"El Reino Unido lleva camino de convertirse en un estado gamberro"
Alejandro Fonseca: Siguiendo
con esta tarde tan europea, vamos a hablar con un economista conocido de los
oyentes, David Rivas, sobre el brexit.
Buenas tardes, profesor, ¿qué tal?
David M. Rivas: Muy bien,
Fonseca, aquí, en casa, en la aldea.
A.F.: El brexit, esa salida del Reino Unido con
acuerdo, que lo tenía, que luego no lo tuvo, y que parece una telenovela desde hace un año o más. Creíamos que se había llegado a un acuerdo pero Boris Johnson, que no es que sea el dueño de Gran Bretaña pero lo parece, ahora dice que no a lo que había dicho que sí hace poco más de tres o cuatro meses. Esto va a traer problemas, ¿verdad?
D.M.R.: Creo recordar que
la última vez que hablamos sobre este asunto fue precisamente cuando se llegó
al acuerdo y yo ya valoraba como algo muy negativo la ruptura, aunque fuera
pactada.
A.F.: Sí, es cierto.
D.M.R.: El acuerdo para
la salida del Reino Unido entró en vigor el 31 de enero de este año. El Reino
Unido dejaba de ser miembro pero, para evitar una verdadera catástrofe
económica, lo prorrogaron hasta el 31 de diciembre. De esta manera, el Reino
Unido dejaba de tener diputados y comisarios, pero seguía contribuyendo al
presupuesto común, seguía sometido a las leyes europeas y seguía gozando del
paraguas de la Unión Europea, además de continuar en el mercado común. Iba a
haber una revisión del acuerdo en junio pero, a causa de la pandemia, el asunto
se trasladó a septiembre. Es decir, que los problemas que se hubieran planteado
en junio se trajeron a septiembre, aunque matizados y ampliados. Sin embargo,
ha habido un desinterés general por la cuestión, seguramente porque la pandemia
de la covid lo dejó todo en un segundo plano y lo sigue dejando, de forma que
la opinión pública casi se ha olvidado del brexit.
Es lo mismo que, a nivel doméstico, nos ha sucedido con el conflicto catalán,
que parece que dejó de existir, cuando la verdad es que se encuentra en el
punto donde se encontraba y que, si algo ha cambiado, es el pleito abierto
entre los partidos nacionalistas. Pero la situación sigue igual de empantanada,
por más que la pandemia la haya orillado, seguramente porque es cierto que se
trata de una cuestión mucho más importante, ecosistémica. Pero en estas cosas y
en otras el mundo sigue girando y las personas afrontamos una multiplicidad de
problemas.
A.F.: Bueno, la gente
piensa eso a veces guiada por nosotros, los medios de comunicación, que en su
mayoría han dejado de hablar de cualquier cosa distinta al coronavirus.
D.M.R.: Sí, es verdad, y
especialmente si tiene como paisaje la Comunidad de Madrid.
A.F.: También eso es
cierto.
D.M.R.: Pues resulta que
el problema es más peliagudo de lo esperado. En este tiempo Johnson impulsó la
ley de mercados, que es una verdadera violación de la legislación
internacional, con lo que, a mi parecer, Bruselas se ha resignado a un cierre a
la brava y a acudir a los tribunales.
A.F.: ¿Tan mal está la
cosa?
D.M.R.: Si atendemos a
cómo se fue negociando hasta hace unos meses y a cómo se trabaja a día de hoy,
vemos con claridad que la situación ha empeorado notablemente. A veces se
piensa que una negociación sin ruptura previa o con un horizonte temporal para
esa ruptura garantiza una negociación más cómoda, es decir, que con un Reino
Unido dentro de la Unión durante un año y con posibilidad de abrir nuevas prórrogas
de mutuo acuerdo, las cosas serían más fáciles. Y debería ser así. De hecho, lo
normal es que las cosas sean así. Pero estamos hablando de firmar un acuerdo de
libre comercio y eso no es negociar un cupo de recepción de refugiados o repartir
fondos estructurales. El acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y
Canadá llevó cinco años y fueron casi diez lo que llevó el firmado con
Australia. Tenga en cuenta que hay que discutir miles de rubros y, a veces,
negociar uno por uno. Después debe ser aprobado por la Unión Europea y por el
parlamento británico, y también por 27 parlamentos más, con sus nuevas
discusiones y sus peculiaridades. Incluso podría darse el caso, eso yo no lo sé
porque no soy experto en derecho constitucional y menos del de 26 países, que
del español algo conozco, que en algunos casos haya que recurrir a un
referéndum. Es que la ley de mercados de Johnson pone a la Unión Europea ante
una situación muy complicada: a escasos kilómetros de sus costas aparece una
potencia competidora, una gran potencia económica además, con ayudas públicas
abusivas, con una bajísima fiscalidad, con un horizonte de desregulación y de
reducción de los derechos laborales, con una política ambiental de las peores
del mundo desarrollado… ¿Debe aceptar todo eso la Unión Europea, sus
ciudadanos, sus trabajadores, sus empresarios? ¿Puede aceptar como aliado,
aunque sea con una laxa libertad de comercio, que pone en riesgo los programas
de tansición energética, lucha contra el cambio climático, reestructuración
económica en definitiva?
A.F.: ¿Por qué el asunto
de los caladeros pesqueros es tan importante, según vemos en todos los medios
de comunicación?
D.M.R.: Es muy importante
para España, la única potencia pesquera de la Unión Europea. A día de hoy son
unos 115 barcos de bandera española faenando en caladeros británicos, unos
caladeros que representan la mitad de las aguas pesqueras actualmente
comunitarias. En esas aguas, el caladero atlántico nordeste, la flota pesquera
española captura casi diez mil toneladas al año. La iniciativa de Johnson, de
progresar, podría acarrear más de diez mil puestos de trabajo. Por eso se habla
tanto de ello. Pero hay otro elemento que no es de menor importancia: la ley de
pesca sostenible preparada por la Unión Europea para la década viniente dejaría
de estar vigente en esos caladeros. Tampoco debemos olvidarnos del Atlántico
sur, el caladero de las Malvinas, muy importante para la flota gallega.
A.F.: El caso es que en
las últimas semanas todo ha ido a peor.
D.M.R.: La ley de
mercados significa romper el acuerdo de salida del 2018, pero también el
acuerdo de la frontera irlandesa e incluso el acuerdo de viernes santo, lo que
llevaría a una peligrosa situación al Reino Unido y a la república de Irlanda, miembro
de la Unión Europea. El Reino Unido ha roto con la legislación internacional y,
si en lugar de ser quién es, estuviera en otras latitudes y con otra cultura e
historia, sería calificado como estado
gamberro. Sólo nos cabe una duda: si esto será una bravuconada más de Johnson
o si juega en serio. Hasta ahora ir de matón le ha salido bastante bien. Y en
este asunto nos enfrentamos a un problema añadido, todos, pero especialmente
los británicos: el Reino Unido no tiene constitución. Al no tener ley escrita,
toda su reputación se ha venido basando en su palabra. El Reino Unido siempre
ha sido fiable en los acuerdos internacionales porque se veía obligado por lo
firmado. Por eso es, históricamente, paradigma de cinismo y de diplomacia,
porque miraba muy bien qué prometía. Tal vez el caso más claro es cuando
declaró la guerra a Alemania para responder al tratado con Polonia, en un
momento en el que Londres estaba solo, sin aliados, y frente a un enemigo que,
en principio, era muy superior. El Reino Unido había prometido defender la
independencia polaca y cumplió su promesa. Eso unió sentimentalmente a la
población con su rey y con su gobierno. Pero, hoy, ¿qué ofrece Johnson?:
desunión e incertidumbre. Por eso, por mucho que la Unión Europea hable de
acudir a vías judiciales, el problema no es legal sino político, y de gran
hondura política, de gran hondura de filosofía política. Y es un problema
político en lo externo al Reino Unido, el que nos da al resto de los europeos,
pero también interno. Hace unos días los parlamentos de Gales y de Escocia
empleaban los mismos términos, cuando decían que Johnson estaba socavando la
democracia. Y el de Escocia iba un paso más allá, hablando de un ataque a la
transferencia de poderes. Es más, la primera ministra escocesa, Nicola
Sturgeon, tildó a Johnson de tipo temerario, incompetente y sin principios. Y
dijo más, soltando una frase que se puede traducir perfectamente de cara a un
futuro no muy lejano. Dijo, textualmente, que “Escocia puede hacerlo mejor y
tendremos la oportunidad de hacerlo”. Como nos recuerdan las escrituras, “el
que tenga oídos que oiga”. Y vamos más allá: los cinco premier vivos, tanto laboristas como conservadores, han pedido a
Westminster que no apruebe la ley de mercados. Y por lo que respecta a la Unión
Europea, ninguno de los 27 miembros lo admite, ni el más euroescéptico de los
gobiernos. Por último nos queda el caso singular de Irlanda. Dublín exige que,
conforme lo acordado, Irlanda del Norte siga en el mercado común. Tenga en
cuenta que con la ley de Johnson, sólo cabe una alternativa: o una frontera
entre la república de Irlanda e Irlanda del Norte, o una frontera entre Irlanda
del Norte y el resto del Reino Unido. Eso es un desastre. Y no olvidemos que la
actual vicepresidenta del parlamento europeo y responsable de servicios
financieros es la irlandesa Mairead McGuinnes.
A.F.: Por eso esa es la
parte más complicada del acuerdo y, por lo que dice, profesor, seguimos en la
misma situación o en una peor.
D.M.R.: Ya les comentaba
yo hace unos meses que la marcha hacia el 31 de diciembre va a estar
condicionada en buena medida por el resultado de las elecciones en los Estados
Unidos. Si gana de nuevo Trump, posiblemente Johnson se envalentone y se atreva
a ir a la ruptura total sin atender a razones. Por el contrario, si gana el
tándem Biden-Harris, las cosas pueden variar, porque los demócratas, viéndolo
desde su propio país, están horrorizados con lo que está pasando en las
relaciones internacionales, hasta el punto en que ese es uno de sus puntos
fundamentales para plantear estas elecciones como un debate directo entre
democracia y dictadura, además de los asuntos raciales, la pobreza y la
desigualdad, la gestión de la pandemia… Seguramente los republicanos se
comportarían igual en las relaciones internacionales, particularmente con sus
aliados, pero no con un líder como Trump. Hay, además, un elemento importante:
Irlanda, aún siendo un país pequeño con una economía débil, tiene mucho peso históricamente
en Washington. El lobby irlandés es
muy potente en Estados Unidos, sobre todo en el entorno del Partido Demócrata.
A.F.: ¿Qué repercusiones
económicas puede tener esta gamberrada
del Reino Unido, aunque la definamos así, con esta expresión coloquial?
D.M.R.: Lo de la gamberrada no es tan coloquial como
parece. Desde hace muchos años se ha calificado como estados gamberros a aquellos que se saltan a la torera cualquier
acuerdo internacional, como fueron los casos de Libia, Irán, Corea del Norte,
Irak y alguno más. Y no sólo es un problema de la ideología o de la posición de
Estados Unidos porque, por ejemplo, Cuba nunca fue calificada de esta forma
porque, pese a sus problemas con su poderoso vecino, siempre respetó las leyes
internacionales y nunca amenazó a otros países. Va afectar mucho al mercado
agrícola, además del asunto de los caladeros, y, dentro de Europa, va a afectar
mucho a España, a Francia y en menor medida a Italia. No hay que olvidar que
otra gran potencia agrícola del mundo desarrollado es, precisamente, Estados
Unidos, con un acuerdo comercial con el Reino Unido que está vigente y muy
consolidado. Otro epígrafe comercial muy perjudicado será el turismo, lo que
sucede es que este sector está más atento a la incertidumbre de la covid porque
no sabemos qué va a pasar en 2021, si habrá vacuna, si las circunstancias van a
cambiar. Esto afecta a cualquier previsión a corto plazo a la circulación de
personas, es decir, al transporte, al turismo, a los movimientos profesionales…
Si en 2021 estuviéramos en una situación de normalidad o, al menos, de post-anormalidad, notaríamos el enorme
impacto sobre el turismo de la posición de Johnson. Sin ir más lejos, hoy no
sabemos si el primero de enero los aviones podrán volar entre la Unión Europea
y el Reino Unido o qué va a pasar con el túnel del canal. No sabemos, y estamos
ya a tres meses, qué va a suceder con los europeos que residen en el Reino
Unido y con los británicos que residen en la Unión. Hay tres formas de llegar a
un acuerdo comercial: la de Noruega, que prácticamente pertenece al mercado
común europeo, la de Canadá, que es una cosa intermedia, y la de Australia, que
es la preferida de Johnson. El convenio con Australia depende, en caso de
conflicto, de un arbitraje y, en último término, de la Organización Mundial de
Comercio. La característica del modelo australiano tiene dos patas: el comercio
y la inmigración. De aplicarse este modelo, el arancel, en caso de conflicto,
lo acabará imponiendo la OMC, que siempre será más elevado que el que
actualmente se deriva del acuerdo de 2018 firmado entre la Unión Europea y el
Reino Unido. Eso supondría un notable encarecimiento de las exportaciones de
aquellos países que más lo hacen con el Reino Unido, como es el caso de España.
Es que a veces nos olvidamos de que el turismo británico se contabiliza como
exportación. Y por lo que respecta al asunto de la inmigración, no sólo estamos
hablando de la circulación de personas entre la Unión y el Reino Unido. No sólo
hablamos de los trabajadores europeos en, sobre todo, Inglaterra y Escocia,
como los sanitarios españoles o los trabajadores de más baja cualificación de
siete u ocho países, sino también todos los que trabajan en programas de
investigación, los estudiantes del programa Erasmus… Pero es que, si no hay un
acuerdo como el que se firmó y Johnson pretende violentar, la Unión Europea,
hasta ahora frontera de entrada de la inmigración extracomunitaria, seguirá
siéndolo y, además, será frontera de salida, con Francia como esa frontera de
salida. A la frontera inmigratoria europea, que hoy está en el sur de España y
de Italia y en la línea marítimo-terrestre de Grecia, Bulgaria y Hungría, se le
añade una nueva en el canal de la Mancha. Ese es un problema muy serio y que
Johnson tal vez no ha previsto: ¿y si Francia abre sin restricciones esa
frontera de salida? También habrá un impacto importante en el flujo de
capitales. De hecho, el país que más contento estaría con un triunfo de Johnson
es Suiza. Porque, si cualquier disputa acaba en un tribunal de arbitraje, su
posición de paraíso fiscal se refuerza. En los últimos años, como hemos visto
en los procesos de corrupción en España, la Unión Europea ha ido forzando a
Suiza, que se ha visto obligada a flexibilizar el secreto bancario, ha tenido
que aportar documentación a los tribunales y otras cuestiones de este tenor.
Ahora, si el Reino Unido, miembro de la Unión, la abandona con los criterios de
Johnson, la Confederación Helvética encuentra un nuevo apoyo en la legalidad
internacional.
A.F.: El tiempo se nos
acaba, profesor Rivas, nos falta un minuto para las noticias de las siete.
D.M.R.: Quisiera, entonces,
hacer un último apunte. Es posible que, paradójicamente, la pandemia nos
permita un punto de optimismo y que el loco de Boris Johnson no nos arrastre a
todos, también a los británicos, fundamentalmente a los británicos, al abismo.
El gobierno de Johnson, con sus posturas, amenazaba a Bruselas con lo que más
aterroriza a Europa desde la segunda guerra mundial: la inestabilidad. Pero la
pandemia, con los confinamientos, con caídas del PIB trimestral del veinte por
ciento en casi todos los países, la sombra de una recesión peor que la de 2008,
ha llevado a la Unión Europea a poner en un segundo plano al brexit, porque ha dejado de ser su
principal problema. Es decir, ha perdido el miedo, lo que debilita a Johnson y
su matonería, y permite a la Unión rearmarse en su posición y no ceder.
A.F.: Bueno, una extraña
forma de reforzar la Unión y que personas como el profesor David Rivas,
militante europeísta desde hace mucho tiempo, tratan de difundir y que, ojalá
lo logren, lo logremos. Muchas gracias por sus siempre atinadas observaciones.
D.M.R.: A ustedes,
Alejandro Fonseca. Un abrazo.