"La revolución portuguesa ha estado muy mitologizada"


 

Alejandro Fonseca: Abrimos, como cada martes, Monchi Álvarez, la puerta de esta casa portuguesa.

Monchi Álvarez: Y con un amigo de hace tiempo, David Rivas, el mayor repunante del país astur y economista reputado.

A.F.: David Rivas, ¿qué tal?

David M. Rivas: Buena tarde, buena tarde.

A.F.: Economista y, sin embargo, amigo de esta buena tarde.

D.M.R.: Jejejé...

A.F.: Un día cambiaré el chiste, profesor.

M.A.: Si sigue funcionando, ¿para qué cambiarlo?

A.F.: Vamos a hablar de la economía, de la historia económica de Portugal porque, seguramente, no nos atrevemos a hablar de la de España.

D.M.R.: Bueno, yo me atrevo con casi cualquier cosa porque, como me da lo mismo lo que piensen los demás de lo que digo, que para eso me traen ustedes a su programa...

M.A.: Eso libera.

A.F.: Jejejé...

D.M.R.: Tampoco es totalmente verdad lo que acabo de decir. No temo opinar pero procuro hablar con conocimiento de causa y no ser frívolo. Además, sí tengo en gran consideración lo que algunos, no todos, piensan de lo que digo.

A.F.: A todos nos preocupa un poquito lo que otros piensan de nosotros, aunque seguramente con la edad relativizamos un tanto las cosas.

M.A.: Al menos, que no nos lo digan a la cara.

A.F.: También, también, que la sinceridad está muy sobrevalorada.

D.M.R.: La educación siempre ha sido un poco cínica.

A.F.: Vamos a hablar con el profesor David Rivas del Portugal de la revolución, incidiendo en los aspectos económicos, aunque habrá otros seguramente.

D.M.R.: Habría que empezar por mostrar cómo era la economía anterior a abril de 1974. Normalmente nos quedamos en la parte simbólica de la revolución, en la parte política, algo menos en la ideológica, pensando que se trataba de una sociedad muy uniforme y que esa revolución también era un movimiento muy homogéneo. Y las cosas no eran así. El análisis de la estructura económica nos arroja luz sobre el Portugal de los últimos años de la dictadura y sobre lo que aconteció después. Portugal era en 1974 una economía con unas características que la hacían única en el contexto europeo. Era el país que más crecía en Europa. En la última década de la dictadura el PIB había crecido un 120 por ciento en términos reales, lo que es una auténtica barbaridad, creciendo, en números redondos, a un 7 por ciento interanual. La producción industrial crecía a un 9 por ciento anual, el consumo privado a un 7, la formación bruta de capital fijo a un 8. La renta portuguesa pasó de situarse en el 38 por ciento de la Comunidad Europea de los doce, la actual Unión Europea, a hacerlo en el 56. Además presentaba un equilibrio estable intersectorial: la agricultura pasó de representar el 23 por ciento del PIB al 17, la industria del 37 al 44 y los servivios se mantuvieron en un 40. Por otro lado tenía unos indicadores de apertura comercial muy altos, herencia de su histórica relación con el Reino Unido y después también con Estados Unidos, pasando en diez años de una balanza por cuenta corriente deficitaria a otra con superavit. Esos datos no los daba España cuando era calificado su modelo como milagro económico. Pero también había otra cara no tan vistosa. El dominio del capital privado era prácticamente absoluto, incomparable con cualquier otro país europeo, no sólo con la intervencionista dictadura española, sino con Francia, Dinamarca, Bélgica, Reino Unido, Suecia... De hecho, el sector público sólo controlaba el correo y las comunicaciones, el armamento, un banco y una caja de ahorros. Ni siquiera la TAP, la compañía aérea de bandera, era pública, como tampoco los ferrocarriles. Y, evidentemente, estaba metido el país en una guerra colonial que obligaba a un enorme gasto público improductivo. 

A.F.: Una economía muy diferente al resto de Europa e incluso a la de España, con la que Portugal compartía un régimen dictatorial.

M.A.: Hasta que llegó la revolución.

A.F.: ¿Cuáles fueron los cambios posteriores?

D.M.R.: Los cambios van a comenzar con la crisis de 1973, que trastoca todas las economías y con gran virulencia en la Europa occidental, en los países capitalistas más avanzados, entre los que se encontraba Portugal. Es cierto que Portugal era, junto con Grecia, el país menos desarrollado de Europa, con algunas características estrictamente de subdesarrollo, bastante más  acusadas que, por ejemplo, las de España, pero lejos de lo que veíamos en América Latina o en África. La crisis, una crisis de lo que se llama estanflación, la suma de inflación, paro y estancamiento, se cebó en Portugal. Se produce una inflación de costes muy fuerte, muy visible en el incremento del coste laboral. El incremento de precios lleva a revindicación de subida de salarios que, a su vez, de lograrse ese aumento, lleva a una mayor subida de precios. Eso hace perder a Portugal su ventaja comparativa en el comercio internacional. La dictadura había basado su enorme crecimiento, entre otras cosas, en el mantenimiento de salarios bajos, sobre la base de una dura represión sobre el movimiento obrero. Pero la presión de los trabajadores forzó al gobierno a una subida de salarios, en un escenario de conflicto no vivido desde los años anteriores al asesinato de Humberto Delgado. Por otra parte, la guerra de África complicaba aún más las cosas, con un enorme gasto público en esos tiempos de alta inflación, lo que llevó al país a una verdadera hiperinflación. El círculo vicioso no dejaba de alimentarse. De este modo, aquel país que había tenido el mayor crecimiento de Europa desde 1960 pasó a ser el que menos crecía, abriéndose un horizonte de crecimiento nulo o de decrecimiento. El descontento social crece de forma impresionante y ese descontento penetra en los cuarteles, donde ya desde hacía una década las cosas no marchaban bien para el régimen. Ya a finales de 1973 parece más que probable, y así lo entienden los servicios secretos estadounidenses y británicos, una asonada militar que parece estar esperando sólamente por un director, un general, que al final resultó ser Spínola, un hombre maquiavélico, conservador, de estética decimonónica, con su monóculo, y, creen algunos investigadores, masón.

A.F.: ¿Y cuál es la respuesta de los aliados y valedores de la dictadura portuguesa?

D.M.R.: La verdad es que ninguna. Portugal, miembro de la OTAN, era una pieza fundamental en la guerra fría, con sus bases de Azores y Madeira, y su larga fachada atlántica. Pese a eso, los dirigentes militares de la alianza se fiaban más del gobierno español, más servil tradicionalmente y con un ejército leal a Franco de forma completa. La OTAN se limita a reforzar sus servicios secretos en Portugal, cosa que también hacen los Estados Unidos. Saben que, de haber un cambio, éste iba a producirse desde el ejército, no desde una convocatoria electoral como pasara en Chile. En este contexto, el presidente Ford sabe que no le interesa un movimiento como el de Nixon ni arriesgarse a una intervención que pudiera frenar el ejército portugués, en el que los oficiales comunistas eran bastantes y de gran prestigio. Tampoco era favorable a Estados Unidos un hostigamiento a un ejército que combatía en Angola y Mozambique a, entre otros, soldados cubanos. Y a esta inacción contribuyó la URSS, que no dió ni un paso significativo, más allá de declaraciones vacuas, en favor de un levantamiento izquierdista en Portugal. Pero es que Caetano y su gobierno no contó ni tan siquiera con el apoyo del gobierno español. Franco retiró todo su apoyo a Portugal ya en los sesenta, exigiendo un proceso de descolonización al estilo inglés y francés, tal vez en la creencia de que sus propios territorios africanos nunca iban a sublevarse. España se limitó a evitar cuanto pudo las condenas internacionales a Portugal. Hay un suceso muy significativo. El general Spínola le transmite al embajador español, Nicolás Franco Pascual de Pobil, sobrino de Franco, que hay un golpe de estado izquierdista en marcha. El embajador se lo cuenta a su tío y éste, el Generalísimo, lo comunica al consejo de ministros con una de aquellas crípticas frases suyas. Pero no hace nada. Es más, ni se lo comunica a su gobierno hermano de Lisboa. Al poco tiempo, en abril, los capitanes salen a la calle con sus tropas y se inicia la revolución de los claveles.

M.A.: Curioso el papel de Estados Unidos y de la OTAN, y el de España, que es un poco el de don Tancredo.

D.M.R.: El gobierno español teme un contagio desde Portugal pero, a la vez, Franco es muy consciente de que su ejército es monolítico, no como el portugués. Pero para Franco es más peligroso lo que está pasando en África. Desde finales de los cincuenta las cosas marchan mal para España. Primero fue Guinea y ahora es Ifni, y mañana podría ser Sahara, que acaba de conventirse en provincia, como Tarragona o Pontevedra. El Sahara ya no es un desierto de arena, sino un gran banco de pesca y un subsuelo muy rico. Tal vez, esto es una hipótesis pero que creo plausible, Franco veía la ocasión de quedar como el baluarte occidental en la región, pensando como ya lo estaba en su sucesión, en la transición hacia una monarquía que no podría mantener el modelo del 18 de julio. Y también pesaba otra razón: la crisis económica se estaba amortiguando sobre la base de cargar todos sus costes a las cuentas exteriores para evitar el estallido social, con lo que un refuerzo del régimen por parte de las potencias que dejarían de sostener a Portugal podía ser una buena salida.

A.F.: Y estalla la revolución de los claveles como fruto de todo eso que nos cuenta el profesor Rivas y como inicio de una nueva situación, de una nueva economía.

D.M.R.: La revolución portuguesa, seguramente por ser el último intento, o eso parecía, de un camino al socialismo en Europa y, sobre todo, porque la izquierda mundial se sacó la espina de Chile de un año antes, está muy mitificada, o más bien muy mitologizada. Portugal no era un país tan homogéneo como se suele pensar, ni tampoco el proceso fue tan lineal como también se cree. Los comunistas, que fueron los verdaderos artífices de la sublevación, se concentraban en el campesinado del Alentejo y en ciertas capas del proletariado de Lisboa y Oporto, así como entre los capitanes y los suboficiales del ejército y en sectores universitarios. Pero los socialistas, socialdemócratas cercanos al modelo alemán o sueco, también tenían gran presencia entrte los campesinos al norte del Tajo, los pequeños propietarios, el proletariado de las ciudades más pequeñas y tambien en la universidad. Y la derecha no había dejado de existir, claro que no, y tenía enorme fuerza entre los grandes propietarios al sur del Tajo, muchos generales y coroneles, la gran burguesía industrial y financiera, y los colonos ricos de África. En ese contexto, la revolución se produce por una gran conjunción de ideas y de circunstancias. La más inmediata es poner fin a la guerra colonial, que era una sangría enorme, especialmente entre el campesinado del sur, con gran peso demográfico. El servicio militar era obligatorio, con lo que los muertos los ponían los campesinos pobres, los del Alentejo, donde, además, el Partido Comunista era muy fuerte. También otros se movían por la democracia, por cambios sociales y económicos, y por un largo etcétera de razones. Así que confluyeron desde partidarios de una reforma del régimen hasta socialistas y partidarios, estrictamente, de un sistema comunista. En muy poco tiempo se intensificaron los conflictos entre, generalizando, las izquierdas y las derechas. Entonces empezó el llamado período de revolución en curso, un concepto ambiguo, vacío, que acuñaron desde el gobierno porque no sabían realmente qué pasaba y hacia dónde se caminaba. El caso es que hubo cinco gobiernos provisionales en un año, más que los ejecutivos de la primera república española en un mismo lapsus de tiempo. Los militares de derechas trataron de dar dos golpes de estado, uno en septiembre de 1974 y otro en marzo de 1975. El fracaso del primero radicalizó a la izquierda, lo mismo civil que militar, y el de marzo aún más. Este golpe lo pararon directamente los militares comunistas, que, al día siguiente del triunfo declararon que se iniciaba "la transición hacia el socialismo". En ese momento comienza un giro radical del modelo económico portugués.

M.A.: ¡Qué buen profesor es David Rivas! Se le entiende todo.

A.F.: ¡Sí señor! Y queda emplazado para otro martes con el fin de completar la historia económica de la revolución portuguesa.

D.M.R.: A su disposición, amigos Fonseca y Álvarez.

A.F.: Muchísimas gracias, profesor. Un abrazo.

D.M.R.: Un abrazo.

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