"A Mafalda no se le puede aplicar una etiqueta ideológica concreta"
Laura Díez: Buenas
noches, profesor David Rivas.
David M. Rivas: Buenas
noches. Me alegra que me llamen de esa emisora universitaria a la que hace
mucho que no sigo.
L.D.: David Rivas nos
habla desde la aldea asturiana en la que vive. Hace dos días murió Joaquín
Lavado, Quino, el padre de Mafalda, dejando huérfanos a la niña del lazo y a
tantos de sus seguidores desde hace casi cincuenta años. El mundo está lleno de
mafaldistas. Pocas personas dejan de recordar algunas sentencias de la
protagonista de las tiras de Quino o de otros personajes de las historietas.
También hay quien tiene a Mafalda entre sus referentes intelectuales. David Rivas,
profesor titular de estructura económica, ya jubilado, de la Universidad
Autónoma de Madrid, la utilizaba habitualmente entre sus recursos pedagógicos.
También dijo en más de una ocasión que Mafalda era su heroína favorita de
ficción. ¿Es así, verdad?
David M. Rivas: Sí, es
cierto. Su lógica y su forma de razonar la convierten en un personaje literario
único. Mafalda y su pandilla son los niños de una clase media urbana de finales
de los sesenta y principios de los setenta que, en un país convulso pero con
ciertas posibilidades de desarrollo como era Argentina entonces, trata de salir
adelante. Quino es el monero, que es
como llaman a los autores de historietas por aquellos pagos, más influyente de
toda América, muy por encima de los grandes de Estados Unidos. Dejó de contar
las historias de Mafalda en 1973, justo cuando las dictaduras empiezan a
implantarse en esos países americanos con capacidad de progresar y de
profundizar la democracia, como Uruguay, Chile y la propia Argentina. Por eso
triunfa en casi toda América Latina y en España, por eso una realidad
aparentemente muy porteña se hace internacional, especialmente en los países de
lengua española. Hablamos de países con una clase media ascendente y con
gobiernos autoritarios o de baja calidad democrática.
L.D.: ¿Refleja entonces
Mafalda una situación económica concreta?
D.M.R.: Sí, desde luego
y, en cierto modo, el debate económico de entonces. Estamos en plena discusión
entre el monetarismo y el estructuralismo, lo que podríamos llamar hoy
neoliberalismo frente a un keynesianismo socialdemócrata, y sería precisamente
en América Latina donde la lucha iba a ser más dura. No olvidemos que el
estructuralismo económico es una doctrina nacida en estos países. Hay incluso
alguna frase mafaldiana, que es de
esa escuela, como lo de “el norte es el norte y el sur es el sur porque lo
dibujaron así, pero podemos poner el mapa al revés”. Por eso Mafalda no pasa de
moda, porque muy poco ha cambiado en ese conflicto y con el trasfondo de la
crisis, cada vez más notable, de los organismos internacionales. No olvidemos
que el sueño de Mafalda es ser traductora en la ONU, es decir, mediadora en un
escenario multinacional. El mismo Quino decía que le sorprendía y deprimía que
su personaje cada vez tuviera más vigencia, porque eso significaba que el mundo
no había cambiado para mejor.
L.D.: ¿Cómo empieza el
profesor Rivas a leer las tiras de Mafalda?
D.M.R.: Mafalda nació en
1962 para una campaña publicitaria de electrodomésticos que fracasó y la primer
tira, tal y como la conocemos, apareció en Primera
Plana el 22 de septiembre de 1964. Yo empecé a leerlas a mediados de los
setenta, con aquellos libros, creo que fueron doce, de la editorial Lumen. En
España habían comenzado a publicarse en 1970, gracias al consejo que Umberto
Eco le dio a Esther Tusquets. Y tuvo gran importancia indirecta: gracias a
Mafalda el grupo editorial salió de sus constantes números rojos y pudo editar
a autores difíciles de colocar en el mercado de aquel entonces, como el mismo
Eco o Samuel Beckett. La obra de Quino no estaba dirigida a niños, aunque el
formato lo parecía. Yo creo que los padres compraban los álbumes para sus hijos
pero, en realidad, los leían ellos. Es algo parecido a ese tío tan serio que
dice que va a ver películas de Disney por llevar a sus sobrinos. De hecho, seguramente
dándose cuenta de eso, la dictadura franquista obligó a la editorial a poner a
los álbumes una faja roja que decía: “lectura para adultos”. No convenía que
aquellas tiras las vieran los más jóvenes, no fuera que empezaran a pensar
sencilla pero profundamente.
L.D.: ¿Es Mafalda un
trasunto del propio Quino?
D.M.R.: Sí, pero sólo en
parte. Seguramente las sentencias de Mafalda son las suyas. Quino se negaba a
envejecer manteniendo una visión pura y certera, aparentemente infantil, como
cuando decía que “si no haces cosas estúpidas cuando eres joven no tienes nada
de qué sonreir cuando estás viejo”. Él quería que “el mundo vaya por el lado de
los buenos”, que es otra forma de decir lo mismo que Mafalda con su “los buenos
empezamos a cansarnos”, que, a su vez, es una forma sencilla de expresar la
aseveración de Burke: “para que triunfe el mal sólo es necesario que los buenos
no hagan nada”. Quino representa una invitación constante al pensamiento
crítico bajo la apariencia de una tierna candidez.
L.D.: Decía que Mafalda
era un trasunto de Quino pero sólo en parte. ¿A qué se quería referir?
D.M.R.: A que, en cierto
modo, Quino se distribuye en todos los personajes, más o menos por igual,
aunque Mafalda es él al completo. Y consigue trasladarnos eso a los lectores.
Todos nos identificamos con el idealismo y, a la vez, la diletancia miedosa de
Felipe, con la radicalidad de Libertad y la rebeldía de Guille o con el
materialismo rudo pero sin malicia de Manolito. Seguro que muchas amas de casa
se veían reflejadas en Raquel, la madre, que hubiera querido ser pianista pero
se casó y aparcó la vida; lo mismo que algunos hombres con el padre, del que no
sabemos ni el nombre, oficinista, un tanto reaccionario. También está
Miguelito, una extraña mezcla de inocencia y egocentrismo que adora a Mussolini
simplemente porque habla bien de él el abuelito Bertolucci y que es un genio de
los discursos inútiles. El personaje en el que Quino vierte lo peor de nosotros
es Susanita: ignorante, caprichosa, racista, clasista. El propio Quino decía en
los noventa, tras la dictadura, que no quedaban idealistas como Felipe sino
hijos de puta como Susanita. El calificativo es textual, no es de mi cosecha.
Y, hoy, viendo los discursos que se multiplican por el mundo, las frases de
Susanita cobran sentido: “¿no serán pobres porque quieren?”, o también “haré
fiestas con champán y cócteles para comprar fideos, arroz y esas cosas que
comen los pobres”. Pero, a la vez, en las tiras de Quino, Susanita está
enamorada de Felipe.
L.D.: Vayamos a Mafalda,
a ella en concreto, ¿cómo es?, ¿qué ideología tiene, si es que tiene alguna?
D.M.R.: Es una niña
inconformista a la que le duelen profundamente las injusticias del mundo, a la
que nada de lo humano le es ajeno, como diría Terencio. Mafalda entronca con lo
mejor del humanismo y de la ilustración. Dice: “no es cierto que todo tiempo
pasado fue mejor; lo que pasa es que los que estaban peor todavía no se habían
dado cuenta”. Va contra corriente y es feminista, le gusta jugar al fútbol y a
indios y vaqueros con los niños, escucha a los Beatles y aprecia la música
clásica. Dice: “¿cómo sería el mundo si las orquestas fueran más importantes
que los ejércitos?”. Y, anticipándose a nuestros días, donde la diversidad se
ha ido convirtiendo en intolerancia de decenas de minorías, se responde. “ya
veo a los sordos manifestándose o dando golpes de estado”. No me parece que se
le pueda aplicar una etiqueta ideológica concreta, como sí parece que Libertad
es una socialista cuya madre traduce a Sartre, pero hay claves interesantes. Aspira
a un orden internacional justo y de ahí su amor hacia la ONU. También parece simpatizar
con el entonces movimiento de los no alineados, deseando conocer Suecia, con
antipatía hacia el Kremlim y el Pentágono y su aversión a la guerra de Vietnam
y al conflicto del Cercano Oriente. También le es antipático James Bond. A
veces me parece un personaje nietzschiano, con cierto nihilismo pero sin
dejarse arrastrar al abismo porque conserva la esperanza. Es como una Pandora
pequeñoburguesa y periférica, esa que abre la caja y deja salir todos los males
pero que, al mirar la caja, ve que algo permanece oculto y atento, la
esperanza. Decía Jorge Guillén en un poema que cuando se pierde la esperanza se
hace uno reaccionario. Creo que Mafalda sería del agrado de Spinoza, que no
lamentaba ni detestaba las acciones humanas que no compartía, sino que trataba
de entenderlas.
L.D.: Puede que Mafalda
sea de los personajes más citados en los más distintos ámbitos y escenarios.
¿Tiene alguna frase favorita?
D.M.R.: Podría citarle
muchas, pero muchas. De ella tomé una que, adptándola a los tiempos, empleé mucho.
Cuando un alumno me preguntaba por la extensión de un trabajo para mi
asignatura yo, parafraseando a Mafalda, le decía que prefería un single de
Bruce Springsteen que un álbum de Bertín Osborne. Ella hablaba de los Beatles y
de los Boston Pops. Pero hoy, viendo lo que vemos, me gustaría recordar otra
frase: “de tanto ahorrar en educación, nos hemos hecho millonarios en
ignorancia”.
L.D.: ¿Y cuál es el
personaje favorito del profesor Rivas, con el que más se identifica?
D.M.R.: Es Miguelito, sin
duda, un tipo tan seguro de sí mismo como algo ingenuo, solidario y con un
punto egocéntrico, y que tiene como lema el de “yo lo que quiero que me salga
bien es la vida”.
L.D.: Y a usted, ya con
más de sesenta años, ¿le ha salido bien la vida?
D.M.R.: Creo que sí,
aunque también con algunos jirones dejados por ahí. Decía Schopenhauer, o más
bien se le atribuye, que los primeros cuarenta años de la vida dan el texto y
los treinta siguientes el comentario. Supongo que después vendrá el epílogo.
Espero llegar a poner un decoroso punto final.
L.D.: También decía usted
que Miguelito era el personaje de los discursos inútiles.
D.M.R.: Posiblemente
también me veo identificado.
L.D.: Muchas gracias,
David Rivas, Buenas noches.
D.R.: Buenas noches.