco, desde luego, si algo era, más allá de su coqueteo con el fascismo, era profundamente antiliberal, aunque monárquico. Y, con perspectiva histórica, vemos que alargó intencionadamente la guerra para que el ejército fuera el único actor en presencia de la nueva España.

M.A.: Habíamos dejado al marqués conspirando.

D.M.R.: En Lisboa había un hotel, el Aviz, donde se reunían todos los españoles, derechistas y monárquicos, que estaban en la conjura contra la república, y que acabó siendo una especie de embajada de los que dos meses después se iban a sublevar. También eran asiduos del casino de Estoril, donde se fraguaron apoyos internacionales, propagandísticos y financieros, para lo que se preparaba. Por estos dos lugares andaba, como corresponsal de un periódico liberal inglés y de otro filofascista húngaro, el escritor Arthur Koestler, introducido en esos ambientes por Münzenber, un auténtico genio de la propaganda procomunista. Allí trató con todos estos personajes, entre ellos Gil Robles, quien, desde el hotel Aviz, participaba en la conspiración y articulaba su pensamiento al modelo del estado novo de Salazar. Es llamativo, por anecdótico pero significativo, cómo describe Koestler a los españoles asiduos del casino de Estoril. Dice que todos parecían marqueses, con unas maravillosas tarjetas de visita en las que aparecían unos apellidos llenos de guiones y el posesivo de entre unos y otros. Al final, acabó siendo un divertimento para él invitar a copas al marqués de Quintanar y al marqués de la Vega de Anzo con cargo a la Komintern. Total, que Stalin pagaba las francachelas aquellas. Merece la pena leer las descripciones que Koestler hace de aquel ambiente y de aquellos personajes, entre los que destacaba un tal Fernández de Ávila. ¿Saben ustedes quién resultó ser este Fernández de Ávila? Pues no era otro que Nicolás Franco, el hermanísimo, que acabó siendo embajador de la dictadura en Portugal, cargo que heredaría después su hijo, Nicolás Franco Pascual de Pobil.

M.A.: Posteriormente Portugal ayudaría militarmente a Franco, entre otras cosas, con la aportación de aquellos voluntarios que llamaron los viriatos.

D.M.R.: Salazar, efectivamente, apoyó a Franco desde el principio de la guerra. Empezó la ayuda con la constitución de la Junta de Representación del Estado Español, que presidía Mariano Amoedo, y que estuvo activa hasta mayo de 1938, que es cuando Portugal reconoce oficialmente al gobierno de Burgos. Salazar toma decisiones distintas a medida que va avanzando la guerra en España, aunque siempre del lado de Franco. Hay que tener en cuenta que era un hombre muy inteligente, con la cabeza bien amueblada. Era un académico con una más que notable ilustración.

M.A.: Era economista, como el profesor Rivas.

D.M.R.: Era de una familia campesina pobre y, como muchos otros, lo mismo que pasó en España hasta los años sesenta, para poder estudiar tuvo que ingresar en un seminario. Después estudió derecho en Coimbra pero se doctoró en economía política, lo que hoy conocemos como teoría económica, y fue profesor de esa materia. También había establecido una política económica que resultó bastante eficaz frente al ciclo depresivo iniciado en 1929. Se trataba del corporativismo, muy en línea con otro católico como el austríaco Dollfuss, basada en las encíclicas de León XIII y Pío XI.

M.A.: Pero siga con su exposición. Decía que Salazar tomó distintas decisiones.

D.M.R.: Salazar trató de que el Reino Unido se posicionara, si no a favor de Franco, sí permitiéndole cierto acercamiento a Londres. Lo que intentaba era contrarrestar la enorme influencia que podía llegar a tener Alemania tras la victoria de los sublevados, una victoria que él daba por segura. Él temía que, tras una victoria rápida de Franco, hubiera una invasión germanoespañola de Portugal con el fin de cortar los accesos al continente de los británicos, dentro de una más que posible guerra europea. Incluso si Franco no participaba en esa operación, sí que podría prestar el territorio español, las carreteras y los aeródromos al ejército de Hitler, además de aprovisionar a su retaguardia. Por lo que respecta al apoyo militar portugués a Franco, fue escaso. El ejército portugués era pequeño, mal llegaba a contar con treinta mil hombres, además de pobremente pertrechado. Lo que sí tenía Portugal era una marina bastante renovada por ser pieza básica para el mantenimiento de su imperio colonial, pero la marina, a parte de ser necesaria en África y Asia, de poco le iba a servir a Franco. Salazar, entonces, no dio apoyo militar pero sí fue muy útil por su situación geográfica, con una amplia frontera terrestre por la que pasó todo tipo de abastecimientos. Además los aeródromos portugueses fueron puntos de escala para la aviación alemana hasta que los hubo en territorio español, mientras que sus puertos estaban abiertos a todo lo que podía necesitar Franco. A la vez, la guardia fronteriza portuguesa hizo de policía para capturar a los huidos y entregarlos a las fuerzas franquistas. Y ese papel fue importantísimo cuando ya Leon Blum propuso una política europea común de neutralidad, que Portugal aceptó pero incumplió. Hábilmente, Salazar no reconoció al gobierno rebelde inmediatamente, como sí hicieron Italia y Alemania, para contentar al Reino Unido con su falsa neutralidad. Por tanto el apoyo portugués no fue tanto armado como de intendencia y logística. Sí que pretendió Salazar crear una fuerza expedicionaria, una legión, como hicieron Mussolini y Hitler, pero a Franco no le gustó mucho la idea. Si Salazar era un hombre ilustrado e inteligente, Franco, aunque de bajísima ilustración, tampoco era tonto y no quería quedar en demasiada deuda con Portugal, pensando en posibles reajustes fronterizos unos años después. Por la misma razón, quería mantener a los británicos lo más lejos posible, por su tradicional alianza con Portugal, una alianza que ya venía desde el Tratado de Windsor de 1386 y el matrimonio de Juan I y Felipa de Lancaster. Aquello fue un ten con ten y no hubo cuerpo expedicionario portugués. Pero sí pelearon a las órdenes de Franco, como Monchi Álvarez decía, los viriatos, unos voluntarios que sumaron, según los cálculos más aceptados, unos ocho mil hombres. También participaron aviadores. La fuerza aérea portuguesa no existía como tal, aunque sí hubo portugueses combatiendo desde el aire durante la primera guerra mundial. De hecho, no se constituyó un ejército del aire hasta la reforma de Humberto Delgado, un militar fascista que derivó a demócrata y que acabó siendo la pesadilla de Salazar y de su régimen. No fueron muchos los que participaron en la guerra civil española pero sí hubo tres de renombre: Rebelo, Sepulveda Velloso y Aranha. Este último combatió con la Legion Condor en el frente del norte, bombardeando Santander y actuando en los cielos de Asturias. Se supone que participó en los bombardeos de Gijón y del Mazucu, aunque no es algo fehaciente, pero parece probado que lo hizo sobre Infiesto. Esa fue toda la intervención estrictamente militar de Portugal, muy reducida, como vemos.

M.A.: ¿Hubo portugueses que defendieron al gobierno legítimo, a la república?

D.M.R.: Sí, los hubo, pero también en escaso número. Tengan en cuenta que Portugal andaba por los siete millones de habitantes, que era un país pequeño. La cifra de portugueses que defendieron la república es aún más difícil de calcular que la de los voluntarios fascistas y quienes lo investigaron se basaron en cifras de muertos y de los que fueron apresados por los franquistas. El número más aceptado es el de unos mil. Además presentan los portugueses una característica que los diferencia del resto de los voluntarios extranjeros y es que no se integraron en las brigadas internacionales ni en las filas de los partidos políticos. Los milicianos, los que no eran profesionales, se incorporaron básicamente, sobre todo al principio, en las columnas anarquistas y anarcosindicalistas. Otro grupo, tal vez el más importante aunque fuera menor, trabajó en los servicios de inteligencia militar. Los portugueses tenían gran tradición en actividades de espionaje y contraespionaje y muchos de ellos venían de trabajar para Francia y para el Reino Unido y de realizar contrainformación en el seno del salazarismo. Por último, bastantes de los que eran soldados de oficio o que tenían formación militar se unieron al cuerpo de carabineros, tal vez la milicia más republicana de entre los leales a la república. Esa característica y esa heterogeneidad hace difícil conocer el número de portugueses y los detalles de su actividad.

M.A.: Tres años después de terminada la guerra, en 1942, se firma un acuerdo entre Franco y Salazar, el Pacto Ibérico.

D.M.R.: Así fue, sí, pero antes de entrar en ello me gustaría dedicar un minuto a un suceso menor pero importante, entre otras cosas porque es necesario recordarlo por justicia y en honor del pueblo portugués. Desde el inicio de la guerra los refugiados republicanos entraron por millares en Portugal, siendo internados en campos, cárceles, cuarteles, conventos..., para ser, en su mayoría, entregados a Franco. La represión franquista en Andalucía y Extremadura fue muy dura, especialmente en Extremadura. La matanza de la plaza de toros de Badajoz, por ejemplo, es un suceso conocido en todo el ancho mundo, no sólo en España. En esta tragedia se registró un caso extraordinario, el de Barrancos. Casi dos mil extremeños, familias enteras y casi pueblos enteros, pasaron el río Ardila, un afluente del Guadiana que hace frontera a lo largo de unos veinte kilómetros, y llegaron a este pueblo portugués. Barrancos era un pueblo campesino extremadamente pobre. Si ya entonces el campesinado portugués era pobre, los de esta región eran los más pobres entre los pobres. Los refugiados fueron recibidos por los campesinos y muchos ocultados en las propias viviendas familiares para evitar que cayeran en manos franquistas. Para el resto se habilitaron dos campos que eran atendidos por los propios vecinos, que les llevaban comida, agua, leña, todos los días. Contaron los campesinos con el apoyo de la guardia fronteriza, al mando del teniente António Augusto de Seixas, que se enfrentó a sus mandos y desobedeció las órdenes del gobierno de Lisboa. Uno de los campos, Coitadinha, era un campo legal, es decir, conocido por las autoridades, pero el otro, Russiana, fue habilitado por los vecinos sin que la dictadura supiera de su existencia. De esta forma, el número de refugiados era muy superior al que el gobierno portugués creía. Andando un cierto tiempo, con la mediación del embajador español, mil quinientos extremeños, custodiados por los guardias de Seixas, fueron a Lisboa y embarcaron bajo bandera británica con destino a Tarragona, a una Cataluña aún controlada por la república. Habían salvado la vida gracias a la solidaridad de Barrancos. El teniente fue suspendido y luego pasado a la reserva por desobediencia.

A.N.: Desde luego que merecía un minuto el gesto de ese pueblo campesino y de ese oficial y sus soldados.

D.M.R.: Fue en un contexto dramático en un Portugal aliado de Franco y por eso no lo quise dejar en el tintero. Pero las cosas siguieron su curso y se estableció el Pacto Ibérico, como señalaba Álvarez. En principio, entre finales de 1938 y principios de 1939, Franco y Salazar, a través de Nicolás Franco, ya embajador de Burgos en Lisboa, fueron pergeñando lo que sería un tratado de amistad y no agresión, impulsado por la situación a la que Hitler había llevado a Checoslovaquia con su ultimatum de anexión. Fue Franco quien propuso a Salazar el acuerdo, con el fin de garantizar la frontera entre ambos países. Los dos dictadores tenían buenas razones para ello, aunque eran razones bien distintas. De mano, aunque tanto uno como otro tenían como aliados naturales a Italia y Alemania, Salazar no sentía ninguna simpatía por el nazismo ni por su führer, además de no querer romper sus vínculos con el Reino Unido, una de las bestias políticas para Franco. En esa misma línea, Franco temía una intervención británica desde Portugal contra la España aliada de los nazis en un intento de reforzar la fachada atlántica de la península ante una ya más que probable guerra europea. Por su parte, Salazar, pensando en esa posibilidad de conflicto general, seguía temiendo una invasión germanoespañola para neutralizar al Reino Unido y cuya contrapartida para Franco fuera la entrega a España de parte de Portugal o una completa anexión, al estilo de lo sucedido con Austria. Esa hipótesis figura hoy en el género de historiaficción pero lo cierto es que fue una acción contemplada realmente y denominada como plan de operaciones 34. Formaba parte de un plan mayor, Operación Félix, con un mando unificado a las órdenes del general Von Reichena, que contemplaba la entrada de tres cuerpos de ejército para tomar, cada uno por su lado, Oporto, Lisboa y el Algarve. Es decir, las sospechas de Salazar tenían fundamento. Pero el gobierno portugués aún manejaba otra posibilidad, la de un acuerdo entre España, Reino Unido e Italia para repartirse su imperio colonial y el francés: el noroccidente africano para España, el nororiente para Italia y las posesiones marítimas para el Reino Unido. Y, por último, Franco pretendía también alejar a Portugal de la órbita británica para convertir a España en su principal aliado y que el eje Madrid-Lisboa sustituyera al histórico Londres-Lisboa. Todo este complejo abanico de hipótesis lleva a los dos dictadores a llegar a un acuerdo: ambos se necesitan pero cada uno intenta engañar al otro. Cuando llegamos a 1942, la guerra mundial presenta ya otro signo tras la entrada de los Estados Unidos y ante la evidencia de que la campaña de Rusia comienza a torcerse en Stalingrado para los alemanes. Se rubrica entonces el Pacto Ibérico, siendo ya ministro de asuntos exteriores español el anglófilo conde de Jordana, tras la caida del filonazi Serrano Súñer, y después de que Salazar cediera sus aeródromos de las Azores a la aviación angloamericana.

M.A.: Pero, como quise hacer notar al principio, Franco y Salazar no tenían precisamente mucha química.

D.M.R.: Todas las relaciones hispanoportuguesas, aunque buenas, estuvieron marcadas por la mutua desconfianza entre ambos. Frente a lo que se suele creer y a las mismas declaraciones de los dos dictadores, Franco y Salazar no se tenían ninguna simpatía. Para empezar, su historia era muy diferente: de un lado un profesor universitario con convicciones religiosas y creador de un movimiento político con bases ideológicas propias que había enderezado la economía portuguesa en plena depresión, y del otro un militar colonialista acomodaticio y amoral, de ideas cuarteleras. Franco consideraba a Salazar como un individuo taimado y maquiavélico, mientras que Salazar veía a Franco como un espadón sin cultura, sin ideología y sin principios. Esa superioridad intelectual la hizo valer Salazar para forzar a que en sus conversaciones, no muy frecuentes ni largas, el idioma fuera el portugués, arreglándose Franco con el gallego, que hablaba mejor de lo que se piensa.

A.N.: David Rivas, muchas gracias. Tenemos que dejar aquí este apasionante capítulo de la historia relativamente reciente de Portugal y de sus nexos con la guerra civil española.

D.M.R.: Unos segundos nada más para señalar que Salazar fue uno de los grandes vencedores de la guerra civil. Consolidó su régimen y su propia autoridad, su aparato de propaganda lo convirtió en gran exportador de modelos políticos, se atribuyó a sí mismo la virtud de frenar el expansionismo español, manteniendo el estado novo y, a la vez, sus viejos vínculos con Londres y ahora también unos nuevos con Washington.

M.A.: Muchas gracias, otra tarde más, profesor Rivas.

D.M.R.: Hasta pronto.


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