"Lourenço basa la identidad nacional en el sentimiento"
Alejandro Fonseca: Iniciamos a esta hora, Monchi Álvarez, una vuelta por la historia.
Monchi Álvarez: Y dándola
por ese país que tanto nos gusta: Portugal.
Alejandro Fonseca:
Contamos con un buen conocedor del país vecino, por el que tiene gran entusiasmo.
Buenas tardes, David Rivas.
David M. Rivas: Buenas
tardes, Alejandro Fonseca; buenas tardes, Monchi Álvarez.
A.F.: Tenemos un montón
de cosas pendientes sobre economía con el profesor Rivas, cuestiones de las que
hablaremos en los próximos días.
D.M.R.: Vale, cuando
quieran estaré a su disposición.
M.A.: David Rivas siempre
dice que es un profesor de economía que viene a La buena tarde a hablar de otras cosas.
A.F.: Hoy, en nuestro
paseo por Portugal vamos a detenernos en un personaje notable y seguramente
poco conocido, Eduardo Lourenço.
D.M.R.: Les propuse
hablar de este hombre porque, precisamente, murió el día 1, hace tres semanas. Seguramente
Lourenço es el gran filósofo portugués del siglo, un hombre que supo pensar con
gran lucidez sobre la realidad de Portugal, analizando su pasado, sus raíces,
la contemporaneidad y atreviéndose con el futuro. Además, se trata de un autor
claramente lusista pero que a un tiempo es iberista y firmemente europeísta. Y
consigue hilvanar las tres líneas de una forma magistral, cosa que no encontramos
en muchos pensadores portugueses y aún menos en españoles.
A.F.: Hace falta tener
conocimiento y lucidez política para ser, no sé si decir nacionalista, lusista en este caso, y capaz de tener una visión más
amplia de lo que suele ser habitual en este tipo de pensamiento político.
D.M.R.: Es un hombre
profundamente arraigado a su tierra y también un viajero incansable, un
errabundo, sobre todo por Europa, aunque también por Brasil. Para los
portugueses Brasil era, hoy lo es menos, una parte suya, como lo era Estados
Unidos para los ingleses, con una unión sentimental que nunca tuvieron los
españoles, pese a la retórica oficial, con América. Sí hubo en España fuertes
ligazones y fuerte sentimiento fraterno con América en el caso de tres
comunidades: de los gallegos, los asturianos y los canarios con Cuba, de los
gallegos y los asturianos con Argentina, de los asturianos con México y de los
canarios con Venezuela. El caso es que Lourenço nace en 1923 y con treinta años
ya se traslada a Alemania. Estamos hablando de los años en los que está
naciendo la Europa que hoy conocemos, lo que actualmente es la Unión Europea.
Coincide la madurez intelectual de Eduardo Lourenço con la consolidación de lo
que hoy es esa unión, con todos los debates entre funcionalistas y
constitucionalistas, las polémicas nacionalistas de De Gaulle y sus
enfrentamientos con el Reino Unido, la guerra fría, el conflicto de Berlín…
M.A.: ¿Cómo es su vida?,
¿cuál es su trayectoria vital durante más de nueve décadas?
D.M.R.: Nace en Sâo Pedro
de Rio Seco, una aldea en la frontera con la provincia de Salamanca, muy cerca
de Fuentes de Oñoro, en, como decía antes, 1923. Su familia es acomodada, no
muy rica pero sí lo suficiente en el Portugal rural de la época. Era una
familia conservadora. De hecho, lo envían a estudiar lo que sería nuestro
bachillerato al Colegio Militar de Lisboa, no precisamente un referente del
pensamiento ilustrado de entonces. Más tarde se va a la Universidad de Coimbra,
donde se encuentra con otro modo de ver las cosas. Coimbra le abre los ojos.
Allí se licencia en ciencias histórico-filosóficas en 1946 y pasa a ser profesor
de filosofía hasta que se traslada a Alemania en 1953. Es en esos años cuando
publica su primer libro, que titula, premonitoriamente acerca de su vida
intelectual futura, Heterodoxia. Una
vez en Alemania, imparte clase de cultura portuguesa, primero en la Universidad
de Hamburgo y luego en la de Heidelberg. Más tarde se traslada a la Universidad
de Montpellier, donde imparte la misma asignatura. Viaja unos años después a
Brasil y da clase de filosofía en la Universidad de Bahia. Vuelve a Europa y retoma
sus clases de cultura portuguesa en las universidades de Grenoble y Niza. Por
último, recala en la Universidad de Vence, también con la misma asignatura.
Allí, en La Provenza, va a vivir el resto de su vida, compatibilizando su
trabajo universitario con ser consejero de cultura en la embajada portuguesa en
Roma. Es, por tanto, un hombre con fuertes ligazones a su tierra y, a la vez,
con amplios horizontes. Quizás podamos verlo como un portugués arquetípico. Yo
suelo decir que me gusta Portugal por muchas cosas y, entre ellas, porque es un
pueblo de campesinos y navegantes, anclados en la tierra y, a un tiempo,
mirando al horizonte del mar.
A.F.: Se ve claramente lo
que explica: anclado en su tierra y cosmopolita, y llevando la cultura de su
país por todos los sitios por los que pasó, como queda claro viendo su
especialización docente en media docena de universidades.
D.M.R.: Él plantea la
identidad portuguesa de una forma muy curiosa. Es una persona muy difícil de
catalogar, además de resistirse a ser catalogado. Escribió decenas de libros y
centenares de ensayos sobre filosofía, historia y literatura. Buceó en todas
las ciencias sociales, aunque se ocupó muy poco de la economía, por más que
publicó algo en esta materia. Está influido, por lo que respecta a la
filosofía, por Husserl, Nietzsche, Kirkegaard, Heidegger, Sartre…, mientras que
sus referentes literarios son Camus, Kafka y, sobre todo, Dostoyevski. Por todo
ello podríamos situarlo en el existencialismo, pero él mismo afirma no estar
adscrito a esa corriente. Sin embargo, entiende la identidad portuguesa a
través de la saudade, es decir, a
través del sentimiento, una interpretación de la realidad muy cara a los
existencialistas. Le pasa lo mismo con sus posiciones políticas. Lourenço es un
hombre de izquierdas pero tremendamente crítico con la izquierda,
particularmente con las izquierdas francesa y portuguesa. Es algo que
apreciamos con claridad en sus ensayos sobre la revolución de 1974, la de los
claveles, con su análisis fino sobre antecedentes y consecuentes. Quizás esta
posición le viene, y esta es una hipótesis que aventuro, es una percepción
personal, de las enseñanzas de Montaigne. El único libro que publicó Lourenço
sobre un personaje que nada tiene que ver con Portugal es Montaigne o la vida escrita, ya en los noventa. Recoge todo el
escepticismo del gran filósofo francés y, sobre todo, la idea de no reducir la
realidad a lo binario ni a la opción entre dos planteamientos simples. Eso
lleva a Lourenço a su crítica a la interpretación dialéctica de la realidad y a
toda la metodología consiguiente, y con ello a su distancia hacia la izquierda
tradicional. Es un autor muy polémico, que se atreve con todo, incluso cuando
armó una muy gorda en los ámbitos académicos con su ¿Presencia o contrarrevolución del modernismo portugués? También
escribió mucho sobre la literatura portuguesa, con tres libros sobre Pessoa y
uno sobre Camoes, y su obra principal tal vez sea una sobre esta materia: El canto del signo. Existencia y literatura.
En este libro trata de la crítica como metáfora y, en un segundo plano, un
análisis de la literatura portuguesa conforme a esa peculiar visión de la
crítica literaria.
A.F.: Pessoa, Alemania,
la revolución de los claveles… Estamos hablando de una época, de unos personajes
y de unos acontecimientos que marcan la vida de Eduardo Lourenço.
D.M.R.: Es un filósofo
que yo conocí muy tarde, hace cuatro días, como aquel que dice. Llegué a él a
través de un libro de Pessoa en el que el prologuista, que no recuerdo su
nombre, lo mencionaba. Es un libro que compré en Oporto hace quince o veinte
años. Vamos, ayer, porque para mí ya, como en el tango, veinte años no son
nada. Y empezó a interesarme su figura por cómo él lleva la identidad al
terreno del sentimiento. Publicó en los setenta el libro El laberinto de la saudade y que, ¡ojo!, lleva por subtítulo Psicoanálisis mítico del destino portugués.
M.A.: ¡Psicoanálisis
mítico del destino portugués!, indagando en la identidad nacional.
D.M.R.: Y estamos
hablando de finales de los setenta. No estamos en los años veinte o treinta,
cuando los fascismos y su terminología grandilocuente, con aquello de “España
como unidad de destino en lo universal”, por ejemplo, una grandilocuencia que
también asumió el comunismo e incluso a veces el anarquismo. Eran tiempos de
totalitarismo, en el sentido de que hablamos de ideologías totalizantes, que
buscaban entender y dominar la totalidad, no necesariamente de regímenes
políticos como después quedó reducida la idea. Pero es que Lourenço retoma ese
término ya en el año 2000 en Mitología de
la saudade, que lleva por subtítulo Ensayo
sobre la melancolía portuguesa. Vuelve a la idea del sentimiento como base
de la identidad. Eso le es muy cercano a un asturiano o a un gallego: la saudade, la señardá, la morriña, son,
en el fondo, lo mismo. El asturiano que está fuera siempre está deseando volver
a casa y siente nostalgia de la tierra; mientras que el asturiano que está aquí
siente nostalgia de un país que existió y que ha dejado de existir, tal vez la
aldea perdida. Es la señardá, una
forma rara de sentir placer en estar triste, una melancolía gozosa. Eso pasa
también entre portugueses y gallegos, aunque, poco a poco, las diferentes
evoluciones socioeconómicas que las tres comunidades tuvieron en las últimas décadas
han introducido cambios, unos superficiales y otros más profundos. Este libro
del que hablamos está escrito en francés, como la mayor parte de su obra. El
resto está en portugués. Es una radiografía extraordinaria del alma portuguesa,
por decirlo de alguna manera, de la identidad de Portugal y de su papel en el
mundo, tanto en la historia como en el presente. Se trata de una verdadera
cosmogonía lusa. Lourenço tiene una frase en este libro que a mí me gusta mucho
y que refleja mucho más de lo que poéticamente aparenta: “la historia es la
ficción suprema de la humanidad”. A mí me parece una frase de enorme
luminosidad.
A.F.: Un personaje poco
conocido, tan poco que si le dijera que había oído hablar de él antes de hoy,
le estaría mintiendo.
M.A.: Un ejemplo más de
cómo España vive de espaldas a Portugal: no conocemos a sus personajes.
D.M.R.: Yo no sería tan
duro en este asunto con los españoles. Es cierto que España y Portugal vivieron
largos siglos de espaldas, pero por ambas partes, no sólo por lo que toca a
España. Es cierto que el español medio, ese Pepe
Españolito, veía, o sigue viendo, a los portugueses con un cierto aire de
superioridad. Es gente que nunca salió de casa. Aún hoy un sesenta por ciento
de los españoles nunca salió de España y del cuarenta que sí lo hizo, la mitad
fue para trabajar. Por eso andan con las orejas gachas por el mundo salvo por
Portugal, una gente que, piensan, habla un español agallegado un tanto cerrado.
Esto se está acabando, afortunadamente, pero, además, me da la sensación de
que, en otros ámbitos, la cosa es diferente a lo que piensa Monchi Álvarez. Es
verdad que Lourenço no es conocido en España, pero tampoco lo es en Portugal,
no sé, digamos que García Calvo o José Luis Sampedro. Y, desde luego, dudo que
en Portugal se lea a Lorca más que en España a Pessoa. Y, desde luego, ningún
español es leído en Portugal más que se lee en España a Saramago, Lobo Antunes
o Sousa Tabares.
M.A.: ¿Se puede ser
profundamente lusista y a la vez iberista?
D.M.R.: Remitiéndome a
las pruebas, yo creo que sí. Fueron bastantes los lusistas que fueron
iberistas, cosa que no se da tanto en el españolismo. Durante el régimen de
Franco, con aquel Pacto Ibérico firmado con Salazar, hubo fascistas iberistas,
pero siempre viendo a Portugal en una situación subordinada. El españolismo
siempre vio a Portugal como algo que se había desgajado del imperio español,
mientras que los portugueses, evidentemente, no lo compartían, pero tampoco
veían a España como un imperio del que escaparon, ya que ellos tuvieron un
imperio, no tan grande en extensión, pero sí en relaciones comerciales y que,
además, aún lo tenían en los noventa del siglo XX, aunque sólo fuera Macao. Hubo
iberistas portugueses muy importantes, incluído el mismísimo Camoes, tendencia
que no encontramos en los grandes autores españoles de la época, salvo algunos
fronterizos como, sin ir más lejos, Cervantes. Yo no abarco tanto como Lourenço
y bastante tengo con ser asturianista y europeísta, pero si fuera iberista,
creería que el gran error de España lo cometió Felipe II cuando, teniendo la
oportunidad, no llevó la capital a Lisboa. La historia hubiera sido muy
diferente, posiblemente se hubiera mantenido la unidad, la evolución del
imperio hubiera sido muy otra y seguramente los borbones nunca hubieran ocupado
el trono hispanoluso. Pero, como se suele decir, esa es otra historia.
A.F.: Desde luego que
Lourenço parece un personaje interesantísimo para el pensamiento, para entender
Portugal, tal vez para entender Europa, y es triste que sea tan desconocido en
España.
D.M.R.: En parte es un
problema de potencia idiomática. El inglés lo domina todo, el español gana
posiciones, más en literatura y creación en general que en ciencia, mientras
que el francés retrocede. El chino y el árabe tienen limitaciones evidentes y
las lenguas menos difundidas, como la portuguesa y también la alemana, lo
tienen muy difícil. Raro sería que algún año el bestseller no fuera un libro
escrito originalmente en inglés, incluso en las temáticas científicas y artísticas.
De hecho, de toda la obra de Lourenço, sólo se tradujo al español Nosotros y Europa o las dos razones. Ese
es, precisamente, el primer libro que escribe sobre Europa y su futuro, de
finales de los ochenta. Pero más tarde escribe Europa desencantada: para una mitología europea. Es decir, aplica
la misma metodología que había utilizado para entender la identidad portuguesa
para, ahora, entender la identidad europea. Lourenço se siente portugués hasta
la médula, profundamente lusista, pero también radicalmente europeo y
europeísta. A mí me recuerda un tanto a Zweig, que, siendo profundamente judío
y vienés, austrohúngaro, es un europeísta, un referente intelectual paneuropeo.
Ambos llevaron sus cruces lo mejor que pudieron, aunque Lourenço es menos triste
que Zweig, seguramente porque la vida lo trató mejor y el mundo en el que vivió
no fue tan cruel. De hecho, Lourenço vivió 97 años, los últimos treinta en la
dulce Provenza, tierra de trovadores, hasta que decidió pasar sus días finales en
Lisboa, donde murió, tal vez recordando el fado que nos susurra que “Lisboa,
velha cidade, vem pola beira do rio”. Leyendo una necrológica sobre Lourenço de
no recuerdo quién, el autor recordaba una frase de otro gran autor portugués,
Teixeira de Pascoaes: “el futuro es la aurora del pasado”. Esta frase yo la
recordaba bien, pero quien me la devolvió ese día, acababa diciendo que, creo
citar bien, Lourenço es “el alba del pensamiento portugués contemporáneo”.
Puede ser.
A.F: Interesantísimo
personaje que David Rivas nos trae desde Portugal en este último viaje por la
historia del 2020. Muchas gracias y feliz año, profesor.
M.A.: Feliz año, amigo
Rivas.
D.M.R.: Feliz año para
ustedes y los oyentes. Y, como nos cuenta el anuncio de la sidra, al 20 que le
den.