"La revolución de los claveles cambió Portugal y la propia Unión Europea"


 

Alejandro Fonseca: Una casa portuguesa que visitamos cada semana, Monchi Álvarez, para mirar a Portugal y conocer su historia, y que hoy lo hacemos con David Rivas. ¿Qué tal?, buenas tardes.

Monchi Álvarez: ¡Hola, profesor!

David M. Rivas: Hola, buenas tardes, Monchi Álvarez, buenas tardes, Alejandro Fonseca.

A.F.: David Rivas es economista y con él nos ocupamos de esa parte de la historia portuguesa a partir de donde lo dejamos en nuestra última conversación sobre la revolución de los claveles, que no fue sólamente política.

D.M.R.: Fue, evidentemente, una revolución política e intentaron también una revolución económica, pero eso era mucho más difícil. De mano Portugal era un país débil, muy pobre en la Europa de aquel tiempo, en medio de una crisis económica mundial. Habíamos quedado hace unas semanas en marzo de 1975, con el intento de golpe militar derechista que pararon, estrictamente, los militares comunistas y que, al día siguiente declararon que se iniciaba el camino hacia el socialismo. El primer paso que dan es nacionalizar la banca, algo tan elemental como emblemático en un proceso de esta naturaleza, y también gran parte de la industria. Portugal era un país con una base industrial débil pero contaba con algo, como astilleros en Oporto, metal en Setúbal, bienes de equipo en las dos ciudades y en la capital, en Lisboa, y algo más en el norte. El resto del sector es agroindustrial y de tamaño medio o pequeño y que, lógicamente, no es nacionalizado, salvo alguna exepción en el bajo Alentejo. En este escenario llegan las elecciones de abril del 75, en las que se produce un fenómeno que después conoceríamos en España: el fracaso de los comunistas, la principal fuerza en la calle, en las fábricas y en las universidades. Además, a diferencia de España, en Portugal también era el partido comunista el más fuerte en el campo y en el ejército. Pues eso no se tradujo en votos. Las elecciones las ganan los socialistas, el partido de Soares, en la línea socialdemócrata del SPD alemán y en la que ya estaba también el PSOE de González, mientras que los comunistas de Cunhal quedan relegados a una tercera posición, tras la derecha. Eso provoca un estallido en la calle, llegándose a una situación de preguerra civil, especialmente entre la izquierda. A mí me recuerda la situación, salvando las distancias, al mayo de 1937 en Barcelona, con el POUM y la CNT a tiros frente a los comunistas. La cosa en Portugal no llegó a tanto porque, creo yo, los militares comunistas mantuvieron la calma y conservaron la sensatez. Pero la revolución empezaba a zozobrar. No obstante, en noviembre algunos de estos militares pierden la paciencia e intentan un golpe que fracasa porque los mandos intermedios no responden a la llamada. Los oficiales de abril de 1974, con mando directo en la tropa, ya son altos oficiales, coroneles muchos, o diputados en otros casos y, sin contacto personal con los soldados, habían perdido su fuerza, aunque habían ganado presencia política y reconocimiento social. La respuesta del gobierno socialdemócrata es contundente: licenció a los militares de abril, impuso la jerarquía castrense desde un generalato mucho más conservador y reorganizó el reparto de áreas de influencia, no según la presencia de las organizaciones en la sociedad, sino según su peso parlamentario. En este nuevo ambiente se redacta la constitución de 1976. Es una constitución liberal, en consonancia con el resto de las constituciones de la Europa occidental, pero incluye en su articulado las nacionalizaciones realizadas y la reforma agraria, muy importante ésta para el sur del país. Es más, mantiene también varios artículos en los que habla de la transición al socialismo y consolida formas de una cierta democracia directa, algunas con un aroma a anarquismo, movimiento que en el Portugal de entonces era bastante residual. Una vez aprobada la constitución hay un último intento de reorganizar a la izquierda en torno a Saraiva de Carbalho, el nuevo líder comunista, que no prospera. Y no prospera porque, por un lado, la izquierda antiestalinista ha ido creciendo y, por otro, el gobierno nombra a Ramalho Eanes como jefe del estado mayor del ejército, descabezando a lo que quedaba de la presencia comunista en las fuerzas armadas. Podemos considerar que a finales de 1976 acaba el período revolucionario portugués, dos años y medio después del 25 de abril de los claveles.

M.A.: En España fuimos a rebufo de los portugueses: revolución en el 74, elecciones en el 75 y constitución en el 76, frente a muerte de Franco en el 75, elecciones en el 77 y constitución en el 78.

D.M.R.: Es cierto, pero ahí se queda el paralelismo. La historiaficción es muy divertida, muy interesante, y hay grandes libros de este género. ¿Qué habría pasado si la revolución portuguesa coge a un Franco más joven y en plenitud de poder o, por el contrario, con un Franco ya muerto? Los vientos de Portugal llegan a España con un franquismo vivo pero incapaz ya de detener los procesos de cambio. Además, el régimen español tiene mejor posición internacional, lo mismo a un lado que al otro de Berlín. Es un claro aliado de los Estados Unidos, con unos pactos militares y económicos firmes, y con relaciones muy especiales con el Vaticano, un centro de poder que no se suele tener en cuenta casi nunca en los análisis pero que es muy importante. De otro lado, el franquismo no tiene la mala prensa de una sangrienta guerra colonial como tenía el salazarismo, tiene buenas relaciones con Cuba, con Yugoslavia y con los países árabes, defendió la descolonización y dio ciudadanía a los saharauis, no reconoce al estado de Israel pero no practicó un fascismo antisemita, es aliado de quien es pero no está en la OTAN... Franco fue mucho más hábil en los sesenta y setenta que Salazar y Caetano. Evidentemente, el ejército español era monolítico, exceptuando unos cuantos generales y coroneles liberales que eran mayoritariamente monárquicos. Y el PCE llevaba la bandera de la reconciliación desde hacía años, alejándose de Moscú y acercándose a líderes entonces más abiertos como Ceaucescu.

M.A.: Se habla frecuentemente de la última revolución de occidente. ¿Cree el profesor Rivas que eso es así? 

D.M.R.: Esa es una pregunta pertinente e interesante, pero de difícil respuesta. ¿Fue el último intento revolucionario de occidente?, ¿lograron algo los revolucionarios de abril? Pues sí y no. Aquí cabe muy bien esa nota característica del noroeste de la península ibérica: depende. Había una clara voluntad de un cambio radical en la sociedad portuguesa, incluso en sectores que podríamos considerar como más o menos conservadores. Y, además, muchos sectores, estos sí de la izquierda y de algunos liberales, estaban dispuestos a forzar el cambio incluso con un golpe de fuerza, con un golpe cívico-militar que venía latente desde los tiempos de Humberto Delgado. Pero las circunstancias históricas y sociales hacían muy difícil una revolución. En primer lugar no había referentes claros. No es la Baviera de 1918 o la Asturias de 1934, con un modelo soviético triunfante y atractivo. En 1974 la guerra fría está perdida ya para la URSS y sus socios subalternos. Aunque aún se producen episodios favorables al modelo comunista en Centroamérica o África, todos los indicadores socioeconómicos señalan hacia su decadencia inexorable. Además, en el caso portugués, la descolonización rápida y conflictiva de Angola y Mozambique había entregado a los dos nuevos países a movimientos de partido único y a unas administraciones tan corruptas o más que la colonial. El intento de la vía democrática al socialismo de Chile se había liquidado brutalmente por la intervención norteamericana y la pasividad, cuando no comprensión más allá de declaraciones grandilocuentes, por parte de las democracias liberales, con excepciones loables como las de los reinos de Suecia, Holanda o Noruega. Por otra parte, el eurocomunismo, el compromiso histórico del gramsciano Berlinguer, intentando una regeneración política en Italia a través del concordato entre el PCI y la Democracia Cristiana, que hasta el papa Pablo VI veía con buenos ojos, se hundió con el asesinato de Aldo Moro. Ese eurocomunismo fracasó en Italia, fue mal acogido por los comunistas franceses y mucho peor por los comunistas portugueses. A un tiempo, el PCE no tenía interlocutores para ese compromiso que no fueran otros que el príncipe Juan Carlos y el ejército de Franco, porque no había en España una derecha democristiana ni liberales. Portugal estaba, como la Asturias del poeta Pedro Garfias, sola en mitad de la Tierra. Además hablamos de un país pobre, con recursos muy mermados, y en plena crisis económica mundial.

A.F.: ¿Cómo se enfrentó Portugal a esa crisis que estalla en 1973? ¿Logró articular mecanismos y políticas para defenderse, para salir de ella? ¿Cuál fue la evolución económica del país tras la revolución?

D.M.R.: Portugal, en medio de los conflictos internos, tiene que hacer frente a la crisis económica, a la mayor crisis del capitalismo desde 1929 y que sólo vamos a volver a conocer en 2018. Es una crisis nueva, sistémica, una crisis de estanflación, con una inflación galopante, un incremento desbocado del paro y un profundo estancamiento. Ningún indicador económico resiste medianamente. Además la descolonización supone la llegada a Portugal de un millón de personas, los retornados. Portugal pasa en pocos meses de ocho millones de habitantes a nueve, de forma que uno de cada nueve portugueses es un retornado pobre, prácticamente indigente. Son campesinos que llegan de África con una mano alante y otra atrás, que no forman parte de la sociedad, ajenos a todo movimiento o sector vinculado a la revolución, a los partidos políticos, a los sindicatos, que son como extranjeros en su propia nación, que la desconocen. Llegan, además, con sentimiento de abandono, traicionados por la dictadura y olvidados por el nuevo régimen, cuando no mal vistos por colonialistas por parte de los revolucionarios. Son lo más parecido a un lumpemproletariado, presas fáciles para la reacción. Por si fuera poco, el gasto público improductivo se expandió, contribuyendo a alimentar la hiperinflación. El equilibrio sectorial se rompió y el sector servicios llegó a representar la mitad del PIB, especialmente por el enorme incremento de la administración. Con este panorama no es de extrañar que la crisis se cebara en Portugal. La industria entró en colapso y durante cinco años, de 1976 a 1981, el PIB cayó en términos reales a tasas sin parangón en el resto de Europa. Pero, a un tiempo, contra todo pronóstico, las conquistas sociales se consolidaron, también en lo económico. La revolución de los claveles rompió con la dictadura, al contrario de lo que sucedió con la transición española, que mantuvo casi intacta la estructura profunda del franquismo, cuestión que vemos a día de hoy. Sin ir más lejos, la posición de la derecha portuguesa, en la oposición, frente a la pandemia de la covid fue y es muy distinta a la que vemos en España. Eso por no hablar de la posición de cada derecha acerca de las dictaduras, de los golpes de estado fascistas o, en el caso de España, de la guerra civil.   

M.A.: Entonces sí que queda algo o bastante de la revolución de los claveles.

D.M.R.: Sí. La revolución del 74 dejó un enorme poso y, en general, para bien. La sociedad portuguesa se equilibró y las grandes desigualdades que había se redujeron drásticamente. Portugal era en 1974 uno de los países más desiguales de Europa y hoy no es así, mientras que en España y en algunos países del entonces bloque comunista ha sucedido lo contrario. También la revolución abrió el camino al ingreso de Portugal en la Unión Europea, beneficiándose junto con España de la llegada de fondos comunitarios, pero con un reparto de rentas mucho más equitativo. Es más, la propia Unión Europea del presente sería impensable sin el cambio que protagonizó Portugal hace casi cincuenta años porque, entre otras cosas, aunque no satisfizo los deseos de los comunistas o de algunos socialistas, dio esperanza y ejemplo a la clase trabajadora de otros países europeos y forzó a los gobiernos a enfrentarse a los problemas de una manera distinta a la diseñada tras la segunda guerra mundial.

A.F.: Muchas gracias, profesor Rivas, por este nuevo acercamiento a la historia y a la economía de Portugal, concretamente de esa apasionante época de los setenta, la de la última revolución europea. Continúa, amigo de este programa, emplazado para dar otra vuelta por el país vecino y hablar de más cosas.

D.M.R.: Muchas gracias a ustedes y un saludo a los oyentes.


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