"Inés de Castro es el principal mito femenino de la historia de Portugal"
Alejandro
Fonseca: Entramos en esos minutos, Monchi Álvarez, que dedicamos a mirar de
frente a Portugal, olvidando la vieja costumbre de mirarlo de espaldas. Nos
acercamos a Portugal como cada martes con el economista y buen amigo del
programa David Rivas. ¿Qué tal, profesor?, buenas tardes.
David M.
Rivas: Buenas tarde Fonseca, buenas tarde Monchi Álvarez. Aquí estoy, en casa,
todavía no confinado pero esperando que lo ordenen un día de estos.
A.F.: Hoy se
le escucha muy bien.
Monchi
Álvarez: ¡No se mueva de ahí, de ese rincón!
D.M.R.: La
verdad es que yá localicé el punto mejor de la casa y lo hice, precisamente,
por el método prueba-error con ustedes. Pero esto de la telefonía y las redes
en el rural, digan lo que digan, no interesa a nadie en Oviedo.
A.F.: Antes
de hablar del personaje que nos sugirió vamos a pedirle un análisis de las
elecciones en Portugal, de lo sucedido hace dos días. Ya sabe que aquí
atracamos a los amigos cuando podemos.
M.A.: Y en
directo.
D.M.R.: El
resultado de las elecciones fue el esperado. La única duda se centraba en la
abstención, si iba a ser muy alta o no tanto. Que iba a ser alta era algo
sabido, en parte por la pandemia y en parte por cierto desinterés político de
amplias capas de la sociedad portuguesa. Resultó ser muy alta pero no tanto
como algunas encuestas pronosticaban. Se llegó a pensar en algo único en la
historia portuguesa: una segunda vuelta si la abstención llegaba al 70 por
ciento. Fue del 61 por ciento. La gran novedad es que la extrema derecha, la
candidatura de André Ventura, logró casi un 12 por ciento de los votos. Hasta
el domingo pasado Portugal era el único país de la Unión Europea donde,
sirviéndonos de términos muy al caso, el virus ultraderechista no había
entrado. Posiblemente la pandemia esté ayudando a este crecimiento de la
ultraderecha, en parte porque los líderes de estas corrientes manejan bien lo
de los teóricos recortes de libertades so pretexto de la salud, pero también
por otras cosas. Un estudio reciente realizado en Alemania señala que un
elevado porcentaje de los votantes de estas opciones es partícipe de las
teorías conspiranoicas, de forma que creen votar contra una conjura
internacional. Estos argumentos los pudimos escuchar este domingo pasado en una
manifestación ultraderechista en Madrid, cuando los periodistas preguntaban a
los participantes. De todas formas, las elecciones presidenciales portuguesas
nunca son muy importantes, pero sí bastante significativas. Marcelo de Sousa es
un conservador clásico, un tipo que no se trasladó a palacio sino que vive en
su casa, que conduce su propio coche, que todas las mañanas se baña en la playa
como un paisano más. Es, como les digo, un conservador clásico en el
sentido europeo de la palabra, no en el español, donde estos conservadores no
existen. Si miramos al sucesor de Merkel, Armin Laschet, nos encontramos con un
defensor de políticas suaves frente a la inmigración, un defensor de las
minorías, un típico demócratacristiano de Renania. De ese pelaje es De Sousa.
¿Por qué esa derecha no existe aquí?
M.A.: Vamos
ya al personaje de hoy.
A.F.: Vamos a
hablar de una noble gallega llamada Inés de Castro. ¿Qué relación tiene esta
mujer con Portugal y por qué el profesor Rivas la ha elegido para hablar hoy de
ese país?
D.M.R.: Es
que la historia de Inés de Castro es una historia apasionante. Aunque en ella
se mezclan historia y leyenda, lo cierto es que su historia real es, en sí
misma, material de romance, de novela. Sin entrar en las leyendas más o menos
truculentas que casi todo el mundo conoce, su vida, su historia, es
apasionante. Es la reina que reinó después de muerta. Eso ya nos lleva a un
drama romántico, novelesco. Hubo muchas mujeres muy importantes en la edad
media, una época menos oscura que lo que creyeron los renacentistas y los
ilustrados, pero la mayoría están ocultas en la literatura o en la tradición
oral, no en la gran historia. Así conocemos a María de Molina, Margarita
de Bressieux, Urraca l'Asturiana, Juana de Arco, Cristina de Suecia, Juana la
Loca... Sólamente Leonor de Aquitania se escapa de esa jaula literaria, pasando
a esa gran historia como lo que fue, reina de Francia y reina de
Inglaterra, con ejército propio y quitando y poniendo reyes. También tiene su
halo romántico como impulsora de los trovadores, del goliardismo, de la
recuperación de la tradición céltica y de la leyenda del grial. Pero la mayoría
de estas mujeres están escondidas tras la literatura, sobre todo tras el
romanticismo del XIX. Inés de Castro también está tapada por su leyenda de
ultratumba, por tener un amor prohibido entre guerras, conjuras y conspiraciones.
Es seguramente el mito femenino más conocido y más irresistible de la historia
de Portugal.
A.F.: Vayamos
a la historia. Luego hablaremos de la leyenda y de la literatura.
D.M.R.: Ella
nace en Galicia, no se sabe a ciencia cierta si en alguna aldea del valle del
Limia o en Monforte, y era hija bastarda de Pedro Fernández de Castro, que fue
el primer titular del señorío de Monforte. Eso la hacía bisnieta del rey
castellano Sancho IV el Bravo y tataranieta, nada menos, que de Alfonso X el
Sabio. Por tanto, su linaje era muy alto, llevando sangre de las aristocracias
gallega, asturiana, leonesa y castellana. La infancia y adolescencia las pasó
en Peñafiel, en la actual provincia de Valladolid, en el castillo del duque
Juan Manuel. Allí había una especie de minicorte donde se reunían en
torno al duque, un hombre culto, poetas, pintores, músicos... En cierto modo,
también hay un paralelismo entre la formación de Inés de Castro y la de Leonor
de Aquitania, aunque hay dos siglos de distancia. Su gran amiga en aquella casa
es la hija del duque, Constanza Manuel, a la que deciden casar con el infante
de Portugal, hijo de Alfonso IV. Inés acompaña a Constanza a Coimbra para la
boda y allí comienza nuestra historia. El infante Pedro y Constanza no se
querían, parece ser que ni tan siquiera se soportaban, y él reparó en Inés.
Estamos hablando de una época, mediados del siglo XIV, en la que ya el amor y
la libertad de elegir empiezan a parecerse a los conceptos actuales. No estamos
en la alta edad media del año mil. El infante se enamora de una forma que hoy
diríamos novelesca de Inés. Cuentan las crónicas que ella era rubia, muy guapa
y muy elegante. Sólo tenemos ese dato porque no hay ningún retrato de la
gallega. Toda la iconografía de Inés de Castro es ya la idealizada del
romanticismo decimonónico. El caso es que la relación íntima entre Pedro e Inés
se inicia. Constanza, dándose cuenta del asunto, le pide a Inés que sea madrina
de su primer hijo porque había una tradición muy curiosa: ser madrina obligaba
a no interferir en el matrimonio de su madre, de tu comadre, en definitiva. No
sabemos si Inés hubiera cumplido con la norma porque el niño murió casi recién
nacido. Esto, como supondrán los oyentes, iba a alimentar la leyenda. A partir
de ese momento la relación entre los amantes se hace evidente en la corte y se
hace vox populi por las calles de Coimbra, capital entonces de Portugal.
Alfonso IV no encuentra otra solución que obligar a Inés a exiliarse. Ella se
instala en Alburquerque, en la actual provincia de Badajoz, bajo la tutela de
Alfonso XI de Castilla, su tío abuelo. Pero Alburquerque estaba muy cerca. Las
cartas y los emisarios del infante portugués son muy habituales, y se cuenta,
leyenda de nuevo, que el mismo Pedro la visitaba. Pero las cartas existen, son
documentos materiales. Un año después de la llegada de Inés a Alburquerque
muere la reina Constanza. Pedro la lleva entonces a Coimbra, al convento de
Santa Clara, que estaba justamente enfrente del palacio real. De hecho, se
veían desde sus balcones, porque la exime de profesar los votos como monja.
Además, evidentemente, retoman sus relaciones amorosas hasta el punto de tener
cuatro hijos. Y un día de 1354 se casan en secreto ante el obispo de Guarda. Ya
no hablamos de un amor adolescente: Inés tiene ya 29 años y Pedro 33, que son
muchos para la época. Esta historia es interesante y nunca los románticos
repararon en ella: el matrimonio es cuestión desconocida para Alfonso IV de
Portugal y para Alfonso XI de Castilla, pero seguramente sabe de ello el papa
Inocencio VI. A partir de este momento, la historia y la leyenda se
entrecruzan.
A.F.: ¿Y se
puede distinguir la historia de la leyenda?
D.M.R.: Sí,
claro. Hay fuentes históricas de sobra.
M.A.: Ella es
asesinada.
D.M.R.:
Permítanme un chiste: el problema surge con los cuñados.
M.A.:
¡Siempre surge el problema con los cuñados!
D.M.R.: Es
verdad, es cierto. Los hermanos de Inés intentan aprovecharse de su posición
para intrigar en Portugal. Ellos no saben que está casada con el infante y
piensan que es, simplemente, su amante, con lo que, como hermanos varones,
tienen autoridad sobre ella. Entonces Inés empieza a aparecer como una amenaza
para el reino portugués porque, al fin y al cabo, sus hermanos son súbditos del
rey de Castilla. Alfonso IV reúne a su consejo y deciden matarla como única
solución. Y aquí se vuelve a cruzar la leyenda: tres consejeros del rey se
prestan a llevar a cabo el crimen. Esto es muy poco probable. Lo normal es que
enviaran a unos cuantos siervos con el pago de dinero y manumisión, a algún
asesino a sueldo o a un soldado leal a su rey. Inés es degollada, eso es lo que aseguran
la historia y la posterior ciencia forense, pero la leyenda nos cuenta que fue
apuñalada tres veces en el pecho, dándole una puñalada cada uno de los
consejeros de Alfonso IV. La leyenda es conforme a las más viejas tradiciones:
tres consejeros, una puñalada de cada uno, tres puñaladas en el pecho, el puñal
como arma arquetípica del traidor... Es enterrada en la iglesia de Santa Clara,
en el convento en el que vivía, ataviada con el hábito de las clarisas. El
infante Pedro, airado y desconsolado, se alza en armas contra su padre,
abriendo, otra vez más en Portugal, un reino débil entonces, una guerra
intradinástica. Interviene entonces su abuela, la reina madre, para poner
orden. La reina Beatriz, consciente de que Castilla podía aprovechar la disputa
o un trono vacante para invadir el reino, como ya hiciera años atrás hasta el
desastre del ejército franco-castellano en Aljubarrota. La vieja reina logra el
pacto entre su hijo y su nieto. Cuando muere Alfonso IV, creo recordar que en
1357, sube al trono el infante, ya como Pedro I. Entonces, tras hacer pública
el acta de matrimonio, decide trasladar los restos de Inés a la catedral de
Alcobaça, al panteón de los reyes portugueses. Y de nuevo surge la leyenda que
nos cuenta que, antes de sepultarla, sienta su cadáver en el trono, le ciñe la
corona de Portugal y obliga a los nobles a que le besen la mano y se arrodillen
ante ella. Eso es leyenda, sin duda. Pero en Portugal era común que, en
circunstancias como esta, se hiciera una figura de cera con los rasgos del
muerto y que recibiera un último signo de lealtad. Es posible que Pedro I
hiciera eso: un muñeco de cera vestido con las ropas de Inés y con la corona de
las cuatro torres en la cabeza, frente al que desfiló toda la nobleza
portuguesa. Lo que sí es cierto es que el rey ordena para ella un sepulcro de
piedra blanca con su figura coronada encima, dándole un entierro de reina. Poco
después decide construir su propia tumba al lado de la de su mujer, pero no en
paralelo, como es lo habitual, sino enfrente, oponiendo pies con pies. Su idea
era que, cuando llegara el día de la resurrección, al levantarse, se viera él
frente a ella y poder abrazarla. Yo, como seguramente muchos de nuestros
oyentes, he visto los sepulcros en Alcobaça. Son muy bellos, como lo es la
historia real, relatos casi de Poe al margen. Y nos queda otra parte histórica
de la huella de Inés de Castro: un gran número de los reyes y reinas de Europa
llevan su sangre. Reyes y reinas de Portugal, de Castilla, de Baviera, de
Inglaterra, de Aragón, de Dinamarca, son herederos de los cuatro hijos que
Pedro I tuvo con ella. De nuevo es algo que comparte con Leonor de Aquitania,
con la que hago paralelismos desde el principio.
M.A.: ¡Qué
buena historia, David Rivas!: Inés de Castro, reina después de muerta.
D.M.R.: Hay
más. Los asesinos de Inés de Castro se habían refugiado en Castilla pero el rey
portugués, con la complicidad de Pedro I de Castilla, el Cruel o el Justiciero
según el bando, los localizó y los llevó a Coimbra. A los dos, vivos, les
arrancaron el corazón, a uno por el pecho y a otro por la espalda. De esta
brutal ejecución existe documentación.
A.F.: ¿Pero
no eran tres?
D.M.R.: A eso
voy, al cruce de lo histórico con lo legendario. El hipotético tercer asesino
fue perdonado, dicen que para que proclamara las virtudes de Inés. Si hubieran
sido consejeros de Alfonso IV sabríamos sus nombres, cosa que no sabemos. Tres,
tenían que ser tres; y nobles, tenían que ser nobles. Este tipo de ejecución no
era muy corriente pero aún siendo verdad que se hizo así, enlaza con las
tradiciones mistéricas. A veces la leyenda se come a la historia, otras veces
la historia se aprovecha de la leyenda. Hay un totum revolutum de
complicada disección. Cuando El Cid hace jurar a Alfonso VI le amenaza con
"sáquente el corazón por el siniestro costado", pero ese castigo
también los encontramos en los rituales de los templarios, de los teutones, de
los francmasones... Pero toda la historia de Inés de Castro es verdadera salvo
lo de la entronización de su cadáver, que sí es un cuento tradicional moralista
elevado a literario por el romanticismo decimonónico. Como les decía al
principio, Inés de Castro es la figura femenina por excelencia de la historia
de Portugal. Hagan una prueba: cuando viajen a Portugal pregunten a cualquiera
por la mujer más importante de su historia.
A.F.: Una
historia apasionante la de Inés de Castro, hoy bajo la visión de David Rivas,
un ilustrado, economista y, a pesar de ello, amigo. Un abrazo, profesor.
D.M.R.: Un
abrazo para los dos.